Fui de los muchos que hace varios meses creyeron en la irremediable derrota de Madrazo. Vista la cantidad de flechas apaches que recibía no sólo de las tribus enemigas, y dadas principalmente las que le han disparado desde su propio partido, imaginé, socorrido además por las encuestas, que el ex gobernador de Tabasco tendría pronto su debacle. Hoy ya no estoy tan seguro de que eso suceda, pues además de su probada indestructibilidad hay en su discurso de los días cercanos algo que suena amenazante, ambiguo, peligroso.
No sé si son las palabras o la actitud, pero da lo mismo: Madrazo se ve confiado, fuerte, matrero como coyote con demasiadas cicatrices en el pellejo. Aunque los sondeos de opinión lo han colocado permanentemente en el tercer cajón del podio, él no ha dejado de insistir que la única encuesta valedera es la del 2 de julio, y hacia ella avanza con sus muy colmilludas mandíbulas en ristre. A todos los que lo dan por muerto Madrazo los asosiega con su confianza contumaz en “la estructura” del partido, la vara mágica que a él le ha servido para minusvalorar encuestas, mítines multitudinarios y elecciones de Estado.
¿Por qué tal obstinación en el triunfo inexorable? Para empezar, como sus homólogos del PRI y del PAN, Madrazo tiene que insistir, por libreto, en su victoria, pues darse por perdedor es perder antes de jugar. Pero hay algo más, y la migración priísta hacia otros partidos así lo demuestra: de perder, más allá de las próximas elecciones parece clausurado el destino del PRI tal y como lo conocemos, es decir, como partido con posibilidades para alcanzar la presidencia con todo y secretarios de estado, no sólo con gobernadores, alcaldes, diputados y senadores, lo que antes era algo así como la infantería del partido.
El PRI está entonces ante su última llamada: si gana la grande, tratará de reactivar, así sea en una versión light, los fueros de antaño; si pierde, se resignará a no contar jamás con el ejecutivo federal y se atrincherará en los cacicazgos regionales, como ya lo estamos viendo. Por eso Madrazo se muestra confiado, seguro de que si no gana, como se pronostica, arrebatará de cualquier forma, pues no se llega a la última oportunidad para perderla.
Madrazo ha demostrado ser lo que es: un ambicioso de poder, la mentira encarnada, la traición a toda hora. Ha demostrado ser eso y mucho más, pero no tonto. De él podemos esperar lo que sea, incluso lo desconocido. Ojo con él. A estas alturas nadie lo debe dar por muerto hasta que de veras pierda por goliza el 2 de julio.