Mi amigo David Lagmanovich me envió desde Tucumán, Argentina, donde reside, una serie de nueve “notas” de fin de año; son, ignoro si lo percibo bien, breves comentarios que no se ajustan del todo a ningún molde genérico y tienen mucho de grata divagación. Su autor no les confiere importancia, pero yo les advierto el valor del pensamiento articulado en letra de molde por un hombre que es, como se decía endenantes, un pozo de sabiduría. Escuchemos tres “notas” del doctor Lagmanovich:
Musas, no
No, me produce rechazo la idea de una "musa", o de más de una. Me parece que ese concepto, lo mismo que el de "inspiración", son mitos clásicos originados en una concepción imperfecta de lo que significa la creación. Si bien se ve, la función de una "musa" y la del dios o ángel que transmite la "inspiración" conciben el poeta —o, en sentido más amplio, cualquier tipo de creador— como un ente pasivo: está vacío de contenidos, hasta que se produce el soplo de la inspiración, o la imagen de la musa despierta en él la pasión por la escritura o por lo que sea. Pero hoy creemos que eso a lo que se referían los antiguos no viene de fuera sino de dentro, quizá de las profundidades de la conciencia del creador. Tal vez por eso, muchas veces uno no conoce del todo el significado de lo que se ha escrito; pero no porque alguien —algún ente— lo haya soplado desde fuera, sino porque son recuerdos, sentimientos, incitaciones que están alojados en las honduras del alma, por así decirlo; una emoción los ha movilizado y ahora están allí, a la vista de todos, en la forma que uno es capaz de darles. Nada de musas: sí, en cambio, la mano amiga que te ayuda a sostener el rumbo, a manejar este pesadísimo timón que tiene el barco de la vida.
Lavorare non stanca
Desde ayer (30 de noviembre): regreso a la etapa final de mi libro sobre la narrativa policial en la Argentina. Sólo me falta agregar unas descripciones de algunas novelas del género negro (Martini, Soriano, Giardinelli), retocar las conclusiones, y leer todo una última vez. Lo esperan en Colonia [Alemania], adonde lo enviaré, a más tardar, el 10 de diciembre, y si es posible antes. Es el primer libro que voy terminando con vistas a su publicación en 2007: un año, por otra parte, en el que me interesará mucho más leer que escribir. Puesto que, como solía decirles a mis alumnos, el escribir no es una tarea, sino tres: consiste en leer, pensar y escribir. Y hasta podría decirse que son cuatro actividades: leer, pensar, escribir y revisar.
La vida literaria
Sabedora de mi regreso [de Suiza] (nada puede ocultarse en la vida provinciana), me llama una anciana poeta local, Ariadna N (no invento el nombre). Inmediatamente después de decir hola comienza a relatarme un recital de sus poemas, que celebró en mi ausencia. En ningún momento se le ocurre decir, por ejemplo, "Y a vos ¿cómo te fue?", aunque sea por fórmula. Nos despedimos sin haber tocado otro tema que el de su recital. Ayer (diciembre 1) me vuelve a llamar, evidentemente para seguir hablando de su recital (…) Ariadna no ha publicado ningún libro en los últimos 20 años; es notorio que no lee (salvo sus propios poemas, que conoce de memoria) y, cuando la entrevistan, la conversación deriva siempre al relato de sus amores con un pintor famoso, medio siglo atrás. Su caso es patético, pero también lo es aquello que ejemplifica: la sobrevaloración de la vida literaria a expensas de la literatura. En todo caso, acepto mi egoísmo: estoy dispuesto a hablar de la segunda, no de la primera. La charla con los colegas es enriquecedora siempre que sea precisamente eso: un diálogo sobre nuestra relación con esa entidad esquiva, lo que a falta de mejor nombre llamamos literatura.