Muchas
veces me he preguntado qué “ismo” seremos, con qué rótulo nos ceñirá la
academia del porvenir, si es que todavía podemos soñar con un porvenir para la
humanidad dados los desastres que hoy atestiguamos. Me refiero a saber de
antemano, desde el presente, las características que en el futuro serán
detectadas en el arte del presente, particularmente en el literario. Lo que
podemos ver en el presente es caos, diversidad, un sinnúmero de orientaciones
que dan la impresión de inasibilidad, pero es un hecho que más adelante todo lo
disperso que ahora vemos será resumido es una palabra que quizá lleve como
remate el sufijo “ismo”, tal y como ocurrió con el naturalismo, modernismo,
surrealismo, posmodernismo…
Dice Pospelov
en el libro colectivo Sociología de la
creación literaria (1971): “Después de haber evolucionado en el
curso de la historia de la humanidad, el carácter intelectual de la creación
literaria vino a desembocar, hace ya tres siglos, en una particularísima consecuencia:
el nacimiento y desarrollo de las escuelas literarias. Estas no son simplemente
aspectos sucesivos, históricamente determinados, del contenido artístico y de
las formas que le corresponden. Son aspectos sucesivos de la propia creación literaria,
aspectos de los que los escritores y los críticos tienen conciencia y a los que
dan forma teórica en declaraciones escritas: programas, manifiestos, tratados y
artículos. Esta formulación
teórica va a la par con una terminología determinada que pone de relieve tal o
cual aspecto de sus obras al que los escritores asignan suma importancia; es
una terminología que simboliza para ellos su actividad y que los une en un
mismo grupo literario. La historia de la literatura es rica en designaciones de
esta especie, en ‘ismos’ de todo tipo, desde el ‘clasicismo’ hasta las
innumerables escuelas ulteriores, pasando por el ‘romanticismo’ y el ‘realismo’”.
No podemos saber cómo seremos percibidos en el futuro, con qué “ismo” nos designarán, pero es un hecho cierto que, aunque nosotros no los veamos con claridad en el presente, hay gestos, guiños, acciones, fórmulas que hoy circulan en el arte como rasgos que, al naturalizarse, se invisibilizan para nosotros. Es más o menos lo mismo que pasaba, por ejemplo, con los escritores del Romanticismo: que asumían un estilo porque estaba en el ambiente, no por decisión personal.