A mi parecer, un día figura como el más importante en el 2006 que expira este domingo: el 2 de julio. Aunque hoy dé la impresión de ser ya parte de la prehistoria nacional, aunque ahora parezca normal decir (con modorra vacacional) “presidente Felipe Calderón”, lo cierto es que en tal fecha México dio un paso gigantesco hacia atrás. Décadas y décadas de lucha política para democratizar al país, luchas en las que por cierto participó pundonorosa y meritoriamente el ex presidente Fox, fueron echadas el tambo de las inmundicias por muchos actores perversos, entre ellos, con destacadísimo papel, por el mismo Vicente Fox, quien en menos de seis años hizo astillas el pequeño avance democrático alcanzado en 2000, aniquiló su propia honorabilidad y se convirtió, mutatis mutandis, en una especie de Victoriano Huerta posmoderno.
Fox es el responsable del derrumbe democrático mexicano, pero no actuó solo. Más: el de Guanajuato respondió como perrito de circo a los mandamases económicos que temblaron ante la posibilidad real de cambiar el modelo económico que los ha beneficiado fabulosamente desde 1988. Por ello no es mero accidente que tanto los empresarios como los medios electrónicos más influyentes y gananciosos hayan apretado filas para impedir, costara lo que costara, cualquier descuido en el proceso electoral.
El precio más alto, en principio, fue la polarización y el riesgo real de disturbios. Fox y sus compinches provocaron un encono social inédito en México. Contra lo que difundían muchos medios, fue la izquierda sistemáticamente agraviada la que con notable responsabilidad dio ejemplo de madurez. Sin renunciar a su derecho de exigir claridad, sin transigir un minuto ante el linchamiento mediático que la ubicaba como cerril y propensa a la agresión, se mantuvo en todo momento ecuánime, pacífica, respetuosa de la legalidad violada, eso sí, por quienes se decían y se seguirán diciendo demócratas y honrados.
Triste día, pues, el 2 de julio. Esa fecha contamina de pestilencia a todo el año, tanto que, como ocurrió en el salinismo, será olvidada por hartazgo ciudadano, por paréntesis decembrino, por resignación o por lo que sea, pero a la larga, a medida que pasen los meses, adquirirá el valor que hoy tiene su mejor correlato, el 6 de julio del 88. Entre esas dos fechas México pasó del fraude descarado a la imposición de terciopelo. En el ínterin, claro, la sociedad ha crecido políticamente, pero todavía no tanto como para armonizar sus deseos de cambio con una participación más decidida en las luchas políticas que todavía se deben librar con el objeto de que, en principio, sea respetado impecablemente el juego electoral. Si, como ocurrió en 2006, las elecciones se ven groseramente permeadas por intromisiones federales (y del propio Ejecutivo), si los medios afilan cuchillos para desollar a un candidato, si los empresarios suman su creatividad para el bombardeo de lodo, si el IFE se sigue haciendo bolas para cuadrar cifras inverosímiles, cualquier ganador llegará al poder, como ahora, con un tremendo déficit de legitimidad.
El 1 de enero del 2006 aún teníamos algo, poco si se quiere, como patrimonio democrático. El 3 de julio en la mañana ya estábamos en bancarrota. Más adelante lo lamentaremos.