sábado, julio 10, 2021

Once vidas excéntricas

 











No sé cuáles fueron las indicaciones que dieron Alejandro Páez Varela y Julio Patán, los coordinadores, para armar el libro Indomables (Planeta, 2015, México, 195 pp.), pero tanto a ellos como a quienes colaboraron les quedó redondo. Son en total once breves semblanzas de mexicanos cuyas vidas vemos desfilar con pasmo, ya que todas encierran temperamentos y andanzas peculiares, carne digna de relato. El racimo basa su ameno desarrollo, creo, en la apretada vertiginosidad exigida por el periodismo actual, de ahí que el conjunto pueda ser definido como una sabrosa mezcla de crónica con reportaje.

Los personajes que habitan estas páginas son, en orden de aparición, Nahui Olín, José José, Rafael Osorno, Hugo Sánchez, Lucha Reyes, Tin Tan, Silvestre Revueltas, Rubén Olivares, La Bandida, Zovek y Miroslava, perfilados respectivamente por Julieta García, Alejandro Hernández, Jorge F. Hernández, Daniel Krauze, Mónica Lavín, Élmer Mendoza, Alejandro Páez, Julio Patán, Alejandro Rosas, Benito Taibo y Naief Yehya. ¿Hay algún hilo conductor entre estos personajes? No parece, salvo que todos dan la impresión de haber roto algo que muy laxamente podemos denominar normalidad, que todos o casi todos se colocaron de espalda al destino que al parecer les aguardaba.

Nahui Olín, por ejemplo, nació en el seno de una familia porfirista, conservadora, y terminó siendo la encarnación de una ruptura que a los ojos de muchos, por la reiterada exhibición de su cuerpo desnudo, pareció amoral, nado contra la corriente. José José se empeñó con ahínco en autodestruirse hasta que al final acabó con su voz, pero no con el mito basado precisamente en el prodigio de su canto y el alcohol excesivo como aval de la categoría suicida fácil de suponer, al menos de suponer, en todos los “románticos”. De Rafael Osorno, torero poco conocido, se describe un momento bisagra en su vida: la tarde del 30 de agosto de 1942 en la que encaró a Mañico, bruto de la ganadería de Matancillas con el cual consumó un faenón del que no hay registro fílmico, sólo una leyenda basada en crónicas de testigos; Osorno nunca más logró repetir algo parecido, así que su grandeza puede resumirse esencialmente en lo que duró la lidia de aquel astado mítico.

Otro genio vinculado al alcohol fue el duranguense, casi paisano nuestro, Silvestre Revueltas, quien pese a su contumaz manera de beber y su temprana muerte no consiguió anular la configuración de piezas musicales que todavía hoy lo hacen aparecer como el mejor músico mexicano del siglo XX. Asimismo, aunque en otro plano profesional, Rubén Olivares, el Púas, se encaramó en el pedestal de la idolatría popular porque simultaneó la habilidad y potencia de sus puños con una vida más que disipada bajo el ring; sus innumerables correrías, exhibidas con desenfado en la vida real, fueron magistralmente parodiadas por Los Polivoces, dúo de cómicos que homenajeó al pugilista con un retrato exagerado, pero justo.

Personaje impresionante, Graciela Olmos, oriunda de Casas Grandes, Chihuahua, se encumbró como la madrota más representativa del siglo XX mexicano. Su apodo, la Bandida, es hoy sinónimo de lenocinio, ya que durante varios años llegó a regentear el establecimiento más concurrido de su género en la capital del país. Políticos, empresarios, artistas y deportistas fueron habitués de la Bandida, quien a su capacidad como empresaria del sexo venal unió una notable inspiración para componer canciones: “Siete leguas” y “La enramada” son piezas de su autoría.

La semblanza de Francisco Xavier Chapa del Bosque, mejor conocido como Zovek, su nombre artístico, es impresionante. Era, lo sabemos, torreonense, y en muy pocos años logró convertirse, por su fuerza física, su pericia de escapista y la dictadura setentera del televisor, en ídolo de todo el boquiabierto país.

Misceláneo, Indomables es un libro con semblanzas que en el fondo quizá no son exactamente eso, sino una forma de describir a México con el pretexto de once vidas excéntricas.