Hacer periodismo nunca es fácil, pero hacerlo en tiempos dominados por el hampa es doble o triplemente peliagudo. Si el periodismo sirve en lo esencial para informar, sucede a veces, no siempre, que la información incomoda cuando en su difusión conlleva una denuncia, cuando expone las mentiras, las ineptitudes o todo eso junto sobre algún poder. En sociedades acostumbradas a la crítica, el periodismo se maneja con soltura y señala sin esperar a cambio más que réplicas civilizadas. Si un personaje no está de acuerdo con una nota, manda una aclaración y su respuesta exhibe el infundio o encamina el debate hacia nuevos rumbos. Nadie teme, digamos, por su vida, y ejercer el periodismo no supone riesgos extremos.
En
México jamás ha sido tersa la relación poder-prensa. De hecho, uno de nuestros
más grandes lastres sociales es la complicada relación establecida por esos dos
espacios, una relación más que simbiótica: al poder le interesa cooptar al
periodismo para no recibir señalamientos, y al periodismo le interesa estar
cerca del poder para sobrevivir y hasta crecer. Lo ideal sería que ambos polos
estuvieran separados, distantes uno del otro, sin más punto de contacto que el
establecido mediante la ciudadanía consumidora de mensajes: los mensajes de la
comunicación en sí y los mensajes del bienestar experimentado gracias a las
políticas públicas.
Si
a la cercanía entre poder político y medios añadimos el ingrediente del hampa,
el resultado es desastroso sobre todo para la sociedad y el periodismo crítico.
A la primera le tocará formarse opiniones a partir de mensajes adulterados y al
segundo le tocará un rol casi residual aunque no por ello exento de peligro,
como lo acabamos de ver con el asesinato del fotoperiodista Rubén Espinosa
Becerril y cuatro mujeres jóvenes en la Narvarte del DF.
En
este contexto, nada más fácil que convertir un expediente de agresión mortal a
un periodista en uno vinculado al crimen organizado. Así, con esta técnica, es
prácticamente imposible articular un esquema de justicia, pues todos los hechos
reciben el carpetazo veloz que los condena al olvido.
Entre
otros muchos males, la delincuencia vino a ser funcional al poder político.
Será quizá porque en muchos casos son lo mismo. Pare evitar dudas, hay que
trazar en este desaguisado una línea de investigación exhaustiva hacia el
gobierno de Veracruz, y que pague quien tenga que pagar.