sábado, octubre 11, 2025

Cincuenta de Miguel Báez

 









Miguel Eduardo Báez Durán (Monterrey, Nuevo León, 12 de octubre de 1975) es mi amigo desde hace aproximadamente treinta años. Lo conocí cuando frisaba la veintena, poco más o menos, y era estudiante de la carrera de Derecho en la Universidad Iberoamericana Torreón. No recuerdo si fue mi alumno en alguna materia curricular o sólo del taller literario que propuse abrir allá por 1995. Procedo con la sola herramienta de la memoria, por eso la inseguridad de algunas fechas. No importa. Lo que importa es que Miguel mañana cumple cincuenta años y durante treinta de ese medio siglo lo he sentido cerca como amigo, un amigo al que estimo y admiro.

Cuando Miguel llegó a mi taller literario no pasó mucho tiempo para que llevara uno de sus cuentos. En un contexto (más ahora) de escritura deshilachada, sin respeto por el aseo y la claridad ni siquiera entre personas con títulos académicos, aquel joven fue una inmediata sorpresa para mí: escribía con una pulcritud que no correspondía con su corta edad. Sus cuentos se dejaban leer fluidamente, sin los accidentes habituales en las cuartillas de quienes escriben sin saber que escriben mal. La forma de su escritura tenía mucho de intuitivo, de puesta en acto del talento natural, es verdad, pero pronto me di cuenta de que tal pulcritud tenía otro soporte: Miguel había leído vorazmente, tanto que ya era posible hablar con él como si se tratara de un escritor maduro.

Luego de las primeras sesiones en el taller literario ocurrió un hecho que jamás olvidé. Miguel era un tallerista disciplinado y receptivo a los consejos. Su perfeccionismo y su elevada idea de la responsabilidad lo forzaban a llevar un cuento a la semana, casi como si fuera un desacato no llevar algo cada que concurríamos a la sesión. Nos veíamos los miércoles, y durante ocho o nueve oportunidades llevó un cuento distinto por semana. Fue allí cuando le dije que en un taller no era forzoso que los participantes llevaran obra nueva en cada sesión, y que incluso escribir un cuento a la semana ni siquiera era habitual en los cuentistas consumados. “Los escritores deben diversificar su escritura, tratar de manejarse bien en varios géneros”, le dije, y agregué una pregunta: “Además de leer y escribir literatura, ¿qué más te apasiona?” Miguel, sereno como siempre, con la mesura presente en todas sus respuestas, me confesó que le encantaba el cine.

Al revelarme esa otra pasión de su vida, le recomendé escribir reseñas de cine como complemento de su escritora literaria. Le di una mínima orientación sobre la forma general de la reseña y le propuse alimentar una columna en el suplemento La Tolvanera, que yo editaba y aparecía dentro de la revista Brecha. Miguel, muy joven, aceptó el reto y mucho antes de los 23 años se convirtió en el mejor comentarista de cine que a mi juicio ha tenido La Laguna. Tanto fue así que pasados unos pocos años, ya en el 2001, nos coordinamos para que publicara Vislumbre de cineastas, trece ensayos biofilmográficos, libro sobre directores importantes de la cinematografía mundial (Hitchcock, Buñuel, Bergman, Kubrik, Gutiérrez Alea, Malle, Arcand, Greenaway, Ripstein, Wenders, Lynch, Almodóvar y Campion) obra que hasta la fecha sigo considerando la más acabada de su tipo publicada entre nosotros. Un año después, en 2002, publicó Un comal lleno de voces, minucioso ensayo sobre el inagotable Rulfo.

Miguel egresó de su carrera con las mejores notas, siempre fue buen estudiante, y poco después emprendió una maestría en Letras Hispánicas en Calgary, Canadá. Al volver a Torreón comenzó su trabajo como profesor en la misma Ibero Torreón, y a la par siguió en la confección de reseñas de cine. En 2007, con el sello de la Universidad Autónoma de Coahuila, apareció Miel de maple, racimo de cuentos atravesado por las culturas canadiense y mexicana. Poco después, reemprendió el vuelo a Canadá, esta vez a Montreal. Perfecto bilingüe español-inglés, para su radicación montrealense había sumado el francés como tercera lengua. En aquel país se dedicó de lleno a la docencia en varias universidades, siguió con la escritura sobre cine y en el armado casi secreto de una obra narrativa consistente, escrupulosamente vigilada.

Volvió en 2017 a la docencia en las aulas de la Ibero Torreón, y en 2023 publicó, por la Universidad Autónoma de Nuevo León, Encuentros fortuitos, libro de cuentos en los que delata un domino del género que he visto en pocos escritores de nuestro país, y lo digo tanto por el aliento de sus historias como por el cuidado de la forma y la agudeza irónica de su mirada, una mirada que destaza convencionalismos y absurdos de la convivencia humana. Sé que tiene inéditos al menos dos libros de cuentos, tres novelas y, si reuniera el excelente material escrito en torno a películas y series, daría fácilmente para armar cuatro libros más.

Tranquilo, sencillo, respetuoso, ajeno a los ruidosos escaparates del mundillo literario local y nacional, Miguel Báez Durán, con quien orgullosamente comparto el “Eduardo” como segundo nombre, es un amigo, lo reitero, al que aprecio y admiro mucho, de allí que me dé gusto celebrar su medio siglo de vida, de amistad y, en su caso, de lúcida e inteligente vinculación con la escritura.

miércoles, octubre 08, 2025

A 40 del “Nunca más”

 







Tras la caída de la dictadura se dio el triunfo en las urnas de Raúl Alfonsín. La tarea para recuperarse de la ruina económica se presentaba ardua, muy difícil de sortear, y en efecto lo fue. Al mismo tiempo, mientras el gobierno se las arreglaba en el plano económico, en el plano político se impuso una urgencia: ¿sería el nuevo gobierno capaz de hacer algo con los genocidas o meterá sus crímenes debajo de la alfombra? La experiencia en otros países con pasajes semejantes no ha sido buena. Regímenes totalitarios han ejercido su poder y tras sus caídas no ha habido castigo para los represores. En Argentina, pese a la cercanía, pese al poder nada residual de los militares, el gobierno de Alfonsín acometió el Juicio a las Juntas, un complejo desfile de declarantes, de acusadores y acusados. Los juicios duraron del 22 de abril al 9 de diciembre de 1985, y recogieron cerca de 300 casos en interrogatorios de todas las partes; al fin, el fiscal Julio César Strassera hizo la acusación en un discurso que incluyó la famosa frase “Nunca más”. Apenas unos pocos meses después de que habían ejercido el poder sin otros límites que los dictados por el más caprichoso sadismo, los militares de primer rango que secuestraron a miles de argentinos, que los mataron vivos, que los desaparecieron y (cuando se daba el caso) cambiaban el destino a los bebés apropiados y hundieron la economía a lo que Walsh denominó “miseria planificada”, fueron condenados por crímenes de lesa humanidad.

Vale traer aquí parte de la acusación final del fiscal Strassera: “Por todo ello, señor presidente, este juicio y esta condena son importantes y necesarios para la Nación argentina, que ha sido ofendida por crímenes atroces. Su propia atrocidad torna monstruosa la mera hipótesis de la impunidad. Salvo que la conciencia moral de los argentinos haya descendido a niveles tribales, nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el asesinato constituyan ‘hechos políticos’ o ‘contingencias del combate’. Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y control de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral. A partir de este juicio y esta condena, el pueblo argentino recuperará su autoestima, su fe en los valores sobre la base de los cuales se constituyó la Nación y su imagen internacional severamente dañada por los crímenes de la represión ilegal. (…) Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ‘Nunca más’”.

Hace cuarenta años fueron dichas estas dos palabras.

sábado, octubre 04, 2025

El boom según Donoso

 











Nunca entendí el imperativo freudiano de acabar con el padre boom, de matarlo y orientar la escritura por caminos supuestamente distintos, como si la literatura, el arte, la vida toda no fuera una permanente y nunca acabada mezcla (dialéctica, dirían algunos) de tradición y ruptura. Más, pues, que aniquilarlo (aniquilar significa etimológicamente “convertir en nada”), siempre he creído que es mejor integrarlo sin traumas a nuestra tradición, en percibirlo como parte constitutiva de nuestra cultura, en asumirlo como un momento notable/perdurable de la narrativa latinoamericana. Matar al boom es un empeño que creo no ha prosperado, pues todavía hoy es más que frecuente encontrar reediciones de sus autores más visibles. Por algo será.

Una de las inquietudes que siempre brincan cuando se habla de esta generación es la referida a la nómina de sus integrantes. ¿Quiénes fueron y quiénes no fueron parte del grupo? La pregunta es de respuesta imposible, y creo que esto se debe a que, más allá de los encuentros en fiestas, mesas redondas, oficinas de editores y demás, los autores del boom nunca configuraron un bloque homogéneo debido sobre todo a la disparidad de sus edades y al inmenso espacio geográfico que supieron abarcar: toda América Latina. A diferencia de otras generaciones, cuyos integrantes tenían más o menos la misma edad y radicaban en una ciudad o al menos en un solo país, los escritores del boom nacieron en fechas algo distantes y se movieron por todo el contexto hispánico y más allá, pues no faltó que radicaran en distintos periodos en Francia, Inglaterra y Estados Unidos, lo que añadió una suerte de inevitable dispersión. Basta ver el índice de los entrevistados en el canónico Los nuestros, libro de entrevistas de Luis Harss, para advertir lo que trato de explicar. Lo mismo aparecen allí Carpentier (Cuba, 1904) que Vargas Llosa (Perú, 1936), o Borges (Argentina, 1899) que García Márquez (Colombia, 1927), es decir, autores geográfica y cronológicamente alejados, lo que dificultó la noción de compacidad espacio-temporal que suele demandar el concepto de generación.

Según el crítico que aborde el tema, uno de los integrantes que entra y sale de la lista es José Donoso (Santiago de Chile, 1924-1996). Cuentista y novelista, autor de títulos celebrados como Coronación, El lugar sin límites y El obsceno pájaro de la noche, compuso además una especie de memoria titulada Historia personal del ‘boom’ (Alfaguara, 2018, 166 pp.). Su primera edición apareció en el amanecer de los setenta, en 1972, cuando la ola boomística, perdón por el ingrato adjetivo, ya venía de bajada. Pese a esto, el fenómeno sesentero seguía fresco, y el abordaje de Donoso es el de un testigo que duda, forzado quizá por el buen gusto de la modestia, en darse a su vez el estatus de participante.

El chileno plantea de entrada que durante la primera mitad del siglo XX la novela latinoamericana obedeció a un rasgo chovinista de nuestros países: cada uno valoraba con énfasis lo nacional, lo relacionado estrechamente con el contexto local, de modo que las novelas resultantes eran apreciadas como buenas en función de su arraigo verbal y temático en cada terruño. Es, grosso modo, lo que luego sería calificado como “novela telúrica”: que el autor “escribía para su parroquia, sobre los problemas de su parroquia y con el idioma de su parroquia, dirigiéndose al número y a la calidad de lectores —muy distinta, por cierto, en Paraguay que en Argentina, en México que en Ecuador— que su parroquia podía procurarle, sin mucha esperanza de más”. Una prueba de que no andaban en lo correcto, dice Donoso, es que “los grandes nombres de la novela ‘literaria’, de la primera mitad de este siglo escrita en castellano, tanto hispanoamericanos como españoles, se han desvanecido en comparación con sus contemporáneos alemanes, norteamericanos, franceses e ingleses, sin dejar gran huella en la formación de los novelistas actuales”.

La década de los sesenta fue para él un parteaguas, un momento en el que algo pasó: “En un período de apenas seis años, entre 1962 y 1968, yo leí La muerte de Artemio Cruz, La ciudad y los perros, La casa verde, El astillero, Paradiso, Rayuela, Sobre héroes y tumbas, Cien años de soledad y otras, por entonces recién publicadas”. En esta afirmación ya tenemos una lista de autores, cierto, pero es importante resaltar que Donoso fija su atención en cuatro nombres casi como si fueran las patas de una mesa: Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar y García Márquez. Anota el rol, algo ambiguo, que él juega en el libro: “No quiero erigirme en su historiador, cronista y crítico. Nada de lo que digo aquí pretende tener la validez universal de una teoría explicativa que asiente dogmas: es probable que en muchos casos mis explicaciones, mis citas, la información que manejo, no sean ni completas ni precisas, e incluso que estén deformadas por mi discutible posición dentro del boom de marras: hablo aquí aproximadamente, tentativamente, subjetivamente, ya que prefiero que mi testimonio tenga más autenticidad que rigor”, y observa con precaución que se siente ligado a lo que describe: “cual fuere la posición y categoría de mi obra dentro de la novela hispanoamericana contemporánea, mis libros han aparecido en y alrededor de la década del sesenta, y así me siento ligado a, y definido por, las corrientes y mareas del ambiente literario de nuestro mundo, cambios determinados por la publicación de ciertas novelas que incidieron poderosamente en la visión y en el quehacer de este escriba”.

La falta de padres literarios y la influencia de escritores no hispánicos (Kafka, Sartre, Faulkner) generó en Latinoamérica, dice, obras en las que “aceptar los requerimientos de lo fantástico, de lo subjetivo, de lo marginado, de la emoción, hizo que la novela nueva tomara por asalto las fronteras o las ignorara, saliéndose del ámbito parroquial: el chileno necesitaba escribir ahora de modo que lo entendieran y que interesara no sólo en Talca y Linares, sino también en Guanajuato y en Entre Ríos”.

El recorrido de Donoso por los cuatro escritores más visibles del boom se rinde ante la obra y la personalidad de Fuentes, y apunta que La región más transparente fue para él un mazazo. Del mexicano también destaca su erudición, su cosmopolitismo, su generosidad y su ansia de abrazarlo todo. Algo parecido, aunque un tanto cuanto más atenuado, subraya de Vargas Llosa y La ciudad y los perros. Con García Márquez no se rinde igual, aunque sí reconoce que es el primero y quizá el único a quien le cupo entera la palabra “éxito” popular y comercial, y a Cortázar es a quien ve más alejado en ese pequeño grupo signado también por los encuentros y la amistad. Ya en el 72 Donoso sabía que el boom perdía su efervescencia, pero presintió algo que en efecto se ha cumplido, que “al pasar de moda el boom como totalidad no dejará el esqueleto de teorías, sino quizá media docena de novelas que no se apaguen”.

En esta Historia personal… no faltan las confesiones personales, las vicisitudes del propio autor para encontrar su voz en el aislamiento chileno. Tampoco, claro, los temas extraliterarios, como el punto de reptura que significó el “caso Padilla” o la presencia de la chismografía y las envidias en torno a los notables del boom.

Además de lo anterior, la edición de Alfaguara contiene “El ‘boom’ doméstico”, de María del Pilar Serrano, esposa de José Donoso, sobre los encuentros con los escritores del boom y sus parejas, incluidas, en dos momentos distintos de la crónica, Rita Macedo y Silvia Lemus, las esposas de Fuentes. A esto se suma una especie de continuación titulada “Diez años después” (o sea, en 1982), donde Donoso suma el reciente Nobel de GGM como culminación.

Historia personal del “boom” es un libro ya viejo, es verdad, pero con él podemos acceder a un momento de la literatura latinoamericana que produjo obras muchas veces dadas por muertas pero que todavía gozan, por suerte, de buena salud.

miércoles, octubre 01, 2025

No son excluyentes

 









Ahora que releo el Quijote ha ocurrido un hecho extraño: gracias a la prosa de Cervantes he sentido la cosquilla de volver también a otras queridas páginas de otros queridos autores de su época. Por lo pronto, y sin soltar la mano al caballero de la triste figura y a su fiel escudero apellidado Panza, pasé a dar un llegue (esta expresión mexicana es hermosa y muy precisa en su populachera vaguedad) a Jorge de Montemayor y a Góngora. O sea, tres monstruos del Siglo de Oro al alimón para no dejar margen a la duda sobre la calidad literaria que siempre está a merced de las pupilas y el espíritu.

A propósito de este simultaneo (así, sin tilde) de los clásicos españoles pensé de nuevo en un hábito de la humanidad: poner en competencia lo que es posible disfrutar sin amargarse la vida con podios olímpicos. Pasa en todo, y más ahora, en estos tiempos en los que competir es un valor, una virtud apreciada principalmente en la literatura de autoayuda. Tan lo es que si decimos en público que no deseamos competir, de inmediato los hipotéticos interlocutores ya nos están clasificando de mediocres y conformistas. La mentalidad del “emprendedurisno”, horrible palabra incrustada en el español desde hace dos días, ahora lo atraviesa todo, incluso los espacios en los que no es necesario poner en competencia ni armar cuadriláteros para peleas improcedentes.

¿Quién es mejor, Mozart o Beethoven, Picasso o Dalí, Caballé o Berganza, Fuentes o Paz, Messi o Ronaldo? La pregunta abre falsas disyuntivas, pues es posible disfrutar a los diez por igual, además de que las disciplinas no son excluyentes, porque sería como preguntar ¿qué es mejor, la música o la pintura? Obviamente no es necesario responder.

Todo lo bien hecho, todo lo grande, todo lo difícil, todo lo estimulante para el alma es mejor, no excluye lo demás. Puede uno tener alguna inclinación (yo a Messi sobre Ronaldo y a Picasso sobre Dalí, por ejemplo), pero eso no significa que lo demás quede arrumbado en el rincón de los desdeñados. Así, prefiero a Cervantes sobre Góngora y Montemayor, ciertamente, pero cuando se me antoja leer a Góngora o a Montemayor ellos son en ese momento los mejores. Los mejores que además no excluyen a los otros que en su momento serán eso, también los mejores.

sábado, septiembre 27, 2025

Algunos arcaísmos cervantinos


 








He leído un par de veces el Quijote y acometo por estos días el tercer diálogo con sus páginas. Como a tantos, la novela me complace en su totalidad y por muchas razones, algunas ciertamente inexplicables al menos para mí. La idea de releerla me nació tras la lectura de uno de los miles de estudios que trabajan sobre el caballero y sus peripecias andantescas, el de la maestra Marguit Frenk titulado Cinco ensayos sobre el Quijote (FCE, México, 2013) que espero reseñar en alguna oportunidad cercana. Al avanzar en los análisis de la académica mexicana, no pude no caer seducido por las frases y los párrafos que cita. En efecto, las probaditas de Quijote son tan gratificantes que de inmediato se despierta el apetito de regresar a su convivencia, y es lo que hago en estos días.

Mi relectura observa detalles seguramente vistos por innumerables críticos, pues el inmenso libro ha sido escudriñado frase tras frase, palabra tras palabra. Para mí, pues, es imposible iluminar una nueva zona del Quijote, descubrir una pepita antes no detectada por los incontables gambusinos del libro. Lo que sí puedo hacer es subrayar, advertir alguno de los lujos con los que cuenta la novela publicada en 1605 y 1615, parte uno y parte dos. Digo “lujos” y pienso que esto son para mi subjetividad de lector engolosinado con el español en todos sus rincones. Uno de ellos, satisfactorio a más no poder, es el de los arcaísmos, las palabras que la filología llama así por viejas y por ello ya caídas en desuso. “Archaios” significa “antiguo” en griego, de allí “arcaísmo”, palabra que el DRAE define, en su segunda acepción, “Elemento lingüístico cuya forma o significado, o ambos a la vez, resultan anticuados en relación con un momento determinado”.

Aunque parezca increíble o al menos raro, el Quijote no está atestado de arcaísmos. En todo caso, el plano de su léxico me parece menos antiguo que el de su sintaxis, que siento menos próximo al registro de la escritura y del habla en español actual. Mientras avanzo en el Quijote me he topado con arcaísmos dignos de recuerdo, tan dignos como los que ha rescatado Álex Grijelmo en su libro Palabras moribundas (Taurus, Madrid, 2011, escrito en colaboración con Pilar García Mouton). Comparto del Quijote nomás quince a manera de divertimento y, para que se entiendan mejor, actualizo los ejemplos.

Adarga. Escudo. “Los granaderos arremeten con adargas transparentes”.

Bacía. Recipiente para diferentes usos, como una especie de bacinica (o bacinilla) que se usaba sobre todo para remojar la barba antes de cortarla. Hoy puede emplearse también como orinal. “Me operaron en el Issste y para mear usé una bacía”. Esta pieza de metal es la que usa el Quijote en la cabeza y él supone que es el yelmo de Mambrino.

Ca. Es la conjunción causal “porque”. “Ca me invitaste, vamos al cine”.

Derrota. Arcaísmo de orden semántico. Se refiere, en sentido estricto o figurado, a “camino”, “ruta”, y de allí “derrotero”. “Mi sobrino siguió la derrota de las drogas”.

Discreto. Un arcaísmo de los que llamo semánticos porque la palabra sigue en uso, pero no con el sentido antiguo, que era “inteligente”, “despierto”, “sagaz”. “Obtuvo el título sin batallar, es un estudiante muy discreto”.

Embeleco. “Engaño”, “hechizo”. “El candidato trata de convencer a los mexicanos con embelecos seudodemocráticos”.

Endriago. “Monstruo”, ser abominable. “Trump es el más peligroso endriago de nuestro tiempo”. Esta palabra fue actualizada recientemente, y con harto tino, por la ensayista Sayak Valencia en su espléndido libro Capitalisno gore.

Huésped. Otro arcaísmo semántico, por decirlo así. Significaba lo contrario de lo que significa ahora. “Fui muy bien atendido por mi huésped en Cancún”.

Maguer. Es la conjunción concesiva “aunque”. “Maguer me amenacen, no quiero escuchar a Luis Miguel”.

Maravedí. Moneda. “El celular me costó 17 mil maravedíes”

Oíslo. Rarísima palabra, significa “cónyuge”. “Vi en casa con mi oíslo una película de Netflix”.

Prez. Fama por una acción gloriosa. “La trayectoria de Oribe Peralta da honra y prez a La Laguna”.

Rocín. Caballo de mala traza, de donde nace el nombre “Rocinante”, cabalgadura del Quijote. “En la película de ficheras actuó Alberto Rojas, el Rocín”.

Venta. “Venta” es un espacio de recogimiento para los viajeros de aquel tiempo y lugar. Equivale a los hoteles de hoy. “Pernoctamos en una venta llamada Radisson”.

Yantar. Es el verbo “comer”, frecuente en la narrativa del Siglo de Oro. “Anoche yantamos en Burger King”.

miércoles, septiembre 24, 2025

La firma de Gallo













El 20 de diciembre de 1604 Juan Gallo de Andrada no podía saber que firmar un documento burocrático llevaría su nombre hasta el futuro: 421 años después abro en Torreón, de nuevo, mi Quijote y veo la “tasa”, requisito que en aquellos tiempos sin inflación galopante quedaba asentado en la primera página de los libros. Todo, incluso los precios, duraba más hace cuatro siglos.

La firma de Gallo de Andrada fue, como cualquier firma, un rayón sobre un papel, pero pasó a ser la primera puerta hacia el Quijote, el libro individual más multiplicado de la humanidad. Un acto simple y seguramente rutinario, firmar, permitió que un sujeto que hubiera pasado a la historia como fantasma sea hasta hoy el primero que nos saluda cuanto tomamos la inmensa novela cervantina.

La tasa dice lo siguiente: “Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del Rey nuestro Señor, de los que residen en el su Consejo, certifico y doy fee que, habiéndose visto por los señores dél un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del dicho libro a tres maravedís y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta el dicho libro docientos y noventa maravedís y medio, en que se ha de vender en papel, y dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del dicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y para que dello conste, di el presente en Valladolid, a veinte días del mes de diciembre de mil y seiscientos y cuatro años”, y la firma.

Este fragmento aparece bien anotado en la web del Instituto Cervantes. No está de más leerlo allí, pues ya sabemos que las anotaciones a la literatura antigua son muy útiles. Tan útiles son que gracias a ellas el Quijote ha crecido en miles y miles de libros, artículos, documentales, conferencias y mesas redondas que lo comentan y destacan sus peculiaridades, sus recursos, su infinito pozo de virtudes.

El rasgo más saliente, a mi ver, de la tasa firmada por el señor Gallo radica en el cómputo de sus pliegos y en el establecimiento de su precio en una cantidad fija de dinero. Si hubiera sabido lo que aquel libro iba a trascender, quizá su precio hubiera sido otro, más alto, no el de su mero valor en términos de papel.

sábado, septiembre 20, 2025

Medio siglo de literatura lagunera

 











No hace tanto, en julio, ofrecí en la Feria Duranguense del Libro la conferencia “Medio siglo de literatura lagunera: hitos y pendientes”. He tratado de presentarla también aquí, en nuestra región, pero hasta ahora no se ha podido. Abraza el lapso de 1975 a 2025, y luego de su preámbulo está dividida en cinco décadas. Ofrezco aquí sus dos primeros tramos.


Preámbulo necesario

De entrada, una pregunta retórica: ¿por qué el título de esta anotación se refiere a medio siglo? ¿Antes de 1975 no había literatura en La Laguna? Por supuesto, sí la había. No mucha, pero la había. Hacia mediados de los setenta destacaban varios escritores locales, todos con poca o nula proyección nacional. Eran escritores que desde su juventud, en la década de los cuarenta, se habían hecho notar como poetas o ensayistas sobre todo en las páginas de nuestros diarios. Las dos o tres librerías de viejo que todavía existen en Torreón dan fe, por los ex libris, de que aquellos autores tenían bibliotecas muy decorosas, y varios acometieron la publicación de sus propios trabajos en ediciones presumiblemente pagadas y cuidadas por ellos mismos, y es muy probable que su repercusión en la vida cultural de la comarca no haya pasado de los círculos sociales en los que se movían.

El producto más notable de aquella época —estoy hablando de los cincuenta y los sesenta—, fue la revista Cauce, alimentada y editada por el grupo organizado bajo ese mismo nombre. Su periodicidad era variable, como ocurre con casi todas las publicaciones culturales de provincia, y sus contenidos se ceñían al tratamiento de temas literarios o filosóficos, comentarios sobre libros, poemas y textos en prosa que no llegaban a ser cuentos. El mayor logro de Cauce fue recoger material de y sobre Pedro Garfias, quien vivió un breve periodo de su vida en Torreón.

En la década de los setenta, los integrantes de Cauce, quienes se dedicaban a la docencia, al periodismo o a profesiones cercanas al derecho y la administración, ya eran hombres entrados en años, y colaboraban con artículos y columnas en la prensa local, con poca producción bibliográfica. Aunque no en todos los casos, sus trabajos literarios no eran ingenuos. Tenían, sin embargo, un cierto tono oratorio, muy solemne, a veces con demasiadas concesiones al color local y una mirada conservadora. Sus modelos no eran malos, sólo algo anticuados. Digamos que en el caso de la poesía, por ejemplo, Darío o Nervo todavía andaban por allí, en sus creaciones. La idea del verso medido y rimado marcaba a fuego su labor literaria, y con dificultad se animaron a la práctica de la narrativa, por eso no les heredamos cuentos ni novelas.

Nuestra región no tenía un movimiento literario efervescente, pero algo había y se manifestaba sobre todo en los pocos rincones culturales que ofrecían las páginas de la prensa local. Los nombres que puedo mencionar entre aquellos escritores son Enrique Mesta, Salvador Vizcaíno, Rafael del Río, Emilio Herrera, Joaquín Sánchez Matamoros, Raymundo de la Cruz, José León Robles y algunos más, ninguna mujer. Debo subrayar que Enriqueta Ochoa fue alumna de Rafael del Río, pero su radicación, su formación y lo mejor de su producción ulterior no se dieron en nuestra región.

Reviso ahora, por periodos, cómo avanzó nuestra literatura, el arte que más logros ha dado a La Laguna, lo que es posible probar estadísticamente si nos atenemos a un dato: la cantidad de premios nacionales que ha obtenido en la disciplina. Todo se ha logrado casi desde la Nada, sin muchos respaldos institucionales, a puro pulmón individual.


Los setenta y un taller de arranque

Hacia mediados de los setenta La Laguna tuvo una grata noticia: se había inaugurado la Casa de la Cultura de Gómez Palacio y gracias a esto el INBA, instancia administradora de tales espacios, impulsó varios programas de trabajo en La Laguna. Uno de ellos fue la creación del Taller Literario de La Laguna, Talitla, gestionado por el escritor ecuatoriano Miguel Donoso Pareja, y cuyo moderador fue el poeta zacatecano José de Jesús Sampedro. El Talitla sesionaba cada quince días en dos sedes, las Casas de la Cultura de Torreón y de Gómez Palacio. Allí comenzó a brotar una nueva mirada, con modelos literarios más modernos. Los integrantes de aquel taller no crearon alguna revista sólida ni formaron bloque en algún suplemento cultural de periódico, pero sí comenzaron a escribir de otra manera, más actualizada. Entre sus participantes estuvieron Joel Plata, Antonio Jáquez (quien luego tendría una brillante carrera como reportero en la revista Proceso), Jorge Rodríguez, Rocío Lazalde, Marco Antonio Jiménez y Francisco José Amparán. Los más destacados, pues ganaron premios nacionales y publicaron fuera de nuestro espacio, fueron los dos últimos, autores que ya basaban su escritura en modelos contemporáneos. El caso de Amparán fue tan restallante que se convirtió de golpe en el narrador más conocido de La Laguna en el contexto nacional, esto sin abandonar su residencia en nuestra región. Amparán —o Panchín, como se le conocía— ganaría el premio de cuento de SLP en 1985 y hasta 2010 siguió publicando literatura en abundancia además de artículos para la prensa.

A finales de los setenta se da otro rasgo favorable para la literatura del Nazas:  La Opinión, el diario más antiguo de la región, comenzó a acusar en sus páginas editoriales la presencia de colaboradores con una postura más cercana a lo que ya desde entonces se ubicaba bajo el abanico del llamado progresismo. Para identificarse usaron el acrónimo Codeliex (Comité de defensa de la libertad de expresión). No todos eran escritores, pero entre sus intereses intelectuales no dejaban de aparecer el cine, el teatro, la política, la filosofía y obviamente la literatura. El periódico estaba bajo la dirección de Velia Margarita Guerrero, quien tenía una mirada abierta en relación con lo social, de suerte que, entre otras iniciativas, tuvo en sus páginas el servicio informativo de CISA, la agencia informativa de la revista Proceso, fundada en 1976, y la columna diaria de Manuel Buendía.

Había sólo un taller literario y cuatro o cinco librerías; las universidades y los ayuntamientos aún no publicaban nada, pero, pese a esto, los setenta terminaban con buenos augurios para la década siguiente.

miércoles, septiembre 17, 2025

Metáforas del espacio


 









Como ocurre con otras tantas ignorancias, cualquiera puede vivir sin geografía. Para seguir de pie y respirando no es necesario aprender el nombre de los continentes, sus países y capitales. Tampoco sirve saber algo sobre los océanos, los mares y los ríos. La vida se puede vivir sin saber de cordilleras, de montañas, de cañones. Es común, pues, andar por la existencia sin geografía.

Entre lo que pude haber sido y no fui, pero sé que me apasiona, está esa disciplina inútil para tantos y tantos: la geografía. Sentí su atracción desde la primaria, en los libros de texto. Supongo que, a diferencia de la mayoría de mis compañeros, los mapas despertaban mi imaginación. La peculiar forma de México me parecía espectacular, perfecta en su definición y equilibrio. En nuestro país encontraba figuras. Durango, la entidad donde nací, tenía algo de corazón; Puebla era una especie de tiburón, San Luis, un perrito, y Nuevo León se coronaba con un señor de sombrero norteño. Me asombraba la forma de mamut que tiene Alaska, o de bota que tiene Italia, o de cara que mira al occidente que tiene la península ibérica. Todavía hoy me parece raro que un mapa, siempre imaginado como algo amorfo, tenga forma perfectamente rectangular en los estados gringos de Colorado y Wyoming.

El caso es que desde mis primeros recuerdos de contacto con los libros, los mapas han estado cerca de mi interés, y nunca olvidaré la alegría que gocé de adolescente cuando a casa llegó el primer atlas. Tenía el tamaño adecuado, muy grande, de atlas, y durante muchas tardes viajé en sus páginas como si la mirada volara en un avión.

Mi memoria nunca fue muy hospitalaria, pero lo básico sí se le pegaba. Sin esfuerzo, sólo por la buena costumbre de visitar y revisitar el atlas, di con la ubicación de los países, aprendí sus capitales, recorrí el curso de sus ríos. Sentí siempre, hasta ahora, mayor identificación con Latinoamérica, y todavía es hora que exploro sus rutas, sus pequeñas ciudades, siempre con el sueño utópico de visitarlas alguna vez.

Una costumbre del gustoso de la geografía es la de ir al mapa luego de pasar por algún sitio. Traigo dos ejemplos: en un viaje de 2007 fui de Buenos Aires a Tucumán, en Argentina, quince horas de carretera. El autobús paró en la madrugada para que la gente comiera algo. Bajé, recuerdo que pedí café y pan, y conversé con un pasajero. “Estamos en Ceres”, me dijo. Pasado un tiempo vi el mapa y ya jamás olvidé que estuve veinte minutos en Ceres, provincia de Santa Fe. Algo parecido me ocurrió de Madrid a San Sebastián: el ómnibus paró unos minutos, el tiempo justo para un café, en Aranda de Duero, y pasado un tiempo fui al mapa y el lugar quedó fijo en mi memoria.

Ese ir de la realidad al mapa y del mapa a la realidad, cuando se ha podido, creo que es un vicio de geógrafo. Yo no lo soy, pero sí un buen aficionado a la fascinante cartografía, a esas metáforas del espacio que son los mapas.

sábado, septiembre 13, 2025

De batallas culturales

 







El filósofo francés Éric Sadin ha escrito sobre La vida espectral, la sociedad que se construyó al volcar toda nuestra existencia en el mundo digital, incluidas las protestas. El dominio de los algoritmos ha llegado a la sofisticación de inyectarnos ideología sin resistencia de nuestra parte y de anular con ello el espíritu crítico para amoldarnos a deseos que creemos propios, pero que han sido inoculados sin coerción, de forma invisible, con un simple smartphone como amable caballo de Troya en nuestro ser. Es en este difuso terreno, el de la vida espectral, donde se desarrollan hoy los principales encontronazos de la llamada “batalla cultural”.

El nazi criollo Agustín Laje, que pronto hará las delicias del público facho de Monterrey, habla de la susodicha “batalla cultural” como un espacio de debate ideológico ganado hasta ahora sobre todo por las universidades, algunos medios y parte del mundillo del espectáculo (Oliver Stone, Emma Watson, Rubén Blades, Residente…). El pequeño Hitler argentino Laje y sus adictos meten en un solo costal todo el llamado “wokismo”, tendencia que desean abolir, y para ello se valen de sus excesos, de sus argumentos más especiosos: “Si un tipo de sesenta años se autopercibe como niño, ¿le permitirías jugar en la alberca con tu hija de siete años?”, “Ayer un negro mató a un blanco, esto demuestra que los negros deben ser segregados”, podrían ser argumentazos del antiwokismo. Como lo demostró Milei en su alegato de Davos, discurso asesorado por Laje, los gays son pedófilos y esto se puede demostrar con el caso de un gay pedófilo. Para ellos, un hecho individual es suficiente para cerrar la puerta a cualquier sujeto que no se asuma como heterosexual y monógamo. Así argumentan, con anécdotas de sobremesa y ejemplos personalizados.

Para mí, el mentado wokismo en realidad no es un bloque ideológico compacto, sino una serie de ínsulas, de espacios de debate que a duras penas configuran un archipiélago más o menos desgajado y amorfo de luchas por un montón de derechos y reivindicaciones. Más de un intelectual ha destacado que la pulverización de causas, como las abrazadas por el wokismo, ha invisibilizado un imperativo más general: asumir la conciencia de clase seguida de la disputa por los medios de producción y el poder político. Con una o dos luchas específicas (por los animales, por los derechos de los niños, por el uso de la bicicleta, contra la pena de muerte…) alcanza para sentir que se hace algo. Son, claro, cosquillas al poder, un poder fascinado por permitir y hasta por fomentar esa dispersión que despresuriza la rebeldía y en el fondo la torna inocua, pues no mueve ni un pelo a los dueños del mundo. Se da el caso, incluso, de que la rebeldía se convierta en producto rentable: lo que se opone al mercado también termina siendo un producto del mercado, playera con la foto del Che Guevara o taza con los colores del arcoíris.

Contra lo que embusteramente sostienen los cruzados de ultraderecha, ellos llevan ganada la batalla cultural. De hecho, ni siquiera necesitan darla, y si lo hacen es porque en su voracidad no quieren dejar ni una migaja a sus enemigos o, por qué no, la emprenden como parte de sus tácticas dispersivas: abrir luchas aquí y allá, encender a los contrincantes con el antiveganismo o el antimachismo para mantener en ebullición la caldera de los microdebates y por ello no se tensione lo fundamental. En el mundo de hoy, por ejemplo, un gay pobre se va a sentir más identificado con un gay rico que con un obrero heterosexual que lo invite a formar un sindicato. Toda la realidad se reduce a mi lucha, a mi bandera personal, a mi acotado espacio de protesta.

Así pues, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “batalla cultural”? La derecha, el conservadurismo, la reacción o como queramos llamarle lleva la delantera por mucho, y con ventaja. Basta asomarse un poco a las redes sociales para advertir que el individualismo, el racismo, la homofobia, el clasismo, el supremacismo, el conservadurismo, el consumismo, el infantilismo y el irracionalismo general de los productos audiovisuales son abrumadoramente dominantes, y nuestras cuentas de Facebook, Instagram, X y demás sólo hacen salvedades cuando los algoritmos identifican que simpatizamos con alguna causa noble para luego bombardearnos y hacernos creer que avanzamos por el camino correcto. Las redes apapachan nuestras causas.

Por todo, ¿qué de heroico y brillante y valiente tuvo el joven ultraconservador que recién fue asesinado en EUA? Avanzaba en la corriente dominante, se apoyaba en la inercia mundial de las ideas que apuntalan el capitalismo más salvaje, aborrecía a los migrantes, creía en la superioridad de los blancos, veneraba a poderosos como Trump... Lo heroico, lo brillante y lo valiente hubiera sido oponerse a esas ideas y a esos personajes siniestros, no surfear en la ola neoliberal y sus lacras y creer que se está dando la gran “batalla cultural”. Esto fue lo que me movió a pensar, hace poco, en que la expresión “juventud conservadora” es un oxímoron. Un joven que está de acuerdo con el statu quo y que incluso lo apoya no sólo es una parte del problema, sino su sector más dinámico y peligroso porque muchas veces pasa de la esfera digital a la acción directa. Así como se dice que el principal éxito del capitalismo es haber adoctrinado a millones de pobres de derecha, puntualizo que un grado de sofisticación mayor es haber lobotomizado a millones de jóvenes que se asumen como conservadores. En Estados Unidos hay miles que idolatran a Trump: no puedo imaginar un mayor triunfo en la batalla cultural.

Como sus abuelos, los actuales neofascistas suelen hablar de nación, de casta, de “gente de bien”, de raza superior, de mérito. Por eso odian a los migrantes, a los pobres, a los trabajadores, a los siempre sacrificables seres de pellejo color marrón. Un eje de sus dislates radica en la idea de que Dios otorgó a la raza superior lo que merece y tiene. ¿A qué Dios miserable y selectivo se refieren? ¿Qué divinidad tuvo a bien elegirlos como depositarios de la verdad, la bondad y la belleza que les da derecho a todo? Por esta razón es muy complicado debatir con ellos. Como cuentan con dios en su trinchera, son imbatibles. Dios no puede estar equivocado.

Posdata. Luego de concluir este comentario, leí otro muy elocuente de mi amigo Martín Palacio Gamboa, uruguayo. Lo cito íntegro: “Se suele insistir en la juventud como la gran reserva moral, como si en ella se concentrara la potencia transformadora capaz de abrir nuevos horizontes políticos. Sin embargo, la historia reciente demuestra lo contrario y los ejemplos abundan: desde los muchachos adoctrinados en la Alemania nazi (los Hitlerjugend) o en la Italia fascista (la Gioventù Italiana del Littorio), hasta agrupaciones locales como la JUP en Uruguay o los Jóvenes Republicanos en Argentina (no cuesta nada incluir aquí a los recientes seguidores de Las Fuerzas del Cielo), hemos visto el entusiasmo generacional volviéndose el combustible para agendas abiertamente reaccionarias. Creer que la juventud, por su sola condición biológica, contiene en germen la revolución o el porvenir es un error romántico que se paga caro. Recuerdo una entrevista que le habían hecho al querido Helios Sarthou en Radio Centenario que, cuando se le preguntó sobre ese tema, decía —palabras más, palabras menos— que lo decisivo difícilmente podría ser la edad sino la posición en la disputa ideológica y en la lucha por el sentido. Por eso urge desmontar la mitología del joven como sujeto político privilegiado: no hay garantía generacional alguna, solo combates concretos, y en ellos los jóvenes pueden ser protagonistas de la emancipación o de la reproducción de las formas más duras del orden establecido”.

miércoles, septiembre 10, 2025

Estilo de Fuentes


 









En Historia personal del “boom” (1972), José Donoso (Santiago de Chile, 1924-1996) se refiere a los escritores latinoamericanos que durante los sesenta y parte de los setenta se encumbraron a la fama con novelas que hasta hoy, aunque con desigual aprecio, siguen siendo reeditadas y leídas. El chileno hace admirado énfasis, no podía ser de otra manera, en las figuras de García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y Fuentes. Por más que este libro mira hacia afuera, es decir, hacia los orígenes del boom y la recepción pública que tuvo, no deja de mirar hacia dentro, hacia lo que sucedió en el interior del mismo Donoso tras sentir el estallido de la nueva novela latinoamericana. Precisamente por esto es la “historia personal” de un fenómeno colectivo.

Al celebrar el trabajo de Fuentes, Donoso resalta el cosmopolitismo del mexicano, su conocimiento de todo y su capacidad para compartirlo fluidamente en tres idiomas: español, francés e inglés. Fuentes lo asombra desde el primer trato, cuando dialogó con él en un encuentro de escritores celebrado en Concepción, Chile, hacia 1962. Como de pasada, Donoso subraya un detalle que da la impresión de ser innecesario: la ropa de Fuentes. Esto lo comenta porque era inhabitual un escritor bien vestido en aquel momento, “cuando los hombres, y para qué decir los intelectuales hispanoamericanos, no podían, no debían darle importancia a algo tan frívolo y burgués como la elegancia o la imaginación o la audacia en el atuendo, ya que, sobre todo si se estaba en la posición política de Fuentes, esta frivolidad resultaba evidentemente irreconciliable con las altas y duras misiones que había que cumplir”. Las “altas y duras misiones” estaban relacionadas con el debate político de suyo acalorado tras el triunfo de la Revolución Cubana.

De modo que el mexicano se atrevía a vestir no a la manera desenfadada o austera o pobretona de los artistas, sino con gusto burgués. Era, lo sabemos, un dandy, y por supuesto su apariencia no se parecía a la de sus homólogos escritores que en los sesenta eran hippiosos, y a lo máximo que podían aspirar en materia de “elegancia” era a un blazer de pana o, como le dicen en Sudamérica, de corderoy.

Tras leer este pasaje recordé a mis amigos ochenteros de la literatura. Creo que todos vestían con sobriedad, una manera sutil de decir “con desenfado”. No eran elegantes ni finos, y ya para entonces comenzaba a quedar atrás el disfraz de “intelectual” para dar paso a algo que puedo definir como estilo sin estilo. La categoría en el atuendo de Fuentes no hizo escuela entre nosotros.

sábado, septiembre 06, 2025

El búmeran de Milei

 









Además de la mexicana, la chilena y la española, la política que más me atrae es la argentina. Este es, en realidad, un desprendimiento, una ramificación: me interesan esas políticas nacionales porque me interesan sus literaturas. En otras palabras, gracias a que sobre todo leo autores de aquellas latitudes, no ha sido difícil, sino lógico, que mi curiosidad haya avanzado hacia otros rubros de sus respectivas realidades. Así, de la Argentina me gusta su poderosa literatura, y merced a este gusto pasé a disfrutar su música, su historia, su política y hasta su futbol. Y es, mutatis mutandis, el mismo caso de los otros países mencionados: la literatura ha sido trampolín para acceder a todo lo demás.

El caso argentino me ha interesado particularmente por su condición de laboratorio. Los últimos setenta años, desde que pidieron su primer préstamo al FMI, en la Argentina han estado en pugna dos modelos, dicho esto de manera muy esquemática: uno de corte keynesiano con el que se asocia al peronismo, y otro liberal-neoliberal, encabezado por la oligarquía nativa. Es, dicho con sus respectivos apodos, el enfrentamiento entre los “cabecitas negras” y los “gorilas”, un pique histórico tan grande, una “grieta” tan honda que no puede dar lugar a ninguna forma de conciliación, por mínima que parezca. Al contrario, no pocas veces se ha manifestado mediante un odio que la derecha, el gorilaje, no ha dudado en practicar por medio de bombarderos a la población civil, prohibiciones del peronismo por decreto, regímenes de facto, desapariciones, vuelos de la muerte, apropiación de bebés, endeudamiento recurrente, bicicletas financieras y todo lo que pueda concernir al progreso de unos pocos y el rezago de la mayoría. Es en esta última tradición, por llamarle de algún modo, en la que encaja el gobierno de Javier Gerardo Milei (Buenos Aires, 1970).

Supe del actual presidente argentino hace aproximadamente diez años, quizá poco menos, cuando lo vi por primera vez en los espacios televisivos que luego se convertirían en su plataforma principal. Lo más llamativo a primera vista fue, sin duda, el corte de pelo, un look de borracho demañanado que pasó a ser el sello de su imagen. Luego me llamaron la atención sus rasgos, esos ojillos azules y achinados que de inmediato me recordaron a Butt-Head, el personaje de MTV (el periodista Ricardo Ragendorfer ha encontrado que el rostro más parecido al de Milei es el del cómico inglés Benny Hill, y es verdad). Si destaco sus rasgos es por una razón: este peculiar personaje, sin duda poco agraciado y además estrafalario, ha hablado en más de una ocasión de la “superioridad estética” que tienen los humanos de derecha, una de las innumerables estupideces de su discurso.

Ahora bien, más allá de la facha de este facho, lo importante radicaba en su manera de hablar: seguro de sí mismo, taxativo, sabihondo de todos los saberes, siempre maniqueo, con una mezcla ambigua de histrionismo y genuina convicción, asistía a todos los programas de tipo panel que aparecían en su camino rumbo al estrellato. Los programas de altercado (que no de debate) político son muy populares en la Argentina, y en ellos el sujeto de pelo alborotado se destacó como nadie, tanto que los productores comenzaron a notar alzas del rating cada vez que lo invitaban. Allí, lo mejor para el éxito de las emisiones era que Milei se enojara, pues en sus estados de ofuscación tocaba todas las modulaciones de la furia y llenaba de insultos a sus oponentes, fuera quien fuera. Para cualquier economista serio, e incluso para cualquier persona sensata, era evidente que sus afirmaciones eran un evangelio del “anarcocapitalismo” (no les llamaré “libertarios”, palabra que robaron a los anarquistas del siglo XIX), lleno de lugares comunes y brutalidades misceláneas. Pero este Quijote al revés no sólo se proponía desfacer las bases económicas del Estado, sino todo lo que supusiera idea progre. Era su “batalla cultural”. Así, antes de ser presidente ya había engarzado incontables perlas en su rosario de paparruchas: abolir los impuestos (el principal robo del Estado), permitir la venta de órganos humanos, fomentar el libre uso de armas, echar por tierra cualquier subsidio, acabar con la obra pública, respetar a la mafia y no al Estado, impulsar el sálvese quien pueda de la meritocracia, entre otras lindezas.

Hablé al principio de la “grieta” insalvable y en las elecciones federales de 2023 se hizo nuevamente clara: por un lado, el peronismo que sucedió al espantoso y endeudador gobierno de Macri no pudo domesticar la inflación, y, por el otro, Milei había conseguido, con tanta notoriedad televisiva, una diputación. Al proponerse como candidato presidencial, su eje discursivo fue la lucha contra “la casta”, es decir, contra todos los políticos y adláteres que se habían convertido en saqueadores de la cosa pública en perjuicio de la ciudadanía y la libertad. El discurso pegó, muchos argentinos enfadados lo vieron como mesías, sobre todo los jóvenes y quienes ya de por sí adherían al llamado “gorilaje”, la “gente de bien” que odia irreductiblemente al peronismo.

Desde lejos, para mí, es curioso que se haya etiquetado al gobierno de Alberto Fernández (2019-2023) como pésimo, sin considerar que atravesó la pandemia y algo, sí, peor: la deuda de Macri, detalle en el que creo se pone poco énfasis. Macri, según personajes autorizados como Nicolás Dujovne y el mismo Milei, había recibido el bastón de mando sin deuda. Él la contrajo, lo cual impidió su reelección. Luego Alberto Fernández hizo lo que pudo con tibieza y así le fue, desarrolló un programa económico mediocre aunque sus números finales no fueron, ni de lejos, la catástrofe actual. En ese momento apareció Milei con la pócima salvadora, hizo campaña con la espada fuera de la funda y convenció a los irritados y a los indecisos. Entre otras promesas que desde acá, desde el río Bravo, se veían disparatadas, pero allá persuadieron, estaban acabar con “la casta”, demoler el banco central, dolarizar la economía, achicar todo el gasto del Estado, eliminar trabajadores, no hacer negocios con China y otros países “comunistas”, equilibrar el déficit fiscal, no contraer más deuda y, en suma, sentar las bases para que la Argentina fuera una potencia en pocas décadas. Confirmó todo esto en los debates electorales que tuvo contra Sergio Massa, el candidato del peronismo. En ellos, a leguas se vio que en todos los órdenes, incluido el estético, Massa lo superó, pero la suerte ya estaba echada: Milei había adquirido una ventaja mínima que terminó por definir la elección a su favor.

Pese a su simplismo cavernícola, a sus berrinches infantiloides, a su fijación anal y a sus muletillas “o sea” y “digamos”, el “león” llegó a la Casa Rosada para beneplácito de la ultraderecha no sólo argentina, sino mundial. Al armar su gabinete, destacaron tres nombres: la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich; el de Economía, Luis Caputo; y Federico Sturzenegger, ministro de “desregulación y transformación del Estado”, funcionario al que le cupo en suerte la divertida encomienda de desguazar todo, es decir, operar la “motosierra”. Los tres eran insignes personeros de “la casta”, tipos que ya habían sabido disfrutar la miel que escurre del erario público: “Toto” Caputo, el fugador en jefe de los dólares que le dieron a Macri, un “mesadinerista” puro a decir de Carlos Maslatón, repetía en un gabinete, el de Milei, luego de que el mismo Milei había expresado mierda y media sobre su accionar durante el macrismo. Patricia Bullrich, una señora primaria, loca, dipsómana, traicionera y violenta, quien fue también candidata balbuceante a la presidencia y dijo pestes de Milei, sacó de premio el Ministerio de Seguridad y lo primero que hizo fue un protocolo “antipiquetes”, léase un reglamento para prohibir la protesta pública, un aviso evidente de que eso esperaban tras hacer papilla la economía y cagar la vida a millones de argentinos. El otro sujeto, Sturzenegger, habilitó a su modo salvaje la motosierra en todas las áreas del gobierno, y recién apareció uno de los más ilustrativos ejemplos de su metodología: recortar a ojos cerrados las pensiones por discapacidad, una crueldad que deja a Jack el Destripador en calidad de misionero franciscano. El mismo Milei, en una de sus mil confesiones, con la voz ronca que le sale cuando enuncia algo con la convicción de un fanático, declaró “sí, soy cruel”, y su sicario de los recortes no lo ha hecho quedar mal.

¿Cómo llegó el orate Milei a la presidencia de un país tan rico en lo económico y en lo cultural? Me he planteado esta pregunta porque sé que su posible respuesta responde también, con las variaciones de cada caso, a la presencia de Trump en la Casa Blanca o hace no tanto a la de Jair Bolsonaro en el Palacio de Planalto, Brasil. Es evidente que estos son picos salientes del tipo de gobernantes que desea el postcapitalismo: a la humanidad le sobran muchas personas y hay que cerrarles la puerta para que queden eliminadas antes de que sean un problema más grande. Argentina es un laboratorio periférico de este experimento exterminador, y Milei su brazo armado con motosierra. He tratado en el camino de estos años de acopiar toda la información pertinente para examinar el fenómeno mundial del salto al descaro discursivo y operativo de la derecha mundial: Maquiavelo, Francisco de Vitoria, Hobbes, Marx, Sartre, Debord, Chomsky, Faucault, Lipovetsky, Franco Berardi, Diego Fusaro, Boaventura Dos Santos, Jason Stanley, Paula Sibilia, Mark Fisher, Zygmunt Bauman, Jessé Souza, Jorge Alemán, Kohei Saito, Byung Chul Han, Jonathan Crary, entre otros, y sé que para entender particularmente y de un vistazo el fenómeno Milei en su espantosa complejidad, en su nefasto modelo para armar, es necesario embonar nociones de filósofos, sociólogos, economistas y hasta lingüistas, y no falta, por supuesto, que a energúmenos de esta índole se les entienda como resultado de una tendencia más general: si han llegado al poder, es porque algo en la sociedad está podrido, casi al borde de la distopía. Puede uno, pues, leer mucho y apenas comprender un poco, por eso sintetizo que, de las aportaciones más atendibles para orientar un buen análisis sobre Milei, un libro muy ilustrativo es La nueva derecha, de la politóloga austriaca Natascha Strobl. De hecho, ese libro le calza como guante al pequeño déspota rioplatense y su gobierno. Basta leer a Strobl para comprender, grosso modo, el engranaje y la manera actual de gobernar en la Argentina.

Dije hace algunos renglones que lo primero fue lo primero: asentar una normativa flamante para la represión de la protesta. Durante dos años, los diez mandamientos del autoritarismo de la señora Bullrich han sido echados a andar contra peligrosos opositores, gente que con sus quejas pone en peligro la estabilidad de la nación: jubilados, discapacitados y periodistas. Entre lo que estorba al esquema mileísta está la crítica del periodismo, de allí que más de una vez el propio Milei haya afirmado: “No odiamos lo suficiente a los periodistas”. Pero no a todos. Hay algunos, los que no preguntan ni critican, los periodistas buenos, que no merecen la sobredosis de odio sugerida por el presidente. Los periodistas buenos son bienvenidos y usados como entrevistadores de cabecera y arma arrojadiza contra todos aquellos que le muevan un pelo, valga la expresión, al presidente. Entre otros, los periodistas adictos al poder —una manera distinta de decir adictos al dinero— están varios decididos a ocupar el trono dejado por Jorge Lanata: Eduardo Feinmann, Luis Majul, Jony Viale, Cristina Pérez, Esteban Trebucq, Débora Plager, Antonio Laje y el más aplicado, un gesticulador llamado Alejandro Fantino. Y ya que menciono a los obsecuentes, en el otro lado de la calle están Alejandro Bercovich, Pablo Duggan, Gustavo Silvestre, Daniela Ballester, Roberto Navarro, Nancy Pazos, Ari Lijalad, Nicolás Lantos, Víctor Hugo Morales, Lourdes Zuazo, Eduardo Aliverti, Gustavo Campana y Horacio Verbitsky.

Al avanzar el gobierno de Milei fue evidente que el rumbo económico era una réplica del Titanic: al timón iba Luis Caputo. Gracias supuestamente a los recortes controlaron el déficit, aplacaron el precio del dólar y disminuyeron la inflación, pero todo era una burbuja de jabón. Los préstamos del FMI para nadar hasta las elecciones, tomados sin compartir al congreso las cláusulas del contrato, sirvieron para que el fugador serial Caputo hiciera otra vez de las suyas: la bicicleta financiera esfumó el nuevo empréstito sin aplicar un solo dólar a vialidades, escuelas, hospitales, centros culturales ni nada. Ni una sola obra pública ha inaugurado Milei, todo se ha destinado al negocio financiero de unos cuantos. Ese era el plan desde el principio, un plan de saqueo que además de industricida ha arrasado el empleo, los salarios y el consumo, daños encubiertos por el periodismo amigo y un aparato de redes sociales cuyos integrantes más visibles son otro Caputo (Santiago) y un tal Gordo Dan (Daniel Parisini), inventor del ridículo nombre “Las fuerzas del cielo” e innumerables tuits tan bravucones como idiotas.

Desde diciembre de 2023, cuando asumió, Milei no ha dejado de escupir disparates, insultos y mentiras, muchos con metáforas anales que se han convertido en tema de estudio para la psicología avanzada. No se cortó el brazo por la suba de impuestos, no quemó el banco central, no dolarizó, no dejó de endeudar al país, no mejoró la vida de los argentinos y no bajó realmente la inflación, sino el consumo. Tras año y medio de gobierno, el único capital que le quedaba era simbólico: se afirmaba que Milei era honrado, a diferencia de todos los políticos, seres intrínsecamente corruptos. Como ya sabemos, fue una falacia más: Milei no es corrupto, sino corruptísimo. Esto resultó evidente el tierno 14 de febrero de 2025, cuando la estafa Libra lo agarró con los dedos en la puerta. En uno de los episodios más bochornosos en la historia de la televisión latinoamericana, el célebre Peluca sostuvo una entrevista con el tapete Jonny Viale, quien hizo su mejor esfuerzo para exculparlo de la tropelía. Fue el famoso diálogo en el que Viale aceptó que Santiago Caputo, el mago del Kremlin sudamericano, le peinara las preguntas mientras grababan la pantomima.

La estafa Libra sigue en proceso judicial, y se espera que EUA y otros países, como España, donde hubo muchos trasquilados, puedan vestir con traje de cebra a más de uno. Pero por su distancia de la vida cotidiana, la burla de la criptomoneda Libra pudo ser sorteada a los tumbos ante la opinión pública argentina, y a estas alturas, dada la mierda que ha brotado en los días recientes y sobre todo debido a que el dólar ya no da para más y está a punto de devaluación, los días tranquilos de Milei se han acabado.

La mierda a la que recién me referí es el escándalo de los sobornos destapado por los periodistas Mauro Federico, Ivy Cángaro y Jorge Rial, acontecimiento resumido por el éxito veraniego “Alta coimera”, una parodia que juega con el estribillo de “Guantanamera”, famoso son cubano que en su letra incluye algunos versos de José Martí. Como dije, el precario capital de Milei ya era sólo simbólico, su honradez, pero tras salir a la luz pública los audios de su abogado y encargado del área de atención a discapacitados, Diego Spagnuolo, es evidente que Karina Milei, una tarambana que habla como el culo, para decirlo con una imagen poética digna de su hermano, estuvo recibiendo retornos o coimas del 3% por las compras gubernamentales de medicamentos a la farmacéutica Suizo Argentina. Esto es nomás la punta del iceberg, viveza criolla que per se es grave pues supone que por un lado hubo recorte del padrón oficial de discapacitados y por otro la hermanísima del presidente recibía plata fresca que bien pudo servir para medicamentos destinados a la población más desvalida.

El surrealismo de Milei, “especialista en crecimiento económico con o sin dinero”, según su modesto decir, está llegando al ocaso. La catástrofe era previsible con solo ver uno de los programas de panel que lo convirtieron en figura pública de televidentes incautos y sinceramente esperanzados. Allí se podía notar que era un loco de manual, un desequilibrado que luego recibió el apoyo de un lado de la grieta aunque se tratara de un suicidio colectivo.

Mañana domingo hay elecciones en la provincia de Buenos Aires e intuyo que el lunes 8 se acelerará el desastre de Milei, el león que terminó siendo, como dijo Myriam Bregman, un “pobre gatito”, un guiñol del poder real que pronto defenestrará a este histrión del panelismo televisivo, poseedor de inciertas credenciales académicas, receptor de premios marca Patito, lamebolas de Elon Musk y Donald Trump, sionista lumpen y caja de resonancia en Davos del oximorónico filósofo-de-derecha Agustín Laje. Javier Milei llegó a la política sin política, con el odio despatarrado como único recurso de su personalidad. Ese odio ni siquiera matizado/mitigado por el instinto de conservación golpeó a muchos: el búmeran ha comenzado su regreso.

miércoles, septiembre 03, 2025

Don Venus y lo histórico










En Muertes históricas, libro de Martín Luis Guzmán, podemos leer “Ineluctable fin de Venustiano Carranza”. El adjetivo para describir el sustantivo “fin” adelanta desde el título la suerte que esperaba al coahuilense, lo que se refuerza con esta entrada inmejorable de dos renglones: “El 5 de mayo [de 1920] por la mañana, la situación política y militar de Venustiano Carranza no tenía remedio”. A partir de este arranque somos lectores-testigos de la cacería que días después, el 21 de mayo, dará término a la vida del coahuilense en el pequeño pueblo de Tlaxcalantongo, en Puebla. Nada que no sepamos.

El relato trabajado por MLG, magistral como todo lo que escribió, consigna pormenores de aquella travesía del presidente hacia su muerte; la mayoría se relacionan con las tácticas de escape y la situación militar que le pisa los talones. En el trance, el cronista apunta que la persecución fue mermando poco a poco las condiciones del grupo que acompañó a Carranza. En dos pasajes, cuando la cosa ya anda muy mal y todo escasea, señala que Carranza pidió ropa limpia, sobre todo interior.

Este último detalle me ha movido a pensar en otro que se relaciona con el significado del adjetivo “histórico”. En más de una oportunidad lo he comentado con alumnos y amigos, pues suele ocurrir que no reparamos en los cambios de la mentalidad a propósito de los cambios en le técnica y la realidad material. Notamos que los objetos han cambiado, pero muchos gestos de la mentalidad suelen pasarnos inadvertidos.

Carranza pidió ropa interior porque para él era intolerable usar la misma durante siete, ocho, diez días. Para él y para mucha gente como él era un hecho ya común mudar de ropa a diario, sobre todo de la interior. Es decir, en su ser ya está instalada esa posibilidad, parece natural, pero no lo es, sino histórica.

Esto significa que no siempre los seres humanos han tenido urgencia de una muda de ropa. De hecho, esta necesidad es recientísima, tanto que resulta inimaginable, por ejemplo, que un soldado del siglo XIX tuviera presente lo que para nosotros es imperativo. Necesitar calzones limpios, pasta de dientes, champú, papel de baño, desodorante y mil pequeños objetos más es histórico. La humanidad no los usó durante la mayor parte del tiempo en su viaje hacia el presente.

sábado, agosto 30, 2025

Vertientes hacia el español









En la cafebrería La Tinta ofrecí ayer una conferencia llamada “Biografía del español”. Su propósito fue meramente divulgativo, y en un punto creí necesario mostrar ejemplos de las lenguas que han alimentado nuestro diccionario. Creo que no está de más compartir aquí el vistazo de algunas palabras en función de su origen. Me atuve a la cronología y a casos de palabras de uso todavía común. Hay, por supuesto, un montón de detalles que aquí no es viable comentar. Obviamente son apenas unas muestras, ejemplos que pueden servir para que el lector no muy enterado conozca de un jalón las vertientes que han desembocado en nuestro idioma.

Lenguas prerromanas: camino, cabaña, arroyo, alud, gusano, bruja, páramo, camisa, braga, salmón, perro, cerveza.

Griego: afonía, biblioteca, cronómetro, fotografía, dermatología.

Latín: afiliación, benefactor, capital, discordia, exhumación, filicidio, impune, introspección, justificar, magnánimo, nonato, omnívoro, perfumar, sonámbulo, transferencia, ventrílocuo, curriculum vitae, alter ego, a priori, in situ, grosso modo, rara avis, ex profeso, motu proprio, per secula seculorum, sine die, ad libitum, statu quo, sine qua non, in fraganti, ergo, modus vivendi, alma mater, ultimatum.

Germánico: guerra, espía, espuela, estribo, dardo, estaca, ganar, yelmo, Ricardo, Elvira, Adolfo, Alfonso, Gonzalo, Fernando, Eduardo, Alberto, Rodrigo, Raúl, Hilda.

Árabe: cenit, algoritmo, almanaque, alquimia, química, alcohol, azufre, aceite, ámbar, amarillo, azul, almohada, alfiler, algodón, alcachofa, aduana, alcalde, tarifa, alcantarilla, acequia, alberca, adoquín, azotea, albañil, albañal, alforja, alcahuete, almuerzo, cifra, zafiro, alfajor, alarido, algarabía, alhelí, adobe, alhaja, almacén, alfombra, asesino, azafata, arroba, ojalá, Andalucía, Guadalajara, ajedrez.

Taíno: canoa, cacique, caimán, huracán, caníbal, maní, tiburón, caoba, maíz, guayaba, Cuba, Haití

Náhuatl: chocolate, tomate, aguacate, chicle, chile, mole, papalote, totopo, tianguis, cacahuate, chilpayate, escuincle, coyote, ajolote, azquel, epazote, camote, tamal, Xóchitl, México, Tacubaya, Cuauhtémoc, nopal, ocelote, comal, molcajete, moyote, popote, chichi, achichincle, apapachar, cuate, esquite, itacate, mezcal, chayote, zapote, chapulín, pinacate, mayate, elote, ejote, guacamole, huitlacoche...

Quechua: cancha, carpa, cóndor, chacra, chala, choclo, coca, gaucho, guanaco, inca, llama, mate, ojota, palta, pampa, papa, poroto, quena, tambo, vicuña, vincha, yuyo, zapallo.

Guaraní: ananá, jaguar, mandioca, ñandú, pororó, yacaré, yarará.

Francés: amateur, ballet, chef, coñac, chofer, bulevar, corsé, menú, collage, glamur, chic, cliché, debut, naif, silueta, dossier, boutique, sommelier, champiñón, vedette, cabaret, buró, champaña, chalet, carnet, garaje, restaurante, bikini, premier, calcomanía, tour, élite, maniquí.

Italiano: piano, ópera, batuta, soprano, payaso, adagio, soneto, centinela, pizza, paparazzi, espagueti, salchicha, bancarrota, novela, caricatura.

Inglés: estándar, escáner, estrés, esmog, whisky, hotdog, home office, kit, shok, test, celebrity, mall, blue jeans, happy hour y shopping, futbol, córner, beisbol, out, golf, rugby, basquetbol, box, ring, voleibol, club, bluetooth, blog, software, mouse, chat, password, mercadotecnia, stock, thriller, primetime, celebrity, reality show, single, hobby, spoiler, boy scout, clutch, esnob.

Japonés: sushi, karate, tsunami, manga, samurai, karaoke, kimono.

Ruso: molotov, vodka.

Esquimal: iglú, kayak.

Checo: robot.