Una de las buenas costumbres que tiene el verano es permitir el acercamiento sereno a ciertas páginas. Traje a mi paréntesis chihuahuense un puñado de libros que, se supone, deben ser despachados, aunque no sé si bien digeridos, en menos de dos semanas. Entre ellos están un par de novelitas, un racimo de ensayos de Graham Greene, algo de crónica sobre las muertas de Juárez (el de Víctor Ronquillo) y dos breves volúmenes de poesía. De este último género empecé con Todos los poetas son santos (FCE, 1987), breve poemario del colombiano Juan Gustavo Cobo Borda.
Suma apenas 38 piezas, todas breves. Eso es lo de menos, pues varios poemas tienen sobrado punch, un sabor a fatalidad que fatalmente me remite a la coyuntura actual de este país, México, atolondrado por enfermedades permanentes. ¿Cuándo saldremos del hoyo? ¿En dónde está la luz de nuestro túnel? Nos parecemos demasiado, por ello los desalentados versos del colombiano Cobo Borda le calzan tan bien a nuestra realidad. Leo los dos primeros poemas y con ese modesto ejercicio casi queda justificado todo el libro. Va “Colombia es una tierra de leones”:
País mal hecho
cuya única tradición
son los errores.
Quedan anécdotas
chistes de café,
caspa y babas.
Hombres que van al cine,
solos.
Mugre y parsimonia.
Otro (“Poética”):
¿Cómo escribir ahora poesía,
por qué no callarnos definitivamente
y dedicarnos a cosas mucho más útiles?
¿Para qué aumentar las dudas,
revivir antiguos conflictos,
imprevistas ternuras;
ese poco de ruido
añadido a un mundo
que lo sobrepasa y anula?
¿Se aclara algo con semejante ovillo?
Nadie la necesita.
Residuo de viejas glorias,
¿a quién acompaña, qué heridas cura?