Ayer en el Teatro Alfonso Garibay fue
presentado Narrar a mediodía, libro
colectivo de cuentos del taller literario del Teatro Isauro Martínez. Fui su
editor y como tal escribí un par de páginas que sirven como umbral de los
relatos. Aquí los generales de esta nueva y bienvenida publicación:
El título de esta miscelánea cuentística
nació de un hecho simple: como participantes del taller literario del Teatro
Isauro Martínez, los autores han pulido estas historias en el horario el
taller, a mediodía. Más o menos entre la una y las tres, cada sábado, por ello,
hemos leído/escuchado uno o dos relatos y entre todos los que asistimos a las
sesiones destacamos aciertos y, más que nada, procuramos cooperar con nuestras
opiniones para añadir alguna posible mejoría tanto a la forma como al fondo de
los textos recién nacidos. Narrar a mediodía es entonces una muestra de
trabajos individuales que detrás tiene el aliento de un entusiasmo colectivo.
Seis son las
autoras y los autores de este libro, cuatro mujeres y dos hombres. El arco
generacional, temático y estilístico, ya se verá, es previsiblemente amplio. La
mayor parte de los relatos tiene un corte realista, aunque no faltan por allí
algunos que tantean el terreno de lo sobrenatural. Salvo dos casos, los de
Elena Palacios y Ligia Macías, esta es la primera aparición en libro de quienes
firman las historias.
Abren Narrar a mediodía dos
relatos cortos de Karime Gámez. Uno, “El sonido del tren”, ubica en el ámbito ferroviario a una
familia que vive en torno a un padre misteriosamente ausente y acosado; y otro,
“Torreón”, describe la presencia de un loco dispuesto a sostener un zumbón
equívoco entre el amor y el utilitarismo.
De Martha Alicia Díaz es “Fósil”, cuento
que narra, desde la mirada de un niño, la presencia terrible de la enfermedad
en el círculo familiar y el deseo de remediar mágicamente las adversidades, y
al lado de esta historia, otra acaso más dolorosa vinculada con la ausencia
forzada. También de Martha Alicia es “Viaje en globo”, microrrelato que
encierra una visión de la pobreza en las grandes urbes.
“Detrás de la puerta”, de Jorge Luis
Gaytán, cuenta un caso agudo de celotipia que llega al borde de la violencia
doméstica y permite ver ángulos de la personalidad que ocultan una sorpresa
diestramente administrada en el relato. “La última vez” nos traslada a un
sentimiento de fervor afectivo y resignación ante lo irreversible.
Escrito por Mateo Espinoza, “De
madrugada” exhibe una sensibilidad muy bien dispuesta a entender la vida
cotidiana de los trabajadores, en este caso pintores de brocha gorda envueltos
en una situación colindante con el mundo de los espectros y propiciatoria de
miedo. Del mismo autor, un trastorno mental y una obsesión raspan el alma
autodestructiva del protagonista en “Surcos en la pared”.
En “La reina”, cuento de Elena Palacios,
asistimos a una realidad que bordea lo macabro; descrito con mano diestra y
prosa ágil, un visitante recorre los pasadizos de la locura ajena, doble y pesadillesca
en este caso. “El señor Muñoz quiere suicidarse”, también acuñado por Elena,
toca otro registro, más tendiente al humor provocado por las extrañas
carambolas de la suerte.
“Las cosas que duelen”, de Ligia Macías,
es una historia sobre la carrilla (que hoy denominan bullying) y
el desquite, todo captado con gran oído para el habla popular y coruscante
metamorfosis en literatura. El segundo aporte de Ligia es “Prietita”, relato en
el que una joven adolescente se topa con lo que los griegos llamaron anagnórisis,
reconocimiento.
Queden pues en manos del lector las páginas de Narrar a mediodía; ojalá sean tan gratas y estimulantes como lo fueron para los talleristas que las observaron en su primer brote, cuando fueron cuartillas.