Supongo
que, como casi todos los escritores que además fueron periodistas, Vicente
Leñero (Guadalajara, 1933-Ciudad de México, 2014) dejó muchos textos por imprimir
o incluso, en el caso de sus materiales hemerográficos, por organizar y
publicar. No todo lo que queda en carpetas sirve para llegar al libro, es
verdad, pero con un poco de depuración es viable transformarlo en volúmenes asequibles
para los lectores. En el caso de Leñero, no es poco lo que escribió primero para
la prensa y luego, poco a poco, fue arracimando en títulos como La Zona Rosa
y otros reportajes, Talacha periodística y Periodismo de emergencia. No
es, ni de él ni de nadie como él, lo más valorado de su escritura, pero muchos
lectores —entre los que me cuento— lo aprecian como parte significativa de su
obra dado que como profesional de la escritura no sólo fue novelista y
dramaturgo, sino también abundante periodista (precisamente, combinó ambas
pericias en Los periodistas y Asesinato, consideradas sus dos novelas
sin ficción).
Uno
de los títulos de la índole que describo es Más gente así, compilación
de piezas con sabor, la mayoría, a crónica. Lo leí y lo reseñé hace poco más
de tres años sin saber que tenía un antecedente: Gente así. Tampoco
sabía de la existencia de Mucho más gente así (Alfaguara, México, 2017,
256 pp.), que recién leí y me parece un libro atendible. Sólo me falta pues el
primero para afirmar que he recorrido esta trilogía; en ella no está, insisto,
el mejor Leñero, pero si aquél cuya pasión por contar la realidad lo acompañó
hasta el final de sus días. Echo un vistazo en caída libre a las doce piezas que
componen este título.
“Fumar
o no fumar” es una crónica de su adicción al tabaco. Expone casos de escritores
entregados al cigarrillo y de allí pasa a su caso y cómo luchó para vencerlo.
Tuvo siete años de abstinencia, recayó y al final confiesa que ya no lo
dejaría. Algo observa también sobre las campañas que amedrentan al fumador con
imágenes pavorosas en las cajetillas, lo cual también me parece el colmo del
mal gusto.
Amplía
crónica sobre los encuentros y desencuentros periodísticos de Leñero con el
subcomandante es “Al acoso de Marcos”. Describe el revuelo que causó la disputa
por sus entrevistas, lo que parece la prehistoria aunque aquello ocurrió a
mediados de los 90. Un fleco importante del relato es la obsesión periodística
de Julio Scherer, su fervor por “la exclusiva”. Pasa rápido sobre la foto de
Marcos exhibida durante el zedillato en la PGR por Juan Ignacio Zavala —el
cuñado de Calderón— cuando todavía era usuario de pelo en la cabeza.
En
“Yuliet” trabaja sobre la delgada línea que separa la ficción de la crónica.
Yuliet es una ricachona lesbiana que asiste al taller de dramaturgia impartido
por Leñero. A punta de billetes, ella lo aísla para que la apoye en la
escritura de una novela autobiográfica. Trabajan en su caserón, pero ella es una
escritora caótica, no respeta ninguna regla. Al final ocurre un hecho violento
y el destino de Yuliet parece cerrarse con la publicación de su novela-bodrio Mis
amores.
“Oraciones
fúnebres” presenta tres necrológicas: de Garibay, Rascón Banda y Granados
Chapa. En ellas destaca, respectivamente, la fiereza, el pleiteo contra todos,
el oído para la armadura de diálogos, la enormidad de sus propósitos literarios;
el fervor por hacer teatro con la realidad, la voluntad de convertir en pieza
para la escena todo lo que ocurre alrededor de la vida; y la tenacidad, el
silencio, la memoria y la pulcritud fría al hacer periodismo de opinión. Son
excelentes semblanzas, todas escritas en función de la cercanía profesional y
afectiva.
En
“El casillero del diablo” arma otro texto urdido en la franja realidad-ficción.
Trata sobre un libro de Enrique Maza cuyo tema fue el diablo, obra debatida y
al final censurada por Roma. Allí mismo cuenta una anécdota de Fernando Zamora,
amigo que se interesó por asistir a un curso sobre exorcismo. Zamora le inventa
que en el cursillo conoció a un cura dizque poseído, pues la gente cercana a su
vida moría misteriosamente. Es un juego que al parecer Zamora inventó para que
Leñero urdiera después un documento realista a partir de la ficción, al revés
de lo que sucede la mayor parte de las veces.
“Manual
para vendedores” es una crónica del engargolado que le envía un viejo amigo de
la primaria, a quien no recuerda. Es vendedor. Se cita con él en un café y no cesa
de contestar llamadas al celular. Leñero se va. Pasa un tiempo y se arrepiente,
siente culpa y le llama. Hay una sorpresa final que no develo, lo que da a la
pieza un remate de cuento.
Recuerdo
escrito en primera persona del presente, “Mañana se va a morir mi padre” trata
sobre el día en el que revisan a su padre por un posible tumor en el cerebro.
La cosa viene de unos meses atrás, desde que su viejo entró en el deterioro anticipatorio
del fin. Aparecen su hermano y su hermana, su madre, su cuñada, su esposa
Estela y, claro, su padre tendido en la cama, perdida la mirada, débil, frente
a un tal doctor Del Cueto. El título es elocuente: revive el día anterior a la
muerte de su padre y lo que hicieron sus familiares.
“El
ajedrez de Casablanca” es la historia de la jovencita Julia María, ajedrecista
michoacana huérfana que en la Ciudad de México ganó una beca para mejorar su
ajedrez. Vive con sus tíos y consigue el trabajo de acompañar a cierto viejo en
un asilo, quien la contrata para jugar. No le paga las partidas y le regala un tablero
que supuesta, que mañosamente perteneció a Capablanca. Como siempre en los
relatos de Leñero, se siente la naturalidad de una prosa oscilante entre lo literario
y lo periodístico, magnética.
Especie
de cuento con preámbulo y conclusión, no muy logrado, es “El flechazo”. La
nieta de Leñero le pide un cuento de amor. Él lo escribe. Trata sobre un joven
representante de compañías farmacéuticas que está de visita en Salvatierra,
Guanajuato. En el consultorio de un doctor conoce a la recepcionista Glafira y de
inmediato se enamora de ella. No digo más. Es un relato simple, casi elemental
y creo prescindible.
“La
pequeña espina de Alfonso Reyes” aborda una acusación ¡de plagio! Al más importante
escritor mexicano del siglo pasado. Hizo su defensa José Emilio Pacheco, quien
al parecer dejó noqueados a los detractores que en su momento aprovecharon una
bicoca para echar pestes contra el polígrafo.
Relato
de una especie de administrador o lavador de dinero de los narcos tijuanenses
es “La noche del Rayo López”. Desde el meollo de la delincuencia, el empleado
de los criminales habla sobre los tratos entre capos, y particularmente de una
fiesta donde manda “Benjamín”; también, de una reunión convocada por el pesado Félix
Gallardo. Es un texto que basa su eficacia en la oralidad trocha, siempre
brutal y pedestre, de los narcos.
El
último texto es “Queen Federika”, una especie de memoria parcial sobre su paso juvenil
por la España franquista y el regreso a América en un barco de octava
categoría.
Libro misceláneo, insisto en que no es de los más importantes en la producción de Vicente Leñero; Mucho más gente así (creo que el título debió ser “mucha”) contiene piezas estimables, otras regulares y una o dos dignas de supresión y olvido. En cualquier caso, es un título cómodo, útil para la convivencia relajada con uno de los mejores escritores-periodistas que nos dio el siglo XX mexicano.