sábado, julio 17, 2021

Bioy con Sorrentino

 














Entre numerosos y muy estimables libros de cuento y novela, Fernando Sorrentino (Buenos Aires, 1942) se ha dado tiempo para publicar otros pocos no narrativos sobre todo de ensayo y periodismo. Decir “periodismo” en este caso quizá no es exacto si pensamos en el interés más bien efímero de aquello que es publicado en la prensa, pues me refiero principalmente a Siete conversaciones con Borges (1974), libro que pese a su condición de entrevista, y por ello periodístico, ha sobrevivido al paso de las décadas hasta convertirse en un material reiteradamente citado entre los muchísimos diálogos entablados por Borges desde que la fama lo cercó.

Aunque en la edición que tengo de Siete conversaciones con Bioy Casares (Losada, 2007) no se diga explícitamente, es obvio que se trata de un proyecto simétrico al relacionado con Borges. Sorrentino tuvo aquí el tino de armar una entrevista que vale por sí sola y además por que es complementaria al diálogo con Borges. Si en la realidad B y B conformaron la amistad literaria quizá más importante —por duradera y fructífera— de América Latina, justo es que ambos merezcan una entrevista-libro independiente y al mismo tiempo algo siamés, como una moneda.

La entrevista a Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999) data de 1992. En ella, noto a un Sorrentino más suelto en las preguntas y en las acotaciones, y esto es explicable: conversar con Borges a los treinta años, por más que el viejo inspiraba confianza, no dejaba de ser temible. Frente al autor de La invención de Morel, Sorrentino ya es un hombre de casi 50 años, y Bioy ya era, porque siempre lo fue, un caballero de permanente buen humor, un hombre de fácil trato porque de entrada parece no creerse Gran Escritor sin llegar jamás, en contraste, a la autocompasión que la mayor parte de las veces exuda falsa modestia.

Bioy es en esta conversación escrita el mismo sujeto al que podemos admirar mediante las entrevistas disponibles en YouTube: un tipo culto, cordial, amable, sin afectaciones de divo o maestro y un sonriente escéptico hasta de sí mismo. Fueron precisamente las entrevistas de YouTube las que me llevaron a la conversación con Sorrentino. Había leído la sostenida con Borges y quise ver la entablada con Bioy. Encontré, en efecto, lo que ya preveía: el autor de La trama celeste respondió a las preguntas de su entrevistador sin aspavientos, tranquilamente, muy muy lejos de la venerabilidad autoasignada de muchos escritores que por viejos también se creen sabios y, sin remedio, pontifican.

Las siete conversaciones siguen el itinerario no muy ordenado de las entrevistas ajenas a un plan rígido. Sorrentino llevó una serie de ideas generales para orientar la charla, pero es claro que ya sobre la marcha las palabras derivaban en temas no previstos. Los más interesantes, a mi ver, son aquellos en los que asoman bien delineados los perfiles de la vida literaria y sus implicaciones prácticas, es decir, el cómo que subyace en la escritura de Bioy, quien sin ser un teórico o un obsesivo del fenómeno literario como mecanismo, se dio tiempo en su vida para reflexionar sobre el quehacer literario en tanto experiencia por la cual se alcanza (o no) eficacia estética.

Entresaco algunos ejemplos como cierre de este apunte. “Y esto [abominar de sus primeros libros] me ha servido para ser más indulgente con la gente que empieza a escribir y para persuadirme que tiene la posibilidad de mejorar. Hay personas que dicen: ‘¡Este es un estúpido y siempre va a ser un estúpido!’. No, no es así. Yo sé que he sido un estúpido y… bueno, creo que he mejorado un poco. Por eso hay que tener cierta indulgencia con los que empiezan a escribir, pues pueden mejorar”;  “El tango es una especie de literatura espontánea de Buenos Aires”; “casi todos los escritores que yo conozco tienen una especie de repulsión al manuscrito ajeno” y “Uno puede tratar de que el libro que está escribiendo sea el mejor del mundo, el mejor libro posible, pero por el libro en sí, no en comparación con otros o para echar sombras sobre otros. No estamos en eso”.

Finalmente, hay un lugar en el que Sorrentino le pregunta sobre la sombra de Borges. Bioy responde que esa sombra fue un privilegio, y yo concluyo que ese privilegio lo gozamos nosotros también y por partida doble: al volver las páginas de los amigos B y B.