Algún día alguien, quien sea, incluso yo, debe
dedicar unos párrafos a ponderar el valor de las cuartas de forros o
contratapas (esa parte de los libros que los lectores de a pie suelen llamar
"contraportadas"). Sin darme cuenta, sin valorar lo suficiente su
gravitación en mi entusiasmo, he leído contratapas tan buenas que de inmediato
me han llevado a comprar o a leer el libro. Por supuesto no han sido pocas las
ocasiones en las que, luego de conocer el contenido del libro, las palabras de
"la cuarta" se antojan excesivas, lo que de ninguna manera le resta
mérito al autor, generalmente anónimo, de esos breves textos, pues él hizo su
chamba al persuadirnos.
Aunque no lo creamos, tal jale supone cierto grado
de especialización. Esto significa que no cualquiera que se sienta buen
escritor tiene en automático las aptitudes para escribir buenas contratapas. Quien
se anime a abrazar el oficio, creo, debe tener buena prosa, capacidad de
síntesis, poder de convencimiento y, lo más importante, malicia para elogiar
sin parecer lambiscón, pues es obvio que estos textos deben ponerse al servicio
del libro, pero es recomendable, por obvio buen gusto, que no se excedan en azucarados
elogios o lluvias de confeti.
Hay libros que no tienen nada en la contratapa
o cuando mucho exhiben, hoy, el código de barras. Otros contienen allí la
semblanza del autor, una pequeña cita textual del contenido o algunas palabras
de reseñistas (del New York Times, El
País, Reforma o La Gaceta de Parácuaro…)
sobre las virtudes ya observadas en el autor. Algunos libros combinan todo esto
y otros añaden lo que aquí estoy tratando de considerar: las palabras bien
escritas de un cuartaforrista a sueldo. La prueba de que es bueno, lo reitero, radica
en que logre entusiasmar, en que nos urja sutilmente a ingresar en las páginas.
No lo había pensado, pero lo pienso ahora: mi
respeto a los escritores de contratapas que seguramente por unos cuantos pesos
(o dólares o libras esterlinas o maravedíes de supervivencia) nos convidan con
elegancia, sin apapachos desmedidos, a leer. Su firma jamás figura en los
libros, nadie los toma en cuenta, pero ellos beben el trago acérrimo de
escribir contratapas con las que incluso no necesariamente deben estar de
acuerdo. Pese a todo eso, allí andan rodando en el mundo editorial, solos y
olvidados, cuidando en casa, tal vez entre apuros alimenticios, que queden
impecables unos renglones puestos a vivir sin huella digital.