Cuatro
largas historias componen Historias del
olvido (Cal y Arena, México, 1998, 156 pp.), de Carlos Tello Díaz. La
semblanza resumida del autor disponible en la Enciclopedia de literatura en
México anota, entre otros ítems, que nació
en Cambridge, Gran Bretaña, el 13 de febrero de 1962. Es narrador, ensayista y
cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de
Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de
Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge
(1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Director de la revista Arcana. Colaborador de El Financiero, Reforma y Revista de la Universidad de México.
Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito
Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo. Aparte, no sobra señalar que es hijo de
Carlos Tello Macías, exfuncionario del gobierno federal que entre otros cargos
fue secretario de Programación y Presupuesto y embajador de México en varios
países.
He
atravesado con placer las páginas de Historias
del olvido por la tersura de la prosa, en primer término, y por el
exuberante fondo documental que soporta cada pieza. Como observé al principio,
son cuatro historias de extensión amplia, en promedio de cuarenta páginas cada
una, todas ellas muy interesantes porque reconstruyen el contexto, descrito con
densidad, en el que se movieron personajes casi sepultados por el olvido. La
tarea del biógrafo, en este caso, ha sido rescatar vidas que dejaron huellas
documentales no muy notorias, pero suficientes para urdir relatos impregnados
de tragedia.
En
“La pasión de José Rovira”, Tello Díaz dibuja la vida de ese tal Rovira que en
el siglo XIX vio imposibilitada la consumación de su amor con Rosario Casasús debido
a que en principio, joven todavía, él se había vinculado con la iglesia como
diácono. Enamorado, trató de llegar al alto clero de Roma para anular su
compromiso eclesiástico, pero la vida se fue diluyendo sin lograr el propósito
de quedar libre para cristalizar su proyecto con Rosario. Vemos aquí, fielmente
rehecha, la realidad espiritual de una época, aquella en la que era todavía
frecuente ver impedida la unión de los amantes por acatamiento a cánones cuya
rigidez hoy podría ser vista de manera asaz distendida.
En
el segundo relato, “La muerte de Delfina”, el autor nos adentra en la vida de
Delfina Ortega, primera esposa de Porfirio Díaz. Muy diferente a Carmen Romero
Rubio (segunda esposa del militar oaxaqueño), “Fina”, como le llamaban, era
discreta, ajena al ajetreo social que inevitablemente provocaba la actividad de
su marido. Tuvo dos hijos (uno de ellos Porfirito) y perdió varios en el
camino. En 1880, tras un parto difícil y la muerte casi inmediata de su recién
nacida, Delfina agonizó hasta morir ella también.
“La
tragedia de los Noriega” narra la muerte trágica de los hermanos Eulalia e
Íñigo Noriega, hijos del acaudalado español también de nombre Íñigo. Esto
aconteció en 1913, apenas unos días antes de la Decena Trágica, el 31 de enero.
El relato deja ver lo misterioso de esas muertes supuestamente consumadas por
suicidio acordado entre los hermanos. La prensa amarilla, que ya se daba vuelo
desde entonces, insinuó la posibilidad de una relación incestuosa, pero nada
quedó claro, salvo que la fortuna del acaudalado y déspota Noriega comenzó a
naufragar en la tolvanera revolucionaria hasta que el viejo quedó en la ruina y
murió hacia 1920.
La
última historia es la más cercana en el tiempo (el libro avanza, digamos, de
manera cronológica), y recorre el ambiente de la casa regenteada por Graciela
Olmedo, la Bandida que hace poco, casualmente, mencioné en este mismo espacio.
“La casa de la Bandida” es quizá el relato con menos unidad del libro, pues se
ramifica en varios subtemas vinculados con la vida nocturna de la capital,
entre ellos la presencia en casa de la Bandida de intelectuales como José
Alvarado, Octavio Paz y Carlos Fuentes.
Historias del olvido es un libro ya mayor de edad, pero sus textos admiten una lectura atemporal que en último término puede desembocar en gratitud hacia su autor.