Pero el 2 de julio de 2006, señor presidente, muchos creímos con supina ingenuidad que tendríamos unas elecciones incontrovertibles, pese a que durante la campaña usted no guardó ninguna compostura republicana y de hecho se convirtió en el principal infractor del proceso. Lo que pasó durante la noche del 2 de julio le dará un lugar pavoroso en nuestra historia. Haga usted la que haga, su nombre comenzará, en un futuro que ya es presente, a ser asociado con la bajeza política. ¿Le parece honorable figurar en la foto junto a Huerta, Díaz Ordaz y De la Madrid? Pase y siéntese, por favor.
Por cuidar las espaldas de unos hijos postizos, usted le ofrendó su vida a las tinieblas. Si Fausto vendió su alma al diablo por un deseo enaltecedor, usted lo ha hecho por uno ruin, y con miserabilidad sin nombre regatea triunfos al pueblo para asegurarlos a un puñado de patanes.
Es extraño, señor presidente. Usted es el hombre más poderoso de mi patria, se supone, pero no lo temo ni me tiembla el pulso para echarle en cara estas palabras. Hoy, como en el poema de Borges (su “Borgues”), “me endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto”. Usted pasará, señor presidente, pero la gente seguirá soñando. El porvenir tiene lista una carcajada magnífica, y a usted lo recordará como un pobre señor irresponsabilísimo en el hablar y más en el hacer.
Algunos dirán que exagero, que en el atraco no hubo derramamiento de sangre, y con eso querrán disculpar el robo sin violencia perpetrado a las 4:10 de la madrugada. Mutatis mutandis, eso es tan inmoral como atentar contra la gente con gases y cañones. Por eso le regalo unas palabras de Allende, de quien usted, ignorante de todo, jamás ha oído hablar: “... pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. La seguiremos haciendo, pues, y usted ya se ganó en ella el lugar que se merece.
Torreón, Coahuila
6, julio, 06