sábado, octubre 19, 2024

Diálogo Arcinegas-Reyes

 











Rectifico. Una vez dije que la correspondencia entre escritores, fuente valiosa de información para analizar sus filias y sus fobias, se había perdido con la llegada de las nuevas tecnologías. No es tan así, si nos atenemos a las capacidades técnicas del resguardo de datos. La información podrá sobrevivir al menos un tiempo, tanto como dure en condiciones funcionales la tecnología de soporte, pero es un hecho que, en el caso del género epistolar, nada mejor que la carta de papel para garantizar una permanencia mayor de los mensajes, una durabilidad de décadas e incluso de siglos. El papel y la tinta son más resistentes que los bits.

Todavía hoy estamos en fechas adecuadas para rescatar miles de mails enviados entre escritores hace veinte años o poco más. El problema no está tanto, por ahora, en la caducidad de los soportes, sino en otros asegunes prácticos. ¿Los escritores comparten sus contraseñas antes de morir? ¿Se toman la molestia de copiar las cartas en Word o de imprimirlas? ¿Escriben todavía mails o migraron a la comunicación desprolija de Whatsapp? En un mundo saturado de mensajes, ¿hay tiempo y voluntad para escribir misivas electrónicas con la extensión y el buen ánimo estilístico de las cartas de papel? Estas preguntas, y las que no se me ocurren, me dejan la sensación de que la literatura epistolar entre escritores ha muerto, que ya no hay corresponsales y el universo de lo postal entró de golpe en la dinámica de la aceleración y la abundancia que hoy torna imposible resucitar esos diálogos, si los hubiera. ¿Quién se animaría a hurgar en las cartas digitales cruzadas entre dos escritores?

Por supuesto, no es el género mayor ni lo más valioso de la producción de un escritor, pero las cartas permiten, y por eso son organizadas y publicadas, inmiscuirnos en el terreno de la intimidad, de la confianza, del trato inteligente y amistoso la mayor parte de las veces. Entre los escritores que más cultivaron este género está Alfonso Reyes, quien fue tan afecto a la correspondencia que, casi puedo asegurarlo, dejó su archivo postal muy bien organizado porque sabía que sería investigado, que otros ojos se adentrarían en aquella escritura aparentemente fraguada para un solo destinatario. Reyes escribió miles de cartas porque era de natural atento, además de que en muchos casos representaba parte de su trabajo y era una de las vertientes de su vocación. Todos los días dedicaba varios minutos a responder, a co-responder, así que el material disponible de este tipo da la impresión de ser tan abundante como su obra directamente pública.

En otra oportunidad he escrito sobre algunos de sus libros epistolares. Son muchos, y por lo general han sido publicados como debe ser: no las cartas de Reyes a muchos destinatarios en un solo libro, sino a uno solo en cada volumen. Del que deseo ocuparme brevemente en estas líneas es del organizado para compartir el diálogo postal entre el regiomontano y Germán Archinegas (1900-1999), escritor, periodista, profesor y diplomático colombiano, quien desde que descubrió la obra de Reyes profesó por ella y por su autor una admiración devota.

De Arciniegas había leído dos libros: Biografía del Caribe (Porrúa, México, 1983) y Este pueblo de América (SEP-Setentas, México, 1974). El primero es, para mí, uno de los mejores que he atravesado de la siempre querida colección Sepan cuantos…, y desde 1990 no he dejado de recomendarlo cuando se habla de la conquista de América cuyo primer escenario fundamental fue el Caribe. Es un libro tan documentado como hermoso por su estilo, un libro de historia escrito con temple estético.

Ahora, en Algo sobre la experiencia americana. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Germán Arciniegas (El Colegio de México, México, 1998, 131 pp.) me entero con felicidad que estos dos grandes dialogaron de lejos: uno, el mexicano entrado en años, instalado ya en la Ciudad de México luego de su largo recorrido por Europa y Sudamérica como funcionario de nuestro Servicio Exterior; el otro, Arciniegas, como viajero frecuente en su papel de diplomático y profesor, sobre todo, en universidades norteamericanas. La curaduría y el prólogo de esta correspondencia fue realizada por Serge I. Zaïtzeff, a quien por cierto creo que conocí, pues si no recuerdo mal vino a Torreón, al TIM, para presentar, junto con Emmanuel Carballo, la correspondencia de Reyes con Torri publicada por la UNAM en 1995.

Las cartas AR-GA cubren un periodo de quince años, de 1935 a 1959. La última de Reyes a su amigo bogotano fue enviada el 24 de julio del 59, es decir, cinco meses antes de morir. No es un flujo epistolar muy apretado, las cartas son esporádicas, pero no tan pocas como para no dar cuerpo a un libro que, es lo principal, resulta suficiente para afirmar que GA, esforzándose con cierto pudor por mostrar un trato relajado y hasta socarrón, no puede dejar de volcar palabras de plena admiración a su corresponsal mexicano.

En ellas se intercambian elogios, se envían y comentan libros recientes y proyectos editoriales tanto bibliográficos como hemerográficos; a veces se reclaman los silencios que GA justifica, con razón, por lo agitado de su agenda entre viajes y más viajes. AR, ciertamente, tenía al menos la ventaja de estar fijo ya en su biblioteca, mientras el colombiano andaba en su plenitud física volcada a lo laboral.

El libro exhibe la prosa magnífica de Reyes, quien hasta en las cartas añade como condimento la rara gracia de su estilo. Un ejemplo. En una carta del 18 de abril de 1945, dice:

Querido Germán:

Por su carta del 3 del actual veo que se perdió una anterior de usted.

Mi casi hermano Cosío Villegas es mal conducto para recados. Su laconismo espartano deriva cómodamente hacia el olvido. No he visto la Revista de América. Espero con ansia los números que me anuncia.

Mañana o pasado le enviaré colaboraciones con el mayor gusto. Entre tanto aquí van mis datos biográficos y bibliográficos y aquí va un retratillo. Entre los honores recibidos, no cuento aún la Cruz de Boyacá, porque la noticia que usted me da es la primera que recibo. Pero no hace falta siquiera tan altísimo honor para que yo me sienta unido a Colombia, donde mi primer libro de adolescente encontró su público más numeroso e ilustrado.

Lo abraza muy cordialmente su constante amigo

Alfonso Reyes

El libro cierra con ocho artículos de GA sobre AR. En todos late lo mismo: un respeto, una veneración sin orillas.