Medio siglo de literatura lagunera. Hitos y pendientes
Jaime Muñoz Vargas
Preámbulo
necesario
De entrada, una pregunta retórica: ¿por qué el
título de esta anotación se refiere a medio siglo? ¿Antes de 1975 no había
literatura en La Laguna? Por supuesto, sí la había. No mucha, pero la había.
Hacia mediados de los setenta destacaban varios escritores locales, todos con
poca o nula proyección nacional. Eran escritores que desde su juventud, en la
década de los cuarenta, se habían hecho notar como poetas o ensayistas sobre
todo en las páginas de nuestros diarios. Las dos o tres librerías de viejo que
todavía existen en Torreón dan fe, por los ex
libris, de que aquellos autores tenían bibliotecas muy decorosas, y varios
acometieron la publicación de sus propios trabajos en ediciones presumiblemente
pagadas y cuidadas por ellos mismos, y es muy probable que su repercusión en la
vida cultural de la comarca no haya pasado de los círculos sociales en los que
se movían.
El producto más notable de aquella época —estoy
hablando de los cincuenta y los sesenta—, fue la revista Cauce, alimentada y editada por el grupo organizado bajo mismo
nombre. Su periodicidad era variable, como ocurre con casi todas las
publicaciones culturales de provincia, y sus contenidos se ceñían al
tratamiento de temas literarios o filosóficos, comentarios sobre libros, poemas
y textos en prosa que no llegaban a ser cuentos. El mayor logro de Cauce fue recoger material de y sobre
Pedro Garfias, quien vivió un breve periodo de su vida en Torreón.
En la década de los setenta, los integrantes de Cauce, quienes se dedicaban a la
docencia, al periodismo o a profesiones cercanas al derecho y la
administración, ya eran hombres entrados en años, y colaboraban con artículos y
columnas en la prensa local, con poca producción bibliográfica. Aunque no en
todos los casos, sus trabajos literarios no eran ingenuos. Tenían, sin embargo,
un cierto tono oratorio, muy solemne, a veces con demasiadas concesiones al
color local y una mirada conservadora. Sus modelos no eran malos, sólo algo
anticuados. Digamos que en el caso de la poesía, por ejemplo, Darío o Nervo
todavía andaban por allí, en sus creaciones. La idea del verso medido y rimado
marcaba a fuego su labor literaria, y con dificultad se animaron a la práctica de
la narrativa, por eso no les heredamos cuentos ni novelas.
Nuestra región no tenía un movimiento literario
efervescente, pero algo había y se manifestaba sobre todo en los pocos rincones
culturales que ofrecían las páginas de la prensa local. Los nombres que puedo
mencionar entre aquellos escritores son Enrique Mesta, Salvador Vizcaíno,
Rafael del Río, Emilio Herrera, Joaquín Sánchez Matamoros, Raymundo de la Cruz,
José León Robles y algunos más, ninguna mujer. Debo subrayar que Enriqueta
Ochoa fue alumna de Rafael del Río, pero su radicación, su formación y lo mejor
de su producción ulterior no se dieron en nuestra región,
y un desarrollo similar se había dado años antes en las carreras de Magdalena
Mondragón y Francisco L. Urquizo.
Reviso ahora, por periodos, cómo avanzó nuestra
literatura, el arte que más logros ha dado a La Laguna, lo que es posible
probar estadísticamente si nos atenemos a un dato: la cantidad de premios
nacionales que ha obtenido en la disciplina. Todo se ha logrado casi desde la Nada,
sin muchos respaldos institucionales, a puro pulmón individual.
Los setenta
y un taller de arranque
Hacia mediados de los setenta La Laguna tuvo una
grata noticia: se había inaugurado la Casa de la Cultura de Gómez Palacio y
gracias a esto el INBA, instancia administradora de tales espacios, impulsó
varios programas de trabajo en La Laguna. Uno de ellos fue la creación del
Taller Literario de La Laguna, Talitla, gestionado por el escritor ecuatoriano
Miguel Donoso Pareja, y cuyo moderador fue el poeta zacatecano José de Jesús
Sampedro. El Talitla sesionaba cada quince días en dos sedes, las Casas de la
Cultura de Torreón y de Gómez Palacio. Allí comenzó a brotar una nueva mirada,
con modelos literarios más modernos. Los integrantes de aquel taller no crearon
alguna revista sólida ni formaron bloque en algún suplemento cultural de
periódico, pero sí comenzaron a escribir de otra manera, más actualizada. Entre
sus participantes estuvieron Joel Plata, Antonio Jáquez (quien luego tendría
una brillante carrera como reportero en la revista Proceso), Jorge Rodríguez, Rocío Lazalde, Marco Antonio Jiménez y
Francisco José Amparán. Los más destacados, pues ganaron premios nacionales y
publicaron fuera de nuestro espacio, fueron los dos últimos, autores que ya
basaban su escritura en modelos contemporáneos. El caso de Amparán fue tan
restallante que se convirtió de golpe en el narrador más conocido de La Laguna
en el contexto nacional, esto sin abandonar su residencia en nuestra región.
Amparán —o Panchín, como se le
conocía— ganaría el premio de cuento de SLP en 1985 y hasta 2010 siguió
publicando literatura en abundancia además de artículos para la prensa.
A finales de los setenta se da otro rasgo
favorable para la literatura del Nazas: La Opinión, el diario más antiguo
de la región, comenzó a acusar en sus páginas editoriales la presencia de
colaboradores con una postura más cercana a lo que ya desde entonces se ubicaba
bajo el abanico del llamado progresismo. Para identificarse usaron el acrónimo
Codeliex (Comité de defensa de la libertad de expresión). No todos eran
escritores, pero entre sus intereses intelectuales no dejaban de aparecer el
cine, el teatro, la política, la filosofía y obviamente la literatura. El
periódico estaba bajo la dirección de Velia Margarita Guerrero, quien tenía una
mirada abierta en relación con lo social, de suerte que, entre otras
iniciativas, tuvo en sus páginas el servicio informativo de CISA, la agencia
informativa de la revista Proceso,
fundada en 1976, y la columna diaria de Manuel Buendía.
Había sólo un taller literario y cuatro o cinco
librerías; las universidades y los ayuntamientos aún no publicaban nada, pero,
pese a esto, los setenta terminaban con buenos augurios para la década
siguiente.
Los ochenta fueron un periodo de aceleración de la literatura
lagunera. Hay en estos diez años al menos cinco o seis hitos que bien vale
traer acá. Uno de los primeros se dio cuando el ayuntamiento de Torreón comenzó
el auspicio de algunas publicaciones en formato de libro. No fueron numerosos,
pero al menos determinaron que el presupuesto público destinado a la cultura
también podía ser canalizado hacia la publicación. Entre otros, recuerdo la
reedición de una novela de Magdalena Mondragón y un breve poemario de Saúl
Rosales.
Y a propósito de Saúl, su regreso de 1981 a La Laguna, su tierra,
es un hecho bisagra para la literatura lagunera. Había vivido veinte años en la
capital del país y tras su vuelta comenzó a proponer un corpus de lecturas que
determinaría un salto sustancial y definitivo a lo moderno entre los jóvenes
aspirantes a escritores.
Saúl Rosales se reinstaló en La Laguna y comenzó a laborar en el
diario La Opinión como corrector de
estilo; pronto, también, arrancó su trabajo como profesor en la carrera de
Comunicación del Iscytac, universidad privada. Entre 1982 y 1983, junto con
Agustín Velarde y Enrique Rioja del Olmo encabezó el proyecto de la Opinión Cultural, suplemento dominical
de La Opinión. Ya hacia 1984 asumió
solo el trabajo de editor. Se trataba de un tabloide de ocho páginas encartado
cada semana entre las páginas del periódico. Este fue un medio de vanguardia en
la región, ya que sus contenidos se alejaban de los modelos más o menos
asentados entre los lectores. De golpe, aparecieron textos de y sobre
escritores que en aquel momento marcaban el tono de la actualidad, de las
vanguardias, del Boom. Muchos
lectores, entre los que me incluyo, conocieron en aquellas páginas a
Mayakovski, Brecht, Faulkner, Cortázar, Vallejo, Borges, por citar sólo algunos
nombres que en general jamás habían circulado en la prensa lagunera. Junto con
esto, el editor compartía obras de y sobre nuestros clásicos, como Cervantes y
Sor Juana. Asimismo, y esto fue el rasgo más relevante del tabloide, las
páginas se abrieron a la escritura de muchos colaboradores, la mayoría jóvenes
que en aquel espacio encontraron (encontramos) un vehículo para volcar nuestro
apetito por publicar lo que escribíamos y en general se apartaba o quería
apartarse de la estética todavía predominante en nuestro entorno, la del color
local y el verso rimado. En las páginas de aquel suplemento aparecieron los
primeros poemas y ensayos de Gilberto Prado, sólo para señalar el caso más
saliente de emergencia literaria.
A la par de la Opinión
Cultural, Saúl Rosales orientó el trabajo del grupo literario Botella al
Mar, al que pertenecí desde su primera reunión. Modestia al margen, fue la
asociación de su tipo más destacada de La Laguna en los ochenta, sobre todo en
su segundo lustro. Excluyo mis aportes, si es que alguno tuve en aquel momento,
pero basta decir que nos convertimos en colaboradores asiduos del suplemento
editado en La Opinión y comenzamos a
ganar premios literarios. En todo, Gilberto Prado fue siempre el más
adelantado: publicó el primer libro del grupo (Exhumación de la imagen, un poemario autofinanciado) y antes de que
cerrara la década ganó dos certámenes nacionales de ensayo.
Los ochenta vieron igualmente otros avances. Creció la
infraestructura cultural de La Laguna con el rescate y la restauración del
Teatro Martínez y poco después la del Teatro Nazas, instituciones que pronto se
convirtieron en escenarios de numerosas actividades artísticas. Circularon tres
revistas de corte cultural: Suma, de
particulares, La Paloma Azul, de la
Casa de la Cultura de Torreón, y El
Juglar, del Departamento de Difusión Cultural de la UAdeC, y fueron
convocados dos concursos locales de literatura: el Magdalena Mondragón de
cuento y ensayo propuesto por la UAdeC, y los Juegos Florales del Iscytac para
los géneros de cuento, poesía y ensayo; ambos certámenes despertaron fuerte
interés en la comunidad lagunera.
Noventa,
momento de talleres y revistas
La década de los noventa tuvo en las revistas un
enclave importante para la literatura lagunera. En 1990 apareció Brecha, revista que contuvo un
suplemento cultural llamado La Tolvanera,
que recogió abundantes textos de todos los géneros y sirvió de foro para la
literatura crítica y creativa. Poco tiempo después fue lanzada la Revista de Coahuila, que abrió parte de
sus páginas sobre todo a la crítica literaria con tendencia a la polémica y a
veces al destazamiento. El Teatro Martínez lanzó Estepa del Nazas, revista exclusivamente literaria, que coordinó
Saúl Rosales casi desde su arranque hasta 2015. Hacia 1997 salió el primer
número de Acequias, revista de la
Universidad Iberoamericana cuyos contenidos literarios y académicos se
sostienen hasta la fecha. La misma Ibero Torreón comenzó también su trabajo
editorial en libros académicos y de creación literaria.
A principios de la década desapareció el grupo
Botella al Mar, pero en esos años nacieron otros talleres literarios, como el
del Teatro Martínez, el de la UAdeC (que venía de finales de los ochenta) y el
de la Ibero Torreón. Estos espacios fueron dinamo de numerosas vocaciones,
tanto que allí se formaron escritores que más de veinte años después gozan de
lectores y reconocimiento, como Vicente Alfonso, Daniel Herrera, Miguel Báez,
Carlos Velázquez, Carlos Reyes, Angélica López Gándara, Idoia Leal, Salvador
Sáenz, Daniel Lomas y, mucho más recientemente, Elena Palacios y Alfredo
Castro, la mayoría ya publicados al menos una vez por sellos foráneos.
También en este periodo se afianzó el crecimiento
de la infraestructura cultural, en donde destaca la articulación del Museo
Arocena. El TIM abrió el primer grupo de lectura formal de La Laguna: el Café
Literario que hasta hoy sigue en funciones.
Nuevo
milenio, andanada de libros y de premios
La llegada del nuevo milenio trajo como noticia
literaria para nuestra región un aumento considerable de las publicaciones en
libro. El ayuntamiento de Torreón impulsó la edición de colecciones y la Ibero
Torreón fortaleció su trabajo editorial; en general, ambas instituciones han
continuado, sin solución de continuidad, con esta labor.
Fue creada por aquellos años una Escuela de
Escritores encabezada por la escritora Teresa Muñoz, y varios escritores
laguneros ganaron importantes premios nacionales. La popularización de internet
trajo como posibilidad la creación de blogs, a la que adhirieron muchos
escritores, aunque la mayoría pronto los abandonó. Varios escritores de nuestra
región, como Gerardo García, Fernando Fabio Sánchez, Édgar Valencia, Gilberto
Prado y el mismo Vicente Alfonso, Frino, cambiaron de radicación y se fueron a vivir,
por estudios o trabajo, a otras ciudades del país o de Estados Unidos y Canadá.
La primera década del nuevo milenio fue en
general de asentamiento de lo proyectado al final de los noventa, pero resultó
notoria la desaparición o caída en desgracia de las publicaciones periódicas
relacionadas con la cultura en general y con la literatura en particular.
Quince años
finales
Los quince años que van de 2010 a la fecha han
fortalecido el cuerpo disperso pero sólido de la literatura lagunera. No hay
grupos destacables, pero las individualidades han ramificado sus logros en
varios sentidos: han sido ganadores de muchos más premios y becas, han
publicado en sellos comerciales de gran difusión, han obtenido grados
académicos de maestría y doctorado y con frecuencia publican en medios de
prensa nacionales con gran llegada al lector. Se ha dado el caso, incluso, de
que han sido traducidos a idiomas como el griego, el inglés y el italiano. Un
ejemplo en el que convergen todos estos méritos es el de Vicente Alfonso, sin
duda el escritor que más proyección internacional ha alcanzado en la historia
de nuestra literatura.
Dos fenómenos destacables junto a la saludable
inercia, aunque siempre insuficiente, de los talleres y las ediciones hemero y
bibliográficas, es el de los clubes de lectura que se han popularizado en la
región; están configurados sobre todo por mujeres, y poco a poco ha asentado
este tipo de trabajo literario nada desdeñable en una región con un número
siempre escaso de lectores. El otro fenómeno es el de la publicación de autor.
Gracias a las posibilidades de la impresión por demanda, que permite tirajes de
veinte ejemplares en adelante, muchos escritores han nutrido el ambiente
editorial lagunero con sus libros de cuentos, poemas, novelas, ensayos y obras
de otros géneros. En esto ha ayudado la aparición de una figura que
prácticamente no existía hace veinte años en La Laguna: la del editor,
profesión bien asumida por jóvenes como Ruth Castro, Mariana Ramírez, Fernando
de la Vara, Germán Cravioto y Nadia Contreras, entre otros.
Algunos
pendientes
La Laguna literaria es un bicho extraño. No ha
tenido gran apoyo aparte del recibido por los directamente interesados en la
lectura y la escritura, pero se mantiene fuerte y rica en propuestas y logros.
Todo ha sido fruto de la espontaneidad, más mérito de individuos que de
instituciones. No es mala idea pensar que es hora de añadir a los hitos ya
citados, muchos de los cuales son un buen punto de partida, otro tipo de
realizaciones, para lo cual se requieren las iniciativas públicas y privadas.
Por ejemplo, la formalización en el mundo académico de alguna instrucción
relacionada con lo literario, el asentamiento de una feria del libro en La
Laguna, el impulso a la publicación de más libros y la creación de librerías y
talleres en otras ciudades laguneras además de Torreón, nuevos concursos y
quizá un encuentro que atraiga personalidades capaces de estimular a los
jóvenes escritores de la región.
Se ha logrado mucho casi sin nada, tanto que La Laguna es una rara potencia literaria pese a que se trata de una región sin capitales políticas, pero es un hecho que a todo se podrían sumar nuevos emprendimientos, proyectos que trasciendan lo individual y den por fin un soporte social a la literatura lagunera. Que así sea.











