El título insinúa
la frase cliché “Toda la carne al asador” con la que quiero referirme al
llamado Mundial de Clubes. Por si fuera poco lo que ya tiene, la FIFA ha
encontrado otra mina de diamantes. Organizar un torneo de este tipo es casi lo
único que le faltaba al futbol internacional para convertirse en una droga de cuyo
consumo no nos privamos millones de adictos en el globo, y por lo visto el
experimento ha salido tan bien que están pensando desde ahora en programarlo
cada dos años, entre Mundial de selecciones y Mundial de selecciones. Lamento
decir que la idea me gusta, pues en este combo le tomamos el pulso a una parte
más que representativa de los equipos que en el planeta juegan.
En lo que
va del torneo he visto al menos diez partidos, todos de muy alta calidad. Ayer
lunes 23 de junio, por ejemplo, me eché el Miami-Palmeiras que quedó empatado a
dos tantos. No fue una joya, pero dejó ver que ninguno de los dos equipos salió
a empatar, resultado que de cualquier manera los pasaba a la siguiente ronda.
Esto es significativo, porque uno podía suponer que los clubes tomarían el
torneo para darse unas vacaciones en Estados Unidos. No ha sido así. Todos los cuadros,
al menos los que he visto, se han empeñado en ganar tanto como han podido.
Es obvio
que se da el mismo fenómeno de desequilibrio habitual en los mundiales, pero esto
resulta inevitable. Muchos clubes no tienen la nómina de los gigantes europeos,
pero aún así es interesante verlos pelear, medirse contra equipos en los que a
veces un solo jugador de ligas como la francesa, española, inglesa, alemana e
italiana vale más que los once rivales de las latinoamericanas. Parte del gusto
que uno tiene es ver el esfuerzo que hacen los equipos chicos del mundo cuando tiran
para adelante ante el desafío de calarse contra los poderosos.
Fue el caso
de Pachuca y Monterrey. En ambos casos, sentí una adhesión sincera
aunque transitoria —durante este torneo nada más— a los dos equipos mexicanos e
incluso a los latinoamericanos de Argentina y Brasil. Los de Hidalgo hicieron
un muy buen primer partido contra el Salzburgo, pero erraron tres o cuatro
goles hechos, perdieron y para el segundo juego ya no les alcanzó contra Real
Madrid. Los Rayados, en cambio, resistieron el ataque de Ínter de Milán,
empataron a un tanto, y luego se vieron mejor (con juegazo de Sergio Ramos)
ante River Plate. La sorpresa, para mí, han sido los brasileños. Quizá no les
dará el cuero para ser campeones, pero Fluminense, Palmeiras, Botafogo y
Flamengo han jugado más que bien.
Disculpen la frivolidad, pero quiero este Mundial de Clubes cada dos años.