sábado, noviembre 01, 2025

Mirada civilizatoria de Reyes

 














Creo recordar que hace muchos años, cuando recién tuve noticia sobre la Cartilla moral de Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959), timbró un prejuicio en el interior de mi cabeza. Lo motivó el adjetivo “moral”, palabra que ha corrido con mala suerte. Sacada del ámbito filosófico y usada por las buenas conciencias, pasó a tener un sentido restrictivo, dogmático, intolerante. O, en el más ñoño de los casos, pasó a significar lo que instruía el manual de Manuel Carreño: un conjunto de reglas que debemos seguir para ser percibidos como personas “educadas”, dúctiles a toda “etiqueta”.

Desde 1987 comenzó mi admiración casi filial por Reyes, pero esto no fue suficiente para desactivar el prejuicio ante la famosa palabrita: allí donde aparece el adjetivo “moral” es muy probable que se escondan consejos regañones para asegurar la permanencia de valores burgueses, excluyentes, bobos y por ello peligrosos. Obviamente no era así en el caso de Reyes, como pude comprobarlo al navegar por las páginas del famoso libro. Tras leerlo, sé, por lo mismo que conozco o creo conocer a su autor, que su eje es el humanismo, es decir, la más alta mirada que se puede plantear al ser humano para vincularse con sus congéneres en el complejo y por ello conflictivo enjambre social. Nada más alejado del ánimo alfonsino que establecer, con intención despótica, camisas de fuerza para la moral; al contrario, la de Reyes es una preceptiva cívica para, sin perder nuestra libertad de juicio y de acción, pensar en las limitaciones que ésta tiene con el objeto de construir colectivamente la mejor sociedad posible, cualquiera que ésta sea. Su autor era, en síntesis, demasiado inteligente para asimilarse al simplón Carreño.

Debo tener al menos tres versiones impresas y una digital de la Cartilla. La he leído al menos tres veces y pienso que en esencia sigue siendo útil y que además no es necesario tanto esfuerzo para añadir en ella las adaptaciones pertinentes a los tiempos que corren, evidentemente espesos de novedades. La mejor versión que conozco es la publicada por El Colegio Nacional en su colección Opúsculos (México, 2019, 164 pp.), dado que contiene un amplio y muy documentado estudio introductorio del maestro Javier Garciadiego.

En los prolegómenos, el académico recorre pormenorizadamente la trayectoria de la Cartilla, desde que fue encomendada a Reyes por Jaime Torres Bodet, secretario de Educación Pública, hasta su recurrente multiplicación en miles de ejemplares distribuidos en varios tirajes. En medio, una historia plena de lagunas, estiras, aflojas, malentendidos, zancadillas, piquetes de ojos, manitas de puerco y demás incidencias que el autor ya no pudo ver. El gran estudio liminar, titulado “La Cartilla moral: vicisitudes y posibilidades editoriales”, además del apéndice documental, agrandan esta edición del Colnal, pues el texto en sí de Reyes es brevísimo, de no más de treinta páginas.

Luego de atravesar las razones concretas por las que nació la Cartilla y los malentendidos o lagunas que se dieron entre Torres Bodet, el intermediario José Luis Martínez y Reyes, “Quince años después de escrita, y a pesar del amplio tiraje de la edición de 1959 [del Instituto Nacional Indigenista], al morir Reyes su Cartilla moral no había tenido impacto alguno. En los círculos literarios era un libro inexistente”, apunta Garciadiego.

Otras ediciones ocasionaron polémica. Periodicazos fueron y vinieron sobre las lecciones de Reyes. Uno de los defensores fue el dramaturgo Luis G. Basurto, quien adujo que los argumentos de la Cartilla “parecían indiscutibles: más que morales, las lecciones le parecían ‘cívicas’, escritas con ‘claridad de estilo’ y ‘pureza de lenguaje’, con ‘profundidad’, pero con ‘sencillez clásica’. La admiración de Basurto por la Cartilla hizo que propusiera que fuera un ‘texto obligatorio en todas las escuelas desde la primaria hasta la universidad’; más aún, aseguró que también debía ser ‘obligatorio […] para todos quienes ocupen puestos públicos o privados de importancia’”.

El zipizape periodístico nació de una decisión del sindicato magisterial: “una comisión de diez profesores del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) había rechazado la entrega del libro de Reyes, alegando que era ‘moralista, anacrónico y fuera de contexto’”. Leo hoy la Cartilla y pienso que al SNTE de ayer y de hoy, y a todos los mexicanos, quizá nos sería de utilidad, para ejercer una mejor ciudadanía, ese texto “moralista, anacrónico y fuera de contexto”. Pero bueno, no podemos pedir peras al huizache, pues lo cierto es que, como dice Garciadiego, “la Cartilla moral no era un texto reducible al ámbito educativo; también podía servir para mejorar la convivencia entre los mexicanos y para aumentar el respeto a las leyes y las instituciones; esto es, el de Alfonso Reyes era visto como un texto cívico y civilizatorio, al que ahora se le quería usar como un elemento pacificador”.

El anacronismo de Reyes queda claro en esta pincelada de Garciadiego: “La Cartilla moral pertenece al género de la literatura sapiencial y de consejos, que se remonta a la época grecolatina, con autores como Plutarco, Epicteto y Marco Aurelio. Comprensiblemente, los pensadores humanistas de los siglos XV a XVII recuperaron aquella tradición. Pienso ahora en autores como Montaigne, Erasmo y Tomás Moro”.

Más adelante, subraya: “Defino la Cartilla moral como un texto didáctico, dividido en doce breves lecciones, que incluye otras dos de síntesis. (…) son más sus referencias a los antiguos griegos y, sin proponer una moral rígida, está más cerca de los estoicos que de los epicúreos. (…) Es el libro de un humanista, aunque celebra los avances científicos y tecnológicos. Siendo Reyes su autor, no podía ser de otro modo: es un libro con perspectiva histórica y contemporánea, nacional y universal”.

No quiero alejarme de este apunte sin compartir varias sentencias moralistas, anacrónicas y sacadas de contexto incluidas en la Cartilla. En ellas podremos apreciar la obsolescencia de Reyes en estos tiempos de paz, equidad, respeto, justicia material, tolerancia y armonía del ser humano en sociedad:

“El bien es un ideal de justicia y de virtud que puede imponernos el sacrificio de nuestros anhelos, y aun de nuestra felicidad o de nuestra vida. Pues es algo como una felicidad más amplia y que abarcase a toda la especie humana, ante la cual valen menos las felicidades personales de cada uno de nosotros”.

“Luego se ve que la obra de la moral consiste en llevarnos desde lo animal hasta lo puramente humano. Pero hay que entenderlo bien. No se trata de negar lo que hay de material y de natural en nosotros, para sacrificarlo de modo completo en aras de lo que tenemos de espíritu y de inteligencia”.

“Si el hombre no cumple debidamente sus necesidades materiales, se encuentra en estado de ineptitud para las tareas del espíritu y para realizar los mandamientos del bien”.

“Ni hay que dejar que nos domine la parte animal en nosotros, ni tampoco debemos destrozar esta base material del ser humano, porque todo el edificio se vendría abajo”.

“De modo que estos dos gemelos que llevamos con nosotros, cuerpo y alma, deben aprender a entenderse bien. Y mejor que mejor si se realiza el adagio clásico: ‘Alma sana en cuerpo sano’”.

“el progreso humano no siempre se logra, o sólo se consigue de modo aproximado. Pero ese progreso humano es el ideal a que todos debemos aspirar, como individuos y como pueblos”.

“Las muchas maravillas mecánicas y químicas que aplica la guerra, por ejemplo, en vez de mejorar a la especie, la destruyen”.

“el fin de los fines es el bien, el blanco definitivo a que todas nuestras acciones apuntan”.

“Esta vigilancia interior de la conciencia aun nos obliga, estando a solas y sin testigos, a someternos a esa Constitución no escrita y de valor universal que llamamos la moral”.

“El descanso, el esparcimiento y el juego, el buen humor, el sentimiento de lo cómico y aun la ironía, que nos enseña a burlarnos un poco de nosotros mismos, son recursos que aseguran la buena economía del alma, el buen funcionamiento de nuestro espíritu. La capacidad de alegría es una fuente del bien moral”.

“Lo único que debemos vedarnos es el desperdicio, la bajeza y la suciedad”.

“No hay persona sin sociedad. No hay sociedad sin personas. Esta compañía entre los seres de la especie es para el hombre un hecho natural o espontáneo”.

“De modo que el respeto del hijo al padre no cumple su fin educador cuando no se completa con el respeto del padre al hijo”.

“Hay también personas a quienes sólo encuentro de paso, en la calle, una vez en la vida. También les debo el respeto social”.

“Pues bien: en torno al círculo del respeto familiar, se extiende el círculo del respeto a mi sociedad. Y lo que se dice de mi sociedad, puede decirse del círculo más vasto de la sociedad humana en general. Mi respeto a la sociedad, y el de cada uno de sus miembros para los demás, es lo que hace posible la convivencia de los seres humanos”.

“El primer grado o categoría del respeto social nos obliga a la urbanidad y a la cortesía. Nos aconseja el buen trato, las maneras agradables; el sujetar dentro de nosotros los impulsos hacia la grosería; el no usar del tono violento y amenazador sino en último extremo; el recordar que hay igual o mayor bravura en dominarse a sí mismo que en asustar o agraviar al prójimo; el desconfiar siempre de nuestros movimientos de cólera, dando tiempo a que se remansen las aguas”.

“Estos respetos conducen de la mano a lo que podemos llamar el respeto a la especie humana: amor a sus adelantos ya conquistados, amor a sus tradiciones y esperanzas de mejoramiento”.

“Pues bien: el respeto a nuestra especie se confunde casi con el respeto al trabajo humano. Las buenas obras del hombre deben ser objeto de respeto para todos los hombres. Romper un vidrio por el gusto de hacerlo, destrozar un jardín, pintarrajear las paredes, quitarle un tornillo a una máquina, todos éstos son actos verdaderamente inmorales. Descubren, en quien los hace, un fondo de animalidad, de inconsciencia que lo hace retrogradar hasta el mono. Descubren en él una falta de imaginación que le impide recordar todo el esfuerzo acumulado detrás de cada obra humana”.

“ciudades en que la autoridad se preocupa de recoger todos esos desperdicios de la vida doméstica que confundimos con la basura: cajas, frascos, tapones, tuercas, recortes de papel, etc. Esto debiera hacerse siempre y en todas partes. No sólo como medida de ahorro en tiempo de guerra, sino por deber moral, por respeto al trabajo humano que representa cada uno de esos modestos artículos. De paso, ganaría con ello la economía. Pues no hay idea de todo lo que desperdiciamos y dejamos abandonado a lo largo de veinticuatro horas, y que puede servir otra vez aunque sea como materia prima. Y el desperdicio es también una inmoralidad”.

“Dante, uno de los mayores poetas de la humanidad, supone que, al romper la rama de un árbol, el tronco le reclama y le grita: ‘¿Por qué me rompes?’ Este símbolo nos ayuda a entender cómo el hombre de conciencia moral plenamente cultivada siente horror por las mutilaciones y los destrozos”.

“El amor a la morada humana es una garantía moral, es una prenda de que la persona ha alcanzado un apreciable nivel del bien: aquél en que se confunden el bien y la belleza, la obediencia al mandamiento moral y el deleite en la contemplación estética. Este punto es el más alto que puede alcanzar, en el mundo, el ser humano”.

“El respeto a la verdad es, al mismo tiempo, la más alta cualidad moral y la más alta cualidad intelectual”.

“La satisfacción de obrar bien es la felicidad más firme y verdadera. Por eso se habla del ‘sueño del justo’”.

“El que tiene la conciencia tranquila duerme bien. Además, vive contento de sí mismo y pide poco de los demás”.