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miércoles, enero 29, 2020

Búsqueda de Arcelia
























Mañana a las siete de la tarde en el Teatro Garibay (Bravo 245 poniente) presentaremos el libro póstumo La balada de tu nombre, de Arcelia C. de Aizpuru. Lo comentaremos Elena Palacios Hernández, Miguel Ángel Centeno y yo, y Lorena Verónica Aizpuru, hija de la autora, leerá algunos poemas. La entrada es libre. Tuve la suerte de prologarlo; aquí un fragmento de mi preámbulo:
Llegué al taller literario del Teatro Isauro Martínez a mediados de 2017. Lo que encontré fue un grupo numeroso y cordial, bien dispuesto a leer, escribir y escuchar. Recuerdo que en la primera sesión ya estaba allí, siempre en primera fila, siempre atenta, Arcelia Cruces de Aizpuru. Era evidente que se trataba de la tallerista de mayor edad, y ella no tenía el menor propósito de ocultar tal condición. Al contrario, con permanente buen humor reía de sus muchos años de vida, poco más de ochenta en aquel momento. Veía bien, pero oía mal, así que se ayudaba con un aparato auricular. Todos los sábados llegaba y se iba en taxi, y era de las/los talleristas que jamás fallaban, salvo por motivos de salud o viaje. Se trataba de una mujer culta y amable, con carrera profesional y urbanidad de persona de antes.
Los primeros poemas que nos compartió respondían a lo que había leído y escrito toda su vida: poesía en molde tradicional, con metro y rima. Mujer de antes, como ya dije, en sus versos dominaba una visión del mundo que parecía algo anticuada para la estética de nuestro tiempo. Forma y fondo eran, pues, conservadores, y era lógico y legítimo que así fuera.
Un día llevó un poema cuyo tema le resultaba profundamente triste. Se refería en él a la ausencia de su esposo, recién fallecido. Para entender la gravitación de aquella pérdida en el ánimo de Arcelia es necesario recordar dos detalles de suyo peculiares: su esposo había nacido el mismo día, el mismo mes y el mismo año que ella, pero en otro lugar de México, y luego de encontrarse jamás se separaron. La muerte de su compañero representó entonces, para ella, entrar a una vida harto distinta, y la presencia del ausente comenzó a manifestarse en todo. Cuando Arcelia llevó la primera estancia del poema que deseaba escribir sobre su sentimiento de aquel momento, me atreví a sugerirle —delante de todos los talleristas que la querían y la respetaban y hoy quieren y respetan su memoria— que no estaba obligada al metro y a la rima, que su poema podía prescindir de esas ataduras para fluir libre, con la respiración emocional moviéndose a sus anchas por el papel.
Soy franco: pensé que tal recomendación se quedaría en eso, en una mera recomendación de taller, pero Arcelia asumió el reto y por primera vez en su vida deambuló por el verso libre. En la tenue simetría de sus estrofas se nota todavía la lucha contra el verso medido, pero poco a poco urdió las secciones del largo poema que constituye la materia de este libro.
Con su pena a cuestas, Arcelia tuvo la enorme y noble voluntad de buscar con palabras a su ser amado. Creo que lo reencontró y, de paso, logró que fuéramos testigos privilegiados de tan hermoso empeño: la búsqueda literaria y vivencial que hoy se materializa en las venideras páginas.

sábado, febrero 23, 2019

Un libro menos común*
























La Laguna tiene el extraño buen hábito de producir escritores casi de la nada. Digo esto con una mezcla de orgullo y desazón, pues lo ideal sería que la literatura —y en general cualquier disciplina artística— contara con entornos más propicios para su perfeccionamiento. No es el caso de nuestra región, lugar en el que no abundan las escuelas ni los talleres culturales, aunque en descargo es justo asegurar que en las últimas tres décadas se han dado pasos importantes para que, como sucede con la música, la plástica o la danza contemporánea, nuestra tierra muestre ya un notable avance en términos de infraestructura tras el remozamiento de los teatros Martínez, Nazas y Mayrán, la creación de los museos Arocena y de los Metales y el Cinart, y el asentamiento de la Casa del Artista junto con otros emprendimientos igualmente valiosos. Pero, como digo, no es suficiente, ya que la región sigue creciendo en lo industrial y comercial sin que este desarrollo vaya acompañado de más y mejores espacios para apoyar la enseñanza para los jóvenes artistas.
Nuestra literatura, como ya lo insinué, ha caminado gracias al apoyo de algunas instituciones, es cierto, pero también merced a iniciativas propias y grupales independientes. Muchos escritores quizá proceden así porque la literatura tiene un amplio costado autoformativo, de suerte que es en los libros y la lectura en soledad donde estos creadores afinan mejor sus talentos para luego dar frutos. Es el caso, precisamente, del colectivo que impulsa la publicación de Un lugar menos común, asamblea de escritores que más allá de la institucionalidad ha decidido organizarse para articular un libro con poesía y narrativa de reciente hechura. Paola Astorga, Antonio Cravioto Batarse, Claudia Soto, Isabella Ibarra, Jorge Robles, Orlando Gómez Vázquez, Chacón Pascual, Alfredo Castro Muñoz, Alejandra Madero García, Leonardo Crespo Zárate y Gerardo Pineda Arciniega son voces relativamente nuevas en el contexto de la literatura regional, pero eso no significa que cada uno por su cuenta no haya empeñado muchas horas a su formación y tenga ya cuartillas dignas de aprecio.
Como sucede en todos los libros colectivos, el lector sabrá identificar las luces que le atraigan más o menos en este caleidoscopio de voces. Lo fundamental es tener el conjunto a la vista y confirmar que La Laguna, con o sin editoriales, con o sin escuela de Letras, con o sin apoyos, sigue siendo sementera fértil para el impulso de escribir.
Celebro por todo que tengamos este libro en nuestras manos; gracias a él se amplía la nómina de laguneros dedicados al oficio silencioso y enaltecedor de la palabra.

Comarca Lagunera, 29 de octubre de 2018

*Prólogo del libro Un lugar menos común cuya precentación se celebró en la Galería de Arte Contemporáneo del Teatro Isauro Martínez, Torreón, el 21 de febrero de 2019.

sábado, diciembre 08, 2018

Cuentos que sí son cuentos




















La contratapa que escribí para Cuentos cortos para gente que duerme sola (Iberia, 2018, 61 pp.), primer libro individual de Elena Palacios, no me deja ya mentir ni exagerar, pues es lo que sentí ante las piezas que habitan este título: “Estas historias de Elena Palacios son pequeñas piezas de ingeniería narrativa, arquitectura de palabras en la que cada enunciado cumple una función precisa, esencial, nada accesoria. Atenta a los detalles, ajena a la noción del cuento como microcosmos abierto y desprolijo, la autora se empeña en guiarnos permanentemente hacia una sorpresa luego de habernos permitido atravesar mundos que no por cotidianos dejan de parecer algo aneblados, como impregnados siempre por una pátina de ensoñación no pocas veces pesadillesca. Cuentos cortos para gente que duerme sola ratifica el permanente desafío que implica el cuento, desafío que Elena ha encarado y resuelto con justo equilibrio de pasión y destreza”. Esta noche tengo la oportunidad de ampliar tal parecer.
El cuento es, como la poesía tradicional —el soneto, por ejemplo—, un molde literario que nació con delimitaciones precisas. Si bien es cierto podemos entender que un cuento es cualquier relato ficticio breve en el que uno o varios personajes interactúan con determinados propósitos, no está de más añadir que esta primera noción es, al menos, insuficiente. Según Poe, su inventor, hay rasgos en el cuento que determinan su estructura bimembre: lo más importante, como reafirma Piglia, es que cuente o intente contar dos historias en una. He ahí la dificultad: el cuentista es un escritor que se ve obligado, si su propósito es armar un cuento indiscutible, a inventar una trama visible y otra invisible. Los mejores cuentos serán aquellos, pues, que desarrollen ambas tramas satisfactoriamente: la visible, en la que conocemos a los personajes y sus propósitos, y la invisible, hecha de alusiones veladas, de sutilezas camufladas en la trama visible. Cuando un cuentista atina a dar con un cuento (uno) que haya implicado un hábil manejo de este imbricamiento de tramas, puede darse por satisfecho. Muchos lo intentan toda su vida y jamás lo logran; otros prefieren no intentarlo.
Elena Palacios no sólo ha logrado dar con un cuento de esta índole en Cuentos cortos para gente…, sino con varios. Y más allá de este mérito, que no parece menor por tratarse de un primer libro, hay uno más alto que me atrevo a denominar “impulso cuentístico”. ¿Qué quiero decir con esto? Lo explico: que más allá de los resultados, que de todos modos son harto buenos, me gusta y celebro que Elena tenga el arrojo, el legítimo deseo, de escribir cuentos en los que se líen las dos historias mencionadas, es decir, cuentos que incurren en la malicia de no soltar la prosa así nomás, al destino que el azar quiera otorgarle, sino gobernada por el propósito de conseguir asombros ciertamente premeditados.
La obsesión formal de Elena se nota desde el curioso plus de contar las palabras de cada cuento; algo de obsesividad hay en esto, precisamente la obsesividad del perfeccionista. Los cuentos de la vieja escuela nacen, creo, de ese afán y no del otro, el de escribir con desenfado. Elena nos ha dado el número de palabras que compone cada uno de sus cuentos para recordarnos lo que se aduce sobre este género: que en él todo está medido, pesado, y una palabra de más o una de menos pueden derrumbar el delicado equilibrio de la pieza.
Al editar y por ello releer (ya las había leído en el taller literario del TIM) estas historias confirmo que el mejor cuento escrito por Elene es “Algo entre Carolina y yo”, el último que aparece en el engarce. Es el que sin titubeo yo sumaría a una hipotética compilación de cuentos laguneros, de esas abusivamente llamadas “antologías”, pues además de acatar celosamente una estructura sólida se extiende a varias páginas y crea una tensión/curiosidad crecientes, como debe ocurrir en todo cuento bien nacido. Esto no significa que las piezas hermanas queden a la zaga. Lo que afirmo lo afirmo desde mi subjetividad de lector, pero ya puede cada quien internarse en las páginas de este libro y destacar el que mejor le parezca, pues hay muchas historias estimables como “A la luz del encendedor” (que tiene algo de thriller) o “Vestido blanco” que también juega maliciosamente con un equívoco sostenido hasta la línea final. Pero enfatizo: todas las historias de este libro han sido calculadas, no son meras instantáneas/espontáneas de vida cotidiana o paseos por el color local, sino artefactos literarios construidos con base en un engranaje de relojería.
Quiero destacar por último otra virtud de Elena Palacios a la hora de escribir: su intuición narrativa. En algunos casos narrar es un talento que puede no ser innato, y cuando se adquiere por voluntad y se trabaja en consecuencia da buenos frutos, pero los granjea mejores cuando la susodicha intuición se trae desde la cuna y se le añade trabajo, esmero, gusto al escribir. Es el caso de Elena, quien a las claras evidencia una facilidad natural para desarrollar historias bien condimentadas de peripecias humanas y creíbles. En este sentido también, el flujo narrativo va acompañado de un estilo poético sobrio y muy literario en todo momento, no estorbado por rebuscamientos innecesarios.
Elena Palacios nació en Torreón en mayo de 1967. Desde 2015 participa en el Taller literario del Teatro Isauro Martínez. Ha publicado en las revistas Estepa del Nazas y Acequias. En 2017 editó Brotes de tinta, libro colectivo de cuentos. Cuentos cortos para gente que duerme sola es su primera publicación individual y por todo lo dicho en los renglones precedentes, la recomiendo sin vacilar —sin vacilar incluso en el sentido mexicano de esta palabra— y le auguro una cálida recepción. Sé de antemano que sus lectores no se sentirán defraudados. Al contrario: agradecerán este buen libro.

Comarca Lagunera, a 5 de diciembre de 2018

miércoles, mayo 24, 2017

Nómadas en libro
























Los caminos de la coedición son venturosos. Gracias al esfuerzo conjunto del Teatro Isauro Martínez, la revista Nomádica y la Universidad Iberoamericana Torreón tenemos a marced un libro más sobre el entorno de nuestra comarca. Los textos de Héctor Esparza y Armando Monsiváis integrados en Nómadas de papel. De la cima a la sima: por los caminos de la crónica permiten al lector un recorrido por los ámbitos naturales que nos cupieron en suerte, espacios que por lo general olvidamos sobre todo quienes vivimos en la mancha conurbada.
Se trata pues de un libro con textos periodísticos en los que —al margen del autoescarnio que hace grata la lectura y honra a sus autores— son pintados de maravilla muchos lugares próximos, y no tanto, a La Laguna y sus alrededores. Recibí la invitación para prologarlo y no escatimé elogios para ponderar una labor, la de Nomádica, que bien merece, estoy seguro, nuestro reconocimiento. Así pues, pude describir la dinámica de los trotadores del semidesierto que han sido, ya durante quince años, Esparza & Monsiváis: “… la dupla se ha movido por las cuatro zonas del cardinal tanto en territorio de Coahuila como de Durango, los estados que pellizca la Comarca Lagunera. Valles, cadenas montañosas, desiertos, ríos, cuevas, minas, puentes colgantes, haciendas fantasmales y demás parajes hóspitos e inhóspitos han sido visitados con cámara, papel y pluma en ristre; tales lugares están sobrepoblados por serpientes, moscos voraces, osos, hormigas, alacranes, terratenientes, policías y demás especies sin modales que han visto pasar los vehículos oficiales de Nomádica. Sus dos tripulantes dan cuenta de algunas de esas andanzas en este libro y nos muestran recovecos desconocidos de nuestro entorno, parajes en los que no deja de latir algo de virginal, de salvaje, de nuevo y por lo tanto de inseguro, ajeno al privilegio urbano de tener cerca, para empezar, ambulancias y hospitales”.
Habituados como estamos a pensar que el espacio de La Laguna se reduce a ciertas ciudades, Nómadas de papel, al trazar crónicas sobre espacios naturales más bien agrestes, fuerza una reflexión: en este lugar ayuno de comodidades logramos construir, durante siglos ya, una región próspera y de fuerte personalidad. Recordar esto, hacerlo ver a los lectores, no es flaco mérito para un libro con perfiles periodísticos.

miércoles, junio 29, 2016

Nuevo libro de la Ibero Torreón
























La Universidad Iberoamericana Torreón, a través de su Centro de Investigaciones Históricas y con el apoyo del Centro de Difusión Editorial, ofreció hoy una rueda de prensa en el Teatro Isauro Martínez para presentar un nuevo libro que lleva por título El Rancho de La Concepción. Trashumancia laboral: factor del proceso de formación de una identidad regional lagunera, siglos XVIII y XIX, cuyo autor es el doctor Sergio Antonio Corona Páez.
Este libro es el resultado de un proyecto de investigación en torno a uno de los factores que intervinieron en el surgimiento de un fenómeno social: la formación de una identidad lagunera durante los siglos XVIII y XIX. La pregunta inicial que buscaba responder esta investigación era la siguiente: ¿realmente existía una identidad regional, rasgos de mentalidad socialmente compartidos en la percepción y en la acción cotidianas (rasgos culturales) que distinguían a los laguneros de los habitantes de otras regiones? ¿Eran conscientes de esa singularidad diferenciadora? La respuesta a esta pregunta, basada en fuentes primarias de los siglos estudiados y en el testimonio de movimientos sociales cuyo propósito aparente era el de crear en La Laguna una nueva entidad federativa, es positiva. Efectivamente, sí existió, como aún existe, dicha identidad, aunque no necesariamente de la misma manera. 
Otra pregunta que se planteaba la investigación, ahora transformada en libro, era esta: ¿cuáles pudieron ser los factores forjadores de una identidad regional en el País de La Laguna?  El libro menciona una serie de factores concomitantes, pero se interesa de manera particular en uno de ellos: la “trashumancia laboral” en los siglos XVIII y XIX. La Real Academia define el verbo trashumar como “cambiar periódicamente de lugar”, en este caso los ranchos y haciendas de los marqueses de Aguayo (sobre todo en La Laguna de Coahuila) sumadas a las de los condes de San Pedro del Álamo (en La Laguna de Durango), lo que creó una vasta oferta de trabajo para jornaleros locales que se mudaban a los ranchos donde se requería de su trabajo. Los marqueses y los condes mencionados se unieron por matrimonio a principios del siglo XVIII, y sus propiedades laguneras constituyeron una fuente de trabajo de carácter agropecuario para estos jornaleros, según los tiempos y las necesidades de cada rancho y hacienda. De esta manera, se fue creando una consciencia colectiva de pertenencia a un ámbito y a una economía laguneras, y el trabajo duro se fue convirtiendo en un valor social. Para la realización de este estudio se tomó el padrón del Rancho de La Concepción. Se transcribió íntegramente, a la vez que se hizo una investigación genealógica de cada familia. Es notable comprobar cómo los hijos de los mismos padres nacían en diferentes lugares de la Comarca. El libro incluye historias de caso que son muy ilustrativas. Por otra parte, los habitantes del Rancho de la Concepción, lugar que aparece en uno de los mapas de Humboldt de 1804, se convirtieron en las familias torreonenses más antiguas del municipio y de la ciudad. Eduardo Guerra menciona en su Historia de Torreón que para la construcción del primer torreón en 1850, Zuloaga empleó peones de La Concepción. Y en 1893, al crearse la villa y municipio de Torreón, estas familias quedaron dentro de su jurisdicción.
Sergio Antonio Corona Páez (Torreón, 1950), autor del libro, es hijo de don Félix Corona de la Fuente y doña Concepción Páez Martínez. Licenciado en Ciencias y Técnicas de la Comunicación por el ITESO de Guadalajara, obtuvo los posgrados de maestría y doctorado en Historia por la Universidad Iberoamericana Santa Fe. Desde 1998 dirige el Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad Iberoamericana Torreón. Genealogista, científico social, investigador y escritor especializado en fenómenos sociales del pasado y del presente de la Comarca Lagunera. Como tal, es autor o coautor de una buena cantidad de estudios así como de libros monográficos y colectivos en México y en el extranjero. Dictaminador en revistas internacionales, también ha publicado artículos dictaminados en revistas científicas de varios países y ha recibido diversos reconocimientos internacionales de carácter académico, entre ellos los prestigiosos premios Gourmand 2012 como autor del mejor libro de historia del vino en México, y otros dos como coautor de Turismo del vino, el mejor libro de España y del mundo. El doctor Corona Páez está acreditado por la Academia Melitense Hispana de Madrid como su representante en México, es miembro del Seminario de Cultura Mexicana y también de diversas instituciones científicas, culturales, históricas y honoríficas en México, Chile, Argentina, Portugal, España y Viet Nam. Ciudadano distinguido de Torreón. Cronista Oficial y Vitalicio de Torreón desde 2005. Presea al Mérito Académico (2012) de la Universidad Iberoamericana Torreón. 

miércoles, marzo 06, 2013

Historias de vida por María Rosa Fiscal


















Conozco a María Rosa Fiscal desde hace cerca de diez años y presumo su amistad. La presumo porque ella es una mujer extraordinaria, tan lúcida como generosa. Fue, creo, la primera crítica que hizo manifiesto mi trabajo literario en Durango, y eso jamás dejaré de agradecerlo. Antes de conocerla sabía yo de su valiosa obra gracias a dos libros, uno de ensayos y otro de carácter compilatorio.
Para los que no lo saben, María Rosa nació en Durango y estudió letras en la UNAM, además de una maestría en la misma disciplina. Durante casi veinte años formó parte del personal académico de la Universidad Nacional, y además impartió cursos de literatura y español en el Centro de Enseñanza para Extranjeros en el DF y en San Antonio, Texas. Ha publicado, entre otros, La imagen de la mujer en la narrativa de Rosario Castellanos (UNAM, 1981), Durango, una literatura del desarraigo (Conaculta, 1991) y Perfiles al viento (IMAC-Juan Pablos, 2000). Además, son incontables los artículos y reseñas que ha publicado en periódicos y revistas del país, entre los que se cuenta la revista Proceso. En 2009 tuve la suerte de presentar en Gómez Palacio El aroma de la nostalgia, sabores de Durango II, libro que, como lo dije en aquel momento, despliega otra de las inquietudes de María Rosa: “Un poco al sesgo de su producción ensayística, María Rosa Fiscal nos ha regalado en los años recientes con dos libros que a mi ver son dechados de buena prosa memorística: se trata de obras que contienen recetas de platillos familiares a los que su autora ha añadido el aderezo de su recordación y su apetito de excelente lectora, es decir, todo aquello que surge en su mente al enunciar ‘caldo de pescado’ o ‘galletas de miel para la navidad’”.
Incansable, María Rosa nos convida ahora Historias de vida, 21 mujeres de Durango. Voy a decir de entrada algo que puede parecer desconcertante, pero al explicarlo verán que no lo es tanto. El subtítulo dice “21 mujeres de Durango”, pero el dato es incorrecto. Las conté y no son 21, sino 22. La razón de mi peculiar aritmética es simple: si nos atenemos a la evidencia, a las 21 mujeres indagadas en estas biografías hay que sumar la vida de María Rosa Fiscal, quien en el sobrevuelo a las vidas y las obras de mujeres destacadas en la capital duranguense ha dejado buena parte de su personalidad, tanto que podemos considerar la presencia, entre líneas, de una biografía número 22. En efecto, aunque nuestra querida biógrafa aspire a borrarse, a afantasmarse, allí está, viva y presente en cada esbozo de vida. Vemos a María Rosa, pues, preguntando, anotando, leyendo, escribiendo, entrevistando, organizando, lo que nos pinta su hermosa vocación de escritora, de duranguense, de mujer íntegra y, no titubeo al enunciarlo, ejemplar.
Ahora bien, no caigamos tampoco en la inexactitud de creer que María Rosa quita reflectores a sus biografiadas. Eso jamás, pues si algo caracteriza a nuestra autora (es otro de sus rasgos más salientes) es la modestia. Con pulcritud, sin aspavientos, cálidamente, la autora cuela su mirada en 21 vidas de mujeres y nos presenta un cuadro amplio del mundo femenino real en la ciudad de Durango.
Cada biografía es breve sólo en apariencia, pues detrás de cada aproximación se siente la complejidad de una vida. Noto que no se trata en ningún caso de un acercamiento como de ficha enciclopédica, como de hoja de vida breve, ese texto biográfico muy parecido al que nos ofrecen las solapas de los libros. La maestra Fiscal ha procedido con hondura hasta dar con el o los rasgos definitivos de cada mujer abordada y, lo que es acaso más importante, hasta hallar su vinculación precisa con la sociedad que le tocó vivir a cada una. Por allí, en el prólogo, lo señala: no se trata de hacer un planteo biográfico como si las mujeres aquí perfiladas hubieran vivido en el éter, al margen del entorno. Al contrario, para que la biografía adquiera densidad, cada mujer aquí retratada es puesta en el escenario familiar, académico, laboral y cultural que le cupo en suerte, de manera que el lector no sólo atestigüe logros, sino que vea el contexto en el que se dieron.
El engarzamiento de Historias de vida contiene entonces 21 existencias que dan cuenta, como dije hace dos párrafos, de la lucha de las mujeres duranguenses por dar frutos más allá de los roles que tradicional y malamente se le han asignado a la mujer, es decir, los roles de ama de casa y algunos otros pocos relacionados con la cocina, la costura y demás. María Rosa ha clavado su inteligencia y su mirada siempre atenta en mujeres destacadas en el arte, la academia, el derecho, la ciencia, la política y en algunas profesiones y algunos oficios que por costumbre, por torcida costumbre, han sido coto casi exclusivo de varones, como el pilotaje de aviones o la conducción de taxis.
En México no hemos sido muy dados nunca a la escritura —y por tanto tampoco a la publicación— de libros con el trazado de vidas, como memorias, biografías, diarios personales y correspondencia. Creo ver la razón, algunas veces, en el doblez común de nuestra manera de ser, y, otras, en nuestro desdén al que triunfa. Al recorrer la vida de 21 mujeres duranguenses, María Rosa Fiscal nos muestra que hay vidas que merecen ser contadas no sólo como reconocimiento, sino como ejemplo a seguir en sociedades como las nuestras, llenas de mezquindades y obstáculos para quien sea, sobre todo para tantas y tantas mujeres.

Historias de vida, 21 mujeres de Durango, María Rosa Fiscal, ICED, Durango, 2012, 121 pp. Texto leído en la presentación de este libro celebrada en el Teatro Isauro Martínez, Torreón, el 6 de marzo de 2013. Participamos la autora, Oralia Esparza y yo.

miércoles, marzo 17, 2010

Los de abajo: el cimiento



He revisitado las páginas de Los de abajo, de Mariano Azuela, con reiterado goce. La primera vez que estuve en ellas fue hace cerca de treinta años, allá por 1983. Luego, creo, volví a deambularlas en los albores de los noventa y hoy, en 2010, he consumado mi tercera lectura de esta novelita que es considerada unánimemente la primera piedra de la literatura de la Revolución Mexicana. Y conste que, por lo pronto, le llamo literatura y no novela. Sé que sus mejores productos fueron novelísticos, pero sentiría injusto no incluir en su gran corpus al cuento e incluso a esa forma de la poesía que es el corrido, es decir, el romance anónimo que cantó las glorias y las desventuras de la muchedumbre revolucionaria.

En efecto, la literatura generada por el movimiento armado que estalló en 1910 es mucha, muy variada y de heterogénea calidad. Por eso hablo de literatura de la Revolución Mexicana, aunque es también cierto que sus picos los halló en la novela. Este ciclo organizado por Saúl Rosales en el TIM da cuenta, precisamente, de las narraciones que con largo aliento dibujaron el lienzo de gran formato que detalle tras detalle terminó por configurar un movimiento sin precedente en la historia de las letras mexicanas. Sobre esto no hay, creo, discusión. La novela de la Revolución Mexicana es un esfuerzo colectivo de raigambre totalmente nacional y sólo tiene, a mi juicio, un equivalente en las letras de América Latina: la poesía gauchesca. Esos dos movimientos, nacidos en ámbitos específicos e identificables por el contenido de sus productos, tienen asimismo sus correlatos continentales: el Modernismo y el Boom.

La novela de la Revolución Mexicana nació, como sabemos, casi en el instante mismo en el que se libraban las más cruentas batallas de la gesta armada que encabezó Madero en 1910. Todavía estaba fresca la sangre en las trincheras y ya un médico maderista escribía pasajes con ese tema como eje de sus narraciones. Él fue quien, sin sospecharlo en aquel momento, colocó el primer eslabón a una cadena de obras que con el tiempo iban a convertirse en un tópico de las letras nacionales. Tengo para mí que a partir de Los de abajo la literatura mexicana comenzó a arar en un surco que extiende sus frutos hasta el presente. Más todavía: creo que el tema de la Revolución Mexicana es el más entrañable asunto de la literatura nacional, pues la mayor parte de sus relatos, muchos de ellos logradísimos, lo han abordado directa o indirectamente: Los de abajo, La sombra del caudillo, Ulises criollo, Cartucho, Apuntes de un lugareño, Tropa vieja, ¡Vámonos con Pancho Villa!, El resplandor, Al filo del agua, Pedro Páramo, La muerte de Artemio Cruz, Gringo viejo y Madero, el otro son apenas algunos de los libros que casi llenan un siglo de literatura y todavía dan la impresión de que no han abordado ni una mínima parte de lo que fue el movimiento revolucionario y sus personajes más salientes.

De todos esos libros, a Los de abajo le cabe el mérito de haber sido, en estricto respeto a la cronología, el primero que plasmó en ágiles estampas las acciones vinculadas al tema de la refolufia. Mariano Azuela lo escribió en 1915, año en el que de octubre a diciembre lo publicó por primera vez, al más puro estilo folletinesco, en el diario El Paso del Norte. Un año después, ese mismo periódico del El Paso, Texas, publicó la novela en forma de libro, y allí empezó el desfile de obras con olor a sangre, pólvora, heroísmo y traición.

Sobre estos libros disertarán varios laguneros convocados por Saúl Rosales; será los martes a las 8 pm en el TIM; hablarán Manuel Terán Lira, historiador; Luis Hernández Aranda, periodista; Carlos Castañón, historiador; Asunción del Río, académica; Alberto Madero, académico universitario; Magdalena Madero, escritora; Javier de la Garza, ex presidente municipal de Torreón y Yolanda Natera, escritora. Ayer me tocó a mí; es un ciclo imperdible. No se lo pierdan.

sábado, mayo 30, 2009

Café literario (ciclo julio-septiembre 2009)



Este es el programa del café literario organizado por el Teatro Isauro Martínez de Torreón. Más informes en el teléfono 7166261. Hacer click sobre la imagen para ampliarla.