martes, agosto 04, 2015

La penúltima jugada











Imposible olvidarla. El pase viene filtrado, en diagonal desde tres cuartos de cancha y un poco cargado a la izquierda. Lo envía Eduardo Gonçalez de Andrade, mejor conocido como Tostão, número 9 de la selección brasileña en el Mundial México 70. El balón pasa rápido entre dos defensas, a ras de suelo, y va dirigido al 10 de la casaca amarilla, es decir, a Pelé. El eje del ataque avanza hacia la pelota tanto como el portero rival, el uruguayo Ladislao Mazurkiewics. El esférico se aproxima al punto en el que Pelé y el arquero de apellido aparatoso quizá estallarán en un choque de esos que inevitablemente dejan lesionados. El brasileño, sin embargo, parece unos centímetros más cerca del balón y todo el mundo espera que corte la dirección del pase, eluda al portero y se encarrile solo a la portería. Pero tal jugada no ocurre, sino uno de esos pequeños y verdaderos milagros que el futbol produce muy de vez en cuando. El mundo fue testigo de, quizá, una de las más grandes muestras de genialidad del genio Arantes do Nascimento. En vez de proceder de acuerdo a la lógica (es decir, hacer contacto con la pelota antes de que el guardameta la despeje), Pelé se va de balde y deja pasar de largo, en sentido contrario, el balón, lo que deja solo, anulado, al cancerbero charrúa.
En este punto podría pensarse que Pelé no hubiera alcanzado el balón, pero la prueba irrefutable de que sí lo hubiera alcanzado pero que decidió no hacerlo para trabajar mejor una pantalla fue que de inmediato, tras anular al arquero, fue tras la pelota para disparar hacia las redes. Pelé sabía que su finta había funcionado, no que había sido un error del portero o una jugada accidental. Alcanzó el balón y ya con menos ángulo, pues dos defensores llegaron a cerrar la puerta, disparó al segundo palo. Lo que pasó fue casi trágico: acaso la mejor jugada del Mundial 70 no había sido coronada con el gol, sino con un disparo que casi lo fue, que casi lamió el poste y se escurrió por la línea de meta.
Reconstruyo la secuencia con el mayor detalle posible simplemente para que la leamos en cámara lenta, tal y como debe leerse una jugada de esa dimensión desconocida. También, para explicar que no es común la inmortalidad de las penúltimas jugadas, es decir, de las aproximaciones.
El futbol, lo repiten a diario aquí y allá, se gana con goles, es decir, con jugadas que concluyen con la pelota en las redes. En el juego de ida por la Copa Libertadores, casi al final del ríspido encuentro entre Tigres y River, Jürgen Damm quedó solo frente a Marcelo Barovero, guardamenta de los Millonarios. Todos sabemos qué pasó en aquella acción: en vez de tirar directo o bombeado (con vaselina, como dicen en España), o en vez de pasar en diagonal al compañero que cerraba por la izquierda, decidió por el corte: abrió a su derecha, logró eludir parcialmente al portero pero el balón quedó un poco largo. Hubo un instante en el que Damm tuvo una segunda oportunidad para disparar, pero una estirada extra de Barovero obligó al joven delantero a abrir más, tanto que su ángulo quedó totalmente cerrado y fue obligado, ahora sí, a buscar el pase. Lo que siguió fue un desastre: Damm trató de habilitar a su compañero pero la pelota fue rechazada por un defensor, y fin, Tigres no pudo anotar el valioso tanto que lo hubiera llevado al partido de vuelta con una mínima ventaja, pero ventaja al fin. Ahora, por más optimismo que se ponga en el futuro, se ve harto difícil que el equipo mexicano se alce con la Libertadores. Creo que River tiene en el juego definitivo la apuesta más importante de sus últimos veinte años, pues la Libertadores en sus vitrinas sería el paso más amplio hasta ahora para alejarse del bochorno que le propinó su caída de 2011 a la B. En otras palabras, River buscará ganar sí o sí.
Ahora bien, lo que pasó en el minuto 83 en el Volcán nos deja una conclusión. Cuando la jugada no termina en gol, cuando el posible anotador se extiende, se embrolla y no liquida, es muy difícil que la penúltima jugada quede con letras de oro en la historia. Más bien, la tendencia es a olvidar esas fallas, o a recordarlas sin alegría, con siempre renovada pesadumbre. El caso de la penúltima jugada de Pelé contra Mazurkiewics es la excepción; la recordaremos siempre por su grandeza y también porque no lastimó el resultado del equipo encabezado por Zagallo: Brasil ganó 3-1 a Uruguay y luego fue campeón.

Nota: Luego de postear, recibí este mail de mi amigo Pepe de la Torre; lo difundo con su permiso: "Esa 'penúltima jugada' solía platicármela mi papá como si estuviera instruyéndome sobre los clásicos, como una batalla entre tirios y troyanos. Recuerdo que en el barrio también se hablaba de ella, hasta se 'montaba un teatro' entre los que la explicaban; esto sucedía en la 'Costi' ('Constituyentes de 1917', García Carrillo, entre Corregidora y Aldama, en Torreón), allá por el ’85, con una pelota de hule que entre varios comprábamos en Chácharas y Juguetes y que ingenuamente llenábamos de agua y la dejábamos en el congelador varios días, que porque se hacía más pesada y dura al sacarle el hielo". Estos dos detalles son interesantes para mí: que la jugada de Pelé sirvió para dar clases de futbol y que en la "Consti" hacían más duros los balones de hule con un método contrario al de mi barrio: nosotros los hacíamos más duros y pesados mediante una suerte de reducción jíbara de cabezas; en la estufa colocábamos la pelota a cierta distancia y a fuego lento le bajábamos el tamaño siempre con el peligro de que quedara "huevuda". Era un arte que por cierto, no es por presumir, dominé.