¿Es posible alcanzar la perfección en un organismo
social? ¿Los seres humanos tenemos capacidad para construir un entorno en el
que todo funcione como el engranaje de un reloj? Creo que no, que allí donde el
homo sapiens se conglomere para
desarrollar su vida indefectiblemente habrá conflictos, fealdades, turbulencias
y sobre todo reglas y restricciones de toda índole, así que el ideal de
perfección quedará en eso, en puro, en inalcanzable ideal. Hay algunas
sociedades, sin embargo, que al menos a lo lejos dan la impresión de configurar
estructuras en las que todo es armonía, paz, bienestar, equilibrio total entre
las apetencias del individuo y las normas de la sociedad que rigen el comportamiento
del enjambre humano.
Las ideas del párrafo precedente me las sugirió un
documental pescado en YouTube; su título es “Japón desde el aire”, y es
espléndido pese a su sencilla producción. Ahora que está de moda usar drones
para todo, en muchas películas y documentales vemos con frecuencia tomas áreas
o en movimiento de ascenso/descenso que hasta el momento no han dejado de
impresionar por lo novedoso que resultan las perspectivas de “picado” en
secuencias continuas, sin intercortes, del tipo que en el lenguaje técnico del
cine es denominado “plano secuencia”.
En el documental susodicho, unas cortinillas con un mapa
de Japón ilustran a qué ciudad nos desplazaremos para admirarla desde el aire.
Lo que vemos en seguida es Tokio, Nagoya, Kyoto, Sapporo, Yokohama y demás
urbes importantes desde el aire, nunca a ras de suelo, sin acercamientos al
detalle de las edificaciones, las personas o los autos. Lo impresionante es la
idea de perfección que insinúa cada toma. Los impecables edificios modernos y
la urbanización sin tacha, con vialidades sin un bache o un embotellamiento,
conviven con templos y jardines antiquísimos que dan la impresión de
irrealidad, de maqueta. Las áreas verdes, como las llamamos acá, allá no son
sólo verdes, sino tupidamente arbóreas y se pintan con matices ocres,
anaranjados, púrpuras y marrones que dan a cada toma un aspecto de pintura al
óleo. En suma: Japón desde el aire, al menos en el documental que vi, parece
una sociedad que ha alcanzado una impecabilidad sin fe de erratas, para decirlo
con una expresión lopezvelardeana. Por supuesto, debo suponer que allá no todo
es perfecto, que seguramente habrá incontables escondrijos malolientes y
atestados de peligro, aunque en el documental no sea posible visibilizarlos.
Al recorrer como ave las calles y los parques nipones no
pude no contrastar con mi entorno lo que admiré gracias a los drones del
documental. Sé que un factor imprescindible para lograr aquel conato de
perfección está en el poder económico y en la adecuada distribución de la
riqueza, pero también, claro, en la cultura, otro factor muy frecuentemente
determinado por el ingreso per cápita y la calidad de vida. No digo nada nuevo
al afirmar que un dron, por ejemplo, en La Laguna, nos dejará apreciar urbes
enclavadas en el amarillo de la estepa, pocos edificios altos y muchas casas
irregulares y sembradas algo caóticamente en fraccionamientos que han aparecido
aquí y allá un tanto bajo el gobierno del gobierno y otro tanto bajo el
gobierno del azar. Veremos asimismo, desde ese hipotético dron, áreas verdes
sin color verde, carreteras que acusan esguinces, baches, bordos y bordes imprevisibles,
fábricas metidas en espacios residenciales, el pecho de un río sin agua,
barrios desmedrados y algunas pocas zonas habitacionales cerradas e
inequívocamente dignas en su privilegiado interior.
Sé, como digo, que en muchos casos la sana economía y la
equidad determinan un desarrollo urbanístico útil y bello, pero también
ayudaría una mejora de la educación que necesitamos para colaborar como
ciudadanos al menos tratando de no estropear lo ya construido, lo ya avanzado. Sin
perder la esencia de lo que somos, siempre podemos edificar mejores entornos.
El comienzo podría estar, por ejemplo, en no tirar basura, pero a veces ni esto,
que es elemental, se cumple entre nosotros.