miércoles, julio 28, 2021

De tacaños y manirrotos










Aunque parezca exagerado, “avaro” es una palabra que considero parte del lenguaje culto. La gente de a pie quizá la entiende, pero no la usa como usa, por ejemplo, “tacaño” o los coloquialismos “codo”, "macana" o “piedra”. Recuerdo que mi padre decía “teco” para referirse a lo mismo, pero sospecho que tal palabrita está en desuso. Cultismos totales serían “cicatero”, “amarrete” o “rácano”, que acá la gente no usa ni entiende.

Vuelvo a “avaro”; no son pocas las veces que la he escuchado como “ávaro”, esdrújula y no grave. Ignoro a qué se debe este peculiar reacomodo de la sílaba tónica, lo que también ocurre con la palabra “méndigo”, que en México tiene varios significados. Para mí, claro, deriva de “mendigo”, palabra menos usada que “limosnero” o quizá “pordiosero” (quien al pedir caridad invoca a dios, “por dios”, “por el amor de dios”, de ahí “por+diosero”). Y a propósito de “limosnero”, en nuestro país perdió su significado original, “el que da limosna”, por el inverso, el que la pide y a veces la recibe. En España, por ejemplo, un magnate todavía hoy puede ser “limosnero”: “El duque era gran limosnero”.

Ahora vuelvo a “méndigo”; ¿qué significa? En función del contexto, puede ser “avivado”, “maldito”, “avieso” o “escaso”. Esta palabra era muy usada por el cómico Antonio Espino, Clavillazo, quien en cada uno de sus diálogos la sacaba a relucir con un largo estiramiento de la “é”: “No traigo ni un méééééndigo quinto”, decía con mucha gestualidad y movimiento de manos.

Ahora bien, dos posibilidades más para “tacaño” son “agarrado” y “mezquino”. Su significado es más o menos el mismo, pero obviamente el más usado entre los laguneros es “agarrado”, que a todas luces da la idea de retención con las garras.

En el lado opuesto a la idea de tacañez está la de ser generoso, pródigo, desprendido, espléndido, munificente, liberal o manirroto. Salvo “generoso”, “desprendido” y quizá “espléndido”, las otras posibilidades son claros cultismos y jamás han sido parte de nuestra habla, ni siquiera de nuestra escritura. Creo incluso que las formas más habituales ni siquiera lo son tanto: al generoso se le juzga “buena persona” (el contexto ayuda a saber en qué sentido), “buena gente”, “buen compa”, pues la largueza siempre es un atributo meliorativo, a diferencia de la tacañez que sólo convoca términos con aire peyorativo.

Aquí atrás quedó el adjetivo “manirroto”, casi nada usado. Parece ser el antónimo perfecto de “agarrado”, pues alguien que tiene la mano rota (en sentido estricto o figurado) es incapaz de retener, de agarrar, de ahí su inevitable desprendimiento.

Y bueno, a lo largo de la vida a uno le toca ver de todo. Curiosamente, los que más me asombran son los casos de tacañería extrema, no tanto los de munificencia. Por supuesto, para que la tacañería alcance su plenitud es necesaria una cierta disponibilidad de recursos, pues en la pobreza es difícil notarla. Un tacaño consumado es todo un espectáculo, y esto es fácil advertirlo cuando surge el tópico en las sobremesas: las proezas de los tacaños radicales son, siempre, un dinamo seguro de la charla, como pude comprobarlo en una que entablé hace poco y motivó luego este apunte.