Como millones de mexicanos, crecí en la era noticiosa de Zabludovsky. Por lustros, el sumo gurú de la información que recibíamos en casa era ese señor tieso y elegante, de extraordinaria dicción e inmejorable cadencia para leer, de cultura amplísima y de humor tan refinado que casi parecía inglés. Supongo que fueron cientos las veces en las que vi en la pantalla casera a ese hombre que con la mayor elegancia nos sintetizaba el acontecer del mundo. Sus grandes audífonos de concha y su número 24 como escenografía eran sinónimo de información para todas las familias que, como la mía, no tenían acceso a nada mejor.
Con amabilidad extrema, “Jacobo” entraba cada noche a nuestras casas pero no precisamente para darnos algo digno. Con el tiempo entendí que durante dos décadas y media ese talentoso periodista obedecía, más que a su ética, a las órdenes de algún Azcárraga y/o de Gobernación. Era entonces, en vez de tótem de la información objetiva y veraz, el más acabado ejemplo de manipulador.
Al final del siglo lo sacaron del aire y en su lugar quedó Guillermo Ortega, conductor de noticieros tan anodino que en poco tiempo fue desplazado brutalmente por Joaquín López Dóriga. El talentoso Zabludovsky anduvo un rato al garete hasta que derivó en un programa de radio donde por cierto ejerce, ahora sí con libertad, su papel de notable periodista.
Uno puede pensar, sin dudarlo, que Jacobo sólo obedeció órdenes en su larga trayectoria de 24 Horas. Eso, para mí, no lo exime ahora de lo que hizo en muchos casos como conductor del noticiero más influyente del país. Recuerdo, por ejemplo, que cuando ocurrió el fraude electoral en Chihuahua, Jacobo se puso tan de parte de la versión oficial que circularon en México unos pegotes con su imagen tachada y una leyendita: “En este hogar amamos la verdad, por eso no vemos 24 Horas”.
Casi diez años han pasado luego de su caída en desgracia. En ese lapso ha recompuesto su imagen, promueve apoyo a la UNAM, tiene cierto espacio en La Jornada y es muy oído en Radio Centro. Con esa nueva etapa ha logrado borrar en algo su antiguo desprestigio. Tanto es así que hoy asombra como azote del presidente, a quien le dirigió recién una especie de carta abierta por el caso de la llamada ley Televisa: “Señor Presidente de la República, Vicente Fox Quesada: usted está obligado a darnos una explicación. Usted pasó por encima de la advertencia que le hizo la Secretaría de Comunicaciones y Transportes respecto a la ley que la sabiduría popular bautizó como ley Televisa”.
Suena bien este Jacobo. Lástima que hable así tan a destiempo.