Se acerca el aniversario 115 de la Revolución
Mexicana y siempre es tema de interés más allá de lo que quede vivo o muerto del
movimiento encabezado por Madero. Uno de los personajes más atractivos de
aquella coyuntura es Martín Luis Guzmán (Chihuahua, 1887-Ciudad de México,
1976), escritor que nos dejó una obra vasta y ahora por suerte reunida en dos
obesos tomos del FCE. No sé si exagero al afirmar que es el mejor escritor adscrito en la saga conocida como “novela de la revolución mexicana”, pero sin duda es
uno de sus imprescindibles.
Quien tenga interés por leerlo puede acercarse a
la edición ya clásica de La sombra del
caudillo, la intonsa (con las hojas de sus tres lados exteriores no
cortadas) de Porrúa, o de plano buscar los susodichos tomotes del Fondo.
También, como introducción biográfica, recomiendo conseguir el libro Martín Luis Guzmán (Nostra Ediciones,
México, 2009, 87 pp.), de Julio Patán (Ciudad de México, 1968). Se trata de un
recorrido veloz, de una mirada panorámica al escritor chihuahuense, pues en
seis capítulos dibuja aquella vida a la que no le faltó acción ni pensamiento
expresado en una escritura siempre filosa, severa y pulcra en lo estilístico.
Desde la introducción, Patán establece que hay
dos grandes momentos en la vida de su biografiado: uno, que va de 1915 a 1940,
en el que MLG escribe y publica frenéticamente, entre otros, sus libros
esenciales: El águila y la serpiente, La
sombra del caudillo y Memorias de Pancho Villa. En este mismo periodo, el chihuahuense participa sin parar de
la agitación política desatada tras la caída del Porfiriato, actividad en la
que se acerca a los principales líderes, sobre todo a Villa, y también lapso
caracterizado por largas radicaciones en Estados Unidos y en España, en ambos
casos para ponerse a salvo, como exiliado trashumante.
El otro periodo significativo va de 1940 hasta
1976, cuando se acoge, por decirlo amablemente, al régimen postrevolucionario y
goza de espacios laborales y reconocimientos importantes, lo que fue tomado como
renuncia a sus juveniles banderas democráticas. Patán lo apunta así (se refiere
al regreso de MLG tras el cercano triunfo del franquismo y su estacionamiento en el
sistema político mexicano): “Las cosas, sin embargo, cambian dramáticamente con
Guzmán desde que sale de la España en guerra para volver a México. Poco a poco,
a partir de los años cuarenta, aquel disidente crónico se acerca al establishment posrevolucionario hasta
acumular una cantidad difícilmente equiparable de reconocimientos y prebendas a
cargo del Estado priísta: presidente de la Comisión Nacional de Libros de Texto
Gratuitos, senador de la República, embajador ante Naciones Unidas, Premio de
Literatura Manuel Ávila Camacho. El final de este camino, famoso, imborrable,
fue su apoyo al presidente Gustavo Díaz Ordaz ante los hechos del 2 de octubre
en la Plaza de las Tres Culturas”.
Hijo de militar porfirista, MLG nació en
Chihuahua por el oficio de su padre, asignado a tal estado del país. A los diez
años cambió su radicación a la capital, donde ingresó a la Escuela Nacional
Preparatoria; allí se topó con Caso, Vasconcelos, Reyes y otros jóvenes de su
edad influidos por el magisterio del dominicano Pedro Henríquez Ureña. En ese espaco
se formaría el Ateneo de la Juventud, grupo que cuestionó el Positivismo
oficial como única vía para acceder al conocimiento. Dictaron conferencias,
hicieron sus primeras publicaciones, y en el camino los agarró la Revolución y después
el asesinato de Madero.
Tanto Guzmán como Vasconcelos fueron quizá los
ateneístas más contagiados de fervor político (los más acelerados, diríamos hoy) por lo que se vincularon con las
bataholas que los mantuvieron a salto de mata. Lo asombroso es que Guzmán (y de
hecho todos los miembros del Ateneo) logró crear una obra literaria vigorosa
en medio del oleaje encrespado de la política nacional y los transterramientos.
Para el chihuahuense, la década de los veinte fue, como ya se vio, la más
productiva, tanto que, como lo consigna Patán, en la segunda etapa de su vida no
volvió a producir una obra similar en calidad y cantidad.
Un pasaje muy interesante de la biografía guzmaneana
es el que describe el papel de mediador que tuvo poco antes de la Decena
Trágica. A petición de Madero, MGL habló con Reyes para que a su vez convenciera
a su padre de abandonar la pelea contra el gobierno: “Madero le pide a Guzmán
que a su vez le pida a Alfonso que se comunique con su padre y le transmita una
oferta ciertamente atractiva: libertad a cambio de su compromiso de retirarse a
la vida privada. Alfonso se niega: el padre simplemente se rehúsa a escucharlo
a él, tan titubeante cuando de la sucia política se trata”. Más allá de estas
tratativas, sabemos lo que pasó después, el baño de sangre en el que se
convirtió la asonada antimaderista.
El gobierno usurpador de Huerta provoca la
estampida de sus enemigos, lo que lleva a MLG a una primera salida forzada del
país. Anota Patán: “Cercados por la policía secreta, deciden hacer un nuevo
intento de fuga. Éste es el bueno. Llegan a Veracruz, saltan a La Habana,
alcanzan Nueva Orleans y luego El Paso, donde los espera José Vasconcelos. Ya
en la franja fronteriza, Guzmán no tiene mayores problemas para llegar a Ciudad
Juárez, donde se encuentra con la figura más importante de sus días
revolucionarios y una de las más importantes de su vida. En Ciudad Juárez está
Francisco Villa”.
El ajetreo del escritor corre como sombra al
lado de las coyunturas políticas. En otras palabras, a cada cimbronazo de la realidad
mexicana corresponde un movimiento de MLG, sea para regresar o para irse, para
acercarse a un caudillo o para romper con él. A alimón crece su obra, sobre
todo en los periodos de su residencia en Madrid, donde se reencuentra con su
amigo Alfonso Reyes y, entre otras actividades, quizá fundan la crítica cinematográfica
para los diarios en español con la columna “Frente a la pantalla” firmada por un
seudónimo común: Fósforo. Es de
hecho, también, con el libro La querella
de México, una especie de pionero en los estudios sobre el Ser mexicano que
muchos años después provocaría libros importantes de Samuel Ramos (1934) y
Octavio Paz (1950), entre muchos otros autores.
Tras el segundo exilio en España y el estallido
de la Guerra Civil, Guzmán regresa a México y acá se encuentra con el gobierno
de Cárdenas. Patán dibuja así la escena del regreso: “La última es la vencida.
El aterrizaje de Guzmán en el México de Cárdenas es el definitivo. Al coronel,
al diputado, al periodista, al ensayista, al conspirador, al novelista, al
vendedor de aspirinas, al cónsul, al empresario periodístico, al asesor
político lo esperan días de paz y abundancia, con Cárdenas y mucho después. La
Revolución, para citar al propio Guzmán, termina de hacerse gobierno con la
llegada del general de Jiquilpan al poder, y al escritor exiliado termina por hacerle
justicia”. Los beneficios le llegan entonces sin obstáculos, es un escritor apapachado
por el sistema y termina su vida en el ocaso del echeverriato.
Más que asomarnos a la segunda etapa de MLG, conviene, en resumen, que nos acerquemos a la primera, la de su obra más saliente. No es hiperbólico afirmar que fue y es el mejor prosista que tuvo nuestra narrativa revolucionaria.













