sábado, septiembre 14, 2024

Reyes frente al mundo

A lo largo de treinta años y pico he frecuentado cada tanto algún libro de Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959). Esta costumbre autoimpuesta se debe en primer lugar al placer que siempre me produce su obra y, en segundo lugar, a que de no leerla me torturaría la culpa de haber acumulado de balde medio centenar de títulos de su autoría y otros tantos de crítica a su vida y su trabajo. Es mucho espacio por cubrir, así que necesitaría la territorialidad amplia del león para poder abarcarlo a planitud. No me da ya la biología para lograrlo, pero sí para incursionar de vez en cuando, uno o dos momentos por año, a alguno de sus volúmenes, como sucedió ahora con el recorrido por Tentativas y orientaciones (Nuevo Mundo, México, 1944, 230 pp.), libro que también es asequible en ediciones recientes como la individual del FCE o la resguardada en el tomo XI, también del Fondo, de sus obras completas, donde comparte espacio con dos más: Ultima Tule y No hay tal lugar

Tentativas… contiene diez ensayos que a simple vista pueden parecer misceláneos, pero tienen un común denominador: todos, además de un tenue didactismo, muestran un fleco político, social y cultural global, es decir, que en ellos el regiomontano observa asuntos relacionados con las circunstancias del mundo entre los años 1932 y 1944, cuando el planeta se veía amenazado por el fascismo, el nacional-socialismo y la Segunda Guerra. Como en casi todos los libros de Reyes, el menú es variado y la erudición estalla frente a los ojos y se derrama como avalancha en cada página. Ahora bien, su apabullante magma de saberes no parece nunca afectado ni amenazante, sino natural y sobre todo ameno. Esto lo logra por su fluidez discursiva, por la perfección de la forma y por algo casi indefinible de tan sutil: una suerte de pasión por la gracia del estilo, por la frecuentación de giros expresivos que se aproximan mucho a la conversación. Reyes aquí también, entonces, no parece escribir, sino charlar con su invisible lector.

El rasgo más saliente del estilo alfonsino está pues en el gesto que podemos suponer mientras escribe-habla: aun en los temas más serios o graves, su actitud es cordial, la de un amigo que nos describe realidades sin pedantería, sólo por el gusto de compartir lo que sabe como entre sorbos de café. Carlos Fuentes percibió esto y lo resumió con una frase: “A mí me enseñó que la cultura tenía una sonrisa”. Y sí: la coyuntura mundial, por espantosa, estaba para volcarse en el ejercicio casi legítimo del amarillismo, para tomar partido con agitación de fanático, pero Reyes no añade gasolina a la polémica, sino que trata de explicar serenamente las dolencias del mundo, los horrores de la barbarie, pero siempre contrastadas con la posibilidad de revertirlas mediante las armas de la cultura y el humanismo, los mejores frutos de la civilización, y nunca con más y peores agresiones.

Los ensayos, digo, mezclan las cartas intelectuales de Reyes, su condición de espíritu grecolatino entregado a la compostura del destartalado siglo XX. Lector omnívoro, al analizar el momento que vive el mundo apela a la literatura, la historia, la política, la filosofía, la ciencia e incluso un poco a la economía. En todo su repaso late el deseo de persuadirnos acerca de un imperativo válido ayer y válido en este momento: la necesidad de comprender la realidad como un todo y optar sin titubeos por las respuestas civilizadas y civilizatorias. Por ejemplo, Reyes enfatiza lo criminal que es la desigualdad material de los pueblos, y en este contexto, repudia la discriminación y el exterminio por motivos de raza, uno de los motores más poderosos de la belicosidad durante la guerra que se libraba principalmente en Europa y Asia. El ensayista subraya varias veces que la superioridad natural de una raza sobre otra es una patraña para justificar atrocidades. Frente a la violencia, el humanista mexicano llama a quienes se quieran sumar a la cruzada por la sensatez: “La onda de barbarie que anega el mundo nos va arrojando a la misma orilla. Desde aquí, juntamos los haces de una realidad que parecía alcanzada, y que otra vez se nos deshizo en las manos, urna de arcilla quebradiza. Es necesario que persistan algunos, para que al cabo se salven todos. Empecemos otra vez, empecemos todas las mañanas. Nos congrega la fraternidad de un empeño que debe adelantarse día a día con un esfuerzo paciente. Con un esfuerzo paciente y hasta lleno de comprensión para las flaquezas humanas. No hay que exigir demasiado a la naturaleza. La regla de oro: rigor en lo esencial, tolerancia en lo secundario, abandono de lo indiferente. Sumemos a todo el que tenga buena intención, por escasas que sean sus fuerzas. No pretendamos movilizar ejércitos de héroes: basta con que haya algunos, y los demás, que los sigan tan de cerca como les sea posible. Transformar, poco a poco, lo heterogéneo en asimilable. Que cada uno preste su brazo, hasta donde su brazo alcance. ¡A ver si, entre todos, acabamos por desterrar la violencia, la ceguera, el crimen, cínicamente erigidos en normas de la vida social por la voluntad de dos o tres locos”.

Casi sobre lo mismo, en el ensayo “Un mundo organizado” coloca en el centro las nociones a considerar para la creación de un ente como la ONU, que en aquel momento estaba todavía en proceso de construcción: “El problema se reduce a encontrar un justo equilibrio entre la soberanía y la supersoberanía. Lo cual, inmediatamente, plantea la cuestión vital de dar, dentro del organismo superestatal, una posición tal a los Estados menores, que éstos no se sientan amenazados por las Grandes Potencias, y de encontrar para éstas un sistema tal de engranajes, que ellas no puedan empujar al mundo a un nuevo desastre como el que ahora padecemos”.

Reyes ya había dejado la diplomacia cuando publicó Tentativas…, libro en el que resaltan sus famosos ensayos “Discurso por Virgilio”, “Homilía por la cultura”, “Esta hora del mundo”, “Posición de América” y “El hombre y su morada”, que es en este lote el texto más largo y compendioso de la historia de la civilización humana. Poco después de escribirlo y de publicarlo, en 1944, tuvo el primero de los cuatro infartos que terminaron por vencerlo. Por lo que sabemos, es de suponer que trabajaba sin freno en ese entonces, y así siguió hasta 1959, bregando a diario en la factura de nuevos libros y en la organización de todo lo que luego edificó el corpus de su obra completa.

Es necesario insistir en un detalle: que las piezas de Tentativas… pueden dar la impresión, vistas de lejos, de aridez o de secura profesoral. No. En “Discurso de la lengua”, precisamente el penúltimo ensayo del índice, hace este elogio de nuestro idioma, que cito en largo como ejemplo de su pulcritud y por exacto de la afirmación: “Sólo declaro al comenzar que considero como un privilegio hablar en español y entender el mundo en español: lengua de síntesis y de integración histórica, donde se han juntado felizmente las formas de la razón occidental y la fluidez del espíritu oriental; tan ejercitada en las argucias intelectuales como en las libres explosiones del ánimo, ya en sus escolásticos o en sus místicos; lengua cuyo atletismo admite el transportar fácilmente las crudezas terrenas hasta el cielo de las ideas puras, o el hacer bajar los arquetipos hasta los afanes del trato diario, según se advierte, para ambos extremos, en el diálogo eterno de Don Quijote y Sancho; lengua lo bastante elaborada para captar las regularidades y exactitudes, lo bastante audaz para respetar las temblorosas indecisiones del misterio; capaz de la matemática como de la lírica; valiente en la cordura y en la locura, y cabal en su registro de las posibilidades humanas; lastrada por una ironía profunda, que al par la defiende de la pura embriaguez abstracta y de la estéril fascinación de lo inmediato, al punto que su sola práctica dicta normas para la buena conducta de la voluntad y el pensamiento; sonora sin delicuescencias que amengüen su viril reciedumbre, y cuyo equilibrio fonético parece dictado por la misma economía biológica del resuello. Los que viven en otra de las grandes lenguas civilizadas podrán reclamar para ella iguales excelencias, o aun otras que les parezcan superiores. Quiere decir que son igualmente privilegiados, o que se hallan tan a gusto de beber en su vaso como nosotros en el propio. Lo que importa es convencernos de que poseemos un instrumento tan bueno como cualquiera de los mejores, y nunca culpar al instrumento de nuestra impericia en manejarlo”.

Con esta lengua elogiada y en su caso perfectamente usada, Alfonso Reyes nos adentra en la permanente urgencia de caminar con la cultura en ristre, única lámpara que teníamos ayer y seguimos teniendo hoy para avanzar en la penumbra.

Nota. Esta es la portada de la edición que leí, la primera: