miércoles, diciembre 13, 2023

Vagos contra oficinistas









Hace poco un joven escritor me preguntó en el taller literario que cuál era mi método de escritura. Le respondí de volea, sin pensarlo porque antes ya lo había pensado: mi método de escritura es un método sin método, y he sido más o menos fiel a este desorden desde hace muchos años, tantos que a estas alturas ya veo muy difícil procurarme un cambio.

El desorden al que me refiero tiene, claro, un límite, y nunca llega a cuajar en caos. Lo que hago sustancialmente es establecer ciertos periodos en los que las obligaciones alimenticias disminuyen y entonces sí, allí, escribir tanta literatura pospuesta como sea posible. Lo malo de esto es que tales agujeros sin chamba no son frecuentes, y entonces la labor de escribir (literatura) es pateada para adelante sin remedio.

Recuerdo al respecto la entrevista de Joaquín Soler Serrano a Juan Carlos Onetti. En ella, el gran uruguayo declaró que escribía sin concierto, mediante una metodología anárquica. Dijo que anotaba ideas en papelitos de distinta procedencia, incluso en servilletas de confitería, y cuando se sentaba a darles orden a veces ni siquiera sabía por qué había anotado tal o cual cosa. En resumen, el método onettiano desafía al escritor, lo fuerza a tener buena memoria para aprovechar los “apuntes” que se fraguan en los hiatos o sequías de escritura.

Onetti, no recuerdo si en la misma entrevista o en otra, también declaró que alguna vez viajó con Vargas Llosa por tierra, en Estados Unidos. En el trayecto, para hacer conversación, le preguntó al peruano que cómo escribía, y la respuesta fue muy otra: dijo que se levantaba temprano, que siempre escribía a diario varias horas en la mañana, que a mediodía paraba, comía, descansaba un poco, y un rato de la noche, sin desvelarse, lo aprovechaba para ver cine o teatro. Algo así, una rutina perfecta. Al escuchar esto, Onetti pensó que era una dinámica de oficinista.

Mi conclusión es la siguiente: en los extremos del método de escritura están el de Onetti y el de Vargas Llosa. El primero es de vago, el segundo de oficinista, dicho esto, en ambos casos, sin ánimo peyorativo y con obvia intención hiperbólica. En medio hay una gama de estilos que no llega a la cuadrícula de Vargas Llosa ni al despatarrado modo de Onetti.