Por lo menos cuatro días más tendrán las televisoras para fomentar en México el optimismo artificial. Tanto es así que un cronista cínico dijo, agitada su voz por la emoción que le desgarraba el alma: “¡México pierde 2 a 1 pero qué importa, estamos clasificados a la siguiente ronda!”. Sí, qué importa sumar cuatro de nueve puntos posibles, qué importa perder contra una selección portuguesa que salió a medio gas, qué importa depender del infrafutbol angoleño, qué importa todo eso. Y conste que los jugadores hicieron su lucha, tuvieron oportunidades y fallaron como falla cualquiera, sobre todo si se es seleccionado mexicano al disparar penales. No obstante, muchos comentaristas apreciaron que el primer objetivo se ha cumplido.
Se harán comparaciones con equipos que, en otros mundiales, pasaron la etapa inicial con números infames. No será más que una forma elegante de justificar la mediocridad y de mantener la efervescencia mexicana por “su” selección, lo que a la postre garantiza a las televisoras unos días extras de publicidad a carretadas. Pero la realidad es que, salvo en el choque frente al limitado Irán, México no ha dado el estirón apetecido.
Se ve difícil, pero sólo un triunfo en la siguiente ronda recompondría el papel desempeñado hasta el momento. Si eso no ocurre, la cruda será bárbara, y es imposible saber qué tanta influencia tendría la despedida en nuestras elecciones. Ya por lo pronto el Kikín le dio unas migajas de satisfacción a sus patrocinadores políticos, pero ni el gol del leonés puede ser usado en serio para la promoción blanquiazul, pues de nada pesó en el resultado tras el empate de Irán. Calderón se quedará en vilo un rato más, puesta toda su esperanza en que el Kikín anote un tanto de veras definitivo.
El milagro es posible, pero tras los antecedentes de los juegos dos y tres lo mejor es serenarse e imaginar que el siguiente rival es todavía más canijo. Las televisoras, sin embargo, no parecen dispuestas a preparar el escenario de la eliminación; al contrario, hacen todo por exacerbar a grados báquicos el optimismo.
Siempre he querido que la selección avance, pero he procurado no celebrar nada para evitar así las crudas del desengaño al que estoy acostumbrado desde el 78. Lo peligroso es que se ha dicho con énfasis que, ante la incredulidad política de los mexicanos, la selección es nuestra única esperanza. Por eso mismo me contengo y suplico mesura en los demás, pues no podemos colgar todo deseo de alegría colectiva en un equipo de futbol que pelea contra mejores.
Hay que apaciguarse. Lo importante no es Argentina, sino el 2 de julio.