Una de las propuestas recurrentes en la campaña fue la de adelgazar los salarios de quienes trabajan en niveles importantes de gobierno. Según sus enunciadores, esa idea ahorrará notablemente el dinero que por concepto de nómina insume la alta burocracia del país, plata que a la postre se usará para apoyar a los millones de damnificados tras 25 años de neoliberalismo carnicero.
Ignoro si las cifras cuadren o no, si la reducción de salarios en la cumbre del poder sirva en efecto para diseminar ese recurso entre los demasiados pobres de este país demasiado rico. Demagógica o no, lo cierto es que la propuesta no es disparatada, pues México es uno de los Estados, se sabe, que paga mejor a sus servidores públicos, sobre todo si ocupan carteras de primer rango. Así, un director, un subsecretario, un alcalducho que sacó a pujidos un título de licenciatura (o a veces sin él) puede recibir un salario cuatro, cinco, seis veces mayor que un científico o que el gerente de una compañía privada, quienes de veras se han fastidiado la existencia para afianzar su capital curricular. Casos hay en los que gobernadores o presidentes municipales, a más de robar como si fueran zorros, se autoasignan sueldos que ni siquiera soñaría tener el secretario general de la ONU.
El tema de la austeridad del Estado no sólo es un imperativo en la nómina, sino de todo aquello que sea o parezca erogación suntuaria, como comprar toallas de lujo o vestir de Dior a la primera dama. Es hora de que en serio se haga realidad aquello de la justa medianía, que los servidores sirvan y no-se-sirvan a placer lo que no es de ellos, como ha sucedido hasta la fecha. Pongo por ejemplo un dato pepenado en 48,000 kilómetros en línea, librito de Abel Quezada en el que con simpáticos dibujos hace la crónica visual de un viaje en el que recorrió la distancia consignada en el título. Según Quezada, hizo el viaje “invitado por el Gobierno de México con el Presidente Luis Echeverría y sus acompañantes, del 28 de marzo al 26 de abril de 1973”. Páginas más adelante, el autor dibuja un jet en vuelo y al margen, en el aire, escribe a mano los nombres de quienes integraban la comitiva de acuerdo al asiento que ocupaban en la nave. Sin contar al presidente ni a sus familiares, la comitiva era una legión. Casi un mes de viaje, más de sesenta turistas, un avión entero, hoteles, comidas, ¿cuánto se gastaba, cuánto se gasta, en esas dispendiosas pachangas con cargo al erario?
Sexenios han pasado y en todo momento el Estado ha sido un tragaldabas impune. El pueblo ya se acostumbró ha vivir en ella, pero hace falta que la austeridad también sea parte del gobierno.