En
noviembre del año que cerrando vamos fue presentada una colección de seis
cuadernillos publicados por la Ibero Torreón. Los textos que componen cada
ejemplar nacieron en el seno de Taller de periodismo de opinión de la
mencionada universidad, y fueron organizados por Laura Elena Parra (Letras
sobre letras), Claudia Rivera Marín (Mente,
corazón y letra), Claudia Guerrero Sepúlveda (México
en lontananza), Zaide Seáñez Martínez (Sentipensar
de mujer) y Andrés Rosales Valdés (Observatorio
de salarios). El quinto de la serie es Voces
de la calle, de mi autoría. Además de su materialización en papel,
están disponibles en documentos de PDF separados que aquí es posible “bajar” gratis.
Va la antesala de mi plaquette:
La
más importante y decisiva creación humana la tenemos siempre frente a nosotros,
tan a la mano que ni siquiera es necesario estirar el brazo para asirla. Es el
lenguaje, la posibilidad de articular palabras y, con ellas, cristalizar el
asombro de comunicar desde lo más sencillo hasta lo más complejo. Quien
advierte esta maravilla no tiene ya escapatoria: como todo pasa por las
palabras, la vida es un permanente catálogo de posibilidades para el goce y la
reflexión.
Hay
un ensayo en el que Borges analiza versos de cuño populachero. Los ha elegido
deliberadamente burdos para demostrar que hasta la escritura menos esmerada
admite una explicación ceñida a la retórica: cualquier criatura de palabras
posibilita la observación de su engranaje. Así entonces, en todo lo que
enunciamos hay aciertos o pifias, hallazgos deslumbrantes o expresiones
gastadas, logros impecables o transgresiones de la lógica, poesía o fealdad,
fluidez o tortuosidad, inteligencia o estupidez.
Lamentablemente,
como nos son tan naturales, pasamos a través de las palabras sin pensar en
ellas, como si no fueran el producto más acabado y perfecto de la cultura
humana. Suelo referirme a esta indiferencia cuando comento los primeros dos
versos del archiconocido huapango “La malagueña”, que cantamos sin pensar: “Qué
bonitos ojos tienes / debajo de esas dos cejas”, y ya desde allí hay algunos
disparates: es obvio que los ojos están “debajo” de las cejas, y además no es
necesario decir que las cejas son dos, pues no es habitual encontrar seres
humanos con tres o más cejas que sirvan de ornamento para tres o más bonitos
ojos.
En
la conversación familiar, en la publicidad, en el periodismo, en el diálogo que
entablamos con el compa de la vulka cuando se nos poncha una llanta, en una
conferencia de las pleonásticamente llamadas “magistrales” (si la conferencia
no implica magistralidad, ¿qué caso tiene ofrecerla?), en las clases, en los
memes, en todos lados se abren posibilidades para indagar en los entresijos de
la palabra. Lo único que hace falta es un poco de curiosidad y aceptar que nada
define mejor al ser humano que el hecho prehistórico de hablar y —más
recientemente, desde hace cinco mil años— de escribir.
Voces de la calle es, en síntesis, un testimonio quizás un tanto juguetón, pero en el fondo serio, de mi inacabable estupor ante el instrumento que, por ejemplo, me ha permitido llegar hasta aquí, a este párrafo, y saber que soy, quevedianamente, escuchado con los ojos de quien lee. Bienvenidos pues a este manojito de perplejidades cuyo título encontré en unos versos de Joan Manuel: “Pero puestos a escoger soy partidario / de las voces de la calle / más que del diccionario”.