miércoles, febrero 06, 2019

Espíritu de las áreas verdes














En el debate público sobre las necesidades de una ciudad poco se enfatiza el valor de las áreas verdes como aglutinante social. Mientras los candidatos andan en campaña, prometen lo que ya sabemos: honradez, buena administración de los recursos, drenaje, alumbrado, atracción de inversiones que generen empleo, seguridad, apoyo al deporte y la cultura y así, una batería más o menos estándar de ofrecimientos que son el pan de cada campaña. En los discursos aparece la necesidad de las áreas verdes, ciertamente, pero siempre de manera algo tangencial, casi como nota al pie de página, sólo por no dejar.
Las áreas verdes son el equivalente a un jardín en la casa, un espacio para el reposo y la contemplación, para el solaz de la lectura y la sensación de bienestar en soledad o en compañía. Si todo fuera concreto y pavimento, como hoy muchas ciudades lo son, la sensibilidad del ser humano no tendría margen para el descanso de su mirada en medio del estrés que producen los problemas cotidianos. Una plaza, un parque, un bosque y a veces hasta un andador bien provisto de plantas hacen la diferencia entre una ciudad hostil, amenazante, y otra grata a los sentidos, amable con el espíritu del ciudadano local y del foráneo que la visita.
En el entorno que me queda cerca, el de Torreón en su zona céntrica y su segundo cuadro, hay pocos espacios verdes. La plaza de armas, la alameda, el bosque y un poco más al nororiente la plaza Madero, son los tres únicos puntos cuyas características son equiparables a lo que denominamos áreas verdes. La Plaza Mayor, por más que en un extremo tenga las jardineras colindantes con la avenida Morelos, es lo menos parecido a un área verde, pues se trata de una plancha de concreto que por otro lado es viable para lo que fue construida: un espacio adecuado para organizar actividades cívicas y presentaciones (sobre todo musicales) masivas.
La carencia de áreas verdes se puede cuantificar de inmediato, casi a simple vista. Por ejemplo, todo el bulevar Independencia, desde la Múzquiz hasta la Plaza Galerías, no las tiene, ninguna. Todo lo que hay son edificios, comercios, plazas comerciales, concesionarias de automóviles, gasolineras... Ni siquiera hay allí una florería, algo que se relacione —así sea oblicuamente— con la naturaleza.
En este aspecto, la política pública de un ayuntamiento no sólo debe consistir en el remozamiento de lo que ya hay. Eso está muy bien, pero debe ser acompañado por un esfuerzo permanente para pellizcar terreno al cemento, para ganar cancha a la “civilización” que suponen los negocios. Porque sembrar árboles es ciertamente un emprendimiento relacionado con la salud pública en sentido físico, pero no sólo eso: el espíritu del hombre también se beneficia cuando camina, cuando ve, cuando huele espacios verdes, aireados, propicios para el encuentro y la conversación libres del ajetreo habitual en calles y oficinas.