Editada
por Rose Mary Salum, la revista Literal publicó en agosto una entrevista
que me hizo Paul Medrano (@balaprodrida). Agradezco a Rose Mary y a Paul este
generoso diálogo.
A la sombra de
Muñoz Vargas
Paul
Medrano
Jaime
Muñoz Vargas es mi escritor de culto en México. A comienzos del año 2000,
cuando junto con mi palomilla leímos El
principio del terror (Joaquín Mortiz, 1998), quedamos prendados de la
soltura narrativa de una novelita que si bien es breve, por su alto octanaje
debería estar en vías de canonización.
Pasaron
los años y la casualidad me dio la oportunidad de saludarlo. A veces, es mejor
no conocer a nuestros ídolos, porque nos desilusionan. Al igual que uno, son
seres llenos de ego, errores y vicios, con la diferencia de que ellos tienen
cierta fama. No fue el caso con Muñoz Vargas.
Gracias
a este encuentro, pude hacerme de más libros que solo reafirmaron mi interés
por la obra de este duranguense avecindado en Torreón desde hace décadas.
El
primero fue Leyenda Morgan (premio
nacional de cuento San Luis Potosí 2005), que por momentos parece novela y en
otros un libro de cuentos que relata las aventuras del comandante Morgan, un
tipo deshonesto, pero valiente; macuarro, aunque perseverante; despiadado, pero
no cobarde. El libro cambia de clave de una página a otra: del género policiaco
muta al realismo sucio y de ahí salta al comic. Como bien lo define Carlos
Velázquez: “Leyenda Morgan es un
manual para héroes o canallas”.
Luego,
tocó el turno a Juegos de amor y
malquerencia (premio nacional de novela Jorge Ibargüengoitia 2001), un
título sobre el dolor, la pobreza y mucho beisbol ambientado a comienzos del
siglo XX, que da cuenta de la amplitud que poseen los horizontes narrativos
Muñoz Vargas, quien reconoció que esta obra surgió a raíz de observar una foto
antigua.
Y
finalmente leí Parábola del
moribundo (premio nacional de novela Rafael Ramírez Heredia 2009),
quizá una de las mejores sátiras del ambientillo literario en México. Aquí se
cuenta las penurias económicas de un poeta que sueña con la fama, sin embargo,
debe emplearse con un mequetrefe que le paga por escribir versos amorosos a
algunas mujeres. Un verdadero deleite porque, además del cúmulo de referencias
bibliográficas, retrata a la perfección a los poetas que se creen
incomprendidos pues consideran que han sido tocados por el noveno anillo de
Saturno. Algo que abunda muchísimo en la fauna del arte.
Gracias
a Leyenda Morgan, escribí una
novela policiaca. Y a Parábola del
moribundo, una novela satírica. El culto está ahí.
Ojos
en la sombra es su más reciente libro de cuentos. El pozo en el que
abrevan estas historias es el oficio literario y el fracaso. Ambos, factores de
riesgo siempre presentes en los que trabajamos con palabras.
Las
diez historias están divididas en tres tiempos cuyos nombres son de los más
sugestivos: Frustración, Apetencias y Puentes. Raymond Carver
afirmó: “la ambición y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que
desea hacerse como tal. Pero también hay que tener talento”. Estos tres rasgos
los cumple el duranguense.
La
prosa de Muñoz Vargas es fresca y cristalina, como el agua de un bebedero
público, que además, es cómodo. Esto lo consigue sin necesidad de pertenecer a
una estrategia editorial (la mayoría de su obra pertenece a publicaciones del
Estado); sin pirotecnia narrativa innecesaria; sin campañas mediáticas a su
favor y, mejor aún, sin prosa críptica que solo intriga, pero no dice nada.
En
una entrevista a comienzos de este año, Guillermo Saccomanno sentenció:
“Escribir y publicar un libro no es ninguna hazaña, el asunto es si tenés algo
que decir. Esto es un oficio de paciencia y un escritor no puede estar mirando
los suplementos todo el tiempo. No puede estar pendiente del último autor recomendado
ni de los festivales. Hoy yo veo que los escritores van a un festival tras
otro, como si los festivales fueran lo más importante que le puede pasar a un
escritor, en vez de conseguir lectores. Te das cuenta de que muchos festivales
son pura rosca, pareciera ser que son todos escritores que andan con la valija
lista, están viendo en qué puerta embarcan en vez de qué publican. Yo trabajé
cuarenta años en publicidad y cuando estuviste tantos años ahí te das cuenta de
que el marketing y todo esto que se chamuya ahora no es ninguna novedad. Lo
sabe el que fabrica mayonesa, el que fabrica zapatos y las editoriales están en
manos de gente que puede hoy fabricar libros como mañana puede fabricar
salchichas: el tema es vender”.
Muñoz
Vargas se toma su tiempo para publicar, para leer e incluso para opinar desde
su cuenta de Twitter. Esto se nota también al momento de leer sus cuentos: las
historias avanzan sin prisa, pero con eficacia. Todos los cuentos nos dejarán a
sus personajes rondando en la cabeza, cumpliendo a cabalidad aquel consejo que
exige a los escritores: “al final del cuento hay que hacer sangrar al lector”.
Sin
embargo, el momento cumbre del libro está en la parte central, en el apartado Apetencias,
integrada por tres cuentos. El primero, “Tras el rastro del orgullo”,
cuenta cómo un profesor de literatura, hundido en la semipobreza, es contratado
por un millonario para dar con los responsables del secuestro de su padre,
mediante el análisis del lenguaje que usan los captores. El millonario le da
una gran paga y le hace ver que su ayuda será vital. De ese modo, el profesor
inventa cualquier clase de argumentos para no verse como un idiota.
“Papa
Matías”, en cambio, narra la historia de Carmelita, quien se ve en la triste
situación de meterse a trabajar como mesera en un tugurio, luego del despido de
su padre. Carmelita es llevada y traída por el anciano en una bicicleta. En el
tugurio conoce a un escritor de pacotilla quien comienza a escribir una
historia muy similar a la de Carmelita. El final, un homenaje a la metaficción,
es trepidante.
“Transmisión
diferida” es tan exacto, que lo mismo puede ser una crónica o una
noveleta. Dos jóvenes con ganas de comerse el mundo son contratados para narrar
diferido el Super Bowl en una televisora local de Los Mochis. El viaje, las
situaciones por las que atraviesan y la transmisión convergen al final de una
historia que, de tan verosímil, nos hace pensar que acaso fue cierto. Lo cual
no sería extraño.
Una
característica a destacar de Ojos en
la sombra es su atemporalidad. Todas sus historias pudimos
disfrutarlas hace 10 años y podremos hacerlo en otros 10, sin que eso afecte su
vigencia. Literatura sin fecha de caducidad, dijera por ahí.
*
* *
A
continuación, una breve charla con Muñoz Vargas a propósito de Ojos en la sombra, la literatura y sus
malquerencias.
Estos cuentos
nunca antes vieron la luz en forma de libro, como menciona en sus apuntes
finales. ¿Este volumen usted lo propuso o se lo propusieron?
Esa
nota refiere que algunos de los cuentos de Ojos en la sombra aparecieron primero en revistas y libros
colectivos. Luego los organicé en un solo racimo y en 2007 fueron publicadas
por la Universidad Autónoma de Coahuila en su primera edición. Siete años
después los propuse a la colección El Guardagujas y por suerte fueron
dictaminados a favor, lo que abrió la puerta a una segunda edición que le ha
dado una mayor presencia en el país.
¿Por qué este
libro y no reeditar alguna de sus estupendas novelas?
A
dos de mis tres novelas ya les está llegando la hora de la reedición, pero esto
para mí todavía no es una prioridad. Ya llegará la oportunidad, aunque más bien
he estado pensando en seguir con nuevos emprendimientos en este género más que
en reediciones.
Noto demasiada
similitud en las voces de los protagonistas con los personajes de Parábola
del moribundo. ¿Acaso fueron escritos en la misma época?
Escribí Parábola del moribundo entre 1998 y
1999. Luego la dejé guardada durante diez años y apareció en 2010. Los cuentos
de Ojos en la sombra (como
los cuentos de Las manos del tahúr y
Leyenda Morgan) los escribí entre
2000 y 2005, mi etapa más productiva en este género. En esos cinco años escribí
pues cuatro o cinco libros de cuentos, dos de los cuales siguen inéditos. En
efecto, es muy probable que todo este material se parezca en la prosa y en el
tono y hasta en las temáticas, pues nacieron en un caldo de cultivo muy
similar.
La
caricaturización (aunque en sí, el oficio de escritor es una caricatura per se)
del oficio literario no es un campo virgen, pero sí poco explorado. ¿A qué cree
que se debe que la escritura mexicana satiriza todo, menos a si misma?
No
es tan infrecuente la literatura con temas literarios. Para mí siempre ha sido
atractivo escribir sobre la circunstancia de los escritores periféricos, casi
invisibles, de la provincia. Pero no sólo sobre ellos, sino sobre todos los
personajes con los que de alguna manera he convivido e incluso “he sido”, como
poetas, maestros de literatura, funcionarios culturales, periodistas, editores,
diseñadores gráficos y demás. Es un espacio que conozco bien y me parece
siempre interesante porque combina varios rasgos propicios para ser convertidos
en literatura: la soberbia, el afán de trascendencia, la envidia, la
frustración, el celo profesional y, en muchos casos, la mediocridad y el
genuino talento que se queda a medio camino. El mundo cultural en provincia,
ese mundo lejano a los principales centros productores de cultura, crea siempre
realidades picarescas, pequeñas e interesantes tragicomedias.
En su “Palabra
final”, manifiesta su gusto por el “cuento clásico”, ¿a qué cree que se deba
que ahora pululan los relatos, pero no los cuentos?
Siempre
he sido respetuoso de lo que elige cada quien al escribir, del género, estilo,
influencia y demás que cada escritor adopta para expresarse. Es decir, lo que
yo he asumido es funcional a mis propósitos o gustos y jamás he querido
imponerlo a otros. En el caso del cuento, creo que es un género que plantea de
entrada una serie de reglas mínimas de juego y a partir de allí uno puede buscar
rutas, caminos, brechas para la experimentación o la ruptura del molde. Creo,
sin embargo, que ese molde es a veces tan desafiante que muchos cuentistas lo
eluden y escriben cuentos que solo son cuentos por su brevedad, deshuesados o
invertebrados, sostenidos solo en vagas andanzas de los personajes, en la
vistosidad de la prosa y ajenos al armado de una estructura y a las malicias
que en teoría son consustanciales al que llamo “cuento clásico”.
¿Qué opina sobre
lo fácil que es publicar ahora, comparado, digamos con hace 20 años? ¿Eso ha
sido positivo para la literatura?
Creo
que desde hace muchos años no ha sido tan difícil publicar en México. Por
supuesto que las puertas de las editoriales privadas no están abiertas para
todos, pero en nuestro país hay muchas válvulas de escape en las instituciones
públicas. Quizá en México no sea fácil para nadie publicar en Mondadori o
Tusquets, pero con algo de talento, insistencia y suerte, e incluso sin ellos,
cualquier escritor puede publicar en colecciones de universidades, municipios,
estados o en dependencias culturales como el Conaculta o Tierra Adentro. Tengo
una relación estrecha con la realidad editorial argentina, un país con gran y
abundante literatura, y puedo asegurar que los espacios editoriales de allá son
tan escasos que muchos escritores tienen que autofinanciar sus libros o
publicarlos casi en modalidades artesanales. Sería impreciso no reconocer que
publicar en México es relativamente fácil.
¿Usted se
percibe como el escritor venerado que es? Debe saber que su obra ha influido a
no pocos jóvenes. ¿Cómo calificaría Jaime Muñoz Vargas la obra de Jaime Muñoz
Vargas?
Estas
preguntas son de muy difícil o imposible respuesta. Si digo que sí he influido,
sonaré soberbio. Si digo que no, sonaré falsamente modesto. Si digo que no sé,
sonaré ignorante. Ahora bien, acá entre nos, me percibo como escritor bien
conocido en la Comarca Lagunera, regularmente conocido en Durango y Coahuila, y
pobremente conocido en México. Puede ser que algunos lectores/escritores vean
con aprecio mi trabajo, pero de eso a influir hay mucha distancia. Mi
autoestima, como la de cualquiera, se afirma cuando llega un elogio, una
felicitación, pero eso no es frecuente. Lo bueno es que no escribo para
cosechar piropos. Tampoco puedo decir que escribo porque escribir me hace
feliz. Escribir no me hace feliz, siempre me produce incomodidad y hasta
disgusto. Lo que sí me gusta es terminar de escribir, acabar un cuento, por
ejemplo. Terminar de escribir me gusta mucho, lamentablemente para terminar de
escribir primero tengo que atravesar la molestia de escribir.