Entre numerosos y muy estimables libros de cuento y
novela, Fernando Sorrentino (Buenos Aires, 1942) se ha dado tiempo para
publicar otros pocos no narrativos sobre todo de ensayo y periodismo. Decir
“periodismo” en este caso quizá no es exacto si pensamos en el interés más bien
efímero de aquello que es publicado en la prensa, pues me refiero
principalmente a Siete conversaciones con
Borges (1974), libro que pese a su condición de entrevista, y por ello
periodístico, ha sobrevivido al paso de las décadas hasta convertirse en un
material reiteradamente citado entre los muchísimos diálogos entablados por
Borges desde que la fama lo cercó.
Aunque en la edición que tengo de Siete conversaciones con Bioy Casares (Losada, 2007) no se diga
explícitamente, es obvio que se trata de un proyecto simétrico al relacionado
con Borges. Sorrentino tuvo aquí el tino de armar una entrevista que vale por
sí sola y además por que es complementaria al diálogo con Borges. Si en la realidad B y B conformaron
la amistad literaria quizá más importante —por duradera y fructífera— de
América Latina, justo es que ambos merezcan una entrevista-libro independiente
y al mismo tiempo algo siamés, como una moneda.
La entrevista a Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999)
data de 1992. En ella, noto a un Sorrentino más suelto en las preguntas y en
las acotaciones, y esto es explicable: conversar con Borges a los treinta años,
por más que el viejo inspiraba confianza, no dejaba de ser temible. Frente al
autor de La invención de Morel,
Sorrentino ya es un hombre de casi 50 años, y Bioy ya era, porque siempre lo
fue, un caballero de permanente buen humor, un hombre de fácil trato porque de
entrada parece no creerse Gran Escritor sin llegar jamás, en contraste, a la autocompasión
que la mayor parte de las veces exuda falsa modestia.
Bioy es en esta conversación escrita el mismo sujeto al
que podemos admirar mediante las entrevistas disponibles en YouTube: un tipo
culto, cordial, amable, sin afectaciones de divo o maestro y un sonriente escéptico
hasta de sí mismo. Fueron precisamente las entrevistas de YouTube las que me
llevaron a la conversación con Sorrentino. Había leído la sostenida con Borges
y quise ver la entablada con Bioy. Encontré, en efecto, lo que ya preveía: el
autor de La trama celeste respondió a
las preguntas de su entrevistador sin aspavientos, tranquilamente, muy muy
lejos de la venerabilidad autoasignada de muchos escritores que por viejos también
se creen sabios y, sin remedio, pontifican.
Las siete conversaciones siguen el itinerario no muy
ordenado de las entrevistas ajenas a un plan rígido. Sorrentino llevó una serie
de ideas generales para orientar la charla, pero es claro que ya sobre la
marcha las palabras derivaban en temas no previstos. Los más interesantes, a mi
ver, son aquellos en los que asoman bien delineados los perfiles de la vida
literaria y sus implicaciones prácticas, es decir, el cómo que subyace en la
escritura de Bioy, quien sin ser un teórico o un obsesivo del fenómeno
literario como mecanismo, se dio tiempo en su vida para reflexionar sobre el
quehacer literario en tanto experiencia por la cual se alcanza (o no) eficacia
estética.
Entresaco algunos ejemplos como cierre de este apunte. “Y
esto [abominar de sus primeros libros] me ha servido para ser más indulgente
con la gente que empieza a escribir y para persuadirme que tiene la posibilidad
de mejorar. Hay personas que dicen: ‘¡Este es un estúpido y siempre va a ser un
estúpido!’. No, no es así. Yo sé que he sido un estúpido y… bueno, creo que he
mejorado un poco. Por eso hay que tener cierta indulgencia con los que empiezan
a escribir, pues pueden mejorar”; “El
tango es una especie de literatura espontánea de Buenos Aires”; “casi todos los
escritores que yo conozco tienen una especie de repulsión al manuscrito ajeno”
y “Uno puede tratar de que el libro que está escribiendo sea el mejor del
mundo, el mejor libro posible, pero por el libro en sí, no en comparación con
otros o para echar sombras sobre otros. No estamos en eso”.
Finalmente, hay un lugar en el que Sorrentino le pregunta sobre la sombra de Borges. Bioy responde que esa sombra fue un privilegio, y yo concluyo que ese privilegio lo gozamos nosotros también y por partida doble: al volver las páginas de los amigos B y B.