No
soy ni seré flor ni espejo de melómanos, pero a lo largo de mi ya sexagenaria
vida he sabido escuchar con atención y gratitud a varios hacedores de música
popular y culta. Alguna vez establecí una lista de mis admirados, y no sin
asombro vi que se expandía hasta incluir una cantidad de nombres no sólo
amplia, sino harto variada. La amplitud de mi enciclopedia musical se debe,
creo, a un ancho de banda que no sé por qué deja entrar en mi gusto a
personajes de lo popular y lo culto por igual. No es, tampoco, una sumatoria
aplastante, pero en su arco deja entrar lo mismo a Bach y a Vivaldi que a
Javier Solís y Adriana Varela, y lo mismo a Yupanqui que a Pérez Prado y Lola
Beltrán. Eso sí: jamás descenderé al inframundo de los actuales pesoplumíferos; hasta
allí no llego ni amenazado con una fusca en la nuca.
Que
el largo e innecesario preámbulo que me acabo de echar sirva como telón de
respeto y agradecimiento a Joan Manuel Serrat, compositor y cantante que sin
duda ocupa un lugar significativo entre mis afectos auditivos. Dado que nació
en Barcelona hacia 1943, el pasado 27 de diciembre llegó a los ochenta de su
edad, motivo más justificado para celebrar la calidad de su trabajo, un trabajo
prolongado hoy a casi sesenta años de trajín en el mundo de la cantautoría.
Se
dice fácil, como decir se suele, pero llegar a casi seis décadas de plenitud
creativa no es sencillo. Para lograrlo se necesita una escalera grande y otra
chiquita, ambas permanentemente firmes y de pie. La clave de Serrat no ha sido,
por supuesto, su voz, de poca potencia y un poco temblorosa, aunque siempre
bien colocada en cada nota, jamás desafinada. El fuerte, la magia de Serrat ha
estado, obvio, en sus letras y sus arreglos. Todos tienen algo, una belleza que
sin incurrir en densidades y hermetismos logra comunicar emociones con las
palabras justas, siempre con matices melancólicos, tristones, críticos y,
cuando lo requiere la ocasión, hasta humorísticos.
La
belleza es difícil de explicar. Le pasa lo que le pasa a la definición del
tiempo cuando se la preguntaron a San Agustín, según dicen: si no me lo
preguntan, lo sé; si me lo preguntan, no lo sé. Yo sé que hay belleza en las
letras de Serrat, pero a la hora de explicarla es cuando batallo. Sin embargo,
es posible sobrevolar su inteligencia, discernirla.
Sus
letras son muchísimas, y no me detendré en pensar una completa aunque con una
sola pieza podría ser demostrada la malicia literaria de Joan Manuel. Es el
caso del “Romance del curro El Palmo”, una de las canciones más tristes y
desgarradoras que registro. Serrat tiende a lo narrativo, a contar historias
con versos, y siempre encuentra las palabras y las frases justas para ilustrar
sus relatos.
En
sus composiciones el español es manejado sin oropeles, con pulcritud y soltura.
El catolicismo, la guerra civil, el franquismo, el catalanismo, el anarquismo,
las aspiraciones y los miedos de la sociedad española del siglo XX respiran en
cada pieza. En “Fiesta” se siente desde los primeros versos una fiesta popular
española: “Gloria a Dios en las alturas / recogieron las basuras / de mi calle
ayer a oscuras / y hoy sembrada de bombillas”. Hay aquí una gota de humor:
agradecer a Dios porque recogieron las basuras.
En
“No hago otra cosa que pensar en ti” el poeta desea escribir una canción a la
mujer amada, pero el proceso es un desastre. Las musas no aparecen y en sus
estrofas se filtra el humor: “Busqué, mirando al cielo, inspiración / y me
quedé colga’o en las alturas. / Por cierto al techo no le iría nada mal / una
mano de pintura”. En “Cada loco con su tema” Serrat señala preferir, en una
luminosa hipérbole, “el lunar de tu cara a la pinacoteca nacional”. En “Llegar
a viejo”, un portento, me deslumbra “Si no se
llegase huérfano a ese trago”, la vejez. En fin, aciertos a pasto los del
artista catalán que rindió tributo a su pueblo con “Por las paredes”, una
canción perfecta.
Martín
Palacio Gamboa, amigo poeta y músico uruguayo, armó por estos días una lista de
sus veinte serrateanas favoritas. Yo tengo las mías también, pero temo que preferiría
una lista de cuarenta o cincuenta. Serrat es tan bueno que perdurará. Sus
canciones son ya un patrimonio intangible de muchísimos admiradores a los que
sin duda sucederán otros cuando nos hayamos ido.
Desde
mi lagunero anonimato digo, pues, felices ochenta, maestro Joan Manuel.
Por
último y al margen: feliz 2024 para los pasajeros habituales de Ruta Norte. Que
los abrace un año espléndido.