Siempre
que dos viejos se reúnen, en algún momento hablan sobre la comunicación actual
y la comparan con lo que no hace muchos años tenían a la mano para enviar
mensajes. Por “viejos” abrazo —dada la velocidad con la que se nos vino encima
el desarrollo de las nuevas tecnologías, principalmente de internet— a todos
los que ya atravesaron, atravesamos, la frontera de los cuarenta años.
En
alguna reunión de hace tiempo crucé, entre otros muchos sabrosos comentarios,
uno sobre este tema con mis amigos Chava Perales, Heriberto Ramos, Chuy Haro y
Édgar Salinas. Les cité una canción de Leo Dan que hoy es, creo, incomprensible
para los muchachos. Es “Extraños”, aquella en la que el protagonista dice que
le llama a su chica sin obtener resultados positivos.
Cómo
poder saber si te amo
si la vida que llevamos
no nos da tiempo a pensar;
cómo poder saber si te amo
si además cuando te llamo,
me contestan que no estás.
si la vida que llevamos
no nos da tiempo a pensar;
cómo poder saber si te amo
si además cuando te llamo,
me contestan que no estás.
Esa
es ahora una situación casi impensable. Con los celulares y todo lo demás,
nadie llamaría sistemática, infructuosamente a su amorcito para encontrar del
otro lado de la línea la voz cortante de la madre, el padre, el hermano o la
tía solterona que con mayor razón se convertirá en dique contra la insistencia
del pobre enamorado.
No
existe la nota al pie de canción, así que podemos atrevernos a modificar, en
una sola grafía —una “s” por una “n”—, la letra del cantautor
santiagueño para que no parezca anómala a las nuevas generaciones. Mi propuesta
es la siguiente, aunque es inevitable atropellar la lógica:
Cómo
poder saber si te amo
si la vida que llevamos
no nos da tiempo a pensar;
cómo poder saber si te amo
si la vida que llevamos
no nos da tiempo a pensar;
cómo poder saber si te amo
si
además cuando te llamo,
me contestas que no estás.
me contestas que no estás.
La
comunicación amorosa es ya absolutamente distinta a la de antaño, y por
“antaño” me ubico apenas quince o veinte años atrás. Así, las cartas de enamorados,
los desencuentros motivados por imprevistos, la falta de evidencias sobre
infidelidades, todo ha sido anulado o trastrocado por Whatsapp y otros medios
afines. Ahora ya no se dará aquella escena heroica de nuestra adolescencia: uno
cuchicheando con la novia en el único teléfono de la casa, en la sala y con
toda la familia frente a la tele, con un oído al gato y otro al
garabato.