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sábado, octubre 05, 2024

Mucha más gente de Leñero

 











Supongo que, como casi todos los escritores que además fueron periodistas, Vicente Leñero (Guadalajara, 1933-Ciudad de México, 2014) dejó muchos textos por imprimir o incluso, en el caso de sus materiales hemerográficos, por organizar y publicar. No todo lo que queda en carpetas sirve para llegar al libro, es verdad, pero con un poco de depuración es viable transformarlo en volúmenes asequibles para los lectores. En el caso de Leñero, no es poco lo que escribió primero para la prensa y luego, poco a poco, fue arracimando en títulos como La Zona Rosa y otros reportajes, Talacha periodística y Periodismo de emergencia. No es, ni de él ni de nadie como él, lo más valorado de su escritura, pero muchos lectores —entre los que me cuento— lo aprecian como parte significativa de su obra dado que como profesional de la escritura no sólo fue novelista y dramaturgo, sino también abundante periodista (precisamente, combinó ambas pericias en Los periodistas y Asesinato, consideradas sus dos novelas sin ficción).

Uno de los títulos de la índole que describo es Más gente así, compilación de piezas con sabor, la mayoría, a crónica. Lo leí y lo reseñé hace poco más de tres años sin saber que tenía un antecedente: Gente así. Tampoco sabía de la existencia de Mucho más gente así (Alfaguara, México, 2017, 256 pp.), que recién leí y me parece un libro atendible. Sólo me falta pues el primero para afirmar que he recorrido esta trilogía; en ella no está, insisto, el mejor Leñero, pero si aquél cuya pasión por contar la realidad lo acompañó hasta el final de sus días. Echo un vistazo en caída libre a las doce piezas que componen este título.

“Fumar o no fumar” es una crónica de su adicción al tabaco. Expone casos de escritores entregados al cigarrillo y de allí pasa a su caso y cómo luchó para vencerlo. Tuvo siete años de abstinencia, recayó y al final confiesa que ya no lo dejaría. Algo observa también sobre las campañas que amedrentan al fumador con imágenes pavorosas en las cajetillas, lo cual también me parece el colmo del mal gusto.

Amplía crónica sobre los encuentros y desencuentros periodísticos de Leñero con el subcomandante es “Al acoso de Marcos”. Describe el revuelo que causó la disputa por sus entrevistas, lo que parece la prehistoria aunque aquello ocurrió a mediados de los 90. Un fleco importante del relato es la obsesión periodística de Julio Scherer, su fervor por “la exclusiva”. Pasa rápido sobre la foto de Marcos exhibida durante el zedillato en la PGR por Juan Ignacio Zavala —el cuñado de Calderón— cuando todavía era usuario de pelo en la cabeza.

En “Yuliet” trabaja sobre la delgada línea que separa la ficción de la crónica. Yuliet es una ricachona lesbiana que asiste al taller de dramaturgia impartido por Leñero. A punta de billetes, ella lo aísla para que la apoye en la escritura de una novela autobiográfica. Trabajan en su caserón, pero ella es una escritora caótica, no respeta ninguna regla. Al final ocurre un hecho violento y el destino de Yuliet parece cerrarse con la publicación de su novela-bodrio Mis amores.

“Oraciones fúnebres” presenta tres necrológicas: de Garibay, Rascón Banda y Granados Chapa. En ellas destaca, respectivamente, la fiereza, el pleiteo contra todos, el oído para la armadura de diálogos, la enormidad de sus propósitos literarios; el fervor por hacer teatro con la realidad, la voluntad de convertir en pieza para la escena todo lo que ocurre alrededor de la vida; y la tenacidad, el silencio, la memoria y la pulcritud fría al hacer periodismo de opinión. Son excelentes semblanzas, todas escritas en función de la cercanía profesional y afectiva.

En “El casillero del diablo” arma otro texto urdido en la franja realidad-ficción. Trata sobre un libro de Enrique Maza cuyo tema fue el diablo, obra debatida y al final censurada por Roma. Allí mismo cuenta una anécdota de Fernando Zamora, amigo que se interesó por asistir a un curso sobre exorcismo. Zamora le inventa que en el cursillo conoció a un cura dizque poseído, pues la gente cercana a su vida moría misteriosamente. Es un juego que al parecer Zamora inventó para que Leñero urdiera después un documento realista a partir de la ficción, al revés de lo que sucede la mayor parte de las veces.

“Manual para vendedores” es una crónica del engargolado que le envía un viejo amigo de la primaria, a quien no recuerda. Es vendedor. Se cita con él en un café y no cesa de contestar llamadas al celular. Leñero se va. Pasa un tiempo y se arrepiente, siente culpa y le llama. Hay una sorpresa final que no develo, lo que da a la pieza un remate de cuento.

Recuerdo escrito en primera persona del presente, “Mañana se va a morir mi padre” trata sobre el día en el que revisan a su padre por un posible tumor en el cerebro. La cosa viene de unos meses atrás, desde que su viejo entró en el deterioro anticipatorio del fin. Aparecen su hermano y su hermana, su madre, su cuñada, su esposa Estela y, claro, su padre tendido en la cama, perdida la mirada, débil, frente a un tal doctor Del Cueto. El título es elocuente: revive el día anterior a la muerte de su padre y lo que hicieron sus familiares.

“El ajedrez de Casablanca” es la historia de la jovencita Julia María, ajedrecista michoacana huérfana que en la Ciudad de México ganó una beca para mejorar su ajedrez. Vive con sus tíos y consigue el trabajo de acompañar a cierto viejo en un asilo, quien la contrata para jugar. No le paga las partidas y le regala un tablero que supuesta, que mañosamente perteneció a Capablanca. Como siempre en los relatos de Leñero, se siente la naturalidad de una prosa oscilante entre lo literario y lo periodístico, magnética.

Especie de cuento con preámbulo y conclusión, no muy logrado, es “El flechazo”. La nieta de Leñero le pide un cuento de amor. Él lo escribe. Trata sobre un joven representante de compañías farmacéuticas que está de visita en Salvatierra, Guanajuato. En el consultorio de un doctor conoce a la recepcionista Glafira y de inmediato se enamora de ella. No digo más. Es un relato simple, casi elemental y creo prescindible.

“La pequeña espina de Alfonso Reyes” aborda una acusación ¡de plagio! Al más importante escritor mexicano del siglo pasado. Hizo su defensa José Emilio Pacheco, quien al parecer dejó noqueados a los detractores que en su momento aprovecharon una bicoca para echar pestes contra el polígrafo.

Relato de una especie de administrador o lavador de dinero de los narcos tijuanenses es “La noche del Rayo López”. Desde el meollo de la delincuencia, el empleado de los criminales habla sobre los tratos entre capos, y particularmente de una fiesta donde manda “Benjamín”; también, de una reunión convocada por el pesado Félix Gallardo. Es un texto que basa su eficacia en la oralidad trocha, siempre brutal y pedestre, de los narcos.

El último texto es “Queen Federika”, una especie de memoria parcial sobre su paso juvenil por la España franquista y el regreso a América en un barco de octava categoría.

Libro misceláneo, insisto en que no es de los más importantes en la producción de Vicente Leñero; Mucho más gente así (creo que el título debió ser “mucha”) contiene piezas estimables, otras regulares y una o dos dignas de supresión y olvido. En cualquier caso, es un título cómodo, útil para la convivencia relajada con uno de los mejores escritores-periodistas que nos dio el siglo XX mexicano.

miércoles, enero 01, 2014

Aquel primero de enero













Todos o casi todos recordamos en qué sitio estábamos y qué hacíamos la mañana del 11 de septiembre de 2001, cuando dos aviones entraron como letales dagas en las Torres Gemelas. Esos acontecimientos mayúsculos no sólo marcan, pues, hitos en la "historia de la humanidad", sino que se convierten en puntos de referencia en la cronología de cada quien, por ordinario que sea. Sé, por ejemplo, que yo estaba en mi casa de la Prolongación Colón, recién bañado y arreglándome esa mañana de martes para apersonarme en el Café Literario del Teatro Isauro Martínez, de Torreón, con el televisor encendido y viendo en vivo el casi simétrico desmoronamiento.
Igual, sé dónde estaba y qué hacía el primero de enero de 1994 a las 8 de la mañana. Estaba despertando en el hotel Mirador, de Chihuahua, y encendí la tele nomás para comenzar las abluciones matutinas. Eludí a Chabelo y al brincar a otro canal oí la voz agitada de un reportero. Las imágenes mostraban un tumulto, periodistas que abordaban en desorden a un encapuchado con fusil seguido por otros sujetos igualmente embozados.
Se hablaba de "levantamiento", de "guerrilla", de "zapatismo". Comenzaron a fluir las siglas EZLN y los lugares donde aquello ocurría; recuerdo dos en particular: San Cristóbal de las Casas y Ocosingo, ambos de Chiapas.
En la confusión, dependientes como estábamos en todo el país de esas precarias escenas televisivas, brotó el nombre del vocero que pronto se iba a convertir en una celebridad mundial: Marcos, el subcomandante.
A partir de esa mañana, por muchos días, semanas, meses y hasta años fue visible y muy mediático el levantamiento zapatista. Hasta yo, que trabajaba en una publicación sin recursos, busqué la forma de hacerme presente en San Cristóbal y viajé hasta allá en los primeros días de marzo. El camino de Tuxtla a la zona de conflicto estaba totalmente militarizado, pero fui testigo de las primeras mesas de negociación, aquellas que tuvieron Marcos y Camacho Solís con el obispo Samuel Ruiz presente. Llegué por cierto a San Cristóbal un día antes de que Colosio pronunciara su famoso discurso en el monumento a la Revolución, el que, dijeron, marcó no sólo su ruptura con el salinismo, sino su destino menos de diez días después en la colonia Lomas Taurinas, de Tijuana.
Había intranquilidad, claro, pero también entusiasmo en todo México, una agitación política que poco a poco sería apagada por el régimen a punta de acontecimientos siniestros.
Escribí en San Cristóbal algunas crónicas e incluso perpetré un poema bien ubicado en el panfletarismo menos púdico. Recuerdo que los mandé por fax, pues todavía faltaban unos añitos para que llegara el boom de internet.
Hace dos décadas de aquello. Ignoro a qué hora se nos fueron tantos años.