Por
un encargo me clavé dos días en escuchar y leer a Alejandro Dolina. Sus
entrevistas en radio y televisión, como lo he dicho desde que lo conocí, nunca
tienen pierde y ofrecen la posibilidad de repensar lo común y lo corriente
desde ángulos inhabituales. Esa capacidad para enfocar ideas de manera
diferente y, claro, su elegante estilo oral son las virtudes que lo han
convertido en un icono mediático argentino.
Al
oír, digo, una de sus conversaciones televisivas espigó esta idea: “Por primera
vez asistimos a un episodio en donde el poder político es uno y el poder
económico es otro. (…) el poder económico está en un lugar y el poder político está
en otro, y eso es la primera vez que ocurre en todos estos años”.
Dolina
se refiere al hecho cierto de que la Argentina padeció durante décadas la
pesada y estrecha vinculación entre poder político y poder económico. El
menemismo, que fue en los noventa un equivalente igual de atroz para los
argentinos como el salinismo para nosotros, es la prueba más reciente que se
puede exhibir sobre la gravitación del poder económico en las decisiones propias,
se supone, de la esfera política.
A
partir de 2003, tras la inesperada llegada de Néstor Kirchner, la Argentina experimentó
una serie de cambios que encaminó medidas dirigidas en sentido contrario a las
prevalecientes en el modelo neoliberal. En el plano económico fue configurado
un proyecto con carácter marcadamente nacionalista, una mejor distribución, la
recuperación de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales, digamos que su Pemex),
de Aerolíneas Argentinas; además se dio la llamada Asignación Universal por
Hijo y una mayor atención al asunto de las jubilaciones; sumado a lo anterior,
se diseñó una nueva Ley de Medios y por fin fueron castigados los crímenes de
lesa humanidad perpetrados durante la dictadura militar.
Lo
anterior y mucho más erizó los pelos del poder económico que, gracias al instrumento
de choque representado por los medios hegemónicos, no ha dejado un día de
golpear al kirchnerismo incluso con tufos destituyentes.
La
diferencia con respecto de México es impresionante por una razón: porque aquí,
desde hace ya no sé cuántos años, el poder político es apenas una expresión, la
cara visible, del poder económico que manda. Por eso vamos para atrás, es
decir, eliminando conquistas laborales, mermando el salario mínimo,
desmantelando el Seguro Social, vapuleando las pensiones, vendiendo nuestra
industria petrolera, tirando, en suma, al ciudadano en la basura.