sábado, septiembre 30, 2023

Mínima política de acceso








Sabido es que el árabe, las lenguas indígenas americanas, el alemán, el francés y más recientemente el inglés han sumado palabras al español. En muchos momentos eso nos ha enriquecido, pero en otros ha sucedido lo contrario.

Ya no tenemos tanto problema con la escritura de palabras extranjeras incorporadas desde hace muchos años al español. Sabemos, por ejemplo, que escribimos chofer y no chauffeur (galicismo), estándar y no standard (anglicismo), payaso y no pagliaccio (italianismo). Son palabras que a lo largo de las décadas se han ido aclimatando en nuestra lengua, tanto que han perdido su escritura original y las hemos “castellanizado”.

No hay regla, sin embargo, para admitir o no una palabra y luego para castellanizarla. Veamos los dos casos.

Para admitirla. Es importante pensar que nuestra lengua es un ente dinámico, no petrificado, y que por tanto influye y es influido en y por otras lenguas. No debemos permitir, sin embargo, voces innecesarias, gratuitas. Permitamos sólo aquéllas que se refieren a innovaciones (en bienes, servicios e ideas) que nos llegan de fuera. Dado que son realidades nuevas, suele ocurrir que no tengamos una palabra castellana equivalente. Por ejemplo modem. Es un aparato que nos llegó de fuera con esa palabra, tiene un nombre “cómodo”, no parece una voz exótica, la aceptamos. Podríamos incluso, con el tiempo, castellanizarla, adaptar su escritura a nuestra pronunciación: módem (palabra grave terminada en “m”, así que llevaría tilde en la penúltima sílaba). Lo mismo pasaría con otros objetos, servicios y realidades diversos que aparecen como novedad proveniente, sobre todo, del mundo tecnológico.

Para castellanizarla o no. Lo que se sugiere en el primer caso es castellanizar cuando la palabra se haya incorporado al habla de todos los días y “se deje” castellanizar. Por ejemplo, la palabra foot ball fue nueva alguna vez en el español. Se incorporó con la actividad que designa y la castellanizamos porque “se deja”: futbol. Más recientemente, la palabra scanner llegó con la innovación que designa y “se deja” castellanizar (como standard-estándar): escáner. Y así algunas más. Es necesario insistir en que el criterio es caprichoso, y nadie se ha puesto de acuerdo para determinar en qué momento admitimos una palabra y en qué momento la castellanizamos o no. Por ejemplo, admitimos la palabra whisky, pero ésta no se deja castellanizar tan fácilmente: güisqui. En este caso, admitimos la escritura que nos llaga de fuera. Es importante señalar que defender nuestra lengua no es un asunto de mera “traducción”, decir perro caliente por hot dog no es recomendable, pues el producto nos llegó de fuera con el nombre hot dog. A veces la traducción es innecesaria porque ya tenemos un equivalente inmejorable: “goma de mascar” (calco del inglés) no sirve, pues ya tenemos chicle (tzicli), palabra de origen náhuatl que nos pertenece desde hace siglos. No debemos admitir pues el uso de expresiones foráneas que tienen equivalente ordinario en español: ok por está bien o correcto, bye por adiós, checar por revisar (examinar, cotejar, comparar, observar, escudriñar, compulsar, analizar, etcétera) y esta horrible: accesar (un calco del acces inglés) por acceder.