Tiene razón Carlos Marín en proponer que se dé un voto de confianza al IFE, pero qué difícil resulta creer en el árbitro cuando ha sido pillado en conductas misceláneas de subido tenor sospechosista. La situación empeora por culpa del calendario: a cuatro días de la jornada electoral, el IFE no ha podido dar respuesta congruente a los señalamientos y llega al Día D con un alud de escepticismos en su contra. Lo que había ganado en el 2000 se ha deteriorado la víspera del 2 de julio, y eso es una lástima porque el vandalismo de las campañas ameritaba un réferi incuestionable, un juez más inmaculado que la santísima virgen.
Tres son al menos los cuestionamientos disparados en contra del IFE, y todos apuntan a criticar su tendencia a favorecer la campaña del candidato oficial. Primero, el escándalo del cuñado incómodo fue a parar más allá de lo meramente fiscal, pues no eran pocas las trácalas de Hildebrando con la institución encargada de los comicios. Luego, los graves errores (aceptemos con cristiana indulgencia que se trata de errores y no de mañosos desbarajustes) en el elástico padrón. Después, la tibieza del IFE para aplacar la reacción del CCE que de golpe asume atribuciones de partido político y realiza activismo en los medios a favor del proyecto que garantiza la continuidad macroeconómica (¿cuál será ese proyecto?, ¿el de Campa?).
Los equipos podrán ser, digámoslo en términos futboleros, unos cerdos, unos marrulleros, unos verdaderos cavernarios de la cancha, pero lo menos que podemos exigir, como ciudadanos que pagamos millones para refaccionar al aparato electoral más caro del mundo, es que el árbitro de veras tenga las manos limpias, tan limpias que permitan al ciudadano confiar ciegamente en su papel de juez irreprochable.
A estas alturas el IFE ha cruzado pues el pantano electoral y su plumaje recogió manchones que posiblemente provoquen inquietud y, hay que aceptarlo, franca desconfianza en la imparcialidad de su labor, lo que a la postre puede traducirse en algún incremento del abstencionismo. Ya es muy tarde para remediar lo que durante meses no pudo ser corregido. El IFE que tenemos, el de Luis Carlos Ugalde como consejero presidente, es el árbitro al que estamos condenados este domingo y la única manera de acabar con las malditas dudas que genera el Instituto es, suena paradójico, ejerciendo nuestro derecho ciudadano al voto para que quien gane lo haga con un margen tan amplio que limite al mínimo la participación del nazareno.
Es una ley en el futbol: el mejor arbitraje es el que no se nota. Ojalá y los votos terminen por anular los haceres del tormentoso IFE.