El sistema de blog brevísimo llamado Twitter acaba de cumplir cinco años de vida. En ese corto lapso ha logrado una clientela impresionante de suscriptores, lo que da una idea concreta, acabada, de los vientos que soplan actualmente en la comunicación. Todo debe ser rápido y breve, parece ser el mensaje al menos en el mundo de la tecnología. Lo que vino a producir internet es, sobre todo, un flujo irrefrenable y descomunal de contenidos, y esto ha condicionado una sintaxis atenta a la concisión, al achicamiento del discurso si el deseo del emisor es ser numerosamente decodificado. Aunque los admite, atrás quedaron los tabiques de texto a los que nos acostumbró el papel. La realidad ahora es, nos guste o no, rápida y escueta, además de simultánea.
Traigo a Twitter como ejemplo de todo esto porque tal sistema de comunicación resume como ningún otro un nuevo abordaje, aunque por suerte no el único todavía, de la escritura. Quien desee más y más datos sobre un tema específico, puede hallarlos con facilidad en la misma red, pero la transmisión de las líneas generales pasa hoy, forzosamente, por la brevedad. Es el caso de los grandes reportajes: están en internet, pero la forma que ahora tienen para llegar al público es primero breve y veloz, de fisonomía tuitera, apenas una línea que opera como anzuelo.
El reportaje, la novela, la crónica y otros géneros periodísticos y literarios de amplia matriz tienen esa obligación y esa dificultad, no así otros que ya de por sí eran breves o son creaturas diseñadas ex profeso para navegar en la red. El epigrama, el aforismo, el microrrelato, ya estaban allí antes de internet y se amoldaron con facilidad al nuevo dispositivo del mensaje cifrado en poco texto. Un caso igualmente paradigmático es el del palíndromo. Escrito desde hace muchísimo tiempo, halló en internet, y específicamente en el Twitter, un campo de acción ideal, perfecto casi para transitar con lujo de eficacia por la supercarretera. Si bien puede tener una extensión amplia, lo habitual es hallarlo en formato corto, razón por la que cabe de maravilla en el corsé de 140 caracteres permitido por el envase tuitero.
Así entonces, junto con su boom palindrómico de 2010, año en el que publicó tres libros sobre el tema, Gilberto Prado Galán encontró en el Twitter un plataforma ideal para los palíndromos de su feraz cuño, de suerte que ya es, creo, el máximo exponente mundial de algo que me atrevo a considerar, si me lo permiten, un novedoso género tuiterario.
En efecto, Gilberto Prado ha combinado con gran oportunidad su dominio del palíndromo con el del Blackberry y el del Twitter. Con esos tres ingredientes ha encontrado la fórmula para que las frases de ida y vuelta tengan más seguidores que los imaginados jamás por la palindrofilia mundial. Desde hace algunos meses, todos los días nos regala con una o dos o tres piezas de su infatigable producción, lo que ha creado en torno a su figura una especificidad claramente destacada entre los miles de usuarios avecindados en la urbe tuitera.
No sé si los palíndromos que cuelga en el Twitter son inéditos, si los acuña de botepronto o si ya han sido guardados en sus arcas bibliográficas. Es lo de menos, pues lo sé capaz de componer palíndromos en el aire y también lo sé generoso como compartidor de los que ya han sido publicados. Son tantos, y almacena tantos más en la imaginación, que si publicara uno diario necesitaría los años de Antonio Badú para poder convertir toda su producción en carne de tuiteo.
Más allá del debate sobre la pertinencia o la utilidad del juego (él ha preguntado para qué sirven un cuadro, una obra musical, una pirueta dancística), el caso es que se trata de un ejercicio cuya materia es humana, demasiado humana, es decir, la palabra, y ya con eso hay razón suficiente para tenerle aprecio, más todavía si aceptamos que al lado de la comunicación verbal común, siempre legible de izquierda a derecha, Gilberto y sus colegas nos convidan a celebrar el bello asombro de la lectura reversible.
Ese asombro terminó por estallar en 2010, año elegido por Gilberto para colocar su bandera en el Everest de la palindromía mundial. Publicó tres libros: A la gorda drógala, que contiene más bien acercamientos al espécimen; Sorberé cerebros, un muestrario que da cuenta de la fervorosa práctica del palíndromo entre los usuarios del castellano; y el libro que esta noche nos anima: Efímero lloré mi fe. Tuve ya la suerte de comentar los otros dos, y sobre este tercero se me acabaron los elogios. Ahora bien, no los necesita, ni los mías ni los de nadie, pues Efímero lloré mi fe se defiende solo, con su pura corpulencia, pues se trata de un ladrillo con 26,162 palíndromos que posibilita en cualquier receptor, al principio, un rictus de incredulidad, y luego de respeto cuando se advierte que se trata de un monstruo, el más grande monstruo concebido en español con bichos textuales que caminan de ida y vuelta.
Efímero lloré mi fe es un libro que por peculiaridad hace imposible todo resumen. La mejor manera de sintetizarlo, la única, dado que no se trata de una historia, es citando completas sus 484 páginas. No lo haré, claro. Sólo reitero que estamos ante la presencia de un campeón olímpico, de alguien que en un caso específico de la infinita actividad humana tiene récords o al menos se instala entre los mejor ranqueados del planeta.
Alguna vez escribí un artículo sobre los palíndromos y era Gilberto el móvil invisible de aquella reflexión; denominé al palíndromo “arte para servilletas”, ya que muchas veces vi a Prado Galán escribirlos sobre una servilleta en el café Los Globos. Hoy añado, pensando otra vez en Gilberto como modelo, que los palíndromos son un arte para Twitter, acaso el ideal entre todos los juegos con la palabra para un modo de comunicación que sólo admite 140 caracteres por envío. Tenemos Efímero lloré mi fe como gigantesca base para leer palíndromos de Gilberto Prado Galán, y tenemos ahora el Twitter como plataforma de despegue para muchas piezas más nacidas en su permanente fragua: @gilpg
Comarca Lagunera, 17, marzo y 2011
Nota: texto leído el jueves 17 de marzo de 2011 en el Teatro Nazas durante la presentación de Efímero lloré mi fe. Participamos Julio César Félix Lerma, Gilberto Prado Galán y yo.
Traigo a Twitter como ejemplo de todo esto porque tal sistema de comunicación resume como ningún otro un nuevo abordaje, aunque por suerte no el único todavía, de la escritura. Quien desee más y más datos sobre un tema específico, puede hallarlos con facilidad en la misma red, pero la transmisión de las líneas generales pasa hoy, forzosamente, por la brevedad. Es el caso de los grandes reportajes: están en internet, pero la forma que ahora tienen para llegar al público es primero breve y veloz, de fisonomía tuitera, apenas una línea que opera como anzuelo.
El reportaje, la novela, la crónica y otros géneros periodísticos y literarios de amplia matriz tienen esa obligación y esa dificultad, no así otros que ya de por sí eran breves o son creaturas diseñadas ex profeso para navegar en la red. El epigrama, el aforismo, el microrrelato, ya estaban allí antes de internet y se amoldaron con facilidad al nuevo dispositivo del mensaje cifrado en poco texto. Un caso igualmente paradigmático es el del palíndromo. Escrito desde hace muchísimo tiempo, halló en internet, y específicamente en el Twitter, un campo de acción ideal, perfecto casi para transitar con lujo de eficacia por la supercarretera. Si bien puede tener una extensión amplia, lo habitual es hallarlo en formato corto, razón por la que cabe de maravilla en el corsé de 140 caracteres permitido por el envase tuitero.
Así entonces, junto con su boom palindrómico de 2010, año en el que publicó tres libros sobre el tema, Gilberto Prado Galán encontró en el Twitter un plataforma ideal para los palíndromos de su feraz cuño, de suerte que ya es, creo, el máximo exponente mundial de algo que me atrevo a considerar, si me lo permiten, un novedoso género tuiterario.
En efecto, Gilberto Prado ha combinado con gran oportunidad su dominio del palíndromo con el del Blackberry y el del Twitter. Con esos tres ingredientes ha encontrado la fórmula para que las frases de ida y vuelta tengan más seguidores que los imaginados jamás por la palindrofilia mundial. Desde hace algunos meses, todos los días nos regala con una o dos o tres piezas de su infatigable producción, lo que ha creado en torno a su figura una especificidad claramente destacada entre los miles de usuarios avecindados en la urbe tuitera.
No sé si los palíndromos que cuelga en el Twitter son inéditos, si los acuña de botepronto o si ya han sido guardados en sus arcas bibliográficas. Es lo de menos, pues lo sé capaz de componer palíndromos en el aire y también lo sé generoso como compartidor de los que ya han sido publicados. Son tantos, y almacena tantos más en la imaginación, que si publicara uno diario necesitaría los años de Antonio Badú para poder convertir toda su producción en carne de tuiteo.
Más allá del debate sobre la pertinencia o la utilidad del juego (él ha preguntado para qué sirven un cuadro, una obra musical, una pirueta dancística), el caso es que se trata de un ejercicio cuya materia es humana, demasiado humana, es decir, la palabra, y ya con eso hay razón suficiente para tenerle aprecio, más todavía si aceptamos que al lado de la comunicación verbal común, siempre legible de izquierda a derecha, Gilberto y sus colegas nos convidan a celebrar el bello asombro de la lectura reversible.
Ese asombro terminó por estallar en 2010, año elegido por Gilberto para colocar su bandera en el Everest de la palindromía mundial. Publicó tres libros: A la gorda drógala, que contiene más bien acercamientos al espécimen; Sorberé cerebros, un muestrario que da cuenta de la fervorosa práctica del palíndromo entre los usuarios del castellano; y el libro que esta noche nos anima: Efímero lloré mi fe. Tuve ya la suerte de comentar los otros dos, y sobre este tercero se me acabaron los elogios. Ahora bien, no los necesita, ni los mías ni los de nadie, pues Efímero lloré mi fe se defiende solo, con su pura corpulencia, pues se trata de un ladrillo con 26,162 palíndromos que posibilita en cualquier receptor, al principio, un rictus de incredulidad, y luego de respeto cuando se advierte que se trata de un monstruo, el más grande monstruo concebido en español con bichos textuales que caminan de ida y vuelta.
Efímero lloré mi fe es un libro que por peculiaridad hace imposible todo resumen. La mejor manera de sintetizarlo, la única, dado que no se trata de una historia, es citando completas sus 484 páginas. No lo haré, claro. Sólo reitero que estamos ante la presencia de un campeón olímpico, de alguien que en un caso específico de la infinita actividad humana tiene récords o al menos se instala entre los mejor ranqueados del planeta.
Alguna vez escribí un artículo sobre los palíndromos y era Gilberto el móvil invisible de aquella reflexión; denominé al palíndromo “arte para servilletas”, ya que muchas veces vi a Prado Galán escribirlos sobre una servilleta en el café Los Globos. Hoy añado, pensando otra vez en Gilberto como modelo, que los palíndromos son un arte para Twitter, acaso el ideal entre todos los juegos con la palabra para un modo de comunicación que sólo admite 140 caracteres por envío. Tenemos Efímero lloré mi fe como gigantesca base para leer palíndromos de Gilberto Prado Galán, y tenemos ahora el Twitter como plataforma de despegue para muchas piezas más nacidas en su permanente fragua: @gilpg
Comarca Lagunera, 17, marzo y 2011
Nota: texto leído el jueves 17 de marzo de 2011 en el Teatro Nazas durante la presentación de Efímero lloré mi fe. Participamos Julio César Félix Lerma, Gilberto Prado Galán y yo.