Hoy
a las 12 del mediodía presentaremos Desierto
amor, cuatro poetas torreonenses, libro de poesía compilado por iniciativa Jorge
Valdés Díaz-Vélez y editado por el área de Literatura a cargo de Nadia Contreras
en el Instituto Municipal de Cultura y Educación. Participaré en la mesa junto
al compilador, quien reunió en este libro poemas de Marianne Toussaint, Édgar
Valencia, Gilberto Prado y el mismo Jorge Valdés. Estaré allí en mi calidad de
prologuista, invitación que me honra.
Dado
que diré lo que diré en la transmisión por Zoom (Jorge radica en Madrid),
adelanto aquí el arranque de mi prólogo y un puñado breve de versos de nuestros
cuatro poetas. “La Laguna, y especialmente Torreón, Coahuila, México, es una
tierra pródiga en escritores. Más allá de que su vida literaria (y en general
artística) no ha desbordado las fronteras de cierto amateurismo, pues carece de
escuelas de Letras, editoriales, exuberantes bibliotecas y grandes librerías,
la región se las ha ingeniado no sé cómo para producir autores con talento y
sensibilidad especiales, tantos que ya es posible medir su número con las varas
de los premios nacionales o la calidad y cantidad de sus libros. Destacan los
narradores, los ensayistas y, claro, los poetas. En este último género, nadie
ha alcanzado hasta ahora la dimensión de la maestra Enriqueta Ochoa, pero
podemos asumir que no es corta la cauda de paisanos que continúan la obra de
nuestra más leída y celebrada poeta…”.
Vengan
ahora unas muestras del contenido en orden de aparición dentro del libro:
De
Gilberto:
Vemos solo la sombra, lo
que existe
detrás de la cortina es
invisible,
pero nos llega el mínimo
reflejo,
la orilla de una letra,
la prudente
distancia de lo solo
presentido,
y con esa asomada nadería
construimos el mundo,
tejemos nuestra fe,
resucitamos
a los que se han dormido
para siempre.
De
Marianne:
El olvido es una orilla
traicionera
donde permaneces
casi sin respirar después
de la tormenta
Sueñas que has olvidado.
Y estás de nuevo frente a
aquel deseo
frágil y paralizada.
De
Jorge:
Tus ojos, Lesbia, el
agridulce
combate a ciegas de la
lengua
que es tu victoria y mi
derrota,
serán futuros himnos,
trazos
en una lámina de mármol
de los altares de
Afrodita.
Pero el sabor a campo
abierto
en la batalla y, más aún,
este gemido que se escapa
tras el fragor de la
contienda
me pertenece, aunque sea
tuyo
su territorio al fin del
día.
De
Édgar:
Una mujer viajaba hacia
Acapulco.
Yo me encontraba en la
estación de Mérida,
nostálgico, de vuelta a
Veracruz.
Ella había perdido su
maleta
y algo extraño decía de
la vida
y el destino, que era
adverso como hoy.
Pregunté de inmediato:
¿la maleta
indica su destino,
Acapulco,
en un papel? Alguien me
dijo, hoy,
entre el calor de la
ciudad de Mérida
que el equipaje que llevo
a Veracruz
debía cuidarlo a costa de mi vida…

