sábado, octubre 26, 2024

La Máquina de Nacho Flores



Me tumbó la gripe y tomo del archivo un viejo texto inédito en la columna:

Vi un resumen televisivo de los que condensan en dos horas un año de información y me enteré apenas de que en agosto mataron a Nacho Flores, el maravilloso lateral de Cruz Azul, de aquel Cruz Azul imborrable que fue mandón en los setenta, el Cruz Azul del tri/bicampeonato. En su momento no supe lo de Flores, supongo, porque el hecho me agarró en el viaje a la Argentina. Luego, al oír que lo habían asesinado sin un adarme de misericordia, con 27 plomazos, lamenté la noticia y recordé que aquel chaparrito de bigote zapatista corría la banda con solvencia y elegancia, y que fue un jugadorazo respetado por todos en la cancha y fuera de ella. Recordé que Flores era Ocaranza de segundo apellido, recordé a sus hermanos Luis y Lorenzo, recordé las incontables tardes de sábado en las que Nacho Flores alineaba en la legendaria Máquina que todavía usaba el Azteca de escenario. Era un jugador impecable en su posición, metía la pierna, pasaba bien, cubría toda la banda derecha, no aspaventaba, jamás sufría lesiones. Por Nacho Flores y sus compañeros adherí, hasta la fecha y con el plus del Santos Laguna, a la bandería cementera.

Gracias a ese viejo Cruz Azul hice de mi vida una permanente e infantil esperanza de victoria semanal. Era la Máquina de Marín, Quintano, Guzmán, Pulido, Gómez, Cornero, Montoya, Bustos, López Salgado, Vera, Flores y demás ídolos que me dieron tardes de éxtasis en una telecita Hitachi blanco y negro con la que fui inmensamente feliz e inmensamente triste, esto cuando la Máquina perdía. Para volver a mi pasado, porque tengo la capacidad de ser de nuevo el niño o el adolescente que vio en vivo decenas de partidos, recurro como todos, ahora, al YouTube. Un video que me encanta es el que mete en una cápsula (cápsula del tiempo) el 6-3 que Cruz Azul le propinó a la UNAM en 77-78, es decir, en aquellas temporadas kilométricas que de veras ponían a prueba la regularidad de los equipos. Fue un choque espectacular, pues si los azules eran un conjunto poderoso, los Pumas no eran menos. Basta ver la alineación de los universitarios para advertir que se trataba de una cosa espeluznante; ya no estaban allí Bora Milutinovic, Mejía Barón ni “El Capi” Cabalceta, lo que quizá debilitó su defensa, pero de la media cancha hacia adelante era un equipo de ensueño. Cierto, allí alineaban todavía el “Gonini” Vázquez Ayala (el Pujol mexicano, una especie de cavernícola de la retaguardia), Héctor Sanabria (que golpeaba como asno en las tibias rivales) y “El Pareja” López (un tipo velocísimo y de pata dura), pero lo mejor estaba adelante: Jota Jota Muñante (a quien Ángel Fernández le colocó dos apodos: “La Cobra”, el primero, y otro digno de catálogo: “El Jet de Perú”, ya imaginarán por qué), Enrique López Zarza (gran recuperador), Cabinho (un bombardero criminal, el mayor en la historia del fut mexicano), Leo Cuéllar (un motor incansable pese a los 23 kilos y medio de greña que cargaba en su cabeza), y Hugo (el mejor futbolista mexicano de la historia).

A tales fieras doblegó la Máquina en aquel memorable partido. Empezó con el gol un poco accidentado del paraguayo Carlos Jara Saguier (a quien Fernández motejaba “El Francesito”), luego el 2-0 con el riflazo del mismo guaraní. Viene el 2-1 gracias al olfato anticipatorio de Cabinho, y el empate se da gracias al centro de Cuéllar en el que Marín se va con la finta de Cabinho. Juan Dosal narró el primer tiempo; a muchos no les gustaba su relato, pero a mí sí, pues jamás oí a un cronista con tanta precisión al momento de ver, sin pensarla dos veces y sin necesidad de repetición, los detalles sutiles de cada jugada. Un ejemplo: noten cómo desde el palco advierte de inmediato que el gol es de Cuéllar, no de Cabinho. No requirió la repetición, y su comentario fue inmediato. Había sido jugador, conocía perfectamente la física del juego, y en el gol de Leo notó que la pelota no tuvo ninguna desviación, de ahí que se lo atribuyó sin dudar al melenudo.

El tiempo complementario fue formidable (en el gol del rosarino Alberto “Hijitus” Gómez el centro a la olla salió de Nacho Flores, número 2 de los azules, tras recibir un pase del “maestro” Fernando Bustos que poco antes había pegado una gambeta enceguecedora). Lo narró el más grande: Ángel Fernández. Sus descripciones, su tesitura, sus gritos sonaban perfectamente bien, exactos, como los de nadie. Basta ver la manera como aborda los dos goles de Rodolfo Montoya. El primero, que fue más casual que otra cosa, valió por las palabras de don Ángel. Dice: “Este es Rodolfo Montoya, sobre la barrida del Chiquilín [Cervantes, un grandulón] tocando un enorme sombrero galoneao, y alrededor de ese sombrero unos gallos tremendos con las navajas afiladas”. ¡Caray, qué natural se oye eso, qué creativo y espontáneo! Poco después, luego del misil al ángulo disparado por Montoya, el cronista grita gol como si gritara que está lloviendo oro, con auténtica dicha. Recuerdo que Fernández elogiaba mucho a Montoya, un extremo centellante que llegó de Tigres a los Cementeros. Usaba siempre la media caída, pues entonces el reglamento permitía que quien quisiera no usara espinilleras y se bajara el calcetón. Ángel Fernández llamó a ese estilo, como siempre, inigualablemente bien: “El atavismo de los barrios”, porque en las calles se jugó siempre con la media caída.

Bien, en aquel Cruz Azul militó el gran Nacho Flores, hoy uno más de los miles de “daños colaterales” en la guerra estulta que seguimos soportando. Traigo, por ello, estas palabras en reconocimiento a Ignacio Flores Ocaranza y como retroactivo elogio a los compañeros con los que tocó la gloria cuando la Máquina sí pitaba y pitaba, imponente.

He aquí el video de aquel choque.

miércoles, octubre 23, 2024

Un Breviario siempre útil

 











Todos los libros envejecen, todos pierden con el tiempo la frescura que alguna vez pudieron tener. No me refiero a su condición de objetos, que en este caso el decaimiento es obvio, sino a un flanco menos evidente: el del deterioro de su contenido. Se dirá, no sin razón, que algunos libros literarios mantienen el vigor de su poder persuasivo, y será parcialmente verdad, pues esto ocurre con los clásicos que sin embargo son, lamentablemente, cada vez menos visitados. Todos los libros envejecen en tanto objetos y en tanto depósitos del espíritu humano.

Los didácticos acusan especialmente el daño impuesto por el paso del tiempo, pues es tan grande la acumulación de conocimientos que a veces un libro escolar o técnico de hace cinco años hoy ya es obsoleto, a veces mero papel impreso. Todo esto pensaba sobre obras como la Introducción a las doctrinas político-económicas (FCE, México, 1956, 202 pp.), de Walter Montenegro (1912-1991), pero al reabrirlo para preparar una clase me dejó ver que sigue siendo útil pese a la acumulación de tantas décadas sobre sus hombros de papel.

Boliviano, Montenegro fue escritor, periodista y diplomático, y a mediados de los cincuenta el Fondo publicó su Introducción… en la colección Breviarios, número 122. Su éxito ha sido tal que a la primera edición se sucedieron otras tres, la última de 2019, y no sé cuántas reimpresiones. Esto significa que ha sido un libro útil, un caso asombroso de perdurabilidad si reparamos en su índole.

Varios de sus párrafos, sobre todo los que ofrecen datos estadísticos que en su momento fueron actuales, ya no nos dicen mucho, pero queda la descripción rápida y puntual de las “doctrinas” que el autor revisa. Es, como ya dije, un libro didáctico, como todos o casi todos los Breviarios. Luego de un primer capítulo titulado “El fenómeno político”, Montenegro define y describe de manera clara y general once doctrinas, y para lograrlo más acabadamente trata de ubicar los rasgos de cada una en la historia, en el tiempo y el lugar donde mejor quedaron expresadas. Entre otras están el liberalismo, el socialismo utópico, el cooperativismo, el comunismo, el anarquismo, el fascismo y el nazismo. Es pues lo que supone su título: una buena introducción.

En un tiempo de desdén al conocimiento de la historia política, este libro sigue siendo valioso para quienes todavía tienen curiosidad por conocer las distintas formas de pensar al Estado y por entender cómo llegamos al capitalismo salvaje en el que hoy vivimos. En este valioso librito está o puede estar, transparente, una parte de la compleja explicación.

sábado, octubre 19, 2024

Diálogo Arcinegas-Reyes

 











Rectifico. Una vez dije que la correspondencia entre escritores, fuente valiosa de información para analizar sus filias y sus fobias, se había perdido con la llegada de las nuevas tecnologías. No es tan así, si nos atenemos a las capacidades técnicas del resguardo de datos. La información podrá sobrevivir al menos un tiempo, tanto como dure en condiciones funcionales la tecnología de soporte, pero es un hecho que, en el caso del género epistolar, nada mejor que la carta de papel para garantizar una permanencia mayor de los mensajes, una durabilidad de décadas e incluso de siglos. El papel y la tinta son más resistentes que los bits.

Todavía hoy estamos en fechas adecuadas para rescatar miles de mails enviados entre escritores hace veinte años o poco más. El problema no está tanto, por ahora, en la caducidad de los soportes, sino en otros asegunes prácticos. ¿Los escritores comparten sus contraseñas antes de morir? ¿Se toman la molestia de copiar las cartas en Word o de imprimirlas? ¿Escriben todavía mails o migraron a la comunicación desprolija de Whatsapp? En un mundo saturado de mensajes, ¿hay tiempo y voluntad para escribir misivas electrónicas con la extensión y el buen ánimo estilístico de las cartas de papel? Estas preguntas, y las que no se me ocurren, me dejan la sensación de que la literatura epistolar entre escritores ha muerto, que ya no hay corresponsales y el universo de lo postal entró de golpe en la dinámica de la aceleración y la abundancia que hoy torna imposible resucitar esos diálogos, si los hubiera. ¿Quién se animaría a hurgar en las cartas digitales cruzadas entre dos escritores?

Por supuesto, no es el género mayor ni lo más valioso de la producción de un escritor, pero las cartas permiten, y por eso son organizadas y publicadas, inmiscuirnos en el terreno de la intimidad, de la confianza, del trato inteligente y amistoso la mayor parte de las veces. Entre los escritores que más cultivaron este género está Alfonso Reyes, quien fue tan afecto a la correspondencia que, casi puedo asegurarlo, dejó su archivo postal muy bien organizado porque sabía que sería investigado, que otros ojos se adentrarían en aquella escritura aparentemente fraguada para un solo destinatario. Reyes escribió miles de cartas porque era de natural atento, además de que en muchos casos representaba parte de su trabajo y era una de las vertientes de su vocación. Todos los días dedicaba varios minutos a responder, a co-responder, así que el material disponible de este tipo da la impresión de ser tan abundante como su obra directamente pública.

En otra oportunidad he escrito sobre algunos de sus libros epistolares. Son muchos, y por lo general han sido publicados como debe ser: no las cartas de Reyes a muchos destinatarios en un solo libro, sino a uno solo en cada volumen. Del que deseo ocuparme brevemente en estas líneas es del organizado para compartir el diálogo postal entre el regiomontano y Germán Archinegas (1900-1999), escritor, periodista, profesor y diplomático colombiano, quien desde que descubrió la obra de Reyes profesó por ella y por su autor una admiración devota.

De Arciniegas había leído dos libros: Biografía del Caribe (Porrúa, México, 1983) y Este pueblo de América (SEP-Setentas, México, 1974). El primero es, para mí, uno de los mejores que he atravesado de la siempre querida colección Sepan cuantos…, y desde 1990 no he dejado de recomendarlo cuando se habla de la conquista de América cuyo primer escenario fundamental fue el Caribe. Es un libro tan documentado como hermoso por su estilo, un libro de historia escrito con temple estético.

Ahora, en Algo sobre la experiencia americana. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Germán Arciniegas (El Colegio de México, México, 1998, 131 pp.) me entero con felicidad que estos dos grandes dialogaron de lejos: uno, el mexicano entrado en años, instalado ya en la Ciudad de México luego de su largo recorrido por Europa y Sudamérica como funcionario de nuestro Servicio Exterior; el otro, Arciniegas, como viajero frecuente en su papel de diplomático y profesor, sobre todo, en universidades norteamericanas. La curaduría y el prólogo de esta correspondencia fue realizada por Serge I. Zaïtzeff, a quien por cierto creo que conocí, pues si no recuerdo mal vino a Torreón, al TIM, para presentar, junto con Emmanuel Carballo, la correspondencia de Reyes con Torri publicada por la UNAM en 1995.

Las cartas AR-GA cubren un periodo de quince años, de 1935 a 1959. La última de Reyes a su amigo bogotano fue enviada el 24 de julio del 59, es decir, cinco meses antes de morir. No es un flujo epistolar muy apretado, las cartas son esporádicas, pero no tan pocas como para no dar cuerpo a un libro que, es lo principal, resulta suficiente para afirmar que GA, esforzándose con cierto pudor por mostrar un trato relajado y hasta socarrón, no puede dejar de volcar palabras de plena admiración a su corresponsal mexicano.

En ellas se intercambian elogios, se envían y comentan libros recientes y proyectos editoriales tanto bibliográficos como hemerográficos; a veces se reclaman los silencios que GA justifica, con razón, por lo agitado de su agenda entre viajes y más viajes. AR, ciertamente, tenía al menos la ventaja de estar fijo ya en su biblioteca, mientras el colombiano andaba en su plenitud física volcada a lo laboral.

El libro exhibe la prosa magnífica de Reyes, quien hasta en las cartas añade como condimento la rara gracia de su estilo. Un ejemplo. En una carta del 18 de abril de 1945, dice:

Querido Germán:

Por su carta del 3 del actual veo que se perdió una anterior de usted.

Mi casi hermano Cosío Villegas es mal conducto para recados. Su laconismo espartano deriva cómodamente hacia el olvido. No he visto la Revista de América. Espero con ansia los números que me anuncia.

Mañana o pasado le enviaré colaboraciones con el mayor gusto. Entre tanto aquí van mis datos biográficos y bibliográficos y aquí va un retratillo. Entre los honores recibidos, no cuento aún la Cruz de Boyacá, porque la noticia que usted me da es la primera que recibo. Pero no hace falta siquiera tan altísimo honor para que yo me sienta unido a Colombia, donde mi primer libro de adolescente encontró su público más numeroso e ilustrado.

Lo abraza muy cordialmente su constante amigo

Alfonso Reyes

El libro cierra con ocho artículos de GA sobre AR. En todos late lo mismo: un respeto, una veneración sin orillas.

miércoles, octubre 16, 2024

Del cafecito


 







No hace tanto, quizá dos décadas o poco más, el café era una bebida ya habitual, pero no lo que es ahora: una potencia económica y ubicua, un producto que atraviesa todas las franjas sociales e, incluso, casi etarias, pues si no me engaño en este momento ya lo sirven hasta en biberones. Exagero, claro, pero no ha de ser tanto, así que desde hace mucho dejó de ser, como en mi infancia, una bebida casi exclusiva de los rucos.

Cuando abrí los ojos a la vida cotidiana no había más café que el soluble, el instantáneo. Supongo que en los restaurantes o en las cafeterías —que no estaban al alcance de mi edad— hacían del otro, del de grano pulverizado al que después era necesario pasar por un filtro de papel. De éste no se tomaba en las casas. El café que vi de pequeño era el Nescafé (y similares, como Marino o Monky) de fresco para el que nomás es necesario calentar agua. Sé que este café es considerado basura por los “sommeliers” actuales de la infusión, pero es el que tomaban mis padres y las personas como mis padres, toda la gente adulta que recuerdo. El aparato llamado “cafetera” (en cualquiera de sus modalidades eléctricas) se popularizó casi desde los ochenta y eso nomás en ciertos entornos de clase media para arriba, pues en las familias menos pudientes, hasta hoy, el frasco de instantáneo es un producto casi infalible en la despensa. La prueba de la parafina de que el café soluble es patrimonio popular la vemos en muchas gorderías: si uno pide allí café, no falta que le traigan agua caliente y el famoso frasco. así que esperar en esos lugares un café de angora es incurrir en una exquisitez indigna del establecimiento.

Más o menos sobre esto, hace años escuché una afirmación muy atinada a mi amigo Max Rivera, crítico lagunero de cine: todos los productos que se preparan con base en el agua son un negociazo. El principal es, lo comenté en un apunte de hace varios años, el agua. En efecto, el agua, que sin duda es preparada con agua, es tal vez el producto más ventajoso del mundo y puntos circunvecinos. Pero no se diga la cerveza, la gaseosa, el té, el jugo con supuesta fruta y todo aquello que se ha inventado como ingesta líquida basada en el agua. El café no es la excepción: seguro se trata de un negocio rotundo, y en algunos casos, si se le viste de esnobismo y se le convierte en signo de estatus, más que eso, pues todo es cuestión de que el vaso exhiba una determinada marca para que alcance el precio de un elíxir medieval, alquímico. Como tantas cosas en el mundo consumista de hoy, lo que en esos cafés cobran no es el café, sino la mamonería, el lujo de tirar crema para decir sin decir, vasito cool en mano, que uno sí sabe.

sábado, octubre 12, 2024

Revisita a la colección Lobo Rampante

 














Hoy coincide la salida de esta columna con el cumpleaños 74 de mi amigo Sergio Antonio Corona Páez, quien murió en 2017. Para recordarlo —aunque no pasa semana sin que lo tenga presente de algún modo—, traigo esta reseña general de un proyecto que emprendimos juntos, él como investigador y coordinador, y yo como editor. Nunca publiqué este comentario múltiple, y no sé por qué lo tenía extraviado en mis papeles. Supongo que la escribí hace veinte años, pero es inédito. Sólo lo actualicé un poco. Va.

El Archivo Histórico Juan Agustín de Espinoza de la Universidad Iberoamericana de Torreón, Coahuila, México, publicó hace varios años la colección Lobo Rampante, serie de siete cuadernillos que buscó difundir parte de los documentos que obran en su repositorio. El nombre de la colección obedeció a que los textos introducidos y anotados por especialistas fueron generados en el Antiguo Régimen, particularmente en la etapa colonial del norte mexicano dentro del inmenso territorio llamado Nueva Vizcaya que según el historiador Vito Alessio Robles ocupaba los actuales estados mexicanos de Sinaloa, Sonora, Durango, Chihuahua y el sur de Coahuila. A continuación traigo un brevísimo comentario sobre cada título.

El vino en la Nueva Vizcaya

Una disputa vitivinícola en Parras (1679) vislumbra el interés que puede nacer en ciertos círculos académicos, europeos la mayoría, por las cosas de la colonia neovizcaína, más si se vinculan con la exploración directa de los testimonios que dan cuenta del esplendor vitivinícola que caracterizó a Santa María de las Parras.

Una disputa... es un testimonio irrefutable del peso que tuvo la cultura del vino en esta zona de Coahuila, y su valor como documento quedará constatado con la recepción que le hagan los estudiosos de la vitivinicultura en el mundo. Quizá gracias a esta plaquette, Santa María de las Parras pueda ser redimensionada como objeto de estudio, ya que hasta el momento no se ha dado a la luz el enorme arsenal de piezas que conforman el rompecabezas de la vitivinicultura neovizcaína.

Censo y estadística de Parras, La Laguna en el nacimiento de México

Dos asombros me asaltaron cuando vi por primera vez el original del cuadro estadístico que da cuenta de la vida parrense en 1825: uno, la aparente ininteligibilidad del documento y, dos, la vocación que movió a José Ignacio Mijares para tomar nota del clima, la geografía, la producción y el estado demográfico que guardaba el actual sur de Coahuila cuando alboreaba el nacimiento del México republicano.

Basta asomarse al documento original para comprender la razón de esa perplejidad. Compuesto por siete fojas, el manuscrito de Mijares —a la sazón presidente de la jurisdicción de Parras en 1825— es legible en sus secciones de texto corrido, pero es francamente intrincado en el folio inicial que corresponde al cuadro-resumen estadístico. En total, el documento está fragmentado en 53 secciones, cada una de las cuales se ocupa de examinar una peculiaridad del mundo parrense. Hasta el carácter y el temperamento de los lugareños, desde la óptica del observador Mijares, encuentra albergue en el antedicho documento, sobre todo en aquel pasaje donde se apunta que, entre otras virtudes, los habitantes del Partido censado son “patricios, generosos, rectos, valerosos...”

Durante los 28 años que demandó la edificación del censo, Parras y sus alrededores mostraron hacia principios del siglo antepasado —el xix— que ese ámbito se caracterizaba por la diversidad, por la heterogénea convivencia de hombres y mujeres dedicados al trabajo en condiciones casi siempre desfavorables. El anonimato de aquellos pobladores no implica que hoy sea ignorada su valiosa contribución al desarrollo del sur de Coahuila y del norte de México. He aquí el valor que guardan los rescates documentales y la difusión, en su formato de libro y en otros soportes, de todas aquellas obras que nos pueden hablar sobre el pasado de una región a la que todavía le quedan muchísimas palabras por decir.

Gerónimo Camargo..., novela encontrada en un manuscrito

Hay que comenzar esta recensión con un par de preguntas que parecen necesarias para entender la valía de Gerónimo Camargo, indio coahuileño, ejemplar número tres de la Colección Lobo Rampante. ¿Por qué la declaración de Camargo nos parece sumamente atractiva? ¿Qué hace de este documento una pieza verbal cuya lectura podemos despachar de un perplejo tirón? Las dos preguntas tienen una sola respuesta: el recurso de la narración, el arte de contar una aventura con el fin de edificar la ilusión de realidad, eso es lo que provoca la fascinación en un lector asiduo a la literatura. Como la novela, como el cuento, como la crónica, como el relato, Gerónimo Camargo, indio coahuileño es un documento que basa su magnetismo y su eficacia en la vistosa organización de lo narrado, en el qué y en el cómo de lo que allí se cuenta.

Gerónimo Camargo... vale por muchas razones, varias de ellas señaladas en el inmejorable pórtico trazado por Carlos Valdés Dávila. Para mí, dada mi indisimulable inclinación por las ficciones, el volumen es de subidos quilates por lo que tiene de literario, de narrativo, de anecdótico. Cuando lo conocí, gracias al paleografiado de Sergio Antonio Corona Páez —quien me advirtió la calidad literaria del documento—, confirmé lo que tantas veces me ha ocurrido: a veces los sucesos del pasado se nos ofrecen como si fueran esqueletos de novelas, borradores de cuentos, materia prima de literatura. Por supuesto esa es una imposición de mi historicidad como lector de narrativa ficcional, pero si me trato de desprender de tal subjetivismo encuentro que, en efecto, la declaración de Camargo es una especie de mininovela picaresca en el desierto coahuilense, una mininovela en la que escuchamos con claridad, casi sin adulteración, la voz de un indio.

Tríptico de Santa María de las Parras, un ejemplo de la crítica de fuentes

Una de las tantas novedades que enseña la nueva historia es la crítica de fuentes. Tal crítica impide considerar al documento, a cualquier documento, como texto canónico, como dogma de fe para iluminar algún predio del pasado, ya que siempre estará latente la posibilidad de encontrar otros documentos que contradigan a los que en cualquier momento hayan establecido La Verdad. Por esa razón, quizá no haya mayor logro para el trabajo histórico que el de aportar testimonios frescos, documentos que posibilitan una lectura diferente del pasado.

Tríptico de Santa María de las Parras eso hace. A partir de su publicación, la fuente de primera mano para explicar el origen, geografía y estado político de esta amplísima zona del sur coahuilense ya no será la articulada por el padre Agustín de Morfi y su famoso Viaje de Indios. Ahora, le corresponde ese mérito al padre Dionisio Gutiérrez, quien más de dos siglos después pasa a ser restituido como el más autorizado vocero de lo que era Santa María de las Parras.

Este cuarto ejemplar de la Colección Lobo Rampante coloca al alcance del lector una interesante triada de documentos que, aunque nominalmente se refieren a Parras, en realidad, por su contenido y trascendencia, son relevantes para la historia del sur de Coahuila e incluso para la historiografía (entendida ésta como reflexión crítica sobre la manera de historiar) y la crónica colonial mexicana.

Imagen del rey en Nueva España

Desde el triunfo de los liberales, la Colonia mexicana no goza de mucho prestigio entre los estudiosos de nuestro pasado. Por décadas que ya suman siglos, nuestra experiencia virreinal ha sido objeto de ninguneos sistemáticos o, a lo sumo, de menor atención que, por ejemplo, el complejo universo prehispánico o el proceso revolucionario que echó a tierra el Porfiriato. Todavía sobrevive en los libros de texto mexicanos la idea de que ese tramo de trescientos años nos pertenece, sí, pero a regañadientes, como una etapa vergonzosa, como si fuera nuestra Edad Media. Aun aceptando este prejuicio, la historia académica que aspire de veras a la seriedad no debe proceder con aprioris de tal naturaleza. El pasado, por ominoso que parezca, no debe recibir ninguna descalificación, mucho menos la basada en prejuicios.

Real espejo novohispano. Una lectura de la Monarquía española según documentos del obispado de Durango (1761-1819), contiene nueve manuscritos, hasta ahora inéditos, donde se evidencia que la vida de la dinastía borbónica —nacimientos, decesos, matrimonios y demás—, impactó en la cotidianidad de los habitantes del norte novohispano. Como señala en su introducción el doctor Salvador Bernabéu Albert, investigador de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, España, el interés fundamental suscitado por estos documentos radica en que exponen los mecanismos usados por la corona para dar a conocer las noticias vinculadas al monarca y su familia, lo que a trasmano revela formas de control social y reconocimiento del poder trasatlántico por parte de los súbditos.

Ataque a la misión de Nadadores o el documento como protagonista de la historia

Ataque a la misión de Nadadores, sexto miembro de la familia Lobo Rampante, asimismo condensa su contenido en el atinado título; en efecto, se trata aquí de compulsar un mismo acontecimiento, el ataque a la natatoria misión, a partir de dos documentos que testimonian ese hecho y ponen en el centro de la escena a don Diego de Valdés. He allí, en una sola línea, el trazo general de la introducción trabajada por Valdés Dávila. En ella, basado en el par de testimonios que han sobrevivido a los siglos, el científico saltillense piensa en el valor del documento como materia prima del historiador, pero de paso sugiere el ineludible uso de un tamiz que le permita a la verdad histórica ser bien cribada en el presente.

El valor capital de Ataque a la misión de Nadadores: dos versiones documentales sobre un indio cuechale es el de hacernos comprender (a partir de dos viejas descripciones donde el protagonista es el entrañable Diego de Valdés) la saludable necesidad de no levantar la mano con tajancia cuando algún documento nos revela una verdad.

Ataque... contiene un prefacio del doctor Sergio Antonio Corona Páez —paleógrafo por cierto del primer documento sobre don Diego incluido en este volumen—, la introducción del maestro Valdéz Dávila, los dos manuscritos sobre don Diego y un anexo con seis páginas apendiculares pero también esclarecedoras: las etnias registradas en el Libro de entierros de la misión de Nadadores, la lista de los sacerdotes de la misión, un croquis de las misiones franciscanas, otro de Coahuila en 1730 y dos grabados.

Viñedos y vendimias en la Nueva Vizcaya, Parras como vergel

Un inapreciable aporte al conocimiento de lo que fue el norte mexicano se encuentra contenido en las páginas de Viñedos y vendimias en la Nueva Vizcaya. Los privilegios otorgados a sus cosecheros por la corona española en el siglo XVIII. Con documentación suficiente y con la interpretación más rigurosa, este séptimo volumen de la Colección Lobo Rampante rinde testimonio de la bonanza vitivinícola que durante la Colonia caracterizó la vida de Santa María de las Parras (hoy Parras de la Fuente, en el estado mexicano de Coahuila, México). Como lo explica el doctor Corona Páez, autor del estudio introductorio, y como lo evidencian las pruebas documentales que él ha transcrito y cotejado para el caso, la corona no sólo no prohibió la producción de vinos legítimos en esta parte del imperio español, sino que estimuló su producción y creó con ello, en Parras, una cultura del trabajo asombrosa y peculiar, única por su naturaleza en todo el septentrión novohispano.

Nota. La página de publicaciones de la Ibero Torreón está siendo reconstruida en este momento. Pronto será reabierta y estarán disponibles en PDF, entre muchos otros títulos, los volúmenes de la colección aquí abordada.







miércoles, octubre 09, 2024

Fe y arte pintoresco


 








Hace poco, en abril, llegué a la cima del cerro San Cristóbal ubicado en el inmenso y hermoso Parque Metropolitano de Santiago de Chile. Allá arriba, al lado de la capillita coronada por la virgen, había una pared no muy amplia en la que los visitantes podían dejar algún objeto como ofrenda. Entre el barroquismo de crucifijos, estampas, veladoras, rosarios, logré dar con una pequeña imagen de la virgen de Guadalupe seguramente dejada por un turista mexicano.

Esto me recordó la costumbre bien arraigada en nuestro país de llevar exvotos a muchos santuarios importantes. Vino a mi memoria una tarde muy lejana, de hace al menos treinta años, en la que venía por carretera de Aguascalientes a Torreón e hice un alto en Plateros, Zacatecas, donde visité como turista, no como creyente, al Santo Niño de Atocha. Al lado de la nave principal, recuerdo vagamente, había algunos habitáculos en los que los peregrinos colgaban retablos, cuadros de madera, lámina u otro material en los que asentaban algún agradecimiento escrito y plasmaban un dibujo cuyo tema era el favor recibido.

Los retablos tienen en general el tamaño de una hoja de máquina apaisada, y la estética del dibujo y de la escritura exhiben la vistosa torpeza de lo popular. Aquella vez me entretuve varios minutos leyendo y viendo los dibujos, y es innegable que se trata de una práctica que, vista al margen de la fe, resulta literalmente pintoresca, pues de pinturitas se trata. Llegué a pensar incluso que de allí podría salir una antología de agradecimientos, la magia mexicana manifiesta en modo plástico.

Hice aquel recorrido y no dejé de tener en la mente el ¿microcuento? citado por Edmundo Valadés en El libro de la imaginación (FCE, México, 1970), que aquí, por breve, deseo compartir completo. ¿Podemos afirmar que la técnica cuentística de Hemingway es superada en esta pieza? Va:

EXVOTO

En una iglesia del pintoresco pueblo de Tepoztlán existe un retablo (exvoto) en el que se ve a un campesino, de hinojos, dando gracias a la Virgen por el milagro que le hizo. La leyenda al pie del cuadro dice: “Juan Crisóstomo Vargas, vecino de este lugar, da gracias con toda su contrita alma a la Santísima Virgen por el milagroso favor que le hizo la noche del 22 de mayo de 1916 al haber impedido que las fuerzas zapatistas se lo llevaran como llevaron a sus tres pobrecitas hermanas”.

sábado, octubre 05, 2024

Mucha más gente de Leñero

 











Supongo que, como casi todos los escritores que además fueron periodistas, Vicente Leñero (Guadalajara, 1933-Ciudad de México, 2014) dejó muchos textos por imprimir o incluso, en el caso de sus materiales hemerográficos, por organizar y publicar. No todo lo que queda en carpetas sirve para llegar al libro, es verdad, pero con un poco de depuración es viable transformarlo en volúmenes asequibles para los lectores. En el caso de Leñero, no es poco lo que escribió primero para la prensa y luego, poco a poco, fue arracimando en títulos como La Zona Rosa y otros reportajes, Talacha periodística y Periodismo de emergencia. No es, ni de él ni de nadie como él, lo más valorado de su escritura, pero muchos lectores —entre los que me cuento— lo aprecian como parte significativa de su obra dado que como profesional de la escritura no sólo fue novelista y dramaturgo, sino también abundante periodista (precisamente, combinó ambas pericias en Los periodistas y Asesinato, consideradas sus dos novelas sin ficción).

Uno de los títulos de la índole que describo es Más gente así, compilación de piezas con sabor, la mayoría, a crónica. Lo leí y lo reseñé hace poco más de tres años sin saber que tenía un antecedente: Gente así. Tampoco sabía de la existencia de Mucho más gente así (Alfaguara, México, 2017, 256 pp.), que recién leí y me parece un libro atendible. Sólo me falta pues el primero para afirmar que he recorrido esta trilogía; en ella no está, insisto, el mejor Leñero, pero si aquél cuya pasión por contar la realidad lo acompañó hasta el final de sus días. Echo un vistazo en caída libre a las doce piezas que componen este título.

“Fumar o no fumar” es una crónica de su adicción al tabaco. Expone casos de escritores entregados al cigarrillo y de allí pasa a su caso y cómo luchó para vencerlo. Tuvo siete años de abstinencia, recayó y al final confiesa que ya no lo dejaría. Algo observa también sobre las campañas que amedrentan al fumador con imágenes pavorosas en las cajetillas, lo cual también me parece el colmo del mal gusto.

Amplía crónica sobre los encuentros y desencuentros periodísticos de Leñero con el subcomandante es “Al acoso de Marcos”. Describe el revuelo que causó la disputa por sus entrevistas, lo que parece la prehistoria aunque aquello ocurrió a mediados de los 90. Un fleco importante del relato es la obsesión periodística de Julio Scherer, su fervor por “la exclusiva”. Pasa rápido sobre la foto de Marcos exhibida durante el zedillato en la PGR por Juan Ignacio Zavala —el cuñado de Calderón— cuando todavía era usuario de pelo en la cabeza.

En “Yuliet” trabaja sobre la delgada línea que separa la ficción de la crónica. Yuliet es una ricachona lesbiana que asiste al taller de dramaturgia impartido por Leñero. A punta de billetes, ella lo aísla para que la apoye en la escritura de una novela autobiográfica. Trabajan en su caserón, pero ella es una escritora caótica, no respeta ninguna regla. Al final ocurre un hecho violento y el destino de Yuliet parece cerrarse con la publicación de su novela-bodrio Mis amores.

“Oraciones fúnebres” presenta tres necrológicas: de Garibay, Rascón Banda y Granados Chapa. En ellas destaca, respectivamente, la fiereza, el pleiteo contra todos, el oído para la armadura de diálogos, la enormidad de sus propósitos literarios; el fervor por hacer teatro con la realidad, la voluntad de convertir en pieza para la escena todo lo que ocurre alrededor de la vida; y la tenacidad, el silencio, la memoria y la pulcritud fría al hacer periodismo de opinión. Son excelentes semblanzas, todas escritas en función de la cercanía profesional y afectiva.

En “El casillero del diablo” arma otro texto urdido en la franja realidad-ficción. Trata sobre un libro de Enrique Maza cuyo tema fue el diablo, obra debatida y al final censurada por Roma. Allí mismo cuenta una anécdota de Fernando Zamora, amigo que se interesó por asistir a un curso sobre exorcismo. Zamora le inventa que en el cursillo conoció a un cura dizque poseído, pues la gente cercana a su vida moría misteriosamente. Es un juego que al parecer Zamora inventó para que Leñero urdiera después un documento realista a partir de la ficción, al revés de lo que sucede la mayor parte de las veces.

“Manual para vendedores” es una crónica del engargolado que le envía un viejo amigo de la primaria, a quien no recuerda. Es vendedor. Se cita con él en un café y no cesa de contestar llamadas al celular. Leñero se va. Pasa un tiempo y se arrepiente, siente culpa y le llama. Hay una sorpresa final que no develo, lo que da a la pieza un remate de cuento.

Recuerdo escrito en primera persona del presente, “Mañana se va a morir mi padre” trata sobre el día en el que revisan a su padre por un posible tumor en el cerebro. La cosa viene de unos meses atrás, desde que su viejo entró en el deterioro anticipatorio del fin. Aparecen su hermano y su hermana, su madre, su cuñada, su esposa Estela y, claro, su padre tendido en la cama, perdida la mirada, débil, frente a un tal doctor Del Cueto. El título es elocuente: revive el día anterior a la muerte de su padre y lo que hicieron sus familiares.

“El ajedrez de Casablanca” es la historia de la jovencita Julia María, ajedrecista michoacana huérfana que en la Ciudad de México ganó una beca para mejorar su ajedrez. Vive con sus tíos y consigue el trabajo de acompañar a cierto viejo en un asilo, quien la contrata para jugar. No le paga las partidas y le regala un tablero que supuesta, que mañosamente perteneció a Capablanca. Como siempre en los relatos de Leñero, se siente la naturalidad de una prosa oscilante entre lo literario y lo periodístico, magnética.

Especie de cuento con preámbulo y conclusión, no muy logrado, es “El flechazo”. La nieta de Leñero le pide un cuento de amor. Él lo escribe. Trata sobre un joven representante de compañías farmacéuticas que está de visita en Salvatierra, Guanajuato. En el consultorio de un doctor conoce a la recepcionista Glafira y de inmediato se enamora de ella. No digo más. Es un relato simple, casi elemental y creo prescindible.

“La pequeña espina de Alfonso Reyes” aborda una acusación ¡de plagio! Al más importante escritor mexicano del siglo pasado. Hizo su defensa José Emilio Pacheco, quien al parecer dejó noqueados a los detractores que en su momento aprovecharon una bicoca para echar pestes contra el polígrafo.

Relato de una especie de administrador o lavador de dinero de los narcos tijuanenses es “La noche del Rayo López”. Desde el meollo de la delincuencia, el empleado de los criminales habla sobre los tratos entre capos, y particularmente de una fiesta donde manda “Benjamín”; también, de una reunión convocada por el pesado Félix Gallardo. Es un texto que basa su eficacia en la oralidad trocha, siempre brutal y pedestre, de los narcos.

El último texto es “Queen Federika”, una especie de memoria parcial sobre su paso juvenil por la España franquista y el regreso a América en un barco de octava categoría.

Libro misceláneo, insisto en que no es de los más importantes en la producción de Vicente Leñero; Mucho más gente así (creo que el título debió ser “mucha”) contiene piezas estimables, otras regulares y una o dos dignas de supresión y olvido. En cualquier caso, es un título cómodo, útil para la convivencia relajada con uno de los mejores escritores-periodistas que nos dio el siglo XX mexicano.

miércoles, octubre 02, 2024

Acequias 94 en línea

 

















Ya está en línea el número 94 de Acequias, revista de la Ibero Torreón. En su editorial describe grosso modo su contenido, éste:

“Las pedagogías del mal son aprendizajes que se movilizan con gran eficacia a través del miedo, la desidia, la apatía, la indiferencia. La injusticia estructural se sostiene en la convicción de que jamás podrá ser derrotada”, señala Juan Luis Hernández, rector de la Ibero Torreón, en el primer capítulo de Geopolítica de la esperanza, obra que nos convida a reflexionar sobre el imperativo de no caer en el derrotismo que paraliza y hace el juego a un sistema en el que campean la iniquidad y la negación a todo sueño de justicia social. El primer capítulo de esta publicación es aquí reproducido íntegramente.

En “La regla que nos divide”, Zaide Patricia Seáñez nos recuerda que la menstruación es una más de las condiciones que han sido invisibilizadas y por ello hay que atender incluso con legislación para resolver los problemas que genera y no sean, como hasta hoy, una desventaja más para la mujer en todos los espacios de su vida. De Fernando Javier Araujo y Juan José Rojas traemos un fragmento de su ensayo “Horizontes epistemológicos para la formación de jóvenes investigadores en derechos humanos” publicado en Entrelazar realidades (Ibero Torreón, 2024), libro colectivo de maestros y alumnos de la carrera de Derecho. Le sigue “Un sobrevuelo al edificio de la gestión estratégica”, de Andrés Rosales Valdés, repaso a la importancia de la planeación en todo organismo que aspire de entrada a la supervivencia mediante la innovación y luego a la obtención de resultados.

El artículo “Las elecciones hicieron presentes a las personas desaparecidas”, del periodista Luis Alberto López, describe, ante la desaparición forzada, una modalidad de visibilización puesta en marcha en las pasadas elecciones federales. Sigue “La polémica sobre el cometa de 1680 y 1681”, donde Fernando Fabio Sánchez traza las coordenadas históricas de una polémica entre los jesuitas Eusebio Kino y Carlos de Sigüenza y Góngora.

Una reseña sobre la novelista francesa Annie Ernaux, premio Nobel 2022, es la colaboración de Laura Elena Parra en estas páginas. Después, Alfredo Loera traza “Un largo adiós que no se acaba”, evocación de Teresa Muñoz, escritora y promotora cultural cuyo deceso sigue siendo lamentado en el ámbito cultural lagunero; sobre ella también, la reseña “Días de ceniza o los comienzos de la ebullición”. Cierran este número una reseña cinematográfica de Rodolfo Bañuelos y un cuento de Lucila Gamboa.

martes, octubre 01, 2024

Iberia Editorial








Iberia Editorial, sello especializado en la publicación de libros y revistas, ofrece desde hace más de 25 años los siguientes servicios:

·        Dictamen de obras literarias

·        Revisión

·        Maquetación de libros (solo con texto o con texto e imágenes)

·        Diseño de portada

·        Escritura de prólogo y cuarta de forros (texto de contratapa)

·        Solicitud de ISBN y código de barras

·        Proceso de impresión y generación del documento en PDF

Ha editado más de 150 libros y más de 200 revistas; si se desea ver el acabado final de algunos libros, puede consultarse alguno de los siguientes tres enlaces:

https://rutanortelaguna.blogspot.com/2023/07/gilberto-prado-galan-exhumacion-de-su.html

https://rutanortelaguna.blogspot.com/2023/07/ecos-de-comala-y-el-llano.html

https://rutanortelaguna.blogspot.com/2023/07/dialogos-contrarreloj.html

El contacto puede establecerse en el siguiente mail: rutanortelaguna@yahoo.com.mx

sábado, septiembre 28, 2024

Más sobre mexicas, tlaxcaltecas y españoles

 

















Entre 2019 y 2021 Saúl Rosales escribió un amplio lote de artículos sobre la conquista de México y muchas de sus implicaciones históricas y culturales. Luego de esto reunió una buena parte de aquella producción y fue publicada por la UAdeC en el libro Malinche y la conquista de México (Saltillo, 2023, 171 pp.). Lo presenté en su momento, así que mi parecer quedó asentado en una recensión después incorporada a la columna. Aprecié y aprecio tanto el contenido de tal libro que llevé cuatro ejemplares a Chile y Argentina en abril-mayo de 2024, y mi deseo es que hayan quedado en manos que sepan valorarlos.

Pasados unos meses, Saúl ha organizado otro libro que asimismo es producto del trabajo por él acometido entre 2019 y 2021: El poder tras el trono de Moctezuma. Religiosos quasi una fantasia (Mango Verde Fondo Editorial, Torreón, 2024, 104 pp.). No es difícil afirmar que aquel par de libros podría ser considerado un mismo título dividido en dos salidas. El tema, el tono, la extensión de las piezas y la inteligente agilidad de los análisis permiten sentir un impulso afín en su hechura, una equivalente capacidad ordenadora, un estilo análogo.

El título de esta segunda parte de los asedios de Saúl Rosales al mundo de la conquista se justifica por el ensayo más largo del volumen; en efecto, trata sobre “El poder tras el trono de Moctezuma”, es decir, sobre la gravitación de los sacerdotes mexicas en todas las decisiones del tlatoani gobernante. Ceñido a las dos más importantes “corónicas” sobre las vicisitudes de la conquista, la de Cortés y la de Bernal, aunque también cercano a las articuladas por Sahagún, Durán, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y la del cronista anónimo, el escritor lagunero verifica que los “papas” (así denomina Bernal a los sacerdotes indígenas) tenían un ascendiente pesado e ineludible en los gobernantes, tanto que son aquellos los oráculos por quienes fluyen realmente todas las decisiones de índole política. Pese a su catadura astrosa —tal vez algo parecida a la de los locos/parias de las actuales urbes—, los religiosos apuntalan, gracias a su fantasiosa interlocución con las deidades, toda asesoría al poder civil. Esto lo vieron el soldado y el misionero español, quienes inconscientemente dieron prelación al clero indígena en cada enunciado enumerativo de sus relatos: al ponderar y describir por escrito cualquier encrucijada política, el testimonialista europeo primero distinguía y mencionaba a los sacerdotes, luego a los gobernantes/caciques y al final, si era necesario, a los guerreros.

Los “papas” arrebataban entonces la iniciativa, eran el mando tras el mando. Son ellos quienes para todo detentan la última palabra: “En otro momento de este pasaje de la historia de la Conquista narrada por Bernal, el Capitán General le dice al Gran Tlatoani que, ya que andan allí [en uno de los templos], les muestre los dioses autóctonos. Esto da oportunidad de observar y resaltar cómo el jerarca mexica depende de los papas para tomar decisiones pues: ‘Moctezuma dijo que primero hablaría con sus grandes papas’. La suspicacia murmura: el poder tras el trono de Moctezuma”. De esto trata el primer largo ensayo del racimo.

Más cortos, los textos que siguen en el libro son aproximaciones a distintas escenas del mismo encontronazo histórico. Todas convocan la prosa divulgativa del autor torreonense, quien esquiva rebuscamientos o tecnicismos para, más bien, bordear cierto didactismo deseoso de aproximar remisos al conocimiento de la gesta protagonizada por mexicas, tlaxcaltecas y españoles.

En la mayor parte de los quince momentos del libro destaca pues el tratamiento de alguno de estos rubros: la guerra, los usos y costumbres indígenas y la herencia de la cultura precortesiana en nuestra actualidad. No para agotar lo que aborda, pues por suerte es inagotable, sino para atraer nuestra atención de lectores a pliegues de una realidad pasada y significativa en tanto cimiento psicológico de la nación que poco a poco se convirtió en lo que hoy llamamos México. Esto no es insinuado por el autor, sino dicho con todas sus letras, como lo hizo también en Malinche y la conquista de México. Observa, por ejemplo, en la pieza “Testimonio de 500 años de mestizaje”: “La potencia europea invasora, el grandioso imperio azteca que le resistió y la imbatible insumisión tlaxcalteca son los tres poderíos que sustentan, o deberían sustentar, el espíritu mexicano actual”. Más claro no es posible expresar este deseo (al que sin duda adhiero).

Cercos, matanzas, negociaciones, desacuerdos, estrategias, arremetidas y diferentes abordajes al plano bélico de la conquista son el tema central del conjunto. Lo épico (dicho esto en el sentido no obtuso de la palabra, o sea, no como la usan hoy muchos tarambanas que calcan servilmente el inglés) es la vértebra de El poder tras el trono de Moctezuma, pero a su vera hay algunos abordajes interesantes, como ya dije, sobre aspectos relacionados con la herencia de la cultura autóctona; particularmente subrayo los últimos cuatro: “Piciete, tabaco, marihuana”, “Nombres de hace cinco siglos”, “Nostalgia por las tunas” y “Alcoholismo del último umbral”), textos que trabajan, respectivamente, sobre el insumo mexica de lo que quizá era cannabis, sobre la imposición europea de la onomástica y los topónimos en la realidad domeñada, sobre la esplendidez del gordezuelo fruto que da el nopal y sobre el consumo de pulque sólo permitido a la senectud mexica y muy penado a los jóvenes.

Por todo, estas páginas son otra estimable invitación a rever la odisea de la conquista mexicana como lo que fue: la más asombrosa conjunción militar y cultural de arrojo, orgullo, resistencia, pasión y estoicismo que vieron en América los pasados siglos y no esperan ver los venideros.

Nota. El poder tras el trono de Moctezuma. Religiosos quasi una fantasia puede ser adquirido mediante el servicio de Amazon: pulse aquí.


miércoles, septiembre 25, 2024

Idea de Leer Libres

 











Claudia Soto y Elena Palacios son dos escritoras laguneras con un empuje envidiable. En un tiempo en el que se alienta el “emprendedurismo” (quizá la palabra más espantosa en los usos del infraespañol actual), ellas han decidido abrazar un proyecto que más que dividendos materiales deja, para nuestro asombro, frutos espirituales hoy ni siquiera bien aquilatados pues se relacionan con el gusto de escribir y de leer. Lectoras, escritoras, asistentes a talleres, presentadoras, Elena y Claudia ahora han conjuntado sus entusiasmos para crear, desde abril de este año, el proyecto Leer Libres Ediciones, cuyo primer producto es una serie de plaquettes con obra de ellas mismas y de escritores locales.

Aunque César Aira alguna vez confesó que la promoción de la lectura le parece un empeño baldío y en buena medida lo es dada la mayoritaria indiferencia al consumo de libros, no deja de ser meritorio que algunos prefieran creer con pasión en que todavía es viable estimular sobre todo a los jóvenes para que lean, como pasa con Elena y Claudia. El fruto de cualquier esfuerzo de este tipo siempre parecerá magro, pero es indudable que aún es posible sumar adeptos.

En el editorial de su primera plaquette (plaquette es el galicismo que se usa para designar una publicación de pocas páginas, generalmente grapada), las autoras señalaron que “Esta publicación quiere ser una sencilla aportación al campo literario de La Laguna, pues consideramos que este tipo de esfuerzos nunca están de más para conseguir que la literatura llegue a más personas en nuestra comunidad”. E inmediatamente después dan idea del contenido que abrazarán: “La Plaquette de Leer Libres tiene la finalidad de entretener con cuentos, recomendaciones de lectura y reseñas de libros, ejercicios de escritura y pasatiempos lúdico-literarios”.

Tengo y leí ya los tres primeros números (abril, mayo y junio de 2024) del cuadernillo de Leer Libres. Sé que ya van para su número seis o siete, todos con materiales de escritoras y escritores laguneros. Contienen sobre todo relatos y pequeños ejercicios verbales y literarios, materiales que nos ayudan a conocer nuevos autores y, sobre todo, a convivir con lo mejor del ser humano: la palabra.

Gracias a Elena y a Claudia por insistir en que leamos libres.

sábado, septiembre 21, 2024

Silvio, aniversario y después

 













“Si te dieran a escoger a qué cantante escuchar y te pagaran todos los gastos para ir a su concierto, ¿a quién escogerías, papi?”. Recuerdo esta pregunta de una de mis tres hijas, pero no recuerdo cuál. La motivaba una conversación en la que concluí tajantemente, sin ninguna concesión, que no me interesaba ir a ningún concierto, que no me interesaba escuchar a nadie en ningún tumulto. “¿Pero a nadie a nadie a nadie, papi?”, insistió mi hija. “No, a nadie”, rematé, y esto incluía principalmente los conciertos de cualquier música de pop o de rock, por espectaculares que parecieran. Sé que si la propuesta fuera real, dudaría. ¿Javier Solís, Pavarotti, Zitarrosa, Lola Beltrán, Serrat, Mercedes Sosa, Albano Carrisi, Adriana Varela, Atahualpa Yupanqui, Anna Netrebko, Ibrahim Ferrer? Tal vez, pero de solo imaginar las implicancias de un concierto, el hecho de desplazarme a no sé dónde y de convivir a veces apretujadamente, me lleva a desear no desearlo, conformarme con la reproducción hoy dispensada por las plataformas digitales.

Mi negativa parte de que los experimenté alguna vez: jamás me sentí cómodo ni me estremeció un pelo ver en vivo a un “famoso”. No me pregunten por qué, pero por razones de trabajo, de gratuidad o compromiso vi a Bosé, Tropicalísimo Apache, Juan Gabriel, Marco Antonio Solís, Los Cadetes de Linares, Óscar Chávez, Los Ángeles Negros, Facundo Cabral, Celso Piña, Depeche Mode, Caetano Veloso, Plácido Domingo y Calle 13, y en ninguno de los casos hallé un motivo poderoso para enamorarme de la modalidad “en vivo”. Por esta razón y no otra es por la que percibo muy extraña a la gente que sigue el ritual de comprar boletos en línea y moverse a veces hasta de país para escuchar a tipos abiertamente frívolos o embusteramente densos, como si fueran filósofos de nuestra era sólo porque desean la paz mundial.

Dado lo antecedente, sonará raro que el 25 de mayo de 2004, hace ya dos décadas, amaneciera inquieto ante la inminencia del maratón que me esperaba en la Plaza de Mayo. Había llegado el 15 a Buenos Aires, era mi primer viaje para allá, y dos días después, o tres, no recuerdo, me chuté un recorrido de quince horas por tierra para estar en San Miguel de Tucumán, a donde había sido invitado por David Lagmanovich para participar en un encuentro de escritores. Además de conocer a David, allí conocí también a Juan Pablo Neyret y a Rogelio Ramos Signes, y crucé dos palabras con un par de invitados importantes: María Rosa Lojo y el español Rafael Chirbes. Cumplí cuarenta años casi al final de mi estancia tucumana, el día 23. Esa misma noche, Neyret y yo, que nos hicimos amigos de inmediato, nos fumamos las quince horas del bus a Buenos Aires. Bajamos en la capital argentina, convivimos el 24 en algunas caminatas y restaurantes del microcentro, y esa misma tarde Neyret siguió a su tierra, Mar del Plata. De nuevo quedé solo en Buenos Aires; me hospedé en el Grand Hotel España, un vetusto edificio art déco de la calle Tacuarí número 80, a una cuadra de la avenida 9 de Julio, cerca del legendario Café Tortoni.

El 25, digo, amanecí inquieto. A mi primer viaje argentino le quedaban unos tres días de vida, así que decidí aprovecharlos en andanzas que me dieran una visión más clara del plano porteño. Sabía ya que el día era feriado por la Revolución de Mayo, así que opté por acercarme a la plaza para ver cómo lo celebrarían. Temprano, todavía sin público en la plancha histórica, vi que varios trabajadores hacían los últimos arreglos a dos grandes escenarios: uno frente a la Casa Rosada y otro al lado opuesto, cerca de la catedral, por la calle Bolívar. Creo que con algunas preguntas pude saber que la celebración conllevaría discursos y un desfile de grupos y cantantes, todo con el remate de Silvio Rodríguez. Deambulé un rato más por el rumbo, sin separarme mucho de la plaza. Cuando vi que comenzó a poblarse me aproximé al escenario más grande, el aledaño a la Rosada. Primero quedé como a cincuenta metros, pero como pude me fui escurriendo hacia adelante, poco a poco. Mi idea era no quedar tan lejos, pues mi cámara digital Fuji (aquello ocurrió en el breve momento en el que se usaron las cámaras digitales) no tenía zoom y temí que las fotos quedaran muy borrosas. Al final logré acomodarme como a veinte metros del punto principal. La Plaza de Mayo quedó llena, gobernaba Néstor Kirchner, allí estaba Cristina Fernández y nadie podía saber en ese momento que la Argentina viviría poco más de diez años de desendeudamiento, de mejoría económica y, por ello también, de feroz persecución mediática contra la pareja que provocó aquel respiro de bienestar social.

No recuerdo cuánto duró todo, pero sí que llegué como a las cinco de la tarde y a las nueve todavía no me iba de allí. Muchos cantantes pasaron antes del plato principal. Todos desahogaban dos o hasta tres piezas, la gente los aplaudía con entusiasmo y el animador los presentaba con elogios y vítores por el día conmemorado. Pero la gente esperaba el número fuerte: Silvio.

Cuando el cubano apareció en escena, pensé que su paso duraría lo mismo que todos los demás, pero no: cantó una hora y aquello me dio la impresión de ser hipnótico: la gente coreaba sus canciones y yo entre dientes también las expresaba. En los ochenta había sido adicto a su música y en general a la nueva trova, pero poco a poco me había alejado de él. Lo que no sabía es que me sabía aún todas las piezas, al menos las famosas, y esto sobrevive hasta hoy, fecha en la que algunos de sus versos me parecen algo débiles, algo forzados o innecesariamente herméticos, aunque conservo el gusto por casi todos sus arreglos y por supuesto de sus muchísimas estrofas brillantes. Así de terca es la memoria.

De aquel concierto hay video en YouTube, y aunque no me veo entre el público oscurecido por la noche, estuve cerca de la bandera del Che que ondeó durante todo aquel concierto, tal vez el único al que he asistido con un sentimiento parecido al gusto.

Nota. Como la que encabeza este post, las siguientes fotos fueron tomadas la tarde referida en la crónica.