sábado, noviembre 20, 2021

Una compilación no antológica


No es una antología (SEC, s/l, 2021, 98 pp.) es el extraño título de una colección de cuentos publicada por el colectivo “Algo casi negro” en una edición realizada con el auspicio de la Secretaría de Cultura de Coahuila a través del Apoyo a Instituciones Estatales de Cultura (AIEC) 2020. Enfatiza desde su título que no es lo que habitualmente tampoco son los libros así llamados, antologías, sino compilaciones de textos generalmente escritos por distintos autores. Más allá del abuso que se ha dado de la palabra antología, este libro, que en su título rechaza serlo, ofrece materiales estimables de sus cinco autores, aunque, como ocurre siempre en el caso de los volúmenes misceláneos, el lector sabrá apreciar unos y acaso ver muy de paso otros. Sus piezas son 17, así que me detendré sólo en una de cada autor/autora.

Escrito por Nancy Azpilcueta, el cuento “Maldito corazón”, que alude como mantra a la canción compuesta por Cuco Sánchez y que nunca cantó José Alfredo, relata la vida de Valentín, un hombre sometido a la dictadura de su mujer, La China. El Valen, como lo apodan, es repartidor de una florería, y en sus rondas laborales por la ciudad piensa en su destino de macho sometido. Un día, cierta mujer le da la clave para salvarse de su esposa, pero la realidad en la que deriva el cuento no es la esperada. O sí, si nos atenemos a la conducta de la mujer, más hombruna que femenina.

En “Elpidio, el vivo”, Héctor Esparza Nieto relata con bien templado ritmo poético la vida de un sujeto rústico, elemental y viejo cuya mayor fama es la de haber sido considerado varias veces muerto. El narrador así lo cuenta, pues en algún momento, de casualidad, tuvo la suerte de ver a Elpidio en condición de fallecido. Por el tono y la anécdota, este texto de Esparza recuerda un poco a Traven. También en clave socarrona está narrado “Sangre de chilero”, relato tragicómico en el que un sujeto ve la muerte de una “avecilla” exangüe recién desprendida de la vida, casi a lo Lorena Bobbitt.

Alex Heesher ofrece en “Incurable” (como Benedetti en el cuento “La muerte”) una mirada a la brutalidad de las palabras y la muerte. Tras recibir un diagnóstico fatal en el que aparece la palabra del título, el protagonista elucubra su circunstancia y raya en la filosofía: “Me pregunto si el médico entiende el poder de sus palabras, si entiende que entre él y este libro maldito toda esperanza dentro de mí se ha esfumado. Quisiera poder decir que se equivoca, que nada de lo que he leído es cierto, pero, ¿qué es una pieza efímera de carne en este mundo contra la sabiduría hecha papel? ¿Qué es la mísera existencia humana? ¿Qué es el alma?” Sin salir del hospital, el personaje narrador ve su destino y piensa sentido glacial del argot médico hasta que encuentra un consuelo precisamente en el mismo poder de las palabras. Otro cuento de Alex se mueve en el mundo del periodismo, la edición, la pasión por los libros y la búsqueda de un amor pasajero.

“Fe de repuesto”, de Bernardo Bahué, es un gran cuento. Trata sobre un ludópata que, como tal, enfermo de expectativas, se vuelca en las apuestas electrónicas propiciadas por el deporte. La vinculación, en dos planos, de su vida personal con un partido de tenis es descrita con agilidad y buena prosa. La apertura anuncia todo, así que es muy apropiada para facturar un cuento-cuento: “Las manos me sudan, las tripas se revuelven entre sí, y mis labios por el interior de la boca, vuelven a descubrirse con llagas sanguinolentas por las mordidas. Pero ahora sí voy a ganar”. Sin duda es un relato ágil y certero.

El último autor es Andrés Ortiz Sandoval, dueño de una imaginación que avanza torrencial, estroboscópica, alucinada, vertiginosa. Relatos como “Dis.astrum” no facilitan el asidero de una trama y el ritmo se derrama en imágenes que remiten a un discurso coruscante, lleno de chispas, cortocircuitos y shocks sintácticos similar al del lenguaje psicótico de la loca en el famoso cuento de Piglia. No es el estilo narrativo que más me acomoda, pues ciertamente es difícil seguir la huella del sentido, pero sé que habrá lectores más atentos y disciplinados que yo para apreciarlo con mejores parámetros.

El libro No es una antología se suma a la cosecha de obras colectivas que en los años recientes han sido publicadas por estos rumbos (Un lugar menos común, Narrar a mediodía…). Tenemos futuro de sobra en la literatura lagunera; ojalá que todos los autores sigan trabajando.