Recuerdo
al respecto la entrevista de Joaquín Soler Serrano a Juan Carlos Onetti. En
ella, el gran uruguayo declaró que escribía sin concierto, mediante una
metodología anárquica. Dijo que anotaba ideas en papelitos de distinta
procedencia, incluso en servilletas de confitería, y cuando se sentaba a darles
orden a veces ni siquiera sabía por qué había anotado tal o cual cosa. En
resumen, el método onettiano desafía al escritor, lo fuerza a tener buena
memoria para aprovechar los “apuntes” que se fraguan en los hiatos o sequías de
escritura.
Onetti,
no recuerdo si en la misma entrevista o en otra, también declaró que alguna vez
viajó con Vargas Llosa por tierra, en Estados Unidos. En el trayecto, para
hacer conversación, le preguntó al peruano que cómo escribía, y la respuesta
fue muy otra: dijo que se levantaba temprano, que siempre escribía a diario
varias horas en la mañana, que a mediodía paraba, comía, descansaba un poco, y
un rato de la noche, sin desvelarse, lo aprovechaba para ver cine o teatro.
Algo así, una rutina perfecta. Al escuchar esto, Onetti pensó que era una
dinámica de oficinista.
Mi
conclusión es la siguiente: en los extremos del método de escritura están el de
Onetti y el de Vargas Llosa. El primero es de vago, el segundo de oficinista,
dicho esto, en ambos casos, sin ánimo peyorativo y con obvia intención
hiperbólica. En medio hay una gama de estilos que no llega a la cuadrícula de
Vargas Llosa ni al despatarrado modo de Onetti.