Escrito por Nancy Azpilcueta, el cuento “Maldito corazón”, que alude como mantra a la canción
compuesta por Cuco Sánchez y que nunca cantó José Alfredo, relata la vida de
Valentín, un hombre sometido a la dictadura de su mujer, La China. El Valen,
como lo apodan, es repartidor de una florería, y en sus rondas laborales por la
ciudad piensa en su destino de macho sometido. Un día, cierta mujer le da la
clave para salvarse de su esposa, pero la realidad en la que deriva el cuento no
es la esperada. O sí, si nos atenemos a la conducta de la mujer, más hombruna
que femenina.
En “Elpidio, el vivo”, Héctor Esparza Nieto relata con
bien templado ritmo poético la vida de un sujeto rústico, elemental y viejo cuya
mayor fama es la de haber sido considerado varias veces muerto. El narrador así
lo cuenta, pues en algún momento, de casualidad, tuvo la suerte de ver a
Elpidio en condición de fallecido. Por el tono y la anécdota, este texto de
Esparza recuerda un poco a Traven. También en clave socarrona está narrado
“Sangre de chilero”, relato tragicómico en el que un sujeto ve la muerte de una
“avecilla” exangüe recién desprendida de la vida, casi a lo Lorena Bobbitt.
Alex Heesher ofrece en “Incurable” (como
Benedetti en el cuento “La muerte”) una mirada a la brutalidad de las palabras
y la muerte. Tras recibir un diagnóstico fatal en el que aparece la palabra del
título, el protagonista elucubra su circunstancia y raya en la filosofía: “Me
pregunto si el médico entiende el poder de sus palabras, si entiende que entre
él y este libro maldito toda esperanza dentro de mí se ha esfumado. Quisiera
poder decir que se equivoca, que nada de lo que he leído es cierto, pero, ¿qué
es una pieza efímera de carne en este mundo contra la sabiduría hecha papel?
¿Qué es la mísera existencia humana? ¿Qué es el alma?” Sin salir del hospital,
el personaje narrador ve su destino y piensa sentido glacial del argot médico
hasta que encuentra un consuelo precisamente en el mismo poder de las palabras.
Otro cuento de Alex se mueve en el mundo del periodismo, la edición, la
pasión por los libros y la búsqueda de un amor pasajero.
“Fe
de repuesto”, de Bernardo Bahué, es un gran cuento. Trata sobre un
ludópata que, como tal, enfermo de expectativas, se vuelca en las apuestas
electrónicas propiciadas por el deporte. La vinculación, en dos planos, de su
vida personal con un partido de tenis es descrita con agilidad y buena prosa.
La apertura anuncia todo, así que es muy apropiada para facturar un cuento-cuento:
“Las manos me sudan, las tripas se revuelven entre sí, y mis labios por el
interior de la boca, vuelven a descubrirse con llagas sanguinolentas por las
mordidas. Pero ahora sí voy a ganar”. Sin duda es un relato ágil y certero.
El
último autor es Andrés Ortiz Sandoval, dueño de una imaginación que avanza torrencial,
estroboscópica, alucinada, vertiginosa. Relatos como “Dis.astrum” no facilitan
el asidero de una trama y el ritmo se derrama en imágenes que remiten a un discurso
coruscante, lleno de chispas, cortocircuitos y shocks sintácticos similar al del lenguaje psicótico de la loca en
el famoso cuento de Piglia. No es el estilo narrativo que más me acomoda, pues
ciertamente es difícil seguir la huella del sentido, pero sé que habrá lectores
más atentos y disciplinados que yo para apreciarlo con mejores parámetros.
El libro No es una antología se suma a la cosecha de obras colectivas que en los años recientes han sido publicadas por estos rumbos (Un lugar menos común, Narrar a mediodía…). Tenemos futuro de sobra en la literatura lagunera; ojalá que todos los autores sigan trabajando.