Un mono de El Fisgón lo sintetiza de maravilla: Fox observa unas cartas tiradas sobre la mesa; sólo sostiene una en su mano, la última que le queda por lanzar. En las cartas ya desperdiciadas se pueden leer algunas palabras: “Videos”, “Desafuero”, “Guerra sucia”. Dubitativo, Fox mira la carta que todavía no ha echado: “Fraude”. No creo que ese naipe caiga en el paño verde, aunque la tentación autoritaria no ha dejado de sobrevolar los territorios de Latinoamérica donde, se supone, hay ahora democracias más o menos firmes.
Ni Fox es De la Madrid ni la coyuntura mexicana es la misma del 88, por eso estoy casi seguro que un fraude premoderno o cibernético sería un error catastrófico que terminaría para hundir al presidente. No creo entonces que el gobierno actual ceda a la tentación de maniobrar en contra de la voluntad ciudadana que, así sea a trompicones y desalientos, ha hecho posible un sistema democrático-electoral sancionado como verosímil pese a sus precariedades y sus vicios.
¿Qué pasaría, sin embargo, si a alguien, no sé a quién, se le ocurre operar un fraude? Insisto que el horno, México, ya no es el mismo de hace veinte años ni los bollos estamos como para cocernos al primer minuto. El país es más avispado. Quizá el ciudadano de a pie no sea todavía muy participativo, pero gracias sobre todo a los medios de comunicación (incluyo parcialmente a la tv), hay un mayor y más fácil acceso a la información, e internet tendría mucho que ver como herramienta de resistencia en caso de que se dé un desaguisado en los comicios.
Sin suponer que la gente invadiría las calles para protestar, imagino que una triquiñuela marca 88 o más sutil no resistiría la prueba del añejo. Curiosamente, el mismo gobierno que rompió con los setenta años de tradición autoritaria está forzado a respetar los resultados que deriven de la jornada dominical, cualesquiera que sean. Caer en lo contrario convertiría al país en un hervidero de indeseables conflictos, por eso hay mínimas posibilidades de que el gobierno articule algo que vaya más allá de su estricta responsabilidad, que es mantenerse totalmente al margen de las elecciones. El gobierno de Fox no ha estado, empero, muy alejado del proceso electoral, como pudimos ver y escuchar en su casi fanático cuento del caballo y del jinete. En consideración a tal antecedente, hay una remota posibilidad de que el actual gobierno tire la última carta en caso de que los resultados no sean los que desea. Nada pasará, pero la tentación autoritaria ha rondado el país y es prudente recordar que el aseo político no ha sido precisamente el timbre distintivo del actual régimen.