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miércoles, septiembre 21, 2022

Habitar en el fragmento

 








Desde hace varios años, los observadores de la realidad al modo más o menos general de los filósofos han notado que la sociedad de nuestro tiempo habita en el fragmento y es incapaz de una atención sostenida y, sobre todo, profunda. Todo lo que nos rodea tiene algo de flashazo, de estímulo que aparece, se sostiene en nuestro interés un lapso brevísimo y de inmediato es reemplazado por otro de similar fugacidad. Esa es la razón de ser de la llamada “creación de contenidos” para los medios y las redes sociales, una necesidad casi patológica (o sin casi) que ahora compartimos millones de personas, prácticamente todos los que cargamos con el fetiche del celular.

La lucha contra el fragmento está casi perdida de antemano principalmente para quienes ya nacieron sobreestimulados por la innumerabilidad de contenidos. Me refiero, obvio, a “contenidos” sin contenido o de contenido fofo como los millones que atestan las redes sociales. Y esto lo digo como conejillo de Indias, autorreferencialmente. Me precio de leer con disciplina y siento orgullo de mi adicción al libro, pero con todo y esto me he sorprendido husmeando retahílas de tiktoks que me hipnotizan con chistoretes, datos raros, escenas involuntariamente chuscas, jugadas deportivas destacadas o mujeres bailando con sensualidad a ritmos de toda índole. El maldito algoritmo sabe cuál es la pedacería de “contenidos” capaz de retener la atención hasta del usuario más rejego.

Tapados hasta la mollera por el dominio del fragmento, ¿qué posibilidades quedan para los esfuerzos sostenidos de concentración? En esta pregunta retórica se juega el destino de la crítica verdaderamente atendible. Quiero decir que, acostumbrados como estamos a ver sólo cachitos de realidad, y además frívolos, es casi imposible articular o atender un discurso crítico sobre nada. Mi visión es, obvio, pesimista: alrededor sólo cunde ruido, desleídas opiniones de opiniones de opiniones, y además mal articuladas, basadas científicamente en un contenido de Tiktok o en un post de Facebook, el que llegó ayer o hace un minuto.

Por eso los pensadores de lo social están alarmados. Ya nadie lee o escucha en serio, sin distraerse, por culpa de la última ráfaga de fragmentos que reclaman atención en el celular.


sábado, marzo 10, 2018

Energúmeno con botas



















Uno de los peores males que ha azotado a México es el de sus presidentes. Salvo honrosas y momentáneas excepciones, todos o casi todos han tenido dos características: dejar al país peor de lo que lo recibieron y dejar sus finanzas personales mejor, mucho mejor que como estaban antes de que aterrizaran en el más alto cargo de la nación. Sumado a esto, la mayoría no ha renunciado a la pensión vitalicia que en teoría sirve para asegurar que no anden haciendo desfiguros como ex mandatarios. Obviamente, tanto el enriquecimiento inexplicable como la partida jubilatoria son dos obscenidades que sólo pueden explicarse por la ruta del cinismo.
Dos son, creo, los ex presidentes que recientemente han incurrido con más ahínco en ambas formas de la desvergüenza: Vicente Fox y Felipe Calderón. Ambos panistas o ex panistas, ya no sé, los dos gozan de la pensión millonaria y el pago de personal a su servicio no para que, en el mejor de los casos, se retiren a rumiar solos o con sus camarillas el desastre que provocaron en sus respectivos desgobiernos. Con un fervor digno de mejores causas, en lugar de ofrecer conferencias o escribir serenamente sus memorias se han dedicado a participar como orates en la vida pública, y esto deja la impresión de que no llenaron con los sexenios de locura que nos infligieron.
Me detengo sobre todo aquí, por ahora, en las estultas declaraciones del guanajuatense, quien, desbozalado, no cesa de opinar y opinar como si todavía tuviera capital moral. Con lujo de mentecatez, Fox ha encontrado en Twitter un foro idóneo para emitir sandeces en las que el fondo es odio y la forma, mierda. El odio, su odio, ha sido encaminado, ya por tercera vez, a López Obrador, al que no le concede ni el mérito de la perseverancia. Odiar no es raro, y todos o casi todos los ciudadanos albergamos en nuestro fuero íntimo esta lamentable pasión y cuando se presenta la oportunidad no dejamos de externarla. Pero un ex presidente no es un ciudadano cualquiera. Si ya fue desastroso, debería tener al menos el decoro de parecer inteligente, ecuánime, sensato en el retiro. Fox, al contrario, pelea así, con tuits como este en el que “debate” contra Tatiana Clouthier: “Mi querida tatiana que dira tu padre verte sumada a ese equipo d delincuentes.Que verguenza al apellido CLUTHIER,sumandote a un caudillo con CERO principios.Que diran los ciudadanos a quienes nos inspiró y movilizó el MAQUIO. Me  pregunto quien ha perdido la razón?” ¿En esto se gasta la pensión? ¿No le alcanzará para comprar un Tafil y una gramática? Da pena.

lunes, junio 06, 2016

Perfiles














No hemos valorado el enorme potencial que tienen los perfiles de tuiter como género literario.

miércoles, agosto 19, 2015

El género tuiterario de Gilberto Prado Galán



El sistema de blog brevísimo llamado Twitter acaba de cumplir cinco años de vida. En ese corto lapso ha logrado una clientela impresionante de suscriptores, lo que da una idea concreta, acabada, de los vientos que soplan actualmente en la comunicación. Todo debe ser rápido y breve, parece ser el mensaje al menos en el mundo de la tecnología. Lo que vino a producir internet es, sobre todo, un flujo irrefrenable y descomunal de contenidos, y esto ha condicionado una sintaxis atenta a la concisión, al achicamiento del discurso si el deseo del emisor es ser numerosamente decodificado. Aunque los admite, atrás quedaron los tabiques de texto a los que nos acostumbró el papel. La realidad ahora es, nos guste o no, rápida y escueta, además de simultánea.
Traigo a Twitter como ejemplo de todo esto porque tal sistema de comunicación resume como ningún otro un nuevo abordaje, aunque por suerte no el único todavía, de la escritura. Quien desee más y más datos sobre un tema específico, puede hallarlos con facilidad en la misma red, pero la transmisión de las líneas generales pasa hoy, forzosamente, por la brevedad. Es el caso de los grandes reportajes: están en internet, pero la forma que ahora tienen para llegar al público es primero breve y veloz, de fisonomía tuitera, apenas una línea que opera como anzuelo.
El reportaje, la novela, la crónica y otros géneros periodísticos y literarios de amplia matriz tienen esa obligación y esa dificultad, no así otros que ya de por sí eran breves o son creaturas diseñadas ex profeso para navegar en la red. El epigrama, el aforismo, el microrrelato, ya estaban allí antes de internet y se amoldaron con facilidad al nuevo dispositivo del mensaje cifrado en poco texto. Un caso igualmente paradigmático es el del palíndromo. Escrito desde hace muchísimo tiempo, halló en internet, y específicamente en el Twitter, un campo de acción ideal, perfecto casi para transitar con lujo de eficacia por la supercarretera. Si bien puede tener una extensión amplia, lo habitual es hallarlo en formato corto, razón por la que cabe de maravilla en el corsé de 140 caracteres permitido por el envase tuitero.
Así entonces, junto con su boom palindrómico de 2010, año en el que publicó tres libros sobre el tema, Gilberto Prado Galán encontró en el Twitter un plataforma ideal para los palíndromos de su feraz cuño, de suerte que ya es, creo, el máximo exponente mundial de algo que me atrevo a considerar, si me lo permiten, un novedoso género tuiterario.
En efecto, Gilberto Prado ha combinado con gran oportunidad su dominio del palíndromo con el del Blackberry y el del Twitter. Con esos tres ingredientes ha encontrado la fórmula para que las frases de ida y vuelta tengan más seguidores que los imaginados jamás por la palindrofilia mundial. Desde hace algunos meses, todos los días nos regala con una o dos o tres piezas de su infatigable producción, lo que ha creado en torno a su figura una especificidad claramente destacada entre los miles de usuarios avecindados en la urbe tuitera.
No sé si los palíndromos que cuelga en el Twitter son inéditos, si los acuña de botepronto o si ya han sido guardados en sus arcas bibliográficas. Es lo de menos, pues lo sé capaz de componer palíndromos en el aire y también lo sé generoso como compartidor de los que ya han sido publicados. Son tantos, y almacena tantos más en la imaginación, que si publicara uno diario necesitaría los años de Antonio Badú para poder convertir toda su producción en carne de tuiteo.
Más allá del debate sobre la pertinencia o la utilidad del juego (él ha preguntado para qué sirven un cuadro, una obra musical, una pirueta dancística), el caso es que se trata de un ejercicio cuya materia es humana, demasiado humana, es decir, la palabra, y ya con eso hay razón suficiente para tenerle aprecio, más todavía si aceptamos que al lado de la comunicación verbal común, siempre legible de izquierda a derecha, Gilberto y sus colegas nos convidan a celebrar el bello asombro de la lectura reversible.
Ese asombro terminó por estallar en 2010, año elegido por Gilberto para colocar su bandera en el Everest de la palindromía mundial. Publicó tres libros: A la gorda drógala, que contiene más bien acercamientos al espécimen; Sorberé cerebros, un muestrario que da cuenta de la fervorosa práctica del palíndromo entre los usuarios del castellano; y el libro que esta noche nos anima: Efímero lloré mi fe. Tuve ya la suerte de comentar los otros dos, y sobre este tercero se me acabaron los elogios. Ahora bien, no los necesita, ni los mías ni los de nadie, pues Efímero lloré mi fe se defiende solo, con su pura corpulencia, pues se trata de un ladrillo con 26,162 palíndromos que posibilita en cualquier receptor, al principio, un rictus de incredulidad, y luego de respeto cuando se advierte que se trata de un monstruo, el más grande monstruo concebido en español con bichos textuales que caminan de ida y vuelta.
Efímero lloré mi fe es un libro que por peculiaridad hace imposible todo resumen. La mejor manera de sintetizarlo, la única, dado que no se trata de una historia, es citando completas sus 484 páginas. No lo haré, claro. Sólo reitero que estamos ante la presencia de un campeón olímpico, de alguien que en un caso específico de la infinita actividad humana tiene récords o al menos se instala entre los mejor ranqueados del planeta.
Alguna vez escribí un artículo sobre los palíndromos y era Gilberto el móvil invisible de aquella reflexión; denominé al palíndromo “arte para servilletas”, ya que muchas veces vi a Prado Galán escribirlos sobre una servilleta en el café Los Globos. Hoy añado, pensando otra vez en Gilberto como modelo, que los palíndromos son un arte para Twitter, acaso el ideal entre todos los juegos con la palabra para un modo de comunicación que sólo admite 140 caracteres por envío. Tenemos Efímero lloré mi fe como gigantesca base para leer palíndromos de Gilberto Prado Galán, y tenemos ahora el Twitter como plataforma de despegue para muchas piezas más nacidas en su permanente fragua: @gilpg

Comarca Lagunera, 17, marzo y 2011

Nota: texto leído el jueves 17 de marzo de 2011 en el Teatro Nazas durante la presentación de Efímero lloré mi fe. Participamos Julio César Félix Lerma, Gilberto Prado Galán y yo.
 

jueves, septiembre 02, 2010

Relatuit, una propuesta



Propongo un nuevo género literario: el relatuit. Se trata de un relato que obviamente estará condenado a la brevedad, que no podrá escapar de la camisa de fuerza que le impone el reino Twitter. Para aprovechar el arranque del mes, ayer trepé el primero, es éste: “Escribió mucho, publicó varios libros, pero ante la falta de lectores terminó mal: triste se resignó a escribir en un nidito llamado tuiter”. No es autobiográfico, aunque lo parezca. Mi idea es que el relatuit se apegue con celo a una forma, a un molde estricto, para añadirle un mínimo grado de dificultad a esto de escribir cuentos hiperbreves que, es verdad, no es difícil. Lo “difícil” será, en todo caso, y he allí mi propuesta, que el relatuier abarque exactamente 140 caracteres con todo y los espacios y el punto final. Así, si leemos lo que está en el paréntesis (Escribió mucho, publicó varios libros, pero ante la falta de lectores terminó mal: triste se resignó a escribir en un nidito llamado tuiter.) advertiremos que son 140 caracteres con todo y espacios y punto final. Tal será el modesto desafío del microgénero, que el “relato” ocupe todos los caracteres que permite el sistema, que insinúe una “historia” completa y que no acuse accidentes sintácticos que denoten trampa.
¿Por qué ceñirse estrictamente a los 140 caracteres? Ya lo dije y lo repito: para añadir un poco de dificultad a la ocurrencia, porque si no hacemos eso el desafío queda demasiado a merced del ejecutante. Le pongo, pues, un microgrado de dificultad sólo para establecer una especie de métrica que demande repensar un poco la construcción que acaso nacerá espontáneamente, a la manera del soneto, pero que luego requiere una pulimentación especial, entrar un ratito al departamento de acabados.
Tengo dos días con tuiter y estoy en fase experimental, así que deben creerme la mitad de lo que infiero. Sabía de qué se trataba por artículos y opiniones de sobremesa; sé que lo ideal (para ello lo crearon) es usarlo desde un receptor permanentemente enchufado a internet, el Blackberry que no puedo pagarme o algo así. Pero no importa si uno usa una prehistórica y rudimentaria lap top, pues para el caso es casi lo mismo. Veo que con este modo de comunicación, si alguien se ciñe demasiado a él, la vida puede convertirse en una cadena abrumadora de eslaboncitos. La restricción de palabras obligará a sus usuarios contumaces a pensar en abonos muy pequeños, a leer y escribir mediante cuotas que terminen por fragmentar en guijarros todo comentario.
Cada quien le saca provecho como quiere y como puede a la tecnología. Yo, que tiendo a ser narrador más que otra vaina, vi en mi primer día de práctica tuitera que este rollo de no rebasar 140 caracteres (y espacios intermedios) es una restricción y al mismo tiempo un reto: los mejores tuits son, creo, los que dicen más con menos. Eso me llevó de la mano a pensar en un género que sí existe y fue abundantemente promovido en la revista El Cuento dirigida por Edmundo Valadés. En aquellas páginas, entre cuentos con tamaño de cuentos, entre entrevistas y acercamientos críticos, comenzaron a pulular unos alfileres de palabras que a falta de mejor rótulo fueron bautizados como “brevísimos”, o sea, cuentos cuya velocidad los hacia equiparables a los cien metros planos del atletismo. Es lícito pensar que el molde lo fijó ya sabemos quién con “El dinosaurio”: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Con todo y su punto final, son 51 caracteres, de manera que si fuera tuit le faltarían 89. Luego vino una epidemia de brevisimistas, algunos sólo dotados para el esfuerzo pequeño y a veces ni para eso, pues sus piezas eran malas. Pero hay ejemplos de brevísimos notables: “Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son” (Julio Cortázar, 153 caracteres). O: “Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado ‘El dinosaurio’. / —Ah, es una delicia —me respondió—, ya estoy leyéndolo” (José de la Colina, 153 caracteres). Y: “Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello”. (Gabriel Jiménez Emán, 58 caracteres).
El brevísimo ya existe, entonces. Propongo por tanto una variante: el relatuit, un brevísimo de 140 caracteres exactos, como éste: “No se conocían y se saludaron efusivamente al reconocerse mexicanos. Estaban en Ginebra, Suiza. De golpe, uno preguntó: ¿Y tú cuándo huiste?”. Si no me fastidio antes, iré subiendo los que pueda cada vez que pueda. Mi tuiter será @rutanortelaguna. A ver cuántos logro acuñar.