Un paseo por el
monstruo
Aitana Muñoz
Sabemos que existen, que viven entre nosotros y que
nos acechan, ¿pero cómo identificar a los monstruos pentápodos? La respuesta es
que a simple vista son irreconocibles. Extrañas criaturas con figura humana
disfrazadas de sujeto promedio, estos monstruos están preparados para robar
cualquier esperanza y deseo de vida a su víctima, en especial porque no saben
jugar limpio, no conocen de reglas y mucho menos aceptan el “meterse con alguien de su tamaño” (o edad) porque eso significaría
renunciar a sus deseos más profundos, a sus fantasías más prohibidas y sus
instintos más primitivos.
Por otra parte, estamos los morbosos. Los que
leemos sus historias y les damos infinitas vueltas en la cabeza. Surge la
irremediable pregunta: ¿nacen o se hacen? Nos encanta ser perturbados por este
tipo de fenómenos, nos asquea y nos disgusta pero no podemos dejar de mirar.
Pues bien, el caso de El monstruo pentápodo (Liliana Blum, Tusquets,
México, 2016, 237 pp.) no es la excepción. Con una narración alucinante la autora
nos transporta sin dificultad a una humilde escuela de natación con montones de
niños en traje de baño corriendo alegres; después, pasea al lector por las
calles, parques y restaurantes duranguenses donde, una vez más, abundan los niños,
y de ahí, a un sótano frío y oscuro en el cual la población se reduce a un
pequeño individuo.
Además de la atmósfera elaborada con sumo cuidado
por la autora, en esta novela encontramos personajes exquisitamente descritos,
creados con preciso detalle y tan reales como cualquiera de nuestros conocidos.
En primer lugar nos presenta, como es de esperarse, al monstruo. Dicho sujeto
de mediana edad, ciudadano ejemplar, distinguido en la sociedad, con un único
placer culposo del que no piensa privarse, es Raymundo Betancourt. Es tanto su
deseo por una pequeña niña que, con una meticulosidad asombrosa, comienza a
elaborar un plan de ataque del cual nos obliga a ser cómplices. Con pequeños
fragmentos de su pasado, su contexto familiar y el desarrollo de su obsesión
por las niñas, empezamos a comprender (sin dejar de aborrecer) a este
personaje. Terminamos conociendo todos sus gustos, tanto los superficiales como
los prohibidos, conocemos su forma de pensar, de hablar y de caminar, al igual
que cada metro cuadrado de su casa: la entrada, la cocina, el cuarto, el baño,
el sótano. Después, Blum nos deleita con el segundo personaje pilar de esta
historia: Aimeé, una mujer que cumple con todos los requisitos necesarios para
ser parte de la vida de Raymundo, o al menos eso creía ella, y con ella, los
lectores. Primero, debido a su condición, cumple con la complexión necesaria
para satisfacer parcialmente las fantasías del gran monstruo pentápodo.
Segundo, no existe entre ellos una diferencia de edad alarmante para la
sociedad por lo que, en ese aspecto, ambos están tranquilos. Y por último,
Aimeé cuenta con un grave déficit de autoestima que facilita a Raymundo
manipularla y moldearla a su gusto.
Ambos personajes terminan más relacionados de lo
que su estabilidad mental podría soportar. Desafían su propio razonamiento
lógico y moral, y rompen con cualquier vestigio de cordura que habitaba en
ellos. Son estos factores los que mantienen corriendo la espeluznante narración
y logran corroer la paz del lector.
El monstruo pentápodo es una novela que no puede dejarse inconclusa,
página tras página retuerce cada fibra de nuestra sensibilidad y cuando uno
cree que no puede estar más perturbado, únicamente es cuestión de seguir
leyendo. Probablemente no es la historia que esperamos contar con ansias a los
familiares y amigos, sino un relato privado, secreto y oscuro, tan macabro que
convierte al lector en el segundo habitante del sótano de Raymundo Betancourt.
Por sus personajes dignos de un análisis psicológico
profundo, una imaginación excepcional que cumple su objetivo en cada párrafo, una trama original ambientada en un contexto social actual, recomiendo ampliamente su lectura, si se atreven.