Aunque
parezca exagerado, “avaro” es una palabra que considero parte del lenguaje
culto. La gente de a pie quizá la entiende, pero no la usa como usa, por
ejemplo, “tacaño” o los coloquialismos “codo”, "macana" o “piedra”. Recuerdo que mi padre
decía “teco” para referirse a lo mismo, pero sospecho que tal palabrita está en
desuso. Cultismos totales serían “cicatero”, “amarrete” o “rácano”, que acá la
gente no usa ni entiende.
Vuelvo
a “avaro”; no son pocas las veces que la he escuchado como “ávaro”, esdrújula y
no grave. Ignoro a qué se debe este peculiar reacomodo de la sílaba tónica, lo
que también ocurre con la palabra “méndigo”, que en México tiene varios
significados. Para mí, claro, deriva de “mendigo”, palabra menos usada que
“limosnero” o quizá “pordiosero” (quien al pedir caridad invoca a dios, “por
dios”, “por el amor de dios”, de ahí “por+diosero”). Y a propósito de
“limosnero”, en nuestro país perdió su significado original, “el que da limosna”,
por el inverso, el que la pide y a veces la recibe. En España, por ejemplo, un magnate
todavía hoy puede ser “limosnero”: “El duque era gran limosnero”.
Ahora
vuelvo a “méndigo”; ¿qué significa? En función del contexto, puede ser
“avivado”, “maldito”, “avieso” o “escaso”. Esta palabra era muy usada por el
cómico Antonio Espino, Clavillazo, quien en cada uno de sus diálogos la sacaba
a relucir con un largo estiramiento de la “é”: “No traigo ni un méééééndigo
quinto”, decía con mucha gestualidad y movimiento de manos.
Ahora
bien, dos posibilidades más para “tacaño” son “agarrado” y “mezquino”. Su
significado es más o menos el mismo, pero obviamente el más usado entre los
laguneros es “agarrado”, que a todas luces da la idea de retención con las
garras.
En
el lado opuesto a la idea de tacañez está la de ser generoso, pródigo,
desprendido, espléndido, munificente, liberal o manirroto. Salvo “generoso”,
“desprendido” y quizá “espléndido”, las otras posibilidades son claros
cultismos y jamás han sido parte de nuestra habla, ni siquiera de nuestra
escritura. Creo incluso que las formas más habituales ni siquiera lo son tanto:
al generoso se le juzga “buena persona” (el contexto ayuda a saber en qué
sentido), “buena gente”, “buen compa”, pues la largueza siempre es un atributo
meliorativo, a diferencia de la tacañez que sólo convoca términos con aire
peyorativo.
Aquí
atrás quedó el adjetivo “manirroto”, casi nada usado. Parece ser el antónimo
perfecto de “agarrado”, pues alguien que tiene la mano rota (en sentido
estricto o figurado) es incapaz de retener, de agarrar, de ahí su inevitable desprendimiento.
Y bueno, a lo largo de la vida a uno le toca ver de todo. Curiosamente, los que más me asombran son los casos de tacañería extrema, no tanto los de munificencia. Por supuesto, para que la tacañería alcance su plenitud es necesaria una cierta disponibilidad de recursos, pues en la pobreza es difícil notarla. Un tacaño consumado es todo un espectáculo, y esto es fácil advertirlo cuando surge el tópico en las sobremesas: las proezas de los tacaños radicales son, siempre, un dinamo seguro de la charla, como pude comprobarlo en una que entablé hace poco y motivó luego este apunte.