Hemos llegado al final de la película de EPN. Fue una cinta
de terror en la que lejos de ver un decremento en los índices de pobreza,
violencia y corrupción —furias del apocalipsis que en México se sienten como en
casa—, asistimos al lamentable espectáculo de su agigantamiento. De alguna
forma era previsible lo que caracterizó al sexenio del mexiquense: si su
llegada a Palacio Nacional se había dado a punta de engaños, pactos secretos y
sobresaltos, lógico es que su herencia fuera pésima.
Si bien la macoroeconomía nacional navegó sin sobresaltos, es
notable que se ahondara la brecha entre ricos y pobres. La distribución de la
riqueza siguió siendo pues una roca en el zapato para los mexicanos, de suerte
que en términos reales no ha mejorado, desde hace muchos sexenios, la calidad
de vida de una mayoría cada vez más amplia.
La violencia que fue rasgo característico del gobierno
federal anterior no sólo no fue contenida, sino que en muchos lugares del país
se incrementó hasta rebasar las cifras ya de por sí catastróficas que dejó
Calderón. Otra vez Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, Veracruz, Sinaloa, la
Ciudad de Médico y alguna otra circunscripción fueron azotadas por la incesante
barbarie. Se puede afirmar por ello, categóricamente, que en el gobierno
saliente fuimos testigos de otro desastre en materia de seguridad.
Si algo puede caracterizar a la etapa 2012-2018, es la
corrupción. De la mano de una campaña permanente y onerosa para adecentar su
imagen, Peña Nieto y su equipo se van con la imagen de corruptos. Bajo su
mandato, prácticamente no hubo secretario que no hiciera negocios a la sombra
del poder, y fue muy visible el caso de varios gobernadores del “Nuevo PRI” que
sólo llegaron para atascarse de recursos públicos. Los casos de Javier y César
Duarte fueron los más escandalosos, pero en general todo lo que dependió de EPN
llegó podrido al poder y se fue pudriendo más a medida que trastabillaba el
gobierno hacia el 30 de noviembre de 2018.
Las cuentas de Peña Nieto son, en suma, nefastas, de ahí el
huracanado castigo que le fue infligido el primero de julio. De él no se esperaba
nada, e hizo un milagro: nos dio menos que nada.