Estoy ya en Guadalajara y es un placer sin fisuras navegar por todos los pabellones de la FIL. Hoy veré de nuevo a Taibo II, a Villoro, conoceré a Millás. Por allí ya conversé un poco con Braulio Peralta (columnista semanal de Milenio) y no cesarán las actividades hasta el domingo. Es la edición veinte de la Feria y luce concurrida hasta el tope. Sin embargo, no puedo escribir sobre ella porque hoy, para no cambiar de tesitura, me distraen asuntos vinculados con nuestra desgracia política.
Si el presidente triunfador en 2000 hubiera sido un político avezado y no la mala broma del grandulón con botas que, carismático él, no tenía y no tuvo nunca habilidad más que para mentir y defraudar, otro resumen se podría hacer de su lamentable sexenio. Un recuento de la gestión, por más generosos que seamos, no debe pasar por alto la tremenda cuota de disparates emitidos por ese ejecutivo cuya instrucción y pericia apenas si empatan con las de un alcalde pueblerino.
Pero el lado frívolo del sexenio (el Borgues, los trabajos que ni siquiera aceptan los negros), por más que importe para la comidilla chismográfica, no alcanza a prevalecer sobre lo otro, sobre lo verdaderamente toral. En el sexenio de Fox, más que ruptura y cambio, los mexicanos asistimos al gran teatro del continuismo, a la consolidación del desastre neoliberal que balbuceó con De la Madrid, que prosperó con Salinas, que se estabilizó con Zedillo y que tronó hasta quedar hecho añicos con Fox.
El empobrecimiento extremo de millones de mexicanos contrastó con la inverosímil circunstancia en la que se ven hoy las más grandes fortunas del país. Los unos, miseria hasta vomitar; los otros, acumulación insultante y algunos, como Televisa, con garantía de monopolización que los afiance en el auténtico poder económico y político del país.
Si la pobreza, el desempleo y la migración alcanzaron cotas tan terribles como inocultables, no es menos grave la posición de México en materia de delincuencia. Si bien algunas zonas son calificadas como sumamente peligrosas, lo cierto es que no hubo un solo avance en la lucha contra el crimen organizado y, lejos de eso, el ubicuo narco se enseñorea por doquier en las mismísimas narices de la ley, al grado de hacer ver como caricaturales a las instituciones encargadas de combatir el delito.
Dejo al final el caso de la política. Es, sin duda, el peor saldo del sexenio. Fox hizo polvo las elecciones pasadas, impuso a su sucesor y eso desplomó lo poco que ya habíamos edificado. Por todo, puedo decir que se necesitaba al menos un siete de calificación para augurar mejores tiempos. Fox sacó un cuatro; su país quedó herido de muerte.