sábado, junio 22, 2024

Una pinacoteca en libro

 











Pinacoteca del Ateneo Fuente. 100 años (UAdeC, Saltillo, 2019, disponible en PDF gratuito en la web de la Secretaría de Cultura de Coahuila) es un libro que recoge la historia y en fotos gran parte del contenido resguardado en la institución nombrada en el título. Se trata pues de un documento compendioso, un resumen acabado de la colección de su tipo más valiosa de nuestra entidad, como en el libro lo señala Marco Antonio Contreras, director del Ateneo Fuente: “nuestra pinacoteca se sitúa como la sala de arte más grande de Coahuila de Zaragoza, lo que representa un orgullo para el Ateneo Fuente y para la Universidad Autónoma de Coahuila”.

La publicación cuenta con tres textos introductorios firmados por Salvador Hernández Vélez, el mencionado Marco Antonio Contreras y la casa editora (Quintanilla). En su turno, Hernández Vélez apunta que “El Ateneo Fuente resguarda la historia de la procedencia de las obras que se fueron integrando a la colección original, proveniente en su mayor parte de la antigua Academia de San Carlos, posteriormente enriquecida por aportaciones de estudiantes de la Academia de Pintura de Saltillo Anexa al Ateneo Fuente y por donaciones de don Artemio de Valle Arizpe”.

La tarea de describir el origen, la evolución y la actualidad de la obra plástica contenida en el Ateneo saltillense recayó en Sylvia Georgina Estrada, periodista, quien trazó una investigación que en el libro es apuntalada por imágenes de documentos relacionados con la fundación del acervo. Dato de suyo interesante es el que se refiere al primer motor que viabilizó la creación de este espacio (Venustiano Carranza): “Se dice que el cieneguense estuvo atrás de las gestiones que dieron forma a la Pinacoteca del Ateneo Fuente. Carranza estudio en la escuela fundada en 1867 y que entonces dependía directamente del Gobierno del Estado. Fue uno de sus hombres de confianza, Gustavo Espinosa Mireles, gobernador de Coahuila, junto al escritor Artemio de Valle Arizpe, quienes se dieron a la tarea de reunir una colección de pinturas para la institución de la que también eran exalumnos”.

El desarrollo de la investigación resalta los momentos y las personalidades vinculadas al origen y primer asentamiento de la pinacoteca. Destaca allí Rubén Herrera, zacatecano que fue fundamental en la creación de la sala además de la encomienda de organizar una academia, lo que a la postre será otro pilar en el que se sostendrá la muestra: “Después de 13 años de estudios en Europa, Rubén Herrera regreso en 1920 a su alma mater con el propósito de crear la Academia de Pintura de Saltillo Anexa al Ateneo Fuente. En los archivos ateneístas se encuentra una carta, fechada el 13 de enero de 1921, en la que el secretario general del gobierno presidido por Luis Gutiérrez le pide al artista que organice ‘una fiesta literario musical para celebrar debidamente la inauguración de la Academia’”. Igualmente se pone énfasis en la figura de Artemio de Valle Arizpe como gestor del primer acervo con obras de gran valor, muchas de ellas traídas de Europa.

El libro suma 239 páginas, y como corresponde a los volúmenes de este tipo, la mayor parte de ellas está dedicada a la muestra de la colección, que comienza a partir de la página 41 con las reproducciones (fotos de Ramón Zertuche) y las cédulas preparadas por Érika Flores Padilla.

En suma, un libro de lujo puesto gratis en PDF a la vista del lector.

miércoles, junio 19, 2024

Narrativa turbo de Juan Romagnoli

 





















Los nombres de los géneros son convencionales. Los aceptamos para saber más o menos de qué hablamos, pero en el fondo da lo mismo el molde, sea el que sea. Podría decirse pues que lo importante no es el continente, sino el contenido. Así, y más allá de las pequeñas variantes que pueda suponer una escritura u otra, llamamos al relato corto de distintas maneras sólo para que la desorientación no nos abrume: microficción, microrrelato, micronarración, narración breve, cuento súbito, cuento brevísimo, minificción…

Pasa algo similar con ese género nacido ambiguo que solemos llamar novela corta, noveleta o, con regodeo galicista, nouvelle. ¿Por qué no llamarle micronovela? Fuera del gélido contexto académico da igual no ceder a la manía nominativa, creo, pues en el caso de la micronovela lo importante, también, es el contenido, no el recipiente que la acoge ni su rótulo. Veamos dos libros con relatos de esta índole.

La micronovela Una bala lleva tu nombre (Macedonia, Morón, 2024, 48 pp.), de Juan Romagnoli (La Plata, 1962), es un relato convincente, eficaz y tenso, legible a velocidad turbo, lo que calza muy bien con su trama de road movie.  Dos delincuentes, Gómez y la Rubia, algo así como Bonnie & Clyde del Gran Buenos Aires, perpetran un robo en Adrogué. El relato comienza cuando, dinero en mano, recién comienzan su escapatoria en el entorno oeste de la capital argentina. No han hecho ni un disparo, pero de todos modos se cuidan de la policía mientras avanzan en su huida. Pasan en esa agitación por Campana y otros lugares cercanos. Su idea es, de hotelito en hotelito, escurrirse por el norte hacia la frontera con Brasil. El problema, sin embargo, no es rajar ante el pálido acecho de la justicia, sino de Tino, expareja de la Rubia. En esto se basa el suspenso de la aerodinámica narración.

Lamentablemente para Tino, quien gozó los favores de la Rubia mientras Gómez mordía barrote, la pareja de ladrones sabe que el tercero en discordia los perseguirá, y ni la Rubia quiere regresar con él ni Gómez desea tenerlo cerca. Contar más es adelantar con imprudencia, “espoilear”, como se dice ahora. Sólo es necesario añadir que Romagnoli ha escrito un cortometraje textual en el que la velocidad juega un rol fundamental: velocidad en los autos, velocidad en las decisiones de los protagonistas, velocidad en la resolución del conflicto. Sólo falta añadir a esto la velocidad en la lectura de quien pase su mirada por las páginas de Una bala lleva tu nombre. El final llegará pronto y, estoy seguro, nadie se sentirá defraudado.

Del mismo autor, el libro Eran viejos conocidos (Macedonia, Morón, 2024, 56 pp.) presenta las mismas características a la obra anterior y añade otra que enfatiza la peculiaridad del género. Esta nueva característica es, precisamente, la que fuerza el uso de la etiqueta “micronovela” y no “macrocuento”. Si bien por extensión se podría pensar todavía en un cuento largo, en Eran viejos conocidos hay un protagonista, Tomás, que sirve como eje de la historia, pero es el despliegue de hechos y personajes distribuido en capítulos brevísimos lo que amplía y desborda las lindes del cuento. Es una sola historia, en efecto, como si fuera una sola bala, pero es expansiva, se abre a muchas subhistorias, lo que añade el ingrediente novelístico.

Del género fantástico —no creo que sea ciencia ficción al uso—, el relato narra un acontecimiento largamente imaginado por la humanidad: la llegada a nuestro globo de seres extraterrestres. El revuelo que provoca la noticia es visto desde la modesta realidad de Mendoza, Argentina, donde vive Tomás. Nuestro protagonista sigue desde aquella provincia vitivinícola las noticias que fluyen a través de los medios de comunicación. Lee y escucha lo que se sabe y se especula sobre los visitantes, y lo que los políticos y los científicos sueltan a confusos chorros por los afluentes del periodismo. La historia avanza y tiene un vuelco cuando un dato inquietante brota al público: los extraterrestres son neandertales alguna vez secuestrados de la Tierra y llevados a un planeta remoto donde no se extinguieron y, claro, siguieron su extraña evolución. Otro elemento significativo es la aparición, no sin humor, de Diana, una científica mendocina que casualmente trabaja en la NASA y tiene cierto parentesco con Tomás. Hasta su inesperado cierre, el relato se precipita en acontecimientos que colocan a Mendoza en el centro de la actualidad mundial. De nuevo, pues, el autor ha contado vertiginosamente una historia cuyos capítulos nos bombardean como luz estroboscópica.

En las dos obras mencionadas, la novela corta, llamada “micronovela” por su autor, nos abre la ventana a un tipo de narración mestizo en el que la amplitud y la pluralidad de la novela se comprimen y avanzan como la pedrada que suele ser el cuento. Es, en todo caso, una mixtura atrayente y harto atendible, una fusión que calza bien al tiempo que vivimos de fragmentarismo, rapidez y eficacia literaria.

sábado, junio 15, 2024

La ruta de don Miguel

 









Leo la cronología preparada sobre Cervantes en un libro que por ahora no viene al caso mencionar, y quedo una vez más aturdido ante los vericuetos por los que debió atravesar el más grande escritor de nuestra lengua antes de llegar a la composición de su obra cumbre y no cumbre. Si me pidieran una sola palabra para resumir toda su andanza, diría ésta: odisea. Y sí, su vida fue una odisea tan agitada y agobiante que apenas es posible creer que en medio de tan incómodas peripecias el Manco fue capaz de crear lo que creó. Si no fuera porque es cierta, la suya parece una cronología fantástica, el itinerario de un ser salido de la imaginación de un fabulador que nos quiere ver la cara.

Ya desde pequeño comenzó su trashumancia. Había nacido, como sabemos, en el ombligo de España, en Alcalá de Henares, hacia 1547. En 1551 su familia pasó a Valladolid, donde los huesos de su padre recalaron en la cárcel, un hábito, como se vio luego, que también bullía en el ADN de Miguel. Bajo el sol vallisoletano llega a 1566, cuando pasa a radicar en Madrid. Allí le ocurren dos hechos significativos: publica por primera vez (unos poemas que no ha celebrado la posteridad) y cae en prisión por un altercado (diríamos hoy “de nota roja”) cuya víctima fue un tal Antonio Sigura. Según la cronología, este desaguisado pudo ser la causa de su salida de una península para deambular en otra, la italiana, donde arreció una movilidad que no halló sosiego durante décadas, puede decirse que hasta su muerte.

Sin reposo, ajeno a las comodidades del business class o de los hoteles contratados por internet, un poco por culpa de su voluntad y otro poco por la mano invisible del azar, Cervantes erró por Roma, Palermo, Milán, Florencia, Venecia, Parma, Ferrara; participó en el combate de Lepanto, luego en otros por zonas de la costa africana como Corfú, Bizerta y Túnez; cuando desea regresar a España lo toman cautivo y llega a su célebre confinamiento en Argel. Tras un lustro de prisión, es rescatado, vuelve a España y sigue allí su errancia; viaja a Lisboa; se casa; en Sevilla cae preso y ya para no marear más el periplo, llega a Madrid siempre a los tumbos, sin saber cuál iba a ser su siguiente derrota (“derrota” en ambos sentidos de la palabra).

En todo aquel trajín, como pudo se las arregló para leer y aprender en los libros que se le atravesaban, y es de suponer que debió obligarse a la comprensión inmediata de lo leído, pues no tendría luego la oportunidad de revisitar las mismas páginas. Más importante fue su lectura de la vida: en sus viajes mediterráneos se las vio con todo género de personas, de todas las calidades, condiciones y estados, desde el sujeto prominente al desvalido, desde el lúcido al imbécil. Todos le enseñaron a conocer la entreverada naturaleza humana, tanto que en su cautiverio argelino concibió la idea de escribir la historia del caballero andante y de toda la caterva de personajes que en su historia se congregan.

Para los parámetros de su época y aún de la nuestra, Cervantes fue longevo: vivió casi setenta años. Podemos decir que en los primeros cincuenta, entre caídas y quebrantos más que entre ascensos y caricias, aprendió lo necesario para trabar en sus últimos veinte años —que tampoco fueron mullidos— la obra que lo haría aterrizar en la inmortalidad.

¿Cómo pudo ser que este hombre desventurado, apaleado, ninguneado, molido en el trapiche de una existencia errabunda y tortuosa, haya podido escribir lo que escribió? Su cronología basta para advertir que es un milagro, y que, contra lo que se piensa, la mejor obra de Cervantes fue Cervantes.

miércoles, junio 12, 2024

La tentación de releer(me)

 











En una entrevista de radio fui impelido a decir, de memoria, al menos un fragmento de alguna de mis piezas literarias. Defraudé la petición con una verdad: jamás he memorizado nada de lo que he escrito, creo que ni una línea. Esto se debe a la mala memoria y al pudor: si voy a gastar tiempo y neuronas en retener literatura, prefiero, como le he hecho, que sea de algún escritor admirable, no incierto material propio.

Por supuesto que releer la obra personal —para corregirla, no para memorizarla— es parte ineludible del oficio. Esto que ahora escribo para la prensa lo reviso tres o cuatro veces antes de enviarlo al matadero de la publicación. No hay tiempo para más. Con los libros, la relectura para revisar y corregir da mayores márgenes, y sé, porque esto hago, que un libro puede ser leído quince, veinte veces o más cuando es posible o cuando no cede la inseguridad sobre el valor de su contenido.

Ya publicado, la cosa cambia. En mi caso, sufro una especie de aversión a su relectura, como si al llegar a la condición de libro la escritura se desprendiera para siempre de mi ser, tanto que el miedo a reencontrarla muta a pavor. Pero hay una excepción, debo reconocerlo. Ocurre cuando regalo algún libro (de mi autoría, digo) a alguien que admiro. Más de una vez —hace poco lo viví en un par de ocasiones— me veo tentado a pasar la vista por sus páginas para sentir en mi fuero íntimo si algún párrafo tomado y leído al azar no suena mal, para leer como si leyera quien recibió el obsequio. A veces me arrepiento, a veces no, y respiro aliviado como creyendo ingenuamente que al no decepcionarme no decepcionaré. Este es un lío en el que se mezcla la inseguridad, el ego, la incertidumbre, el deseo de ser grato y la tenaz sombra de la frustración.

Hay otro caso excepcional: cuando se abre la posibilidad de reeditar un libro. Esto lo he vivido al menos cinco veces, y en todos los casos por supuesto que aprovecho la circunstancia para releer y pulir con un criterio: sumar la menor cantidad posible de modificaciones, de preferencia todas leves. La labor en tales casos no ha sido traumática, y esto lo atribuyo al hecho obvio de que ya alguna vez, en su primera edición, el material fue celosamente revisado, con lupa a veces, de modo que la lectura previa a la reedición no es un trabajo áspero. Eso sí: jamás queda firme, sólida, la certeza de su calidad final. A lo mucho, el único dividendo obtenido es saber que se hizo lo que se pudo con mirada autocrítica, sin el chantaje interior dictado por la vanidad.

martes, junio 11, 2024

Miembro honorario de Letras de Chile

 











Agradezco profundamente este honor a la Corporación Letras de Chile. Me sumo con alegría a sus propósitos de divulgación literaria con el ánimo y la convicción que allá les he visto y les aplaudo. Muchas gracias de veras por su generosa iniciativa, la de investirme como primer miembro honorario extranjero de su institución. Aquí la nota que consigna el hecho.

sábado, junio 08, 2024

David, mail y conclusiones

 











Como humilde tributo, tuve dos veces la oportunidad de mencionar a David Lagmanovich (Huinca Renancó, Córdoba, Argentina, 1927-San Miguel de Tucumán, Argentina, 2010) durante mi reciente viaje a la Argentina. La primera y más importante, el 9 de mayo en una mesa organizada dentro de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. La verdad es que desde el año 2000 tengo muy presente a David. Además de vernos tres veces en persona, recibí su lúcida amistad, por mail, durante la década final de su vida, y no dudo en confesar que, como amigo y maestro, fue un ser humano decisivo en mi vida.

David practicaba la buena y ya casi olvidada buena costumbre de enviar cartas. Por correo electrónico, obvio. De haberse dado en estos tiempos, aquel diálogo virtual quizá se hubiera visto entorpecido por Whatsapp, que, sospecho, acelera y atropella tanto la interlocución que al final es imposible saber de qué se habló, hallar un hilo conductor en las conversaciones. Por mail todavía era, y es, posible dialogar con cierta morosidad y hondura, como lo hacía David y como yo trataba de corresponderle (aunque, claro, sin su sabiduría).

Veo un ejemplo de los muchos que quedaron resguardados en la bandeja de mi correo electrónico. En una carta de enero de 2008, escribió: “Acabo de terminar de leer la tercera de las tres novelas de Ross Macdonald, protagonizadas por el detective Lew Archer, que forman un volumen encuadernado de la colección de la Biblioteca de Letras. Las tres novelas son: The Galton Case, The Chill, y Black Money. A veces tienden a ser demasiado enredadas, pero están llenas de inteligencia y de un agudo estudio de la naturaleza humana. También, de momentos y frases dignos de ser recordados.

Anteriormente leí una selección de cuentos tempranos de Raymond Chandler —el nombre del libro es Trouble Is My Business, y se completa con otro titulado Red Wind, que no saqué de la biblioteca por error— y en donde los protagonistas son varios detectives, todos parecidos entre sí, y anteriores al definitivo Philip Marlowe”.

Sin detenerse mucho, pero con agudeza, David comenta sus lecturas de aquellos días. En sus palabras se nota el deseo de compartir algunas veloces impresiones de lector. Sigue:

“Otra cosa que leí, como parte de estos entretenimientos del verano, fueron los Aforismos de Lichtenberg, que antes había consultado algunas veces, pero ahora lo leí íntegramente. Verdaderamente notable.

Ahora me queda por leer el último libro que me traje de la BdeL, también un ‘omnibus’ como los llaman en Estados Unidos, y que contiene tres novelas de mi admirada Ruth Rendell. Estoy disfrutando de estas lecturas, porque en los últimos años casi no he leído nada que no fuera por obligación, es decir, en relación con algún trabajo que estuviera haciendo. Esto, en cambio, es esparcimiento”.

Dos o tres conclusiones de mi parte: extraño aquel tipo de charla epistolar, los maestros son maestros para siempre y uno debe leer también, aunque sea de vez en cuando, por puro esparcimiento.

miércoles, junio 05, 2024

Frases ubicuas

 











Ahora la publicidad no sólo es infinita, sino también los espacios mediante los que la divulgan. Esta es la razón, creo, por la que hoy es casi imposible lograr la fijación uniforme de imágenes y frases urdidas con el ánimo de permanecer en la memoria del receptor. Los mensajes son tantos y las plataformas de difusión están tan segmentados que es casi imposible tocar de manera homogénea a los destinatarios: lo que hoy escucha un joven, jamás alcanza a un viejo, y viceversa.

No muchos años atrás, digamos treinta o cuarenta, esto no era así. La televisión, el medio más poderoso, tenía cuatro canales nacionales. Todos los mexicanos los veíamos todos, así que hubo un periodo en el que resultaba casi imposible que no supiéramos a coro nacional, por ejemplo, los eslóganes, los jingles y los lemas de la publicidad. Algunos sobreviven unánimemente entre los mayores de cincuenta años, como estos cinco gubernamentales y otros cinco comerciales:

“¡Ya ciérrale!” Fue una campaña para el ahorro de agua; en el anuncio, un niño algo obeso decía el verbo imperativo y con la mano hacía la seña de cerrar una llave de agua.

“Cumples y te encuentras con Lolita, fallas y te enfrentas a Dolores”. Eslogan simpático-temible de la Secretaría de Hacienda setentera.

“Hablando se entiende la gente”. Frase de Teléfonos de México antes de que Slim lo agarrara en oferta durante el sexenio de su compa Salinas de Gortari.

“La familia pequeña vive mejor” y “Pocos hijos para darles mucho”. Creo que las dos aparecían en el mismo anuncio diseñado ante el estallido de la demografía del DF.

“¡Pero te peinas!” Frase de cierre en la campaña para promover la credencial con fotografía de lo que hoy es el INE.

“A que no puedes comer solo una”. Hace cuatro décadas no había quién ignorara este eslogan de Sabritas, que desde entonces nos ha hecho adictos a la grasa saturada.

“En la casa, en el taller, en la oficina, tenga usted Vitacilina”. Se basa en la rima, como en tantos anuncios de aquella época.

“La rubia que todos quieren”. Eslogan de la cerveza Superior (clara) y uno de los más famosos entre los borrachos y los no borrachos del país.

“Mejor mejora Mejoral”. La atribuyen a Salvador Novo; obvio, es del ácido acetilsalicílico de la marca Mejoral.

“Pues… te la presto”. Cachonda, la enunciaba Lucía Méndez mientras, supuestamente desnuda debajo de la camisa Manchester, comenzaba a desabotonarla.

sábado, junio 01, 2024

Palabras que se bifurcan

 













En varias notas publicadas en esta columna he querido subrayar curiosidades vinculadas con la palabra. No con la mirada del especialista, que estoy lejos de asumir, sino la del usuario asombrado ante la plasticidad de la escritura y, sobre todo, del habla nuestra de cada día. Hasta una plaquette provisional organicé con esos apuntes (Voces de la calle, Universidad Iberoamericana Torreón, 2023) a los que en un futuro, si esto crece, puedo sumar la siguiente anotación.

Hay algunas palabras que sin perder una sola de sus características formales alcanzan significados muy distintos. No lo señalo por su función metafórica, como decir “la copa del sombrero”, donde la palabra “copa” no es usada en sentido estricto, sino figurado. Más bien, se trata de palabras que usamos habitualmente en determinada orientación semántica y colocadas en otro contexto no dejan de mostrar cierta rareza. Como ocurre con frecuencia en estos casos, los ejemplos mostrarán con mayor claridad lo que he tratado de explicar. En cada caso sólo mostraré el ejemplo del uso habitual y luego del inhabitual; creo que así se advertirá que la palabra ha sido sacada de su uso regular y ha pasado a otro menos usual.

Ambulancia. "La ambulancia salió a toda velocidad"; “Le gustaba caminar por las noches y disfrutar esa grata ambulancia”.

Observar. "Me aburrí al observar el río"; “Era un tipo siempre acostumbrado a observar las leyes”.

Comisión. "La Comisión decidió no aprobarlo"; “Cayó en la cárcel por la comisión de un delito muy grave”.

Interesar. "La película logró interesar a los niños"; “La bala logró interesar uno de sus pulmones”.

Realista. "Soy realista: no conseguiré ese trabajo"; “Muchas personas son realistas, apoyan a la monarquía”.

Hechizo. "Cayó bajo el hechizo de su mirada"; “Con pedazos de madera y lámina construyó un carro hechizo”.

Sancionar. "El jurado lo sancionará por transgredir la ley"; “Los legisladores se negaron a sancionar la ley”.

Aterrar. "El camino es muy oscuro y lo va a aterrar"; “Solo sale a la calle para aterrar la ropa”.

Copia. "Sacó una copia fotostática de poema"; “El jefe autorizó gran copia de regalos para los niños”.

Policía. "La policía de la ciudad tiene nuevas patrullas"; “Los aztecas se organizaban con mucha policía”

Suspendido. "Fue suspendido para todo lo que resta de la temporada"; “La lectura de esa novela me tiene muy suspendido”.