Durante
todo el año que hoy se encuentra al borde de su ocaso tuve en la cabeza esta
efemérides: en 1923 fue publicado Fervor
de Buenos Aires, primer libro de Borges. Me impuse como tarea decir algo, aunque sólo fuera este mínimo apunte ya tardío, porque se trata de un arranque editorial
significativo para la literatura en nuestra lengua y aún para la literatura a
secas, dado que el autor de aquel título se convertiría en lo que es ahora: un
monstruo al que resulta imposible no admirar.
En
la entrevista número dos de Antonio Carrizo, disponible en YouTube, Borges
reveló que Fervor… no fue en realidad
su primer libro, sino el cuarto, aunque los tres primeros fueron destruidos por
su precoz autocrítica. Cuando lo publicó tenía 24 años, una edad en la que para
cualquier escritor todavía es difícil calibrar con ecuanimidad el valor de la
obra propia.
Borges
señaló que en la publicación de Fervor…
tuvo que ver su padre, pues él fue quien pagó el pequeño tiraje de aquel poeta
desconocido. Recién la familia Borges Acevedo había regresado de Europa, y es
más que lógico pensar que Georgie, como le decían al joven Jorge Luis, había
conversado largamente con su padre sobre asuntos literarios. En alguno de
aquellos diálogos el aspirante a escritor escuchó que no debía apurarse por
publicar, y que lo hiciera cuando estuviera seguro de que la obra comunicaba
algo atendible.
Fue
así como Borges se animó a publicar Fervor…
en 1923. Quizá no lo hizo completamente convencido, dado que hasta su muerte le
puso “peros” al primer libro de su producción. En la entrevista con Carrizo, de
hecho, Borges observa que de Fervor…
sólo rescataba el poema “Llaneza”, aunque esta parece una más de las muchas
licencias que el genio se permitió en la exageración de su modestia.
Hoy, si alguien tiene uno de los 300 ejemplares de aquella primera edición de Fervor… ha de saber que posee un objeto de culto valuado en varios cientos, acaso miles de dólares (veo en una web que lo tienen a 48 mil euros, casi un millón de pesos mexicanos). Es el primer libro del más grande escritor latinoamericano del siglo XX, un pequeño volumen que este año aterrizó en su centenario y, contra la opinión de su autor, juzgo hermoso porque prenuncia lo que vendría poco después: una obra que renovó y seguirá renovando la escritura en castellano.