sábado, septiembre 21, 2024

Silvio, aniversario y después

 













“Si te dieran a escoger a qué cantante escuchar y te pagaran todos los gastos para ir a su concierto, ¿a quién escogerías, papi?”. Recuerdo esta pregunta de una de mis tres hijas, pero no recuerdo cuál. La motivaba una conversación en la que concluí tajantemente, sin ninguna concesión, que no me interesaba ir a ningún concierto, que no me interesaba escuchar a nadie en ningún tumulto. “¿Pero a nadie a nadie a nadie, papi?”, insistió mi hija. “No, a nadie”, rematé, y esto incluía principalmente los conciertos de cualquier música de pop o de rock, por espectaculares que parecieran. Sé que si la propuesta fuera real, dudaría. ¿Javier Solís, Pavarotti, Zitarrosa, Lola Beltrán, Serrat, Mercedes Sosa, Albano Carrisi, Adriana Varela, Atahualpa Yupanqui, Anna Netrebko, Ibrahim Ferrer? Tal vez, pero de solo imaginar las implicancias de un concierto, el hecho de desplazarme a no sé dónde y de convivir a veces apretujadamente, me lleva a desear no desearlo, conformarme con la reproducción hoy dispensada por las plataformas digitales.

Mi negativa parte de que los experimenté alguna vez: jamás me sentí cómodo ni me estremeció un pelo ver en vivo a un “famoso”. No me pregunten por qué, pero por razones de trabajo, de gratuidad o compromiso vi a Bosé, Tropicalísimo Apache, Juan Gabriel, Marco Antonio Solís, Los Cadetes de Linares, Óscar Chávez, Los Ángeles Negros, Facundo Cabral, Celso Piña, Depeche Mode, Caetano Veloso, Plácido Domingo y Calle 13, y en ninguno de los casos hallé un motivo poderoso para enamorarme de la modalidad “en vivo”. Por esta razón y no otra es por la que percibo muy extraña a la gente que sigue el ritual de comprar boletos en línea y moverse a veces hasta de país para escuchar a tipos abiertamente frívolos o embusteramente densos, como si fueran filósofos de nuestra era sólo porque desean la paz mundial.

Dado lo antecedente, sonará raro que el 25 de mayo de 2004, hace ya dos décadas, amaneciera inquieto ante la inminencia del maratón que me esperaba en la Plaza de Mayo. Había llegado el 15 a Buenos Aires, era mi primer viaje para allá, y dos días después, o tres, no recuerdo, me chuté un recorrido de quince horas por tierra para estar en San Miguel de Tucumán, a donde había sido invitado por David Lagmanovich para participar en un encuentro de escritores. Además de conocer a David, allí conocí también a Juan Pablo Neyret y a Rogelio Ramos Signes, y crucé dos palabras con un par de invitados importantes: María Rosa Lojo y el español Rafael Chirbes. Cumplí cuarenta años casi al final de mi estancia tucumana, el día 23. Esa misma noche, Neyret y yo, que nos hicimos amigos de inmediato, nos fumamos las quince horas del bus a Buenos Aires. Bajamos en la capital argentina, convivimos el 24 en algunas caminatas y restaurantes del microcentro, y esa misma tarde Neyret siguió a su tierra, Mar del Plata. De nuevo quedé solo en Buenos Aires; me hospedé en el Grand Hotel España, un vetusto edificio art déco de la calle Tacuarí número 80, a una cuadra de la avenida 9 de Julio, cerca del legendario Café Tortoni.

El 25, digo, amanecí inquieto. A mi primer viaje argentino le quedaban unos tres días de vida, así que decidí aprovecharlos en andanzas que me dieran una visión más clara del plano porteño. Sabía ya que el día era feriado por la Revolución de Mayo, así que opté por acercarme a la plaza para ver cómo lo celebrarían. Temprano, todavía sin público en la plancha histórica, vi que varios trabajadores hacían los últimos arreglos a dos grandes escenarios: uno frente a la Casa Rosada y otro al lado opuesto, cerca de la catedral, por la calle Bolívar. Creo que con algunas preguntas pude saber que la celebración conllevaría discursos y un desfile de grupos y cantantes, todo con el remate de Silvio Rodríguez. Deambulé un rato más por el rumbo, sin separarme mucho de la plaza. Cuando vi que comenzó a poblarse me aproximé al escenario más grande, el aledaño a la Rosada. Primero quedé como a cincuenta metros, pero como pude me fui escurriendo hacia adelante, poco a poco. Mi idea era no quedar tan lejos, pues mi cámara digital Fuji (aquello ocurrió en el breve momento en el que se usaron las cámaras digitales) no tenía zoom y temí que las fotos quedaran muy borrosas. Al final logré acomodarme como a veinte metros del punto principal. La Plaza de Mayo quedó llena, gobernaba Néstor Kirchner, allí estaba Cristina Fernández y nadie podía saber en ese momento que la Argentina viviría poco más de diez años de desendeudamiento, de mejoría económica y, por ello también, de feroz persecución mediática contra la pareja que provocó aquel respiro de bienestar social.

No recuerdo cuánto duró todo, pero sí que llegué como a las cinco de la tarde y a las nueve todavía no me iba de allí. Muchos cantantes pasaron antes del plato principal. Todos desahogaban dos o hasta tres piezas, la gente los aplaudía con entusiasmo y el animador los presentaba con elogios y vítores por el día conmemorado. Pero la gente esperaba el número fuerte: Silvio.

Cuando el cubano apareció en escena, pensé que su paso duraría lo mismo que todos los demás, pero no: cantó una hora y aquello me dio la impresión de ser hipnótico: la gente coreaba sus canciones y yo entre dientes también las expresaba. En los ochenta había sido adicto a su música y en general a la nueva trova, pero poco a poco me había alejado de él. Lo que no sabía es que me sabía aún todas las piezas, al menos las famosas, y esto sobrevive hasta hoy, fecha en la que algunos de sus versos me parecen algo débiles, algo forzados o innecesariamente herméticos, aunque conservo el gusto por casi todos sus arreglos y por supuesto de sus muchísimas estrofas brillantes. Así de terca es la memoria.

De aquel concierto hay video en YouTube, y aunque no me veo entre el público oscurecido por la noche, estuve cerca de la bandera del Che que ondeó durante todo aquel concierto, tal vez el único al que he asistido con un sentimiento parecido al gusto.

Nota. Como la que encabeza este post, las siguientes fotos fueron tomadas la tarde referida en la crónica.