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sábado, febrero 01, 2025

Vida y letras según Chéjov

 











Con o sin intención, los escritores suelen mostrar su “cocina”, es decir, los modos, los métodos, las fórmulas (si es que las hay) mediante las cuales consumaron sus obras. Han podido hacerlo por la vía oral, sea en una clase, en una conferencia, en un taller, o por la escrita en un manual, diario o memoria. Cualquier espacio, incluso la conversación de sobremesa más informal, es propicio para que un zurcidor de palabras exponga sus procedimientos. Tengo para mí que la recomendación o la metodología de un escritor no calza por completo a otro, pues escribir es una práctica atada visceralmente a la experiencia única e irrepetible del individuo. Todos vemos un árbol, pero ese árbol es distinto y evoca emociones diferentes en quienes lo ven.

Pese a la imposibilidad de transferir recetas susceptibles a una completa imitación, los libros que las ofrecen tienen, sin embargo, el mérito del desprendimiento, casi casi como cuando un chef comparte las contraseñas de sus platillos (dupliqué el adverbio para subrayar que de todos modos no es exactamente lo mismo). Los libros que convidan secretos de escritura pueden ser asimismo muy diversos, pero algo habrá en ellos que delate al menos un tenue afán didáctico. Pienso, sólo para mostrar cinco casos distintos, en Filosofía de la composición, de Edgar Allan Poe; La experiencia literaria, de Alfonso Reyes; Manual de creación literaria, de Óscar de la Borbolla; Un arte espectral, de Norman Mailer y Ser escritor, de Abelardo Castillo (que por cierto comenté hace poco en estos mismos rumbos). Yo mismo, si me permiten el desacato, perpetré un libro de tal índole titulado Entre las teclas, periferia del oficio literario, cuya tercera edición no está en prensa, sino en pausa.

Sin trama y sin final. 99 Consejos para escritores (Alba Editorial, Barcelona, 2016, 134 pp.), de Antón Chéjov (1860-1904), opera en el predio mencionado, como podemos suponerlo por el subtítulo. Son recomendaciones del narrador ruso, uno de los maestros de cuento moderno. Lo peculiar del libro reside en que Chéjov no lo pensó orgánicamente, y acaso ni siquiera lo sospechó tal y como está armado, pues se trata de recortes extraídos de su correspondencia, todos vinculados con el oficio de escribir. Piero Brunello ejecutó el trabajo de edición y es también el autor del prólogo en el que explica su intención: “este librito presenta los consejos de Chéjov sin comentario, pero con la recomendación de tomarlos en serio. En un principio fueron elegidos para uso personal, pero las sugerencias de un gran escritor pueden ser provechosas para mucha gente”. Esas sugerencias, reitero, son fragmentos de cartas enviadas a escritores en las cuales, suponemos, además de abordar asuntos de índole coyuntural como una enfermedad o un viaje, servían para intercambiar impresiones, opiniones, juicios literarios. Entre otros corresponsales, los fragmentos fueron obtenidos de misivas enviadas a Suvorin, Gorki y Aleksandr, tres escritores, el último de ellos su hermano.

Brunello tiene razón al afirmar que las palabras extraídas de las cartas “pueden ser provechosas para mucha gente”. Lo son, particularmente para quienes tienen el deseo de escribir. Sin trama y sin final está dividido en dos partes: “Cuestiones generales” y “Cuestiones particulares”. Las cartas que sirvieron de base fueron escritas, la mayoría, en los últimos quince años del siglo XIX. Dentro de cada gran sección hay apartados más breves, un intento de Brunello por ordenar temáticamente sus recortes. Pese al orden que impuso, es dable aproximarse al libro de manera no necesariamente lineal, como si se tratara, quizá porque en el fondo lo es, un racimo abultado de aforismos.

Los subtemas que abraza son misceláneos. En todos los casos el editor da un título: “No lo que he visto, sino cómo lo he visto”; luego viene la cita: “Lo he visto todo; no obstante, ahora no se trata de lo que he visto, sino de cómo lo he visto”, y al último la referencia postal entre paréntesis: “(A Alekséi Suvorin, Vapor Baikal, Estrecho de Tartaria, 11 de septiembre de 1890)”. Con base en esta estructura, Sin trama y sin final avanza por las cartas de Chéjov y de ellas recoge los pasajes que frontal u oblicuamente se refieren al quehacer literario. Traigo cuatro ejemplos de esa brillante pedacería:

Este sobre el arte de tolerar cierto añejamiento de lo escrito:

Esperar un año

Tiene usted razón: el tema es arriesgado. No puedo decirle nada concreto; sólo le aconsejo que guarde el relato en un baúl un año entero y que al cabo de ese tiempo vuelva a leerlo. Entonces lo verá todo más claro.

(A Yelena Shavrova, Mélijovo, 28 de febrero de 1895).

O esta prescripción para su hermano:

Seis condiciones

“La ciudad del futuro” es un tema excelente, novedoso e interesante. Si no trabajas con desgana, creo que te saldrá bien, pero si eres un holgazán, que el diablo te lleve. “La ciudad del futuro” sólo se convertirá en una obra de arte si sigues las siguientes condiciones: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2) objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de los objetos; 4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad; rechaza todo lo convencional; 6) espontaneidad.

(A Aleksandr Chéjov, Moscú, 10 de mayo de 1886).

O:

Llorar sin que el lector se dé cuenta

Sí, en una ocasión le dije que uno debe ser indiferente cuando escribe historias patéticas. Pero usted no me ha comprendido. Puede llorar o gemir con un cuento, puede sufrir con sus personajes, pero considero que debe hacerlo de modo que el lector no se dé cuenta. Cuanto mayor sea su objetividad, más fuerte será la impresión. Eso es lo que quería decirle.

(A Lidia Avílova, Mélijovo, 29 de abril de 1892).

Por último:

Escribir con frialdad

Hace usted grandes progresos, pero permítame que le recuerde un consejo: escribir con mayor frialdad. Cuanto más sentimental es la situación, mayor frialdad se necesita a la hora de escribir; de ese modo el resultado es más conmovedor. No conviene azucarar.

(A Lidia Avílova, Moscú, 1 de marzo de 1893).

No puedo pasar por este libro sin recordar que Piglia abre su famoso ensayo “Los dos hilos: análisis de las dos historias” con estas palabras: “En uno de sus cuadernos de notas, Chéjov registró esta anécdota: ‘Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida’. La forma clásica del cuento está condensada en el núcleo de ese relato futuro y no escrito”. Sin trama y sin final intenta algo parecido: iluminar alguna zona del ejercicio literario. Es en síntesis una cascada de chispazos todavía atendibles pese a que hace 150 años fueron modestos párrafos de cartas.

sábado, octubre 19, 2024

Diálogo Arcinegas-Reyes

 











Rectifico. Una vez dije que la correspondencia entre escritores, fuente valiosa de información para analizar sus filias y sus fobias, se había perdido con la llegada de las nuevas tecnologías. No es tan así, si nos atenemos a las capacidades técnicas del resguardo de datos. La información podrá sobrevivir al menos un tiempo, tanto como dure en condiciones funcionales la tecnología de soporte, pero es un hecho que, en el caso del género epistolar, nada mejor que la carta de papel para garantizar una permanencia mayor de los mensajes, una durabilidad de décadas e incluso de siglos. El papel y la tinta son más resistentes que los bits.

Todavía hoy estamos en fechas adecuadas para rescatar miles de mails enviados entre escritores hace veinte años o poco más. El problema no está tanto, por ahora, en la caducidad de los soportes, sino en otros asegunes prácticos. ¿Los escritores comparten sus contraseñas antes de morir? ¿Se toman la molestia de copiar las cartas en Word o de imprimirlas? ¿Escriben todavía mails o migraron a la comunicación desprolija de Whatsapp? En un mundo saturado de mensajes, ¿hay tiempo y voluntad para escribir misivas electrónicas con la extensión y el buen ánimo estilístico de las cartas de papel? Estas preguntas, y las que no se me ocurren, me dejan la sensación de que la literatura epistolar entre escritores ha muerto, que ya no hay corresponsales y el universo de lo postal entró de golpe en la dinámica de la aceleración y la abundancia que hoy torna imposible resucitar esos diálogos, si los hubiera. ¿Quién se animaría a hurgar en las cartas digitales cruzadas entre dos escritores?

Por supuesto, no es el género mayor ni lo más valioso de la producción de un escritor, pero las cartas permiten, y por eso son organizadas y publicadas, inmiscuirnos en el terreno de la intimidad, de la confianza, del trato inteligente y amistoso la mayor parte de las veces. Entre los escritores que más cultivaron este género está Alfonso Reyes, quien fue tan afecto a la correspondencia que, casi puedo asegurarlo, dejó su archivo postal muy bien organizado porque sabía que sería investigado, que otros ojos se adentrarían en aquella escritura aparentemente fraguada para un solo destinatario. Reyes escribió miles de cartas porque era de natural atento, además de que en muchos casos representaba parte de su trabajo y era una de las vertientes de su vocación. Todos los días dedicaba varios minutos a responder, a co-responder, así que el material disponible de este tipo da la impresión de ser tan abundante como su obra directamente pública.

En otra oportunidad he escrito sobre algunos de sus libros epistolares. Son muchos, y por lo general han sido publicados como debe ser: no las cartas de Reyes a muchos destinatarios en un solo libro, sino a uno solo en cada volumen. Del que deseo ocuparme brevemente en estas líneas es del organizado para compartir el diálogo postal entre el regiomontano y Germán Archinegas (1900-1999), escritor, periodista, profesor y diplomático colombiano, quien desde que descubrió la obra de Reyes profesó por ella y por su autor una admiración devota.

De Arciniegas había leído dos libros: Biografía del Caribe (Porrúa, México, 1983) y Este pueblo de América (SEP-Setentas, México, 1974). El primero es, para mí, uno de los mejores que he atravesado de la siempre querida colección Sepan cuantos…, y desde 1990 no he dejado de recomendarlo cuando se habla de la conquista de América cuyo primer escenario fundamental fue el Caribe. Es un libro tan documentado como hermoso por su estilo, un libro de historia escrito con temple estético.

Ahora, en Algo sobre la experiencia americana. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Germán Arciniegas (El Colegio de México, México, 1998, 131 pp.) me entero con felicidad que estos dos grandes dialogaron de lejos: uno, el mexicano entrado en años, instalado ya en la Ciudad de México luego de su largo recorrido por Europa y Sudamérica como funcionario de nuestro Servicio Exterior; el otro, Arciniegas, como viajero frecuente en su papel de diplomático y profesor, sobre todo, en universidades norteamericanas. La curaduría y el prólogo de esta correspondencia fue realizada por Serge I. Zaïtzeff, a quien por cierto creo que conocí, pues si no recuerdo mal vino a Torreón, al TIM, para presentar, junto con Emmanuel Carballo, la correspondencia de Reyes con Torri publicada por la UNAM en 1995.

Las cartas AR-GA cubren un periodo de quince años, de 1935 a 1959. La última de Reyes a su amigo bogotano fue enviada el 24 de julio del 59, es decir, cinco meses antes de morir. No es un flujo epistolar muy apretado, las cartas son esporádicas, pero no tan pocas como para no dar cuerpo a un libro que, es lo principal, resulta suficiente para afirmar que GA, esforzándose con cierto pudor por mostrar un trato relajado y hasta socarrón, no puede dejar de volcar palabras de plena admiración a su corresponsal mexicano.

En ellas se intercambian elogios, se envían y comentan libros recientes y proyectos editoriales tanto bibliográficos como hemerográficos; a veces se reclaman los silencios que GA justifica, con razón, por lo agitado de su agenda entre viajes y más viajes. AR, ciertamente, tenía al menos la ventaja de estar fijo ya en su biblioteca, mientras el colombiano andaba en su plenitud física volcada a lo laboral.

El libro exhibe la prosa magnífica de Reyes, quien hasta en las cartas añade como condimento la rara gracia de su estilo. Un ejemplo. En una carta del 18 de abril de 1945, dice:

Querido Germán:

Por su carta del 3 del actual veo que se perdió una anterior de usted.

Mi casi hermano Cosío Villegas es mal conducto para recados. Su laconismo espartano deriva cómodamente hacia el olvido. No he visto la Revista de América. Espero con ansia los números que me anuncia.

Mañana o pasado le enviaré colaboraciones con el mayor gusto. Entre tanto aquí van mis datos biográficos y bibliográficos y aquí va un retratillo. Entre los honores recibidos, no cuento aún la Cruz de Boyacá, porque la noticia que usted me da es la primera que recibo. Pero no hace falta siquiera tan altísimo honor para que yo me sienta unido a Colombia, donde mi primer libro de adolescente encontró su público más numeroso e ilustrado.

Lo abraza muy cordialmente su constante amigo

Alfonso Reyes

El libro cierra con ocho artículos de GA sobre AR. En todos late lo mismo: un respeto, una veneración sin orillas.

miércoles, diciembre 28, 2016

Adiós al libro epistolar




















Amigos de Milenio Laguna: con esta colaboración reanudo el abordaje de asuntos no narrativos en la columna. Durante todo este año, como saben, trabajé en la idea de urdir pequeños relatos, ficciones. Regreso hoy al comentario sobre libros, medios de comunicación y demás yerbas. Gracias por seguir en compañía de este espacio.
Hace dos semanas, la revista Literal-Latin American Voices convocó a varios escritores a proponer sus tres libros favoritos publicados en 2016. Fui invitado a participar y propuse mi tercia. Entre ellos se encuentra Cartas a Luchting (1960-1993) (Universidad Veracruzana, México, 320 pp.). Argumenté que sigo y seguiré creyendo que Julio Ramón Ribeyro (Lima, Perú, 1929-1994) es uno de los mejores cuentistas latinoamericanos pese a que no ha gozado, ni en vida ni póstumamente, la exposición de otros escritores. Es un autor al que vale la pena tener y leer completo así sea silenciosamente, y si bien en 2003 habían aparecido sus torrenciales diarios (La tentación del fracaso, Seix Barral, Barcelona, 680 pp.) y el ensayo —para mí notable— Julio Ramón Ribeyro: cinco claves de su cuentística  de Gerardo García Muñoz (Universidad Iberoamericana Torreón, Torreón, 115 pp.), falta mucho por publicar, republicar y estudiar sobre el narrador peruano. Por eso me dio gusto que la Universidad Veracruzana haya auspiciado la edición de las misivas enviadas por Ribeyro al alemán Wolfang Alexander Luchting, su promotor, traductor y agente. Preparadas por Juan José Barrientos, estas Cartas… no son una mera curiosidad editorial, sino otra puerta de acceso a la apesadumbrada personalidad y buena parte de la vida cotidiana —nuevas claves para entender mejor su obra— del autor de Las botellas y los hombres.
Aprecio los libros con correspondencia de artistas porque son, a su modo, yacimientos de una privacidad reveladora, archivos para explorar querencias y malquerencias. Hace años comenté que el mail iba a dificultar la edición de esos libros en el futuro, pues ya pocos ordenan su correspondencia electrónica. Años después, o sea hoy, es más que evidente el cambio de panorama: los libros de correspondencia desaparecerán: Whatsapp y el chat de Facebook les descerrajaron el balazo de gracia.