sábado, septiembre 28, 2024

Más sobre mexicas, tlaxcaltecas y españoles

 

















Entre 2019 y 2021 Saúl Rosales escribió un amplio lote de artículos sobre la conquista de México y muchas de sus implicaciones históricas y culturales. Luego de esto reunió una buena parte de aquella producción y fue publicada por la UAdeC en el libro Malinche y la conquista de México (Saltillo, 2023, 171 pp.). Lo presenté en su momento, así que mi parecer quedó asentado en una recensión después incorporada a la columna. Aprecié y aprecio tanto el contenido de tal libro que llevé cuatro ejemplares a Chile y Argentina en abril-mayo de 2024, y mi deseo es que hayan quedado en manos que sepan valorarlo.

Pasados unos meses, Saúl ha organizado otro libro que asimismo es producto del trabajo por él acometido entre 2019 y 2021: El poder tras el trono de Moctezuma. Religiosos quasi una fantasia (Mango Verde Fondo Editorial, Torreón, 2024, 104 pp.). No es difícil afirmar que aquel par de libros podría ser considerado un mismo título dividido en dos salidas. El tema, el tono, la extensión de las piezas y la inteligente agilidad de los análisis permiten sentir un impulso afín en su hechura, una equivalente capacidad ordenadora, un estilo análogo.

El título de esta segunda parte de los asedios de Saúl Rosales al mundo de la conquista se justifica por el ensayo más largo del volumen; en efecto, trata sobre “El poder tras el trono de Moctezuma”, es decir, sobre la gravitación de los sacerdotes mexicas en todas las decisiones del tlatoani gobernante. Ceñido a las dos más importantes “corónicas” sobre las vicisitudes de la conquista, la de Cortés y la de Bernal, aunque también cercano a las articuladas por Sahagún, Durán, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y la del cronista anónimo, el escritor lagunero verifica que los “papas” (así denomina Bernal a los sacerdotes indígenas) tenían un ascendiente pesado e ineludible en los gobernantes, tanto que son aquellos los oráculos por quienes fluyen realmente todas las decisiones de índole política. Pese a su catadura astrosa —tal vez algo parecida a la de los locos/parias de las actuales urbes—, los religiosos apuntalan, gracias a su fantasiosa interlocución con las deidades, toda asesoría al poder civil. Esto lo vieron el soldado y el misionero español, quienes inconscientemente dieron prelación al clero indígena en cada enunciado enumerativo de sus relatos: al ponderar y describir por escrito cualquier encrucijada política, el testimonialista europeo primero distinguía y mencionaba a los sacerdotes, luego a los gobernantes/caciques y al final, si era necesario, a los guerreros.

Los “papas” arrebataban entonces la iniciativa, eran el mando tras el mando. Son ellos quienes para todo detentan la última palabra: “En otro momento de este pasaje de la historia de la Conquista narrada por Bernal, el Capitán General le dice al Gran Tlatoani que, ya que andan allí [en uno de los templos], les muestre los dioses autóctonos. Esto da oportunidad de observar y resaltar cómo el jerarca mexica depende de los papas para tomar decisiones pues: ‘Moctezuma dijo que primero hablaría con sus grandes papas’. La suspicacia murmura: el poder tras el trono de Moctezuma”. De esto trata el primer largo ensayo del racimo.

Más cortos, los textos que siguen en el libro son aproximaciones a distintas escenas del mismo encontronazo histórico. Todas convocan la prosa divulgativa del autor torreonense, quien esquiva rebuscamientos o tecnicismos para, más bien, bordear cierto didactismo deseoso de aproximar remisos al conocimiento de la gesta protagonizada por mexicas, tlaxcaltecas y españoles.

En la mayor parte de los quince momentos del libro destaca pues el tratamiento de alguno de estos rubros: la guerra, los usos y costumbres indígenas y la herencia de la cultura precortesiana en nuestra actualidad. No para agotar lo que aborda, pues por suerte es inagotable, sino para atraer nuestra atención de lectores a pliegues de una realidad pasada y significativa en tanto cimiento psicológico de la nación que poco a poco se convirtió en lo que hoy llamamos México. Esto no es insinuado por el autor, sino dicho con todas sus letras, como lo hizo también en Malinche y la conquista de México. Observa, por ejemplo, en la pieza “Testimonio de 500 años de mestizaje”: “La potencia europea invasora, el grandioso imperio azteca que le resistió y la imbatible insumisión tlaxcalteca son los tres poderíos que sustentan, o deberían sustentar, el espíritu mexicano actual”. Más claro no es posible expresar este deseo (al que sin duda adhiero).

Cercos, matanzas, negociaciones, desacuerdos, estrategias, arremetidas y diferentes abordajes al plano bélico de la conquista son el tema central del conjunto. Lo épico (dicho esto en el sentido no obtuso de la palabra, o sea, no como la usan hoy muchos obtusos que calcan servilmente el inglés) es la vértebra de El poder tras el trono de Moctezuma, pero a su vera hay algunos abordajes interesantes, como ya dije, sobre aspectos relacionados con la herencia de la cultura autóctona; particularmente subrayo los últimos cuatro: “Piciete, tabaco, marihuana”, “Nombres de hace cinco siglos”, “Nostalgia por las tunas” y “Alcoholismo del último umbral”), textos que trabajan, respectivamente, sobre el insumo mexica de lo que quizá era cannabis, sobre la imposición europea de la onomástica y los topónimos en la realidad domeñada, sobre la esplendidez del gordezuelo fruto que da el nopal y sobre el consumo de pulque sólo permitido a la senectud mexica y muy penado a los jóvenes.

Por todo, estas páginas son otra estimable invitación a rever la odisea de la conquista mexicana como lo que fue: la más asombrosa conjunción militar y cultural de arrojo, orgullo, resistencia, pasión y estoicismo que vieron en América los pasados siglos y no esperan ver los venideros.

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